Un relato a LIBRE del brigadista Fernando Marquet, desde Los Angeles, Ca.
“Ya prisionero y en manos de los castristas, cuando nos transportaban en rastras camiones hacia La Habana, pasó por esta experiencia única” dice a LIBRE Fernando Marquet, también es conocido por Marqueti.
Custodiado por un miliciano en la puerta de la rastra, este soldado cuando llegaba a los pueblos entre Girón y La Habana, hacían paradas mandatorias para que el “populacho” se nos viniese arriba con insultos y tirarnos huevos y tomates.
El miliciano de marras se bajaba y subía con unas naranjas que habían estado arriba de un trozo de hielo. Nosotros después de no poder comer o tomar nada debido a la guerra el combate y el hundimiento del barco Houston del cual tuve que tirarme al agua, antes de que explotara. Le pedí que me diera aunque fuese un hollejo, pero no accedió.
Más adelante él me pidió un pedazo de mi uniforme de soldado camuflageado, y en poco tiempo entramos en un trueque de uniforme por naranjas.
Ya llegando a la Habana me pidió que le diera la chapita de perro o el ID, que llevabámos colgado del pecho, y con cierta duda accedí, pues el mismo decía mi nombre F. Marquet, mi número de soldado y el tipo de sangre y era indispensable pero no partí con el mismo por par de naranjas.
Lo triste de esta experiencia , es que yo siendo hijo único, mi padre se encontraba en La Habana y mi madre en Miami, sin saber absolutamente nada de mi paradero, si estaba herido, muerto o si había sido capturado y prisionero de los castristas.
Horas y días de llamadas a Miami y viceversa a La Habana. Para saber de nuestro destino. Mi padre todos los días bajaba de su oficina en la Lonja del Comercio a tomar café a las 10 de la mañana, y ese día cuando llegó a la cafetería la muchacha que atendía le dijo a mi padre que su novio había estado en Girón y había capturado a un mercenario, y les enseña los pedazos de mi uniforme que adornaban el kiosko, y sigue insistiendo y hasta le dice mire Marqueti, tengo hasta la chapita de perro del mercenario que capturó, y le enseña a mi padre mi chapita. Ella era la novia del miliciano con el cual yo tuve el intercambio.
Mi padre se quedó blanco y sin habla, y la muchacha del kiosko le dice ¿Marqueti usted, ¿está bien?.
Esta chapita dice F. Marquet y usted es Marqueti, Ud, lo conoce, y le dice: ¡es mi hijo!, ¿cómo lo capturó? , ¿está bien?, y ¿dónde está?, a lo que la muchacha le explica está bien, estaba con un pariente y están bien, no están heridos. Sí, él hasta estaba cambiando naranjas, un signo que le dio a entender a mi padre “sí tiene que ser el mío, buscando comida como siempre”.
¡Qué destino el de mi querido padre, abatido y angustiado sin tener noticias y desconocer de mi paradero! Y el mismo por esas cosas de la vida, va a tomarse un café al lugar en una isla de ocho millones de personas donde le informan que su único hijo está salvo y vivo!.
¿Coincidencia?. No. ¡Divina Providencia!.
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