Eduardo Montalvo
Las estadísticas indican que la gran mayoría de los seres humanos creemos en Dios, aunque resulte un contrasentido porque nadie puede dar pruebas fehacientes de haberle visto. Aunque, yo creo que todos hemos visto a Dios, pero no nos hemos dado cuenta.
Para encontrarse con Dios es menester vivir la realidad del momento, esforzándonos en vivir el Presente sin estar pensando en lo que fue o lo que será. En esa continua “pensadora” se nos pasa la vida. Tengamos siempre en cuenta que el Pasado ya pasó y el Futuro aún no ha llegado, sólo tenemos el Presente, perenne y eterno.
Cuando detenemos nuestra desenfrenada carrera por sobrevivir y nos ocupamos de lo verdaderamente trascendente, es cuando comenzamos a vivir. Y, es cuando estamos viviendo en el Presente cuando podemos percatarnos de la presencia de Dios.
Dios está siempre ahí, pero sólo se revela ante los ojos de aquellos que quieren verle. Es por eso que el refrán dice que “No hay peor ciego que aquel que no quiere ver”.
Es cuestión de abrir los ojos a una realidad más simple, más amplia… ¡Más espiritual!
Todos buscamos a Dios sin resultado. Lo invocamos, lo nombramos, lo citamos en nuestras expresiones, lo buscamos en las iglesias y templos, y aun así no lo encontramos.
Dejemos de estar buscándole por todas partes y detengámonos a admirarle en el volar de las aves, en el soplar del viento, en la placidez del silencio, en la sonrisa de un niño, en el abrazo de nuestros hijos y en un sincero “te quiero”. Porque Dios habita en las cosas más sencillas.
¡Dios siempre está allí, ante nuestras propias narices! Así que, es hora de detener el balón y de reconocer que Él está con nosotros, en cada momento de nuestra existencia,
Si pretendemos seguir jugando al escondite con Dios, nunca vamos a conseguirle, porque la búsqueda no debe hacerse afuera, sino en la profundidad de nuestro espíritu, que es su morada.
Haga la prueba, tómese el tiempo de vivir su Presente y deje de prestar tanta atención a los aspectos de su vida que le apartan de Dios, sepa de una vez por todas que Él existe y siempre ha estado a tu lado, aunque no le hayas visto.
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