Diez Estrofas y Una Vida. Versos: José Martí y Pérez

Written by Libre Online

2 de enero de 2024

Cuando en el año 1891 vieron la luz pública los Versos Sencillos, Martí escribió al frente de la edición unas palabras que él estimaba necesarias a guisa de explicación. Manifestaba en ellas que eran esos versos “flores silvestres” salidos de su pluma en pleno campo cuando, por orden del médico, se vio precisado a hacer un alto en sus tareas. Expresaba, además, que los había escrito “como jugando” y que antes que publicarse debieron ser dados a la luz sus Versos Libres, aquellos que calificaba de “nacidos de grandes miedos o de grandes esperanzas o de indómito amor de libertad”. Y aseguraba que se imprimían porque habían sido ya acogidos con afecto por algunas almas afines a las cuales los leyera.

Nosotros hemos querido seleccionar algunas de esas estrofas,-estimando que en dichos versos, bellísimos en su sencillez, aparece retratada en toda su pujanza el alma del Apóstol y que con ellos se puede reconstruir, pedazo a pedazo, su propia existencia accidentada y generosa desde los días de la infancia hasta el holocausto de Dos Ríos, pasando por muchos de los acontecimientos que constituyen en su vida hitos de singular importancia.

No es que creamos que 10 estrofas sean bastantes para representar una vida a la que, por no encontrar otro calificativo, consideramos como impar sino que estimamos que podemos encontrar en ellas retratado su amor filial, su sentido de la amistad, la honda preocupación que sentía por los desheredados de la fortuna, su afán de libertad para todos los hombres y lo que él quería fuera su muerte.

Queden en las páginas de LIBRE los versos, las palabras y las fotos como un homenaje más al forjador máximo de nuestra nacionalidad en este aniversario de su llegada al mundo.

No hay bala que no taladre

El portón: y la mujer

Que llama, me ha dado el ser:

Me viene a buscar mi madre.

Los versos anteriores se refieren a una escena de la infancia de Martí. Vivía La Habana una de sus fechas más trágicas en la época colonial, la del 22 de enero de 1869 cuando los voluntarios ensangrentaron las calles en los llamados sucesos de Villanueva. Martí estaba en casa de Mendive y allí fue a buscarle su madre sin importarle el silbar de las balas y sin pensar que estaba en peligro su propia vida. Fue éste el primero de los muchos puñales que, por la vida del hijo, se le clavaran en el corazón amante. Ella no comprendía que su Pepe anduviese en aquellas andanzas, jugándose la libertad y la vida. Muchas veces, aunque sin la dureza de don Mariano, le recriminó por ello pero el hijo trató siempre de convencerla de que aquel era su verdadero camino, tanto que ya en vísperas del viaje postrero se sincera con la madre y le pregunta: “¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio?”.

Si quieren que de este mundo

Lleve una memoria grata

Llevaré padre profundo,

Tu cabellera de plata.

La escena entre un padre y un hijo no fue muy habitual en la adolescencia de Martí pues no fueron caracteres muy afines don Mariano y su hijo varón. El padre llevaba, bien en lo hondo, lo español y había de ver con inquietud como le nacían al hijo los afanes libertarios. Quiso hacer de él un empleado de casa de comercio para que aprendiese a ganarse la vida tras el mostrador. Después, ante la irreductible voluntad del hijo admitió al fin don Mariano que el destino de Pepe era más elevado que el ser empleado de una tienda o almacén. E inclinó la cabeza cana ante el empeño del heredero que respetó siempre al que le diera la vida. Y que si no comulgó con las ideas del padre, las respetó por venir de quien venían. Por eso su muerte le ocasionó uno de los más grandes dolores de su vida tan llena de sinsabores y desengaños.

Con los pobres de la tierra

Quiero yo mi suerte echar:

El arroyo de la sierra

Me complace más que el mar.

Martí se sintió siempre atraído hacia los desheredados de la fortuna. Nacido en hogar humilde conoció, desde pequeño, las miserias de la vida y experimentó las estrecheces económicas originadas en la casita humilde por las frecuentes cesantías de don Mariano. Pobre de recursos materiales, inmensamente rico en dones espirituales, prodigó la riqueza de su talento y de su pluma que puso al servicio de la más noble de las causas: la libertad de su pueblo. Fue siempre pobre. Por no renegar de sus principios, por no someterse a las exigencias de la esposa que deseaba hogar seguro y pan cotidiano, sufrió el dolor de ver alejarse a aquella que le diera un hijo. El dinero solo representaba para el, medio de adquirir armas, de fomentar expediciones con que plantar la bandera de la estrella solitaria en la patria lejana y esclava. Echó su suerte con los pobres y estos hallaron en él su guía mejor.

Cultivo una rosa blanca

En julio como en enero,

Para el amigo sincero

Que me da su mano franca.

Muchas almas afines encontró el Apóstol en los cuarenta y dos años de su paso por la vida. Para esos espíritus gemelos encontrados en México, en Venezuela, en Guatemala, en los propios Estados Unidos, doquier posó la planta peregrina, tuvo el Apóstol la fragancia de una rosa blanca. Pero también supo de la hincada de las ortigas. Le hirieron algunas descarnadamente en lo más profundo de la entraña generosa. De las más aceradas fue la carta aquella de Enrique Collazo en que se dudaba que Martí fuese capaz de acudir a la manigua personalmente. Y si tomó la pluma para responder a la insultante misiva expresando que su vida le defiende y que no le falta valor para morir en defensa de la patria; si termina desafiando a Collazo “en el plazo y país que le parezcan convenientes” tuvo al fin para él, como para cualquier otro que trató de arrancarle el corazón, otra rosa blanca, símbolo de su perdón y de su olvido.

Tiene el leopardo un abrigo

En el monte seco y pardo:

Yo tengo más que el leopardo,

Porque tengo un buen amigo.

En los momentos difíciles de la vida es bien grato tener cerca un pecho amigo en que dejar caer las confidencias de aquello que nos abruma o apesara. Bien supo atesorar Martí lo que una amistad así representaba. La tuvo él, desde los días de la infancia, en la persona de Fermín Valdés Domínguez. La amistad que los unió fue de esos lazos que nada ni nadie puede romper. Compartieron las aulas escolares y juntos supieron las tristezas del exilio en España que para Martí hizo más llevadero la bolsa presta del que, más que condiscípulo, era para él un hermano. Almas afines halló también en Manuel Mercado, en Enrique Estrázulas, en Gonzalo de Quesada, en Juan Gualberto Gómez -el hermano negro- y en cientos de cubanos y extranjeros que supieron apreciar en toda su plenitud el tesoro inmenso que guardaba en su alma aquel hombre bueno y noble que fue José Martí y Pérez.

Ya se de carne se puede

Hacer una flor; se puede,

Con el poder del cariño

Hacer un cielo, y un niño.

El alma plena de amor de José Martí se desbordó en cariño hacia los niños de todas las latitudes. Por eso ¿cómo no habla de sentirse hondamente conmovido ante la carne sonrosada de un hijo de su carne y de su sangre? A él le dedicó su “Ismaelillo” donde lo llama cariñosamente: “su caballero”, “su reyecito”. Angustiado por la tragedia de su hogar deshecho, sufriendo por la patria en agonía ve en los rollizos brazos de su hijo el mejor asilo y en el proemio del libro le escribe: “Hijo: Espantado de todo me refugio en ti”. Pero hasta eso le faltó pues el hijo creció lejos de la mirada vigilante de su padre, empeñado en luchar por la libertad de todos los hijos de Cuba. Después, en las tierras frías del Norte, encontró otra cabecita infantil sobre la que posar la diestra amante: la de María Mantilla, la chiquilla adorada, cuyo retrato ocupaba, en el instante supremo de la muerte, un lugar de preferencia junto a su corazón.

¿De mujer? Pues puede ser

Que mueras de su mordida;

Pero no empeñes tu vida

Diciendo mal de mujer.

Amó mucho Martí. Amó y fue amado. Espíritus pudibundos hay que tratan de ocultar esta faceta de su existencia como si le rebajase en algo la estatura patriótica el hecho de haber sentido en virtud de su sangre ardorosa, amor por una y otra mujer. Tuvo sus idilios en España; sintió pasión avasalladora en México donde conoció también a la que haría de ser su esposa; halló el amor puro y espiritual en la niña de Guatemala; tuvo en Carmen Miyares el remanso de los últimos años y abrevó momentáneamente su sed de amor lo mismo en la breve estancia en Southampton que en el viaje a pie por los caminos de Guatemala. Y no es que fuera un picaflor ni un tenorio. Halló siempre consuelo en la mujer, tanto que en otro de sus versos pudo autocalificarse de “gran descubridor” por haber hallado “la medicina de amor”.

En sus estrofas le canta al amor, la Niña de Guatemala.

Quiero a la sombra de un ala,

Contar este cuento en flor:

La niña de Guatemala,

La que se murió de amor.

Nuestro Apóstol encontró en Guatemala el más grande amor de su vida. Y lo que fue peor, María García Granados vio de inmediato en el cubano peregrino, el príncipe azul de sus ensueños de adolescente. Sin embargo, aquel encuentro que podía haber sido para ellos el inicio de una vida todo amor fue por el contrario, el principio de una gran tragedia. El poeta había dejado empeñada su palabra en México y allá fue más tarde a desposar a Carmen Zayas Bazán. La naturaleza frágil de la hija del general García Granados no soportó aquel golpe y María se dobló como una flor abatida por el viento. “Dicen que murió de frío, yo se que murió de amor” habría de cantar después el poeta en su tierna composición dedicada a su niña, la dulce María, cuyo nombre habría de llevar más tarde la chiquilla queridísima, en que fructífico otro gran amor de su vida. 

No me pongan en lo oscuro

A morir como un traidor:

Yo soy bueno y como bueno

Moriré de cara al Sol.

Martí no temió nunca dar la vida por la independencia. Era su gran ansia recorrer los campos de su patria, hermanado con los soldados anónimos que formaban el nervio mismo del ejército mambí. Fueron para él pues, días de verdadera gloria aquellos en que, con su jolongo a cuestas, escaló montañas, vadeó ríos y supo del rancho escaso, del café endulzado con miel y de la carne asada a la vera del campamento. Desde que puso el pie en Playitas estaba dispuesto a enfrentarse con la muerte. Y cuando en el campamento de Dos Ríos sonaron los primeros disparos no fue remiso a montar el caballo blanco -regalo de José Maceo- y lanzarse al combate donde tres balas hicieron pronto blanco en el cuerpo del hijo de Leonor y de Mariano. Así cayó el 19 de mayo de 1895. Vivió como los buenos y como bueno murió, frente al sol, como lo pidiera en sus versos, frente al sol que iba a ocultarse poco después cual si también quisiera llorar la gran tragedia.

Yo quiero cuando me muera,

Sin patria, pero sin amo,

Tener en mi losa un ramo

De flores y una bandera.

Amante declarado de la naturaleza supo Martí detenerse en medio de un camino para extasiarse ante la belleza de una flor, para apreciar el vuelo de un insecto o el canto de las olas al romper en la costa. Supo apreciar todo esto y describirlo después en prosa que no tiene parangón en nuestro idioma. De este amor a las bellezas de la Creación surgió su petición -de la que queda constancia en estos versos- de tener junto al lugar del eterno reposo un ramo de flores. Quiso tener también los colores brillantes de su bandera para que la enseña azul y blanca velase su último sueño. Murió sin amo y siempre tendrá una patria. No importa que de vez en cuando parezca que Cuba olvida su camino y que sus hijos no recuerdan la prédica martiana. Los países que dan hijos como José Martí son merecedores de muy altos destinos. Y Cuba logrará el suyo sin que sea preciso para ello turbar la paz serena de aquel que quiso tener en el lugar en que descansan sus huesos, la belleza de unas flores y el color de su bandera.

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