DESPUÉS DE UCRANIA, ¿QUIÉN? ¿FINLANDIA? ¿SUECIA?

Written by Adalberto Sardiñas

16 de marzo de 2022

Ante los ojos del mundo, abierta y desafiantemente, la Rusia de Vladimir Putin, injustificadamente, ha invadido, y destrozado, a una nación soberana, a la que él siempre le negó ese derecho, reclamándola como una provincia rusa por antecedentes históricos. Pero esa nación, que es Ucrania, hoy heroicamente inmolada, y la víctima del barbarismo cruel de un déspota inescrupuloso y sanguinario, que procura, por todos los medios, someter a sus vecinos en su desesperado empeño de restablecer la coyunda de la Unión Soviética, se declaró independiente con el derrumbe de aquella fatídica organización, y ha vivido, como estado libre y soberano, desde entonces, con un sistema de gobierno democrático con el apoyo de sus ciudadanos. Y entre sus prerrogativas, Ucrania, buscando una obvia protección contra Rusia, un vecino peligrosamente agresivo, ha solicitado su ingreso en la OTAN, cosa que enfureció a Vladimir Putin por ir frontalmente contra sus intenciones expansionistas.

  Sin otra razón, provocación, ni justificación, Vladimir Putin amasó una enorme fuerza militar de más de 200,000 tropas, bien apertrechadas, y con esa enorme superioridad, en hombres y armamentos, después de negar sus intenciones en numerosas ocasiones, invadió a Ucrania provocando un clamor universal de repudio por la naturaleza ilegal y criminal de su agresión.

  Pero eso fue ayer. Lo que cuenta y estremece al mundo hoy, es la barbarie, el ensañamiento criminal, la total destrucción, el desplazamiento de 2 millones de ucranianos, de familias separadas, de las violaciones a mujeres, y todas las atrocidades imaginables, por un ejército cargado de odio bajo las órdenes de un gobernante déspota, que, sentado sobre un abundante arsenal nuclear, chantajea al mundo con la amenaza de un final apocalíptico. Desde los días de la Segunda Guerra mundial, no veía Europa un escenario tan atrozmente inhumano.

  Mientras escribo esta columna, llegamos al día 14 de esta arbitraria invasión. De los ucranianos, de su presidente, y su gobierno, no se puede pedir más. Lo están dando todo. Son más que héroes. Son un ejemplo para los países libres y para la democracia. Es, en verdad, una pena, y hasta pudiéramos decir, una vergüenza, que, arguyendo argumentos simplistas, hasta cobardes, no se les haya dado una ayuda militar más amplia y más pronta, mientras que los misiles enemigos destruían y mataban a mansalva, a pesar de la feroz resistencia del ejercito y la ciudadanía ucraniana.

  Y ante esta aterradora realidad, ¿qué han hecho la OTAN, el mundo occidental, y su líder Estados Unidos?  Brindar ayuda militar desde un promontorio seguro, sin tomar riesgos, para no antagonizar a Putin, y aplicar severas sanciones que. en este caso sin duda, serán efectivas, pero tomarán tiempo para hacerse sentir a plenitud. Mientras tanto, la destrucción de Ucrania continúa bajo los incesantes bombardeos rusos, a la par que la creciente preocupación, e inquietud, de sus vecinos. ¿Quién será el próximo en la lista de Putin? Si le dejamos, tendrá el privilegio de escoger entre una docena de sus vecinos.

  Es cierto que la agresión desmesurada de Rusia pone a la alianza occidental, en la cuerda floja. Por un lado, no está abligada, por ningún acuerdo, a defender a Ucrania de esta agresión. No pertenece a la Unión Europea, ni a la OTAN. Por el otro, existe un alto compromiso moral, de solidaridad humana, ineludible, en la defensa de la democracia y la libertad, que no debe ignorarse, so pena de caer en la irrelevancia.  Ante esta disyuntiva, que es vital para millones de seres humanos, y por extensión, la potencial sobrevivencia de la soberanía y la libertad de Europa, qué se debe hacer. ¿Qué deben hacer Estados Unidos y la OTAN, como lógicos garantes de esos dos soberanos derechos inalienables?

  Empecemos por reconocer, como una nueva realidad, que el mundo ha cambiado. Con la invasión de Ucrania por Rusia, el 24 de febrero, las cosas no serán igual. A la Humanidad, en el concepto generalizado, le espera un mundo más frágil, menos seguro, y con una posible amenaza de chantaje nuclear permanente, representada por regímenes totalitarios y peligrosos, como Rusia, China, Irán, y otros que pudieran surgir de la locura de la proliferación nuclear.

  Durante el conflicto bélico en curso, Rusia ha amenazado ya a varios países fronterizos con Ucrania, todos pertenecientes a la OTAN, de no intervenir en modo alguno, directa o indirectamente, en la ayuda a ésta, porque eso les traería graves consecuencias. Esta advertencia la podríamos tomar como el preludio de una turbulenta conducta futura en las relaciones de los países libres con tiranías despóticas, irrespetuosas de las leyes internacionales, que ven, en la aplicación del terrorismo nuclear, el medio de subvertirlos a sus intereses.

  El Mundo Libre, o los países que lo componen, para seguir siendo lo que son, tienen, a mi entender, dos opciones para confrontar el reto:

(1)  Decidirse a frenar a Putin, asumiendo el peligro que demanden la circunstancias, y por los medios necesarios, pacíficos y diplomáticos, de preferencia, o violentos, si fuera necesario, pero, en algún lugar del camino, su violencia agresiva criminal debe ser confrontada.

(2)  Adoptar una política de larga paciencia, de fuego lento, basada en extremas sanciones que, a la larga, resquebrajen la economía rusa a tal magnitud, que Putin no pueda mantener su régimen y sea suplantado por fuerzas internas civiles o militares. Éste, probablemente, sea el aborde preferido por la administración de Joe Biden, que ha mostrado una notable reticencia a irritar al dictador ruso.

 Cualquiera de estas opciones, son válidas y viables, pero necesitan ser puestas en práctica si queremos frenar el terrorismo nuclear que representa Vladimir Putin.

  En los 14 días de este teatro sangriento, totalmente injustificado, ha quedado claro que Vladimir Putin cometió un enorme error de cálculo. Estimó que Ucrania sería ocupada en un tiempo máximo de 72 horas, y lo peor, que los ucranianos no ofrecerían la feroz y tenaz resistencia que hoy es un épico ejemplo para el mundo. También se equivocó al confiar en la destreza y habilidades de sus fuerzas armadas que han sido paralizadas por el ejército y la ciudadanía ucraniana. Convoyes de cientos de tanques y artillería de misiles no han podido avanzar por los últimos diez días, por cuestiones de abastecimiento y dificultades logísticas. En medio de tantas frustraciones, Putin decidió ordenar el bombardeo indiscriminado de las poblaciones civiles, con la condenación de la opinión pública global, incluyendo la totalidad de organismos internacionales.

  Pero Ucrania, ni ha cedido, y mucho menos se ha rendido. La guerra, que Putin pretendió ganar en 3 días, ya cumplió 14. ¡Y la ha perdido! No importa el resultado final, Vladimir Putin, ante los ojos de la comunidad global, ha perdido la guerra.

   Y la ha perdido también en otros importantes capítulos. Fortaleció, más que antes, a la Unión Europea. Reafirmó la unidad de la OTAN. Convirtió a Rusia en una nación paria, aislada, como país agresor, además de dañarla económicamente, y le mostró a Xi Jinping, una cohesión occidental firme, que no le haría fácil una intentona forzosa para tomar Taiwán. Todo le ha salido mal a Putin en su invasión a Ucrania. ¡Todo!

  El último capítulo sobre la invasión rusa a Ucrania está por escribirse, y aunque quizás tome algún tiempo, pudiera incluir la caída de Putin como mandatario, por el monstruoso error cometido, y por los crímenes de guerra, y de lesa humanidad, perpetrados por el ejército bajo su mando.

BALCÓN AL MUNDO

Debido a la tremenda presión política y popular, Joe Biden decidió suspender la compra de petróleo a Rusia. Muy bien. Un poco tarde, pero bien, lo hizo. Debió haberlo hecho desde el principio de la invasión. Pero, como dice el refrán, es mejor tarde que nunca.

Inmediatamente, después del anuncio, empezó a culpar el alto precio de la gasolina a Rusia. No es cierto. El precio ha venido escalando por semanas, debido a su imprudente política energética, empeñada en destruir la industria petrolera, empecinado en la loca obsesión del cambio climático. Ahora, anda corriendo, implorándole a los saudís y a los emiratos, y en el último acto de humillación, a Venezuela, que, por favor, le vendan el petróleo que antes obtenía de Rusia. Todo un aspaviento innecesario. El país puede producir, en corto tiempo, mucho más que lo que le comprábamos a Rusia, sin los acosos y las trabas que le impuso Biden.

Dos años atrás producíamos cerca de 13 millones de barriles diarios y hasta exportábamos petróleo. Éramos el productor número uno en el mundo. Y el precio de la gasolina era razonable.

El presidente Biden debería explicarle al consumidor americano, por qué ese desproporcionado aumento en la gasolina, bajo su breve mandato de sólo un año.

Lo de Rusia empezó ayer. La inflación, en general, la trajo usted, Sr. presidente, con sus muchas medidas erróneas desde que llegó a la Casa Blanca.

  *****

La invasión de Ucrania ha destacado con caracteres alarmantes, la dependencia europea de Rusia en asuntos de energía. El año pasado Europa consumió el 40% de gas natural proveniente de Rusia, y una elevada cantidad de petróleo también.

Como consecuencia de la guerra, la Unión Europea, ciertamente preocupada, dice que planea almacenar gas natural y petróleo con el fin de cortar el suministro ruso en un 60% para el final de año.

¡Inteligentes estos europeos, siempre reaccionando desde la retaguardia!

¿Es que Rusia les parecía tan leal y confiable, tan amigable y fiel, como para depender, casi enteramente de ella, para su suministro energético llegado un momento de crisis?

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