Nancy Pelosi, “Speaker of the House”, ha emprendido una temeraria gira por Asia, que incluye, entre otros países, a Corea del Sur, Singapur y Japón, pero agregó, a este importante tour, a la libérrima isla de Taiwán, y la inclusión de esta pequeña nación con 24 millones de habitantes ha causado furor en la china continental y temerosas palpitaciones en la sensibilidad de Joe Biden.
Desde el principio del anunció, el presidente Biden mostró su oposición a la inclusión de Taipéi al periplo de Nancy Pelosi, arguyendo lo inoportuno del momento, por las tensas relaciones existentes entre esta nación y China. De inmediato, habló por más de dos horas con el dictador Xi Jinping, tratando de suavizarlo, de convencerlo, de que la “Speaker” de la Cámara, no era ciertamente una provocación, y mucho menos un peligro. Para Joe Biden hubiera sido preferible esperar tiempos mejores; pero la Sra. Pelosi, que es notoriamente determinada, aunque no siempre al lado de las mejores causas, aunque en esta ocasión sí lo está, decidió emprender su ya famoso peregrinaje contra los deseos de su presidente y las rabietas del mandarín chino.
Cuando escribo este artículo, Es la primera visita a la isla de un Speaker de la Cámara de Representantes de Estados Unidos en 25 años.
En el tema de China, Nancy Pelosi ha tenido, siempre, una conducta clara y firme. Entiende que China es una dictadura comunista, con ambiciones expansionistas, abusiva, y enemiga de nuestro sistema y de nuestro país.
Temprano en su carrera política, Nancy Pelosi, en 1991, se fue a Beijing, a la Plaza de Tianamen, a demostrar contra la masacre que el gobierno comunista chino perpetró contra miles de estudiantes, dos años antes, en 1989, en esa misma plaza. Fue detenida y amonestada. Pero la protesta quedó marcada. Como la visita a Taiwán quedará grabada como un desafío frontal al despotismo autocrático de Jinping y un robusto mensaje de solidaridad con la pequeña isla libre de Taiwán.
No son de extrañar las vociferadas amenazas que el gobierno chino expande, día y noche, por todos sus medios de propaganda. No es que la Sra. Pelosi represente una amenaza. Lo que les preocupa es el mensaje. La visita implica el apoyo inequívoco que Taiwán necesita, no de vez en cuando, sino permanentemente. Una posición de firmeza de la nación más poderosa del planeta en defensa de un pequeño país aliado. Una confirmación de la respuesta que le estamos dando a Rusia ante su invasión a Ucrania.
La visita de Nancy Pelosi a Taiwán, como decimos en el párrafo anterior, no es una amenaza. Es un símbolo de nuestro compromiso en la defensa de esa pequeña nación democrática y soberana.
Así debe verla el mundo, y no con la pupila maliciosa y distorsionada que la expone la dictadura china. Y debe entenderse, de una vez por toda, que esa pretendida ilusión china, de que Taiwán es una provincia rebelde, que pertenece al territorio continental, es una falacia total. Taiwán es una nación independiente. Lo ha sido por 73 años, y no quiere ser parte, ni estar bajo la égida, de una dictadura despótica como la que gobierna en Beijing, aunque los imperativos geopolíticos lo quieran ver de otra manera.
Por supuesto que la visita de la presidenta de la Cámara a Taipéi, ha sido centro de variadas opiniones, pro y contra. No podía ser de otra manera. Una de esas opiniones fue la del presidente Biden, que, contra viento y marea, trató de disuadir a la Sra. Pelosi de su propósito, llegando a afirmar, en público, que el Pentágono estimaba que el momento para la visita era erróneo. Y entonces, ¿cuál sería el momento correcto en la opinión del presidente? En realidad, lo erróneo fue el comentario del presidente en ese momento, dando a los chinos nuevos bríos para demandar la suspensión de la visita.
Es de esperar que los chinos emprendan un número de represalias como respuesta a lo que ellos consideran, falsamente, una ofensa a su soberanía. Es posible que China aumente su cooperación con Rusia en su agresión a Ucrania proveyéndoles ayuda militar o económica. También es lógico esperar más provocaciones chinas en el sur de Asia, o más abiertas penetraciones en América Latina, o quizás, tratar de tomar las islas Quemoy y Matsu, controladas por Taiwán, que motivó una crisis geopolítica en los años 1950s.
En fin, a China, no le faltan, ni la perversidad, ni los medios, ni los blancos, para manifestar su agravio por la presencia de Nancy Pelosi en Taiwán.
Por otro lado, Xi Jinping, que no es un mal calculador, sabe que tiene varios escollos en su presente, y futuro cercano, que le impedirían tomar riesgos más allá de lo necesario.
Xi Jinping espera ser premiado con un tercer término en la presidencia por el Partido Comunista en este otoño, y es concebible, que prefiera esperar calmadamente, sin mucha algarabía, para ese logro. También le preocupa la sombra de una economía que se debilita, y una burbuja en el sector de bienes raíces a punto de explotar con decenas de billones en riesgo y una población impaciente por las estrictas cuarentenas impuestas debido al Covid.
Pero es posible que Xi se sienta, por obligación política, para salvar la cara, forzado a tomar algunas medidas de represalia contra Estados Unidos o sus aliados, por el abierto desafío que le ha planteado la “Speaker of the House” con su visita a Taiwán. Esto es una incógnita que gravita sobre el tapete político a nivel global, y demuestra, enfáticamente, la importancia, y peligrosidad, de la situación en el Este de Asia, donde China ambiciona un absoluto control,
El tema de Taiwán, siempre presente, ha tomado nueva fuerza relevante, si esto fuera posible, destacando un escenario álgido que envuelve, directamente a las dos grandes potencias del momento.
Existía un mutuo entendimiento entre Washington y Beijing, por el cual China esperaría por una reunificación pacífica, mientras que, Estados Unidos, reconocería el concepto de ONE China. Este status quo se mantuvo por el último medio siglo, ha dejado de existir. Ahora Xi Jinping quiere unificar China, es decir, incluir a Taiwán como parte de esa unificación, por cualquier medio posible, incluyendo la fuerza militar. Algo así como el escenario presente en Ucrania.
Ante este panorama, Estados Unidos, como lo ha hecho recientemente el presidente Biden, tiene que ratificar, repetidamente, para evitar dudas, su determinación en la defensa de Taiwán.
La situación de Taiwán ha cambiado. Ha tomado tonos de emergencia. Xi Jinping ha decidido acelerar el proceso de reunificación por cualquier medio.
Si Washington insiste, ciegamente, en que nuestra política hacia China referente a Taiwán, no ha cambiado, está viviendo en un mundo irreal. Los chinos han dictado un nuevo curso y la política americana hacia China y Taiwán tiene que cambiar para enfrentar los nuevos retos que, inevitablemente ya se están forjando.
La situación no es igual. La han cambiado el Partido Comunista chino y su líder Xi Jinping.
Ahora le toca a Washington.
La justicia tarda, pero llega. Y al fin, aunque con un atraso de 22 años, despachó al otro mundo al líder terrorista de al Qaeda, Ayman al Zawahiri, de alguna forma responsable por los actos terroristas del 9/11, el más luctuoso en la historia americana.
Un pequeño drone, producto de la más alta tecnología, completó el trabajo. Este acto debería ser una advertencia para dictadores autocráticos, capos de los carteles de la droga, líderes terroristas y otros delincuentes internacionales.
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António Guterres, secretario general de la ONU, alarmado por las astronómicas ganancias de las empresas petroleras, en un discurso enteramente populista, pide a los gobiernos que impongan impuestos elevados a dichas empresas como castigo por tener tantas ganancias a costa de los consumidores.
El Sr. Guterres, por ignorancia, o diseño, está despistado. El precio de la gasolina está determinado por el costo del crudo. Y la ganancia es el resultado directo de la capacidad de refinamiento que ahora es substancial por el desbalance entre el consumo y la demanda.
El precio bajará cuando la producción doméstica aumente a los niveles existentes dos o tres años en el pasado. Ese aumento ya ha comenzado. Y los precios seguirán bajando gradualmente.
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Murió el pasado martes, en su residencia de Pacific Palisades, un suburbio exclusivo de Los Ángeles, quizás el mejor narrador de beisbol de todos los tiempos. Vin Scully, a los 94 años.
Trabajó para los Dodgers, sólo para los Dodgers, por 67 años. Tenía, entre otras muchas virtudes, un enorme respeto por la integridad y la independencia, criticando, en ocasiones, a peloteros, managers, y hasta incluso a la gerencia, con discreción, pero con firmeza. Siempre contó con la simpatía de la fanaticada en todos los estados de la nación y con el apoyo de la familia O’Malley, propietaria de la organización.
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