POR JOSÉ “CHAMBY” CAMPOS
Cada año cuando regresaba en el otoño a presenciar los partidos de football de la Universidad de Miami no dejaba de maravillarme y a la misma vez de entristecerme frente a la presencia del majestuoso Orange Bowl.
Si una estructura había sido una constante en nuestra ciudad floridana a pesar de su deterioro y abandono por parte del sistema político, era la figura imponente que se levantaba allá entre la tercera y la séptima calle y la 14 y la 16 avenida del “Norgüest”. No existía un mapa, una postal turística, o una fotografía de la ciudad de Miami que no llevara la imagen del querido coloso.
Lugar donde tantos de nuestros padres, cuando tenían un pequeño rato libre, ya que trabajaban sin cesar, nos llevaban a jugar el deporte con que ellos habían crecido y querían que nosotros también practicáramos. Irónicamente fue allí donde comenzó a interesarnos otro deporte, el que se jugaba adentro del estadio y el que eventualmente se convertiría en nuestra próxima pasión, el football americano.
Para ellos y para el resto de nuestros familiares, este sitio también tuvo un gran significado. Como mencionara anteriormente era tiempo de recreo, si acaso existía, con sus hijos; pero fue ahí donde el entonces presidente John F. Kennedy recibió a los héroes de La Brigada 2506 cuando regresaron de las cárceles castristas y les prometió una patria libre a todos los cubanos.
Desafortunadamente fue asesinado y en el intervalo, todos nuestros padres envejecieron más otros miles han fallecido sin poder ver esa promesa hecha realidad. Al igual que ellos, el Orange Bowl envejeció y tristemente las burocracias políticas no lo cuidaron debidamente y se deterioró.
El famoso coliseo fue testigo de cientos y cientos de encuentros de football; desde las escuelas secundarias, pasando por las universidades hasta llegar a los ámbitos profesionales. Muchísimas luminarias del deporte en cada uno de los tres niveles antes mencionado; como Ted Hendricks, Andre Johnson y Rafael Ortega; primer cubano en haber jugado en la Liga Nacional de Football, brillaron en su terreno.
Los High Schools Miami High y Coral Gables se coronaron campeones nacionales siendo anfitriones allí. La Universidad de Miami conquistó 5 campeonatos nacionales en ese suelo y en el proceso implantó una marca de 58 victorias consecutivas en casa.
Los Miami Dolphins nacieron y más tarde se convirtieron en el único equipo invicto en una temporada en la historia de todo el football americano. Al igual que la Universidad de Miami ellos también impusieron una marca al lograr 28 victorias consecutivas en casa y esta hazaña la lograron antes de mudarse al norte del condado.
Todo esto, más los partidos de Super Bowl. Desde la predicción de Joe Namath diciendo que vencerían a Baltimore; las inolvidables batallas de Dallas y Pittsburgh; los clásicos de primero de año, (quién no recuerda a Miami derrotando a Nebraska en un electrizante duelo que no se decidió hasta la última jugada), son pruebas de que no existe ningún campo futbolístico en Estados Unidos con la tradición y la mística del famoso “Tazón de la Naranja”.
Con cada visita su magia era más extraordinaria; era regresar a mis primeros años en esta ciudad, era volver a disfrutar un partido de béisbol en el Miami Field, terreno localizado en la parte suroeste; allí donde vi batear a Panchón Herrera y vi lanzar a José Ramón López.
Regresar era volver a jugar football en sus áreas de parqueo, donde cada sábado, decenas de mis contemporáneos nos reuníamos y competíamos hasta que el agotamiento físico nos vencía. Se decía que la intensidad y la pasión de esas competencias era mayor que la de los juegos que se llevaban a cabo en el terreno oficial.
Retornar al Orange Bowl era volver a participar en un juego de baloncesto en sus canchas de la esquina sureste. Los Kiwanis de la Pequeña Habana comenzaron sus clínicas y campeonatos en ese lugar. Muchísimos entusiastas del deporte demostraron sus talentos allí. El antiguo alcalde de Miami, Xavier Suárez, y el actor Andy García por mencionar algunos, son testigos de esas experiencias.
Sin el prestigio que en otros tiempos gozaba y sin el apoyo de las grandes empresas y políticos locales que valoraban lo que esa construcción había significado para Miami a través de los años, llegó a su fin.
En el año 2007, La Universidad de Miami bajo la presidencia de Donna Shalala, con el visto bueno de la junta directiva de dicho plantel, dejaron detrás las facilidades de la Pequeña Habana y se marcharon al terreno de Los Dolphins; con esa acción abandonaron una tradición que comenzó en año 1937. Este fue el puntillazo que ponía fin a una parte de la historia de Miami.
Más tarde, la misma ciudad que contribuyó a la demolición de aquella joya; aprobó los fondos para la construcción de un moderno complejo de pelota. Tristemente en dicho espacio casi no existe referencia alguna sobre su antiguo inquilino.
Ahora a pesar del paso del tiempo, cada vez que voy a trabajar o simplemente presenciar un encuentro de béisbol en los predios de Los Marlins de Miami; no puedo dejar de recordar al majestuoso Orange Bowl.
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