De Girón a la Crisis de los Cohetes: La segunda derrota

Written by Enrique Ros*

16 de abril de 2024

En este libro se narra el increíble comportamiento y manejo de la situación 

creada por la militarización soviética de Cuba que culminó con la instalación de los misiles de mediano alcance. El autor señala con el dedo acusador a los hermanos Kennedy y destruye el mito falsamente creado por los apologistas. Ros pone al desnudo ese mito y leyenda, para que se conozca la angustiosa y 

sangrante realidad.

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En agosto 24, fuentes de inteligencia del gobierno informaron que habían llegado 3,000 a 5,000 especialistas soviéticos y que cerca de las dos terceras partes de ellos eran técnicos militares. También reportaban el arribo de cohetes similares a los proyectiles antiaéreos norteamericanos NIKE; equipos de transporte, comunicación y electrónicos. Pero en agosto 28, en una conferencia de prensa, Kennedy afirmó que “no tenemos evidencia de que existan tropas rusas allí ”… Más tarde agregó dirigiéndose a un periodista:

“No sé quien le dijo a usted en el Departamento de Estado que “ellos”, (los soviéticos), van a operar cohetes NIKE ya que nosotros no tenemos hoy esa información”. 

Las críticas a Kennedy seguían llegando de todas las esquinas. Pocos días después, era su amigo de varios años, militante de su propio partido y estrecho colaborador, el Senador George A. Smathers de la Florida quien pedía públicamente la invasión a Cuba. También la demandó el Senador Strom Thurmond, de Carolina del Sur, afirmando que ¨lo más que ésta se pospusiera, lo más difícil será efectuarla¨.16 Kennedy lo comprendía, pero no le resultaba conveniente traer el tema cubano a un primer plano. Era, políticamente, prematuro. Debe esperar su momento.

Los políticos hablaban sobre Cuba, culpando al gobierno de tolerar una dictadura comunista a 90 millas de la Costa de la Florida. La oposición atacando al gobierno. Dos años atrás era Kennedy el que atacaba, porque no estaba en el poder. Hoy, Kennedy ridiculizaba al Senador Capehard, por abogar por una inmediata invasión a Cuba.

El Congreso había terminado sus sesiones el sábado 9 de Octubre en la tarde, la más extensa sesión desde la Guerra de Corea.

Concluyendo la sesión, el Senador Keating volvió a dar la voz de alarma al decir que sus propias fuentes de información, ¨que habían sido 100% confiables¨, habían sustanciado un informe de que seis bases de cohetes de alcance intermedio estaban en construcción en Cuba. Keating emplazó a la Administración de Kennedy a confirmar o negar estos reportes. A las tres de la tarde de ese domingo 14 de Octubre, McGeorge Bundy, Asistente Presidencial en Seguridad Nacional, era entrevistado por la ABC. A la pregunta obligada, Bundy respondió que no existía evidencia y que él consideraba muy improbable que los cubanos y el gobierno de Cuba y el gobierno soviético pudieran intentar instalar una base de capacidad ofensiva. Fue más allá el Asesor Presidencial:

“Hasta ahora, todo lo que ha sido entregado en Cuba cae dentro de la categoría de asistencia que la Unión Soviética ofrece a estados neutrales como Egipto o Indonesia…esto no va a convertir una isla de seis millones de personas, con cinco o seis mil técnicos y especialistas, en una gran amenaza para los Estados Unidos…eso no crea una amenaza mortal para nosotros”.

Ignoraba el Asesor Presidencial que en los momentos en que hablaba, un avión U-2 de reconocimiento volaba sobre Cuba. Las fotos que tomaba confirmarían la presencia en Cuba de los misiles de alcance intermedio que el Presidente y su asesor se negaban a admitir.

EL SOFISMA DE LAS ARMAS DEFENSIVAS

A pesar del intenso debate originado por la admisión en agosto 24 de la existencia de cohetes en Cuba vuelve el Presidente Kennedy, días más tarde, en Septiembre 13, a afirmar que “sólo armas defensivas han sido enviadas por Rusia a Cuba” (H. Pachter “Colusión Course”).

Los gritos de alarma, aún desde las filas Demócratas, eran cada vez más estruendosos. Pero el Presidente -que recibía los alarmantes mensajes de John McCone, Director de la Agencia Central de Inteligencia, y de las demás agencias de la comunidad de inteligencia- no quería admitir públicamente el peligro que se cernía sobre la nación.

Y no por falta de información o asesoramiento, repetimos, de los más altos funcionarios que tenían esa responsabilidad.

En agosto 22, 1962 McCone informa en detalle al Presidente la llegada a Cuba de personal soviético y el ingreso en territorio cubano de “equipo electrónico para uso contra Cabo Cañaveral y equipo militar, incluyendo cohetes balísticos de mediano alcance”

Esa tarde se produce otra reunión con el Presidente. Esta vez estarán presentes sólo tres personas: el Presidente, el Jefe del Estado Mayor Conjunto, y el Director de la Agencia Central de Inteligencia. Tres cuartas partes de lo tratado sigue estando clasificado hoy, como secreto sensitivo. Se sabe, en lo poco que ha sido publicado, que el Presidente volvió a ser informado de la alarmante situación cubana.

Al día siguiente, con la presencia de Rusk, McNamara, Gilpatrick (Sub-secretario de Defensa); Gral. Maxwell Taylor (Jefe del Pentágono), Bundy (Asistente del Presidente ante el Consejo Nacional de Seguridad) y otros, vuelve el Director de la CIA a informar al Presidente de las instalaciones de proyectiles que se están efectuando en Cuba.

“Como los embarques rusos a Cuba no constituyen una seria amenaza a ninguna parte de este hemisferio”, expresaba Kennedy, “la intervención militar de los Estados Unidos no es en estos momentos requerida ni puede estar justificada”. Aviso en contrario le llegaba al Presidente desde las fuentes más cercanas a su pensamiento. “La creciente relación estrecha entre la Unión Soviética y el régimen del Primer Ministro Castro representa la más seria amenaza a la Doctrina Monroe…”, editorializaba el NYT.

El Director de la Agencia Central de Inteligencia (John A. McCone) en Agosto 10, en una de las regulares sesiones del Grupo de Trabajo que trataba del tema cubano, había reportado sobre el acelerado suministro soviético a Cuba de personal y materiales y que había claras indicaciones de que estaban construyendo sitios para proyectiles.18 Días después, el propio McCone presentó al grupo, el 21 de agosto, un detallado estudio sobre “la reciente asistencia militar soviética a Cuba”, mostrando una cronología de esa asistencia militar. La conclusión, una vez más ignorada por Kennedy, era dramática: “existe una opinión general de que la situación era crítica y requería de la más dinámica acción”.

McGeorge Bundy, hablando con miembros de la Administración, expresó que había una definida interrelación entre Cuba y otros puntos de conflictos como Berlín. Consideraba que un bloqueo a Cuba podría, automáticamente, producir un bloqueo a Berlín; que una acción drástica sobre los emplazamientos de cohetes u otras instalaciones militares de los soviéticos en Cuba podrían traer acciones similares por parte de los rusos con relación a nuestras bases y emplazamientos de cohetes, particularmente en Turquía y el Sur de Italia.

John McCone, el silencioso y enigmático director de la CIA, al insistir, una y otra vez, en que los soviéticos estaban introduciendo en Cuba armamentos militares que eran a todas luces armas ofensivas, se encontraba prácticamente solo entre el grupo de funcionarios de la Administración que querían ignorar las claras evidencias que se les mostraban.

El Senador Keating -infatigable denunciador de la peligrosa situación- había vuelto a dar a conocer en septiembre 5 que, por lo menos 1,200 soldados ¨usando uniformes soviéticos de fatiga¨ habían llegado a Cuba. Los números eran muy superiores.19 Fue entonces que Kennedy admitió, reduciendo la potencia de esos armamentos, que Rusia había llevado a Cuba cohetes “con un alcance de 25 millas similar a los primeros modelos de nuestro NIKE, y barcos torpederos con cohetes guiados de barco a barco, con un radio de acción de 15 millas” (Malcolm E. Smith). Aún en ese momento, el Presidente “insistió” que no había evidencia de ninguna capacidad ofensiva de significación ni en manos cubanas o bajo la dirección soviética. Las armas rusas eran, decía el Presidente Norteamericano, de naturaleza defensiva.

La revista Time hizo una mordaz crítica a la distinción que el mandatario norteamericano quería hacer entre armas ofensivas y defensivas. La diferencia, decía el semanario, dependía “de cómo las armas eran usadas, a quién estaban apuntando y qué móviles existían”; concluía el semanario con este comentario: “Es un amargo hecho que muchos tiranos -incluyendo a Hitler- han construido maquinarias guerreras agresivas mientras clamaban que se armaban tan solo para la defensa”.

Pero el Presidente no escuchaba ni leía. Una vez más repitió que no había evidencia ¨de ninguna fuerza de combate organizada en Cuba procedente de ningún país del bloque soviético¨. Para el joven Presidente los rusos que se encontraban en Cuba eran tan sólo técnicos.

En Moscú, al hablar a editores de periódicos norteamericanos en julio 16 de 1962 Kruschev alardeó de que sus proyectiles podrían hacer blanco en una mosca en el espacio y, luego, ofreció mostrar un documental fílmico de los cohetes soviéticos en el Congreso Mundial sobre el Desarme General y Paz; lo que le fue rechazado.20 Otros cohetes, que serían emplazados más cerca de las costas norteamericanas, comenzarían en unos días su largo camino hacia el Mar Caribe.

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