Curiosidades cubanas. Cuba fue durante 384 años una plaza muy importante para las corridas de toros

Written by Alvaro J. Alvarez

7 de mayo de 2024

Por: Álvaro J. Álvarez

Desde 1514 hasta 1898 las fiestas de toros en Cuba se estuvieron realizando sin interrupción, o sea desde el siglo XVI hasta casi el siglo XX, un año después del hundimiento del Maine en el puerto de La Habana, precisamente el domingo 30 de enero de 1898 el capitán del barco, Charles Sigsbee y un grupo de oficiales fueron invitados a una de aquellas corridas de toros en La Habana, donde el famoso matador español Luis Mazzantini (1856-1926) se presentó ante una multitud rugiente. Se les proporcionó un asiento de primera fila y un destacamento de soldados españoles para su protección, una sabia decisión dada la hostil actitud antiamericana de la multitud. El Maine explotó 16 días después.

El 10 de octubre de 1899 el jefe del Estado Mayor de la Fuerza EE.UU. de ocupación, decretó la prohibición absoluta de las corridas de toros en la Isla.

La primera plaza de toros de que se tiene referencia fue la conocida como el Aserradero y Millo del tío Blas, erigida en La Habana en 1769, ubicada entre las calzadas de Monte y Arsenal, cuyo lugar fue llamado posteriormente “Basurero”, muy cerca a la actual Estación Central de Ferrocarriles.

La segunda plaza de toros se edificó en 1796, en el sitio en que hoy se cruzan las calles Monte y Egido. A esta le siguió, en 1818, la tercera plaza de toros, ubicada al fondo de la posada de Cabrera, esquina a la calle Águila, y otra más, la cuarta, que estuvo en servicio desde 1825 a 1836, frente al famoso café de Marte y Belona, allí donde la Calzada del Monte se entroncaba con la calle Amistad, donde posteriormente se edificó El Capitolio Nacional.

Hasta Regla tuvo su plaza de toros, la quinta construida, que estuvo en servicio desde 1842 a 1855, la misma se irguió detrás de la parroquia de la localidad, quizá con la secreta intención de salvar las almas de quienes tuviesen la desventura de sufrir alguna cornada mortal.

La sexta plaza de toros capitalina se edificó en 1853, la llamada “Plaza de Toros de Belascoaín”, por estar ubicada en Belascoaín, entre Virtudes y Concordia, a un costado de la entonces Casa de la Beneficencia, conocida como “de La Habana”, por su importancia, y que se mantuvo activa hasta que en 1897 un terrible incendio la destruyó. Tenía una capacidad de algo más de 6,000 espectadores.

Se construyó una séptima plaza de toros en La Habana, la de “Carlos III”, también conocida como la de Infanta, ya que era el nombre de la calle donde se construyó en 1885, y que, junto a la segunda de Regla, se mantuvo activa hasta 1898.

Las obras de la citada plaza de toros de “Carlos III”, comenzaron el día 15 de mayo de 1885 en la calzada llamada de la Infanta, esquina al paseo de Carlos III. Los planos del edificio, que era de madera, como la dirección de obras, se encomendaron a los arquitectos Osorio, Ariza y Herrera.

Constaba de tres cuerpos: el primero al tendido o ruedo de 49 metros de diámetro; el segundo a los palcos, 55 de sombra con 6 asientos cada uno y el tercero a las gradas. El número total de  localidades era de 10,000.

Los arquitectos antes de la primera corrida hicieron unas pruebas de peso, calculando el de cada persona en tres veces más de lo que pesa, siendo satisfactorio el resultado. La inauguración fue el día 15 de noviembre de 1885 con una corrida, en la que actuaron Juan Ruiz (Lagartija) y José Martínez Galindo. Luego Lagartija banderilleó al quinto toro.

Por dicha plaza de toros pasaron todas las primeras figuras del momento que, como ocurre en la actualidad, se iban a “hacer las Américas”. En esos tiempos de finales del siglo XIX, las plazas de mayor importancia en América eran: la de La Habana, México, Lima y Montevideo. Entre los mejores toreros estaba el diestro Pedro Aixela “Peroy” que en 1863 trabajó en La Habana en seis corridas.

Otro afamado espada fue el granadino Francisco Sánchez “Frascuelo”, que participó en las corridas de 1884. 

En la temporada de 1886, aparece el distinguido torero guipuzcoano Luis Mazzantini Eguía, llevando de segundo espada a Diego Prieto Barrera “Cuatro dedos”.

Mazzantini se convirtió en el ídolo de la afición, llegando a torear 16 corridas en la temporada 1886-1887, por las que cobró 30,000 duros (150,000 pts), cantidad nunca cobrada hasta entonces por algún torero.

Alcanzó tal notoriedad que: “intimidó con lo más florido de la sociedad cubana, impuso modas y costumbres, así como a selectas marcas de cigarros”. Mazzantini en Cuba, coincidió con la presencia de la célebre actriz francesa Sarah Bernhardt, cuyo encuentro se produjo en el mismo hotel Inglaterra donde ambos se alojaban. Contaban que la excéntrica, temperamental, caprichosa actriz quedó prendada, ipso facto, del apuesto matador y prendió en ella tal entusiasmo por la fiesta nacional española que la llevó a la plaza de toros para ver a su ídolo, luego la apostura, gallardía y entrega del matador Mazzantini hicieron el resto.

El romance entre las dos estrellas cruzó el océano llegando a Europa, donde fue reflejado en los principales periódicos españoles y franceses. La crónica de la corrida a puerta cerrada, que el torero organizó para la actriz, publicada en el diario francés “Le Fígaro”, así como el ostentoso anillo de perlas y brillantes que la Bernhardt lució a su regreso a Francia.

Parece ser que los combates entre el torero y la vedette agotaron de tal modo a Mazzantini que a “la hora de la verdad” fue opacado en la arena por Guerrita, quien también hacía temporada en la plaza capitalina. En 1887 la destacada figura de Guerrita que toreó por única vez y según consta en las reseñas, fue alcanzado por el toro.

La presencia de Mazzantini en Cuba quedó acuñada en una frase popular para definir algo muy difícil o casi imposible de realizar: ¡Hombre, eso no lo consigue ni Mazzantini el torero!

Junto a Mazzantini, también torearon: Francisco Arjona Reyes “Currito”, Julio Aparici Pascual “Fabrilo”, Fernando Gómez “El Gallo”, Manuel Hermosilla, El Mosca, El Marinero, El Platero, Ponce, Los Lavi, Paramio y Ángel Carmona, entre otros. Corridas de toros se celebraron en: La Habana, Cienfuegos, Pinar del Río, Matanzas, Puerto Príncipe (Camagüey) y Santiago de Cuba. 

Sancti Spíritus no era inmune a los toros, la primera corrida se celebró el 1° de julio de 1850 en una plaza provisional, ubicada en los terrenos delimitados por las calles Céspedes, Avenida de los Mártires y Martí, con el torero mexicano José Vázquez y su esposa “La Pepilla”, con Cenobio como picador y un andaluz de apellido López.

En Cuba muchos diestros españoles encontraron gloria y ganaron buen dinero, aunque el 10 de diciembre de 1893 el novillero Francisco Ojeda murió por una cornada en Puerto Príncipe.

En 1910, 1914 y 1915 se introdujeron mociones para permitir las corridas de nuevo pero el Congreso no las aceptó en ninguna de las tres ocasiones.

La última plaza de toros construida fue la de Los Zapotes, en San Miguel del Padrón, se inauguró en 1908 y funcionó hasta 1940. Con un detalle: las banderillas usadas carecían de punta y las espadas eran de madera. O sea, que los actuantes debían ceñirse, exclusivamente, a dar fe de su valor y pericia. Nada más. El toro no sufría, pero se reía.

En 1923 se importaron 6 toros mexicanos pero las autoridades no permitieron el espectáculo. Finalmente, el gobierno concedió permiso, pero con regulaciones, en abril y mayo de 1934 en el Estadio Tropical (13,000 personas) con la actuación de Jaime Noaín y Rafael Ponce “Rafaelillo”, el banderillero “Torquito” se atrevió a colocar un par de banderillas con el beneplácito de los espectadores, pero tuvo que ir frente a un juez, acusado de crueldad animal. 

El 31 de agosto de 1947, otro simulacro de corridas en el Estadio del Cerro, con más de 30,000 asistentes, toros colombianos y los toreros mexicanos Fermín Espinosa “Armillita” y Silverio Pérez. Sin clavar banderillas ni matar toros, porque tenían las puntas redondas o romas.

Según investigadores e historiadores, la desaparición de la cultura del toreo pudo haber sido porque era demasiado española en momentos en que el rechazo hacia la dominación colonial era ya con fuertes aires de guerra. También porque en las plazas de toros era muy evidente el privilegio de que hacían gala la clase dominante política y militar, españolizante y cerrada al intercambio con los cubanos.

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