CUENTO CHUCHERO

Written by Libre Online

13 de diciembre de 2022

Por Eladio Secades (1952)

Ustedes conocen al personaje de esta historia, que no es precisamente una historia cubana, sino chuchera. Tártara de remate. Se trata de Ñico. Tiene apenas 25 años, pero el mismo cariñosamente se llama “el viejo Bareta”. El hijo de Flora. El que las lee. El que las calles viven y La Habana mienta.

 Las dos bandas de la melena, peinadas hacia atrás y unidas en rizos sobre la nuca, el bigote cuidado a punta de navaja producto de una hora ante el espejo. El pantalón de embudo, el saco largo, la camisa abierta con un ángulo estratégico para que se vea la cadenita de oro y la medalla de la Caridad. Porque esa negra lo lleva a él. 

Cuando Ñico Bareta bota al fresco la tela verde y sale a darse vista por el barrio, no es por nada, pero por Dios Santísimo que las tipas de enfrente, la mulata de la accesoría y las ocambas sin novios de los altos que por la tarde se pintan y se asoman al balcón, levantan una clase de cerebro que se acabó… Ñico está chene. Y es un peligro si se inspira y apela al repertorio. ¿Cómo van a resistirse esa pila de satas que no están acostumbradas a que les hablen bonito?

 Pasa una mujer joven, trepidante y pavorosa. Después de diagnosticarla con los ojos, de arriba a abajo y de cadera a cadera, saca la cadena del llavero y, mientras le da vueltas, suspira:

-Usted misma es la socia que yo estaba buscando para meterle mano a la marcha nupcial…

La aludida sigue sin detenerse y sin siquiera mirar, pero a Ñico Bareta no le importa, da un brinco en la acera, enseña en una carcajada de chusma, los dientes picados y comprueba el efecto que el piropo causó a sus amigos:

– ¿Oyeron eso?…

Ñico es candela.

En casa de Ñico Bareta no se ponen de acuerdo sobre el porvenir del muchacho que duerme mucho, come más y no dispara un chícharo. Vive sin gastar un centavo. Va al limpiabotas y ¡pásame el paño, mi sangre!… Llega al café y le pide al acróbata del “lunch”, una lasquita de pierna. Es el tipo de préstame el diario para ver quién ganó en la pelota.

La pobre madre cubana, de esas que son madres, esposas y cocineras, cree que Ñico no encuentra trabajo porque no tiene suerte. El padre español, difiere bastante de ese argumento y piensa que Ñico Bareta no tiene vergüenza. Claro que esa disparidad no le importa al único hijo varón que no altera el programa del berrinche en la lechería, la madrugada a la puerta de la academia de baile, a ver si levanta algo… ¿Qué más da?… A la vieja la tiene mangá.  El viejo es un arrebatado que cree, todavía estamos en el tiempo de España, sus regaños no son regaños, sino descargas. Sus consejos no son consejos, sino tremendos mítines…

No se puede vivir con esa gravedad de esquela de defunción y de artículo de fondo. 

-Yo soy Ñico Bareta en La Habana. 

Ñico Bareta llega dándose tono a una de esas verbenas cubanas en todos los jardines y con tres conjuntos. Las damas por invitación. Entra a la glorieta examinando con gesto de infinito desprecio a los bailadores. Todos se atraviesan. Mira aquel gaito que está sacando agua del pozo ahora van a saber lo que es legislar por los pies. Enfoca a una señora sin compañero que se aburre acurrucada junto a la orquesta, sin preámbulo de cortesía le hace señas desde lejos:

-Princesa, persónese a echar un talón con Ñico Bareta…

Ella se levanta y sale a bailar con el primer hombre que la saca. Tímida confiesa que no es experta, pero en fin hará lo que se pueda. Ñico, sin escucharla, se ha plantado delante de ella. Se cierra el saco, se seca la cara con el pañuelo, saca el peine y se alisa la melena de mota. Y antes de abrazarse a la desconocida, se voltea para decirle al amigo que lo acompaña:

-Vive esto barón…

Unos pasitos lentos para entrar en calor enseguida. Una vuelta furiosa hacia la derecha, la parada, la sonrisa, sacando la lengua, la vuelta de remolino hacia la izquierda y el grito:

– ¡Dime algo!…

El negro del cornetín se arquea hacia arriba, señalando las guirnaldas del techo con el relámpago de níquel del instrumento. Los labios gruesos. Abiertas de par en par las aletas de la nariz, los ojos iluminados de melodías. Los curiosos aplauden al héroe cuando suelta la compañera, la sujeta por la espalda y dando brinquitos, inicia el muy tártaro, un mutis de Rumba. 

¡Este Ñico Bareta se le escapó al diablo!

Ñico Bareta tiene fama de guapo, que tanto halaga a algunos cubanos. La muñeca pesada y el brazo suelto y ha jurado por la vieja Flora que matará como a un perro al hombre que le toque la cara. Los amigos de Ñico Bareta se pasan la vida dándole cobas y llevándoselo para que no vaya a desgraciarse. Lo conocen y saben que le tira la galleta a Sansón… 

Ahí donde ustedes lo ven, siempre relajeando y con la sonrisa en los labios, cuando Ñico se emburra es un peligro. Su familia tiene disgustos con los vecinos y no le dicen nada porque si Ñico se entera, acaba.  Un compañero suyo, sabe que si esta noche va a la academia tendrá problemas y los otros compañeros le aconsejan que no le diga nada a Ñico, que vaya solo. 

-A ti te meten dos galletas y la cosa no pasa de ahí. Ya con Ñico el asunto es más grave, puede hasta buscarse un presidio. 

Ahora Ñico Bareta sigue a una muchacha que acaba de salir de un taller. Trigueña de grandes ojos negros, labios gruesos húmedos y frescos. Está entera. La obrerita va muy seria, pero no puede evitar que su cuerpo de veinte años tenga estremecimientos perturbadores. Hay mujeres que tienen el alma honrada y las caderas escandalosas. Detrás de la prieta va Ñico, con la tela verde, el pelado de mota, el bigote en miniatura. A veces se acerca tanto, que le quema la espalda con el aliento:

-Una sonrisita para el viejo Ñico…

De pronto, una mano como de 

hierro se aferra a la hombrera del saco verde de Ñico. Este se voltea furioso y le dice a un tipo que lo mira con decisión y con mal genio:

– ¿Qué es lo suyo, compadre? …Cuidado no vaya a equivocarse conmigo.

– Cuidado no vaya a equivocarse usted con mi mujer…

Ñico se engalla, da un paso atrás y hace un esfuerzo por contenerse:

– ¿Qué es lo que quiere usted?

– Que desaparezca ahora mismo si no quiere que le parta la cara…

Ñico Bareta le lanza al marido una fuerte mirada entre violenta y despreciativa. Y escapa en la primera esquina. Por la noche llega orgulloso a la lechería del barrio haciéndole el cuento al elemento… ¡Qué clase de bronca!

– ¡Di tú que se metió a la gente!

– ¡Este Ñico Bareta no cree en nadie!

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