Reconociendo la ayuda que en aquel año 1869 recibían los insurrectos cubanos de sus hermanos mexicanos, Carlos Manuel de Céspedes, como Presidente de la República de Cuba en Armas, escribe una carta de agradecimiento el 9 de junio de 1869 a Benito Juárez, que presidía la nación mexicana, junto a cuyas fuerzas habían combatido los cubanos Manuel y Rafael Quesada y tantos otros. Hace mención Céspedes en su carta de la activa labor que en su país estaba realizando el cubano Pedro de Santacilia quien había logrado -pocos historiadores lo han reconocido- que se izase un día determinado la bandera cubana en los puertos de la nación mexicana (Sergio Guerra).
Para aquel gobierno de la metrópoli eran peligrosas las actividades que algunos mexicanos realizaban en la isla. Por eso, -nos lo recuerda Guerra Villaboy- envían a las cárceles de Fernando Poo al hacendado Miguel Embil y a los oficiales del ejército mexicano Coronel Luis Palacios y el Capitán Carlos Zimmerman; y, después, a Ramón Cantú y Domingo Guzmán.
Hablemos de otros valiosos mexicanos.
Felipe Herrero nació en México y perteneció al ejército de ese país obteniendo el grado de capitán, combatiendo a la invasión francesa.
Llegó a Cuba en la expedición del primer viaje del vapor George B. Upton desembarcando por Manatí el 23 de mayo de 1870 a las órdenes de Gaspar Betancourt Guerra integrándose en el Batallón Cazadores de Hatuey en la región de Holguín. Capaz y decidido este combatiente mexicano se desempeñó luego como jefe del estado mayor del General Brigadier José María Aurrecoechea, jefe de la División de Holguín. Pasando posteriormente a jefe del estado mayor del Mayor General Calixto García, por cuya posición fue designado para leerle a las tropas acantonadas en Bijagual el acuerdo de la Cámara de Representantes que disponía la deposición del Presidente Carlos Manuel de Céspedes. El 15 de abril de 1874 el mejicano Felipe Herrero murió en el ataque al ingenio Venecia en la zona de Holguín.
Otro mexicano había llegado también en el Perrit. Era Rafael Bobadilla que habiendo desembarcado en mayo de 1869, era, por su amplia experiencia militar en su país de origen, ya, en agosto, coronel jefe del Tercer Batallón subordinado al Mayor General Ignacio Agramonte cuando éste era el jefe de la División de Camagüey.
Uno de ellos fue José Lino Fernández Coca, nacido en México donde fue miembro del ejército de aquel país alcanzando el grado de coronel.
En diciembre del 68 se encontraba Fernández Coca en Nueva York reclutando hombres que formasen parte de la expedición que a bordo del Perrit llegarían a las costas cubanas.
Recordemos que esta expedición, la segunda comandada por el norteamericano Thomas Jordán, y organizada por Francisco Javier Cisneros, creó una fuerte fricción entre el General Jordán y el Brigadier Julio Grave de Peralta por responsabilizar aquel a Grave de Peralta de no haber protegido las armas desembarcadas.
¿Qué había sucedido? En aquel momento, el capitán del buque decidió retirarse definitivamente sin concluir la descarga. Las armas no descargadas le fueron entregadas a la Junta Central Republicana de Cuba y Puerto Rico en Nueva York al regreso de la nave a aquel puerto. Para entonces, José Lino Fernández Coca y demás expedicionarios habían hecho entrega de la expedición al General en Jefe del Ejército Libertador Manuel de Quesada no sin antes haberse visto obligados a enfrentar tropas españolas dirigidas por el comandante español Mozo Viejo en el Canalito, punto enclavado en la península de El Ramón.
Fernández Coca fue nombrado Jefe del Segundo Batallón de la Primera División de Camagüey, subordinado al Mayor General Ignacio Agramonte. Este valioso mexicano tan poco conocido llegaba, con otros hombres, a auxiliar a los que habían arribado en la expedición del vapor Anna, que desembarcó el 19 de enero de 1870 por la ensenada de Covarrubias entre Nuevas Grandes y Manatí. Es interesante observar que en aquella nueva expedición, la del Anna, llegaban el canadiense William A. Ryan, el puertorriqueño Juan Rius Rivera, James Clansy, Charles Mayer, el capitán Tom Lirrie Nercer, entre otros muchos hombres nacidos fuera de Cuba. El barco traía como capitán al norteamericano Rudolph Sommers.
Luego de haber servido a las órdenes de Ignacio Agramonte, Fernández Coca partió hacia el extranjero en comisión de servicio habiendo alcanzado un alto grado militar.
EL GENERAL JOSÉ
INCLÁN RISCO
Vida complicada, antes y después de incorporarse a la revolución cubana, fue la del mexicano José Inclán Risco, nacido en Puebla en el año 1832. Formó parte del Ejército Mejicano y se destacó en el combate a aquella ciudad librado el 5 de mayo de 1862 contra los invasores franceses.
Años después, con grado de capitán, Inclán cayó prisionero y fue conducido a Francia. Terminada aquella guerra regresó a Méjico y se reincorporó al ejército pero en mayo de 1868, por su carácter sumamente difícil, el Presidente Benito Juárez ordenó procesarlo porque, como militar, había cometido abusos de autoridad. A los 20 días, pendiente del juicio, Inclán se sublevaba contra el gobierno de Juárez. Fue de inmediato detenido en la Sierra de Ajusco y condenado a la pena de muerte. Por sus relaciones familiares logró que se le conmutara la pena bajo el compromiso de que saliera del país.
Por eso, José Inclán Risco llegaba a Cuba en enero de 1869 junto con el también mejicano Gabriel González Galbán. Pronto, ambos hicieron contacto en la Junta Revolucionaria de La Habana. Pasa Inclán a Jagüey Grande, Matanzas, para participar en el alzamiento que se preparaba en esa región pero antes de ponerse en contacto con los revolucionarios fue detenido por las autoridades españolas y conducido a La Habana junto con González Galbán.
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