Cuba hace 90 años

Written by Libre Online

31 de octubre de 2023

Por Herminio Portell Vilá (1955)

A fines de octubre de 1933 parecía que por fin se había encontrado una solución civilizada a la crisis que vivía Cuba. El doctor Fernando Ortiz había logrado convencer al presidente Grau San Martín a sus compañeros de gobierno la conveniencia de regularizar la vida política del país mediante la adopción del Estatuto Orgánico de la República de Cuba. A través del señor Roberto de Guardiola, uno de los dirigentes del ABC. También se relacionaba con esa organización, y mantenía sus contactos de antigüedad con el embajador Mr. Welles. 

No había esos mismos contactos, sin embargo, con los políticos nacionalistas, menocalistas, marianistas, etc. El doctor Ortiz pasaba largas horas en el Palacio Presidencial y podía ver cómo “se jugaba al gobierno” por parte de los integrantes del régimen, divididos entre sí y poniendo de relieve el más feroz individualismo en todo lo que decían y hacían; pero tenía la esperanza de que las cosas cambiarían. 

Las entrevistas del 23 de octubre, en la residencia del doctor Ortiz, a una hora Mr. Welles y luego, más tarde, los señores Guardiola. Ichaso y Mañach, lucían prometedora para una conciliación general. 

Ese mismo día, sin embargo, el comercio habanero había acordado cerrar sus puertas en señal de protesta ante los desórdenes, el terrorismo y la inseguridad reinantes, y en el resto del país la situación era crítica porque no sólo los comunistas desarrollaban su labor de agitación demagógica, sino que la miseria, el desempleo y la crisis de autoridad habían hecho su obra y había muchísimos cubanos quienes, sin ser comunistas; estaban en actitud de protesta y de reclamación de mejores condiciones de vida, susceptibles de ser influenciados hacia manifestaciones de violencia. 

La disciplina del ABC, como la de los nacionalistas, se habían quebrado a medida que se alejaban de La Habana y en algunas poblaciones del Interior reinaban el desorden y la anarquía. La incertidumbre y la alarma se habían reflejado sobre el cobro de los impuestos y los tributos, que había disminuido notablemente sin que hubiese, en realidad, una huelga de contribuyentes, y estaba próximo el momento en que la Tesorería General se vería reducida a los  últimos extremos. 

Los buques de guerra norteamericanos se iban concentrando en aguas de Cuba, como un ominoso recordatorio de otros desembarcos de tropas de los Estados Unidos, hechos en el pasado, a virtud de la Enmienda Platt, cuya inexistencia había declarado el mismo Presidente Grau San Martín que acudía a reuniones con Mr. Welles de intermediarios, para una más de los contradicciones de la política cubana.

Las preocupaciones del secretario de Estado de los Estados Unidos, Mr. Hull, con  Mr. Welles y con su política en Cuba, habían subido de punto con los informes que recibía y con lo que publicaban algunos periódicos norteamericanos, y el día 5 de noviembre se apareció en La Habana, modestamente, con el papel de observador oficioso, el profesor Frank Tannenbaum, el mismo que tuvo el discurso principal en Columbia University cuando otorgaron el título de doctor honoris causa al dictador Castillo Armas, de Guatemala; pero quien entonces, sobre todo por la labor que había desarrollado en México, estaba considerado como un hombre de ideas avanzadas. El profesor Tannenbaum vivía en el antiguo hotel “Roma”, de Zulueta y Teniente Rey, sin ostentación, y no perdió un momento en relacionarse con los elementos más importantes de la vida cubana, de un lado y del otro, para tener noticias de primera mano y.para aconsejar soluciones constructivas.

Ya por entonces el ABC había rechazado el plan propuesto por el doctor Saladrigas y Mr. Welles anotaba complacido que la mayoría del Directorio Estudiantil le pedía al doctor Saladrigas que el ABC les ayudase para efectuar un cambio de gobierno, pero que el ABC se negaba a entrar en tratos con los estudiantes. La realidad era otra de la que aparecía en la información de Mr. Welles a su gobierno. Batista y Mendieta habían convenido en celebrar una entrevista secreta el 25 de octubre y Mr. Welles, por supuesto, estaba al tanto de la misma; pero en la noche de ese mismo día una formidable bomba hizo explosión en el jardín de la casa del coronel Mendieta, en la calle Línea (la cual nadie podía siquiera sospechar entonces que llegaría un día en que, de acuerdo el general Batista y el ingeniero Nogueira, se llamaría «Avenida del general Batista”), sin que afortunadamente causara desgracias personales.

Mr. Welles informaba al State Department, por telegrama de octubre 26, que Batista y Mendieta habían celebrado su anunciada entrevista y que habían convenido “en cooperar para resolver la crisis existente”. Según Mr. Welles, el acuerdo consistía en que el coronel Mendieta asumiese la presidencia de la República, aunque Batista prefería que “el solitario de Cunagua” esperase a las elecciones. Es curioso que en el despacho que estoy citando y junto con las seguridades que daba Mr. Welles en cuanto al entendimiento entre Mendieta, Torriente, Méndez Peñate, etc., con Batista, se decía que Batista perdía influencia en las fuerzas armadas y que cuatro de las cinco guarniciones de La Habana habían acordado sublevarse contra él y contra Grau San Martín, al mando del comandante Rodríguez (¿Pablo?), jefe de Columbia, para poner al ejército bajo las órdenes del teniente coronel Perdomo. Ese mismo día la Unión Nacionalista, el ABC, los marianistas, etc., según Mr. Welles, habían resuelto unirse para apoyar al coronel Mendieta como presidente provisional y para garantizar a Batista y al ejército, en general, sus posiciones.

Según otra versión del diplomático norteamericano, al día siguiente el acuerdo tropezaba con el obstáculo de que Batista quería que el periodista Sergio Carbó fuese ministro de Gobernación y de la Guerra, lo que no aceptaban los demás. Treinta y seis horas más tarde, sin embargo, la solución indicada estaba al borde del fracaso a causa de que el coronel Mendieta se negaba a aceptar la presidencia de la República porque, según Mr. Welles. Mendieta temía “… que Batista no puede controlar al ejército y él mismo se convertiría en prisionero de Batista” (textual). 

En vista de lo que pocos meses después aceptaría Mendieta, estos escrúpulos de entonces son muy significativos; pero no lo es menos que, si es cierto lo que dice Mr. Welles, el 4 de noviembre le visitó el doctor Cosme de la Torriente para informarle de que él y los demás dirigentes de la Unión Nacionalista estaban tan indignados con el coronel Mendieta porque no aceptaba la presidencia de la República en el plan que este había preparado sobre la base de conservar a Batista y a sus compañeros en sus posiciones militares, que se disponían a renunciar como miembros de la Unión Nacionalista y a no apoyar al coronel Mendieta como presidente provisional. No  es posible precisar cuánto había de verdad en el informe trasmitido por Mr. Welles; pero vale la pena indicar que a mediados de enero el doctor Torriente, el coronel Méndez Peñate y los demás nacionalistas formaron gobierno con el coronel Mendieta como presidente provisional, todos apoyados por Batista y sus compañeros de armas, lo que hace pensar o que Mr. Welles, no se informó debidamente, o que cambiaron de opinión.

El 29 de octubre Mr. Welles consideraba liquidado el régimen de Grau San Martín a menos de que se aceptase el plan del doctor Ortiz, al cual Grau San Martín se inclinaba, o el de exaltar al coronel Mendieta a la presidencia de la República. Mr. Welles dejaba caer la noticia de que los soldados coaccionaban a la Standard Oil,  a la Shell y a la Sinclair, así como a los comerciantes e industriales que querían declarar un cierre general, y volvía a su esperanza de que los estudiantes de la Universidad desautorizarían al Directorio Estudiantil y a Grau San Martín. 

Otras alternativas contradictorias se sucedieron en los primeros días de noviembre, sin que Mr. Welles viese realizadas sus predicciones en cuanto a la división entre los estudiantes. Estos no parecían dispuestos a aceptar a Mendieta como presidente provisional y estaban contra él y contra los demás dirigentes de la Unión Nacionalista, el doctor Torriente inclusive. En el campamento de Columbia se habían reunido Batista y varios de los civiles que habían tomado parte en la sublevación del 4 de septiembre, a dos de los cuales, de pasada, Mr. Welles señalaba como cómplices del asesinato del doctor Vázquez Bello, y no habían llegado a acuerdo. 

El 1 de noviembre el embajador norteamericano decía a su gobierno que el doctor Antonio Guiteras era comunista y parecía- inclinarse en favor del doctor Miguel Mariano Gómez como el posible presidente provisional ante la actitud negativa del coronel Mendieta, aunque el Dr. Gómez no creía que pudiera controlar a Batista.

 El 6 de noviembre, horas antes de que estallase el más serio de los movimientos contrarrevolucionarios de aquella época, del cual Mr. Welles estaba enterado porque sus jefes le habían hecho las confidencias del caso, el embajador norteamericano informaba a su cancillería que había gran animosidad entre Batista y Grau San Martín.

El observador oficioso norteamericano, que era Mr. Tannenbaum, en medio de sus gestiones para propiciar una avenencia,  recibió el consejo de que se volviese a su hotel, porque “Cuba necesitaba un baño de sangre  y lo iba a tener”.

 El día 7, por la noche, estuve yo en el Palacio Presidencial, llamado por el Presidente Grau San Martín, quien me ofrecía la representación de Cuba en la VII Conferencia Internacional de Estados Americanos, de Montevideo, y pese a todo lo que decía Mr. Welles, allí estaba Batista, departiendo con todo el mundo, sin que se advirtiese señal alguna de la animosidad que Mr. Welles decía encontrar entre  él y Grau San Martín. 

Los más feos rumores de una sublevación general corrían por toda la ciudad y cuando acepté la encomienda que se  me había ofrecido para representar a Cuba en Montevideo, había pasado la medianoche. A pie atravesé el Parque Central, sin encontrar un solo automóvil de alquiler y a cada paso topándome con grupos que parecían armados. Cuando pasé por la esquina del Cuartel de Dragones, poco después de la una de la madrugada, no dejó de inquietarme el movimiento  que  se advertía  en el mismo, y así también me alarmaron los centinelas que cortaban el paso por las calles de Escobar y Lealtad. 

Casi a las dos de la madrugada me disponía a acostarme cuando me alarmó el ruido de un avión en pleno vuelo, cosa desusada por entonces, a esa hora: ¡era el avión del teniente Barrientos y había comenzado la revolución del 8 de noviembre! Con todos los datos disponibles, no pocos de los cuales he incluido en estos artículos sobre aquellos sucesos, el historiador no puede evitar la conclusión de que todo aquello, que fue un choque sangriento e implacable, mucho peor que el del hotel “Nacional” y con el cual se debilitó el poder civil de manera definitiva, fue un gravísimo error de política. 

Es posible que los que lanzaron a sus partidarios a la lucha hubiesen estado trabajando sinceramente por una solución de paz en los días  que antecedieron a la sublevación; pero hay indicios de que entre ellos había quienes decían una cosa y hacían otra, completamente  distinta. En veinticuatro horas no se organiza una contrarrevolución como aquella y en los papeles de Mr. Welles que están en los archivos diplomáticos en Washington hay pruebas abundantes de que el movimiento se gestaba mientras se hablaba de acuerdos o con Batista o con Grau San Martín; pero el ataque fue contra los dos. Pudo haber tenido éxito si el pueblo habanero hubiese simpatizado con los sublevados; pero mi impresión  personal,  tras muchas horas de recorrido por la ciudad y cerca de los lugares en los que se combatía más duramente, fue la de que la contrarrevolución era impopular y que salvo por ciertos elementos de los intereses creados, fue generalmente mirada con aversión.

Los informes de Mr. Welles al State Department, en relación con la crisis del 8 de noviembre y con su desenlace, pecan de la misma inconsistencia y de la acostumbrada deficiencia de información que pueden señalarse a la mayoría de sus despachos durante la gestión que desarrolló en Cuba. Su telegrama de  noviembre 9 a las diez de la mañana acerca de la evacuación del Cuartel de Dragones y de los almacenes de San Ambrosio para la mal aconsejada y fatal concentración en Atarés, no sólo es inexacto cuando habla de tres mil hombres completamente armados y municionados  en Atarés, y de que toda la Provincia de Matanzas y gran parte de Las Villas se habían unido a la contrarrevolución, sino que da a entender que nadie se oponía en La Habana a la contrarrevolución. 

En otro cablegrama Mr. Welles acusaba al doctor Antonio Guiteras como el autor de un plan para fusilar a los soldados y a los policías que fuesen (encontrados entre los sublevados y de que ese momento sería aprovechado para acabar con los oficiales presos desde el combate del hotel Nacional. Cierto que, en los momentos de furor, a la rendición de Atarés, se cometieron imperdonables excesos, de los que ocurren en todas las guerras civiles y que todo el mundo lamenta después; pero yo puedo asegurar que no hubo tales órdenes de matanzas. 

El 10 de noviembre, a las ocho y quince de la noche, el observador oficioso Frank Tannebaum y yo entramos en el despacho del Presidente Grau San Martín para una entrevista que había sido concertada, y tan pronto como entramos en el despacho, que daba sobre el Parque Zayas, y se encendieron las luces, desde una de los azoteas cercanas dispararon contra las ventanas iluminadas. Tannenbaum y yo nos parapetamos tras las paredes de las esquinas y Grau San Martin fue quien personalmente apagó las luces para que la entrevista continuase  a   obscuras. 

Así hablábamos cuando nos llamó la atención el que de tiempo en tiempo penetrasen en la habitación ráfagas de luz, que parecían partir de un poderoso reflector, en dirección al Parque Central: ¡era la estrella giratoria de la cúpula del Capitolio Nacional que alguien había puesto a funcionar en señal de júbilo por la victoria sobre los contrarrevolucionarios! Presentes Tannenbaum y yo, el Presidente Grau San Martín hizo sonar un timbre y comparecieron su secretario particular, Sr. Durland, y el entonces teniente Pérez Dámera, y a ellos les dijo: “¿Quién ordenó iluminar la  estrella  del Capitolio? ¡Qué apaguen  enseguida ese reflector! Todos los hombres que ha muerto en esas lucha son cubanos y nadie debe regocijarse por la muerte de ninguno de ellos”. No soy “grausista” y nunca lo he sido y a pesar de una vieja amistad con el doctor Grau San Martín, jamás disfruté de su confianza; pero lo que acabo de decir es la verdad histórica y fui testigo de lo ocurrido.

Mr. Welles continuó enviando noticias falsas a su gobierno acerca de la contrarrevolución; pero había fracasado la última de sus esperanzas de retrollevar las cosas al punto donde él las había colocado el 12 de agosto. Su gran designio diplomático había caído en el descrédito, como él mismo; pero su impopularidad era absoluta y perjudicaba a los Estados Unidos en Cuba. 

Tan convencido estaba de su fracaso que el día 13 de noviembre, a la una de la tarde, envió un telegrama al subsecretario de Estado de los Estados Unidos (ya Mr. Hull había emprendido su viaje a Montevideo), en el que pedía que se le reclamase en Washington para una entrevista con el Presidente Roosevelt y que, aprovechando esa oportunidad, se le relevase de su cargo como embajador en La Habana y se enviase a Cuba a Mr. Jefferson Caffery, como se había convenido meses atrás, cuando Mr. Welles se prometía que con su actuación en Cuba se convertiría en la gran figura de la diplomacia norteamericana. 

¡Cuba había sido el Austerlitz; pero también el Waterloo, de aquel improvisado Napoleón de la diplomacia norteamericana! La caída de Machado, impopular, odiado, desacreditado y sin dinero en las arcas públicas, era fácil tarea: ¡lo difícil era el establecimiento de un régimen capaz de reemplazar a Machado sin que naufragasen las aspiraciones democráticas de los cubanos, y Mr. Welles se asignó esa encomienda, con la asesoría de los señores Torriente, Mendieta. Saladrigas, Menocal, etc., y en ese empeño fracasó rotunda y decisivamente! Lo que ahora tenemos, lo que hemos tenido durante estos veintidós años, es el resultado directo de todo aquello. (Escribió Herminio Portell Vilá en 1955).

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