El survey periódico del “World C Wide Handbook», de Dinamarca, reporta estas cifras en relación con la TV del mundo: Alaska: 14.000 aparatos; Argentina: 75.000: Alemania Occidental: 538.899; Alemania Oriental: 60.000; Austria: 3,146; Bélgica: 60,000; Brasil: 200,000; Bulgaria: 500; Canadá: 2.200,000; Colombia: 30,000; Cuba: 200,000; Corea: 600; Checoeslovaquia: 56,790; Dinamarca: 33,954; República Dominicana: 7.000; El Salvador: 7,000; Estados Unidos: 38.500.000; España: 2,000; Francia: 382.435; Filipinas: 9.000; Gran Bretaña: 17.500.000; Guatemala: 10,000; Guam: 1.000; Hawai: 200,000; Holanda: 75.000; Hungría: 4.000; Iraq: 1.000; Italia: 450,000; Irlanda: 2,000; Japón: 244,861; Luxemburgo: 1,050; México: 200.000; Mónaco: 6,000; Marruecos: 5,000; Noruega: 5,000; Polonia: 2,000; Puerto Rico: 80,000; Rusia: 1.300.000; Rumania: 1,000; Sar: 6,000; Suecia: 10.000; Turquía: 2,000; Uruguay: 10,000; Venezuela: 100.000; Yugoslavia: 4,000; Nueva Zelandia: 6,000.
Como se ve, Cuba se mantiene en los 200,000 televisores de que han hecho alarde los magnates durante varios años. Países que adquirieron la TV mucho después que nosotros, nos han sobrepasado o igualado. Detenerse es fracasar. ¿Qué pasa en Cuba con la TV?
Ahora Cuba está en noveno lugar, compartido con Hawai, Brasil y México, por debajo de los Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, la URSS, Italia, Francia, la Alemania Occidental y Japón. La supersaturación llevada a efecto cuando comenzó la TV en nuestra isla y que produjo mundial sorpresa, al colocarnos en el cuarto lugar, no ha permitido otro movimiento que el de los que podríamos llamar televisores flotantes, esto es, la cantidad de televisores que se adquieren a plazo y se devuelven al poco tiempo, por no poder pagar los plazos mensuales o semanales a que obligan los contratos. Hay quien tiene un televisor sólo el primer mes. Cuba es así.
Pero es verdad que existe una gran parte de la población, sobre todo de la clase media, que no ha adquirido aún televisores por entender que la inversión no es útil. En muchas casas hay tocadiscos y no hay televisor. Hay automóviles y lavadoras, pero no televisores. Esto se debe a que nuestra TV ha decidido subestimar el gusto y la mente humanos y la mayoría de los programas que ofrece son insoportables y ofensivos para las personas de cultura media. Tal como están los espectáculos de televisión, en general, no tener un televisor —o no abrirlo— es protegerse.
De cualquier forma, electrónicamente escribiendo, Cuba no se ha quedado a la cola de los demás países. Y es más, dada nuestra pequeñez territorial y nuestra población, podemos ser juzgados todavía como una de las naciones más intrépidas —por no decir temerarias— en el
desarrollo de la televisión. La influencia de ésta sobre los cubanos no es tan fácil medirla, dada la caraterística capacidad de nuestros compatriotas para «defenderse de los paquetes».
Mientrás tanto 46 naciones se han acostumbrado a vivir bajo el signo de la televisión. Más de 50.000,000 (cincuenta millones) de aparatos receptores de TV funcionan en el mundo y dos países más. Portugal y la India (ésta ha declarado oficialmente que avanzará 500 años con la implantación y extensión del maravilloso invento) están esperando contar con una audiencia masiva durante 1957. Delante y detrás de la Cortina de Hierro, la TV se expande con fuerza incontenible.
Es significativo que en la novela del ruso Vladimir Dudintsev —la novela que, habiendo sido escrita durante el fermento de la mendaz y fugaz desestalinización, y constituyendo un formidable alegato contra la burocracia soviética, ha enfurecido al Kremlin y ha soltado la jauría de la crítica oficial contra su autor. «No Sólo de Pan», se menciona la televisión:
«Y tú, cámara de Lopatkin, es en vano que mantengas esa actitud. Es tiempo para nosotros de vivir bien. Podrías comprarte un automóvil y una villa en el campo…»
Y uno de los circunstantes añadió:
—Y un televisor. . .
Alguien contestó: —Sí, un televisor es una buena cosa.
Pero la voz de Lopatkin resonó
rompiendo el silencio que a continuación se produjo:
—No sólo de pan vive el ser humano, si es un verdadero ser humano.
Aquí «pan», como en la respuesta de Cristo a la primera tentación del diablo: «Está escrito, no sólo de pan vive el hombre», simboliza lo material despreocupado del espíritu. La TV, que ha devenido, sin lugar a dudas, el mayor fenómeno social de los años últimos, está siendo empleada como
guillotina de la imaginación, del alma y de la inquietud de los pueblos. Pero no lo está, al menos —ni siquiera como se ve, en Rusia—, haciendo impunemente. Está siendo combatida, descubierta, señalada como un peligro por la gente de espíritu de todos los países. No se combate la televisión en sí, reconocida como lo que es: una de las conquistas más asombrosas del talento y la capacidad creadora del hombre, sino el uso contra ese talento y esa capacidad creadora que hacen de ella los que la manejan. El caso es que en un mundo cerrado por el odio a la libertad y el afán de permanencia en el poder de la genontocracia ultraconservadora, la TV no puede tener otro oficio que el que le han dado: de tapa de zinc o de hierro sobre la verdadera vida de las naciones.
Se le maneja en el sentido peligroso para los pueblos porque del otro filo resultaría peligroso para los gobiernos. ¿No han prohibido en Gran Bretaña y tratan de impedir en los mismos Estados Unidos (ver un artículo de Jack Gould en el “New York Times» del domingo 31 de marzo, titulado «Big Brother») las discusiones sobre problemas políticos y sociales por televisión?
Es de todas formas un lío para los directores y supervisores la TV. Su poder es tanto que ya se le va por encima a la política. Mac Millan, el premier de Inglaterra, fue elegido, entre otras cosas, por su telegenia, porque en las telepantallas británicas —diecisiete millones y medio— «luce a la vez un gentleman y un hombre común». Los políticos están aterrorizados ante el fenómeno de la TV —que, por otra parte, es una registradora implacable de hipocresía y descubre en las caras que difunde hasta la última señal de pecado—. Basta que por ella aparezca alguien de espíritu independiente y que exhiba una personalidad agradable para que los que viven de la popularidad se echen a temblar (los conformistas a la línea de un partido o grupo no satisfacen a la opinión y, menos que a nadie, a la juventud).
Gobierno y Oposición se pusieron de acuerdo en Inglaterra para prohibir por TV las discusiones de problemas que hayan de ser tratados más tarde en el Parlamento. En resumen, la TV, con sus dos filos, es de tal prepotencia, que con ella no se puede jugar. Empecinada como está en servir de instrumento para mantener privilegios e injusticias mediante la creación de una atmósfera de
embrutecimiento popular, se ve obligada, por otra parte, a tomar en cuenta la sed de noticias y de aprendizaje en general que la gente manifiesta cada día más.
Por estólida que sea, la TV no puede dejar de sospechar que cada día le será más difícil contentar al público y que, aún con el bombardeo constante de necedad que realiza dentro de las casas, algo de ella sirve para lo contrario de lo que se propone, esto es, algo de ella, que no puede dominar, en vez de alelar por completo a los que la ven, despierta y pone en un plan de crítica los cerebros humanos. Aunque sólo sea criticando los propios programas de TV —»qué malos están por ésto y por lo otro»— la gente aprende a ejercitar su capacidad discriminativa, sin la cual no vive una democracia, pero con la cual se hunde una dictadura.
Negar el enorme papel de la televisión, no reconocer sus infinitas posibilidades, sería ganarse el descrédito hasta como persona de dos dedos de frente. El futuro pertenece a la televisión. Mal sea para convertirla en persecutora implacable de la humanidad, como en la novela «1984» (en Francia se está usando para descubrir a los ladrones en los grandes comercios; en los Estados Unidos para vigilar las casas de apartamentos y las escuelas, además que para someter a continuo chequeo los movimientos de los presos, ese abuso aterrorizador de condena: en Alemania la utilizan los Departamentos de Regulación del Tránsito para espiar a los automovilistas que cometen faltas, ¡prepotente esbirra la TV); bien sea para hacer de ella una fuente de conocimientos, arte, educación y felicidad para los pueblos.
Hasta ahora en muchos países (en Cuba no), sirve los dos aspectos, el de enemiga y el de amiga (una de cal y otra de arena). Pero el rescate, la exigencia de mejores programas y espectáculos, corresponde a los televidentes.
En Estados Unidos las reclamaciones de las Universidades y de los grupos más alertas han obtenido 25 canales para transmisiones educativas. En Inglaterra la excelente experiencia del Tercer Programa de la Radio.
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