CUANDO LAS ESTRELLAS SE APAGAN.

Written by Libre Online

17 de agosto de 2022

Carmen Miranda y Suzan Ball murieron con muy pocas horas de diferencia, en Hollywood. Dos pérdidas que el público lamenta con lágrimas en los ojos, porque pierde dos estrellas que se habían entregado por entero al noble esfuerzo de hacerse amar. Carmen Miranda iba a cumplir cuarenta y dos años de edad. Suzan Ball, veintidós. Carmen, rica y famosa, rendía sus postreras jornadas antes de retirarse. Suzan murió anhelando situarse en lo más alto de la fama a fuerza de voluntad y vocación.

Por   G. BARRAL (1955)

Fotos de CHARLIE SEIGLIE y de ARCHIVO

Es verdad. Carmen Miranda ha muerto ¡es verdad! Aquella alegre y dinámica mujer menuda y nerviosa que nos visitó hace exactamente un mes, ya no está entre nosotros. ¡Es verdad! Y cuando más esfuerzo hacemos por convencernos de que es verdad, ¡no podemos creerlo!

Dice el cable que murió del corazón. No podía morir de otra cosa. Porque cuanto hacía dentro o fuera de su trabajo escénico, lo hacía poniendo en ello todo su corazón.

Amaba su profesión más que a nada en el mundo. Desde niña, burlando la severa prohibición de su padre y presentándose en un programa de radio, hasta cuatro horas antes de morir, Carmen Miranda no hizo otra cosa que hacerse querer por las multitudes.

Brasil, su patria adoptiva, acogió la gracia de su arte tan pronto debutó. New York, tan desdeñosa con todo lo que le llega de fuera, se rindió a su pintoresca personalidad en cuanto la vio aparecer en el escenario de «Las Calles de París». Hollywood reclamó su presencia y las películas de Carmen Miranda cubrieron el mundo de melodías brasileñas.

Hubo un año que figuró entre los artistas que más dinero ganaron. Más que Bing Crosby y que Gary Cooper, y que Bob Hope, líderes aquel año de los mayores ingresos.

Una gira per Europa para cubrir un espacio libre que la televisión le concedió, la arruinó físicamente. A su llegada a La Habana se quejaba de agotamiento. Entre programa y programa del cabaret «Tropicana», se echaba a descansar en su camarín y se observaba un silencio absoluto para que la artista pudiera conciliar el sueño.

Nada valieron ruegos de su esposo y su madre, que la acompañaron a La Habana, para que se decidiera a observar un reposo absoluto. Tenía una semana libre entre el término de su contrato con los señores Fox y sus compromisos en California, y aceptó una prórroga que la obligó a trabajar hasta horas antes de tomar el avión de regreso.

Como si tuviera la premonición de que iba a morir, Carmen no quiso dar reposo a su cuerpo ni a su espíritu optimista. ¿Por dinero? ¡Era muy rica! Digamos mejor que el ruido de los aplausos la arrebataban, porque le fue fácil renunciar al cine, pero no a las otras actividades escénicas que le permitían vivir su arte en comunión directa con el público y, lo que más le importaba, le permitía escuchar el aplauso atronador, persistente, entusiasta. Su simpatía era espontánea. Su cordialidad naturalísima. Cuanto se relacionaba con su profesión le era fácil, amable. abandonaba el reposo para acceder a una entrevista periodística, y accedía poniendo ella más entusiasmo que el propio periodista.

Fue en La Habana donde por primera vez mostró su cabellera en público, y se bajó de lo alto de sus zapatos pintorescos. Sus contratos en Estados Unidos le prohibían mostrar el pelo en público. Y llegó a creerse por esto que Carmen era calva.

De regreso a Hollywood Jimmy Durante la esperaba para filmar varias películas para la televisión. Ese día habían trabajado intensamente. Hasta dejar terminada la película a las 11 de la noche.

—Al terminar un baile, Carmen perdió el equilibrio y se cayó—explica Jimmy Durante—. Creí que había tropezado simplemente, pero al ayudarla a levantarse noté que no respiraba bien y que estaba como, postrada…

Nunca se había quejado de nada. Su salud había sido perfecta siempre. Al llegar a su casa, cantó y bailó para demostrarle a su esposo, el productor David Sebastian, que se sentía bien. A las tres de la madrugada, le dio Carmen un beso de buenas noches y se retiró a su dormitorio. Pero el señor Sebastian no lograba conciliar el sueño. Le preocupaba aquella caída, en la filmación. Le preocupaba aquella respiración dificultosa. Y a las cuatro se levantó para verla. Y la encontró muerta, tendida en el pasillo que conduce a su cuarto. Se puede decir, que besó a su esposo para morir, porque no alcanzó a llegar a su cama, que el esposo encontró intacta.

La hermana de la actriz, Aurora, que actuó con Carmen en los comienzos de su carrera, pero que se retiró para casarse, rogó por teléfono al señor Sebastian que su hermana fuera llevada a Brasil. El gobierno brasileño envió un avión de sus fuerzas armadas a recoger los restos mortales de Carmen. Y así descansó, en el suelo de su patria adoptiva. De su verdadera patria, porque en Río de Janeiro creció, se educó y se hizo la artista que después conoció, aplaudió y admiró el mundo entero.

Descanse en paz la artista original, la mujer magnífica, que se llamó María do Carao de Cunha y Miranda. Ahora sí sabemos que descansa Carmen Miranda, la amiga cordialísima.

En Hollywood también, horas después de morir Carmen Miranda, expiró la linda Suzan Ball. Su vida fue una lucha continua contra la muerte. Y venció la muerte.

Su belleza le abrió las puertas del cine y el cine le proporcionó una gloria rápida, breve y triste. En una de las primeras películas que hizo, se lastimó una pierna. Del golpe no se repuso nunca, porque las obligaciones fílmicas eran perentorias. Todavía no era una estrella para permitirse el lujo de interrumpir una filmación. Y sobre el golpe apenas curado, vinieron otros golpes. Hasta que los médicos descubrieron que la pierna se había cancerado. Y que era urgente, de vida o muerte, amputar.

Para una mujer bonita, hermosa y a las puertas de la fama, la noticia no podía ser más dolorosa y cruel.

Durante muchas horas. Durante largos días, Suzan, luchando con su miedo, pensó en el trance que el destino la hacia experimentar. Su novio, Dick Long fue el primero en animarla. Lo que importaba era evitar que el cáncer prosperase a lo alto de la pierna. Una vez curada, se casarían.    —¿Serías capaz de casarte con una coja? -Le preguntó Suzan sintiendo en lo más íntimo de su corazón el miedo de una respuesta evasiva, ligeramente vacilante.

Pero Dick estaba muy enamorado. Su amor era de los que no se debilitan por problemas físicos. Y fue rápido, elocuente, definitivo en la respuesta.

–Te quiero Suzan, y nada va a impedir que te ame, por eso te pido que te cases conmigo.

Y se casaron el día 11 de abril del año pasado.

La luna de miel tuvo alternativas maravillosas. Las dulces pláticas propias de los enamorados y el aprendizaje paciente, tenaz, doloroso de la pierna artificial, moldeada antes de serle amputada la suya, para que fuera réplica exacta de ella.

En diciembre, Suzan volvió a trabajar en el cine. Se anunció este regreso como un triunfo de lo que puede la voluntad. Los mismos estudios para los que había trabajado antes, la acogieron con no poca emoción. Y se la vio actuar con una naturalidad maravillosa.

Por ahí está la fotografía que anuncia su regreso a los estudios. Suzan, más linda que nunca, señala su nombre en el pizarrón que contiene los datos de la prueba del vestuario de la película «El Caudillo Rebelde». Fecha, 6 de diciembre de 1954. Su papel es el de la esposa del jefe indio. Caballo Loco, que lo protagoniza Víctor Mature.

La película debió haberse terminado en marzo o abril de este año. El mes pasado los médicos que atendieron a Suzan de un dolor que se le presentó en la espalda, volvieron a diagnosticar «cáncer». Esta vez en el pulmón.

Tenía solamente veintidós años al morir. Y su caso ha conmovido profundamente al indiferente medio artístico de Hollywood. Porque Suzan se había hecho admirar por su voluntad inquebrantable de vivir. Y de vivir en la actividad fecunda, propia de las personas enteras, normales. Pudo alejarse y vivir la sosegada existencia que le reclamaba la pierna perdida. Pero no. Como aquella otra Susan Peters que quedó inútil de las dos piernas en 1947, a consecuencia de un tiro de escopeta que le interesó la columna vertebral, y que volvió a filmar en un sillón de ruedas, Suzan Ball no dio reposo a su cuerpo hasta lograr el dominio de su pierna artificial y saberse útil.

Cuando las estrellas se apagan ¿qué ley física lo determina? ¿Por qué, dos vidas tan disímiles, tan ajenas, acudieron a la cita magnífica con tal puntualidad?

Carmen, con 42 años apenas cumplidos. Suzan, justamente con 20 años menos. La brasileña, dominando con su gracia y su ingenio las multitudes del mundo entero. La americana, soñando con brillar ¡otra vez! en las pantallas. ¿Por qué se apagaron a la vez dos estrellas tan diferentes?

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