Por Eladio Secades. (1950)
Es muy difícil encontrar un criollo que no sabe un poco de inglés. La posibilidad de sorprender con un mínimo de inglés nos asalta en todas partes y la culpa de que se utilicen frases mezcladas entre el español y el inglés es la influencia de los Eastados Unidos. Claro que no lo aprendemos nunca. El mocoso que pega los sellos y lleva los telegramas, es “office-boy”. La joven, hija de padre asturiano y de madre trigueña de frijoles negros y carne asada, cuando se le escapa el ascensor describe un gesto de contrariedad y grita “down”. Con el aire impaciente del que espera en el sagúan, que es el sitio donde se despiden los novios, se orinan los gatos y se roban los bombillos. El ascensor es un curso breve de solemnidad. Todos al entrar a un ascensor nos creemos un poco solemnes. Se habla en voz baja. Los caballeros se descubren y se encogen cuando va una dama. Nadie sabe porque pero las feas en el ascensor son más feas. Las flacas más flacas. Y las viejas más viejas. Siempre hay la sensación de una posible catástrofe si el ascensor se ha llenado. Unos miran el marco con las libras que resiste. Otros por instinto miran al pasajero más gordo. Es como una protesta muda que hace más hondo el silencio del ascensor. Jaula con espejos, donde todas las mujeres parecen esposas legítimas. El verdadero viajero de ascensor debe tener lentes y llevar un diario bajo el brazo. Cultivar el misterio para anunciar el piso a donde va. ¡Tercero! Y salir sonando los zapatos y dejando el aroma negativo de una pipa sin fuego. El ascensor es la aviación doméstica.
Hoy el idioma inglés importante y casi siempre incompleto de la cubana educada en el norte. Se llama cubana educada en el norte la que al regresar qusiera que Belascoaín fuese Broadway.
Guanabacoa, Filadelfia. Jesús María, “down-town”. Y que por arte de magia todas las fondas de chinos se convirtieran en “quick-luchs”. Con esa blancura en todas partes que tienen las cafeterías americanas, los hospitales y La Primera Comunión. Existe la amiga que vive con el estribillo comparativo de “allá en el Norte”. Le fastidia todo lo nuestro. Desde el picúo que cuando le aumentan el sueldo se compra un sortijón con la piedra del año de nacimiento, hasta el padre cubano que después de comer se afloja el cinto y se queda dormido con el radio encendido. Las pantuflas. El sitio donde corre brisa. Y ojalá que no aparezca esta noche el enamorado de la muchachita. Vendrá todo el adelanto que se quiera, pero siempre habrá un padre cubano de andar en camiseta. Con el abanico de cartón, el perro sato y la mecedora vieja. No se olvide que este es el único país del mundo donde al buscar una casa la queremos en la acera de la sombra. Necesitamos la ventana para la murmuración. El patio para las macetas. Allá en el norte no es igual. Y es que allá en el Norte han progresado demasiado para conocer el espanto de la vecina que está aprendiendo solfeo. Y la insistencia del billetero que nos despierta en la mañana del sorteo. Porque nada más queda un pedacito.
No se explica como la cubana que va al norte olvida en un curso en el College lo que aprendió en Cuba en tantos años. Es la descubanización a la primera nevada, de la que manda una fotografía a la familia. Y pega otra en el álbum, que ahora se llama “scrapbook”. Ahí mismo empieza la cubana en el norte, que profesa el beso amistoso y va al cine con Tom, si no Richard. Pero como es una colegiala “smart”, cuando no está ni con Tom ni con Richard, baila muy pegado con Dick que bebe mucho, pero que tiene un tío rico en Arizona. Señorita todavía. Que se devuelve a La Habana injertando en el español que casi se le ha olvidado, palabras del inglés que no ha podido aprender. El súeter acribillado con insignias de “coliches”. Cuarto de soltera con el gallardete de Harvard. La C mayúscula de Cornell. Sueños de “glamour-girl”. Un gorrito de media naranja. Rememoración de allá en el Norte. Yo era muy popular entre los muchachos. Se coge una reseña social y se comprueba que estamos perdiendo la nacionalidad. Nany, Loly, Sussy, Betty. “Whisky and soda”. Ya la bodega no es familiar ni es española. Es el “grocery”. El grupo es “bunch”. La fiesta “party”, el cabaret “night club”, el mozo que sirve, aunque haya nacido en Pontevedra responde al grito de ¨waiter”. Y van desapareciendo aquellas criollas gordas y sinceras, que cuando dejaban de divertirse porque empezaban a asfixiarse. Desaparecían un instante y volvían con el rostro iluminado de alegría y el corsé enbuelto en un periódico.
Hay cubanas que se americanizan por el baile y por la música. Son las educadas en el Norte que nunca han estado en el Norte. Aprenden la letra de los fox y cantan “Siempre en tu corazón” en inglés. El “swing” es saltar la suiza a compás. El “tap” es la versión musical de la muerte de la cucaracha por medio del pisotón enérgico. El “jitter” es la masacre por parejas. La distancia más corta que recuerda la humanidad entre la danza y el puntapié en los fondillos. La mujer debe masculinizarse hata la calistenia. Y el hombre usar un saco largo hasta las rodillas. El “jitter” tiene pretensiones de espectáculo poque lo ejecutan dos y lo aplauden muchos. El hombre deja la compañera y se aleja pero sin soltarse la mano. De repente ella se agacha y se estremece de frío. Lo peor es la mujer educada en el Norte que viene cantando en inglés. La civilización consiste en que muchas mujeres sigan siendo vírgenes, sin parecerlo. Salir con Peter y despedirlo a la puerta de la casa. Sin madre y sin chaperona. Que digan lo que quieran porque una tiene la conciencia tranquila. Allá en el Norte nadie se fija en eso, ni se mete en la vida de los demás. Por eso se ha puesto de moda la chaqueta verde. Y divorciarse muchas veces es la receta honesta y legal para impedir que la primera luna de miel no sea la última. La querida se llama “girl-friend”, y lo que pudo pasar en una noche de tragos y de fiesta no es pecado, sino hospitalidad. Hay la insufrible cuabana educada en el Norte que va a cantarnos el “hit” del año. Un “blue” de esos que requieren juntar las manos sobre el pecho, semicerrar los ojos y mecerse como el que duerme a un niño. Con tiempo de “beguine”. Que es la más cursi de todas las canciones de cuna. La cubana educada en el Norte, con el cambio de gente y de clima, ha emprendido caminos insospechados. Podrá bajar la barriga tomando lecciones por radio. Y podrá aprender romance por correspondencia. El “short” a medio muslo. El café tan flojo que la leche en un dedal. Cambiará el tal “negro” por “my darling”. ¿Quién ha dicho que el matrimonio es una cosa eterna?. La eternidad del amor para algunos es poesía que suele degenerar en esparadrapo. Allá en el Norte hay el cansancio humano de lo mismo y el “alimony”.
Y al pie de la fotografía del personaje se reseña que está pasando un “good-time” en el “honey-moon” con su quinta esposa. El hombre que ha tenido cinco esposas no ha tenido ninguna. Sin comprenderlo ha perdido la categoría de amante para asumir la de coleccionista, es como el filatélico infeliz e insatisfecho que vive en pos de la estampilla que le falta.
El regreso de la cubana educada en el Norte tiene mucho dolor. Es que descubre que no hablamos ni vestimos como ella quisiera. Siente nostalgia de los colegiales amigos. Con sus chaquetas deportivas. Aparece el criollo moderno, sin sombrero, con la guayabera abierta y la medallita de La Caridad colgando sobre los pelos del pecho. Al idilio le dice tranque. A la felicidad “happy”. No se entiende por conquista la mujer que se seduce, sino la tipa que se levanta. Porque le pinté un drama que se acabó. Si traga es barín. Si no traga es una “guillá” que se da muchas patadas. No quiera usted saber dónde. ¡Que va “honey” Allá en el Norte no es igual!.
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