Por Eduardo Montalvo
Esta es la historia de un famoso alpinista que había logrado alcanzar todas las hazañas de su especialidad deportiva y solamente le faltaba una: Escalar el Monte Everest… ¡Pero solo, sin ninguna ayuda!
Él se preparó lo mejor que pudo, planificó y se entrenó arduamente para lograrlo. Llegado el día, él comenzó el ascenso. Todo iba muy bien, según él lo había previsto.
Hacia el final del día, justo antes de que el sol se pusiese, él tuvo un tropiezo, resbaló y comenzó a caer al abismo. La caída le resultaba interminable, parecía que nunca llegaría al fondo. Y, cuando ya se había resignado a morir, súbitamente, algo detuvo su caída. Sucedió que la cuerda que llevaba consigo se enredó en un peñasco y quedó colgando de aquella cuerda.
Llegó la noche y con ella un gélido viento le cortaba la piel y amenazaba su vida. Desesperado, imploró por la ayuda de Dios. Y, cuál no sería su sorpresa cuando, escuchó una potente voz que le dijo: ¿Quieres que te salve?
El escalador, sobresaltado, preguntó: ¿Quién está allí?.
Y, la voz le respondió:¡Soy yo, Dios! Tú me llamaste. ¿Quieres que te salve?.
Después de pensarlo un poco, el alpinista respondió:¡Sí, claro! Sí quiero que me salves.
Entonces, Dios le dijo: Pues bien, mete la mano en tu bolsillo, saca tu navaja y con ella corta la cuerda.
El hombre no podía creer lo que estaba escuchando, y dijo: ¿Qué estás diciendo?
Y Dios repitió: Te dije que metieras la mano en tu bolsillo, sacaras tu navaja y que cortaras la cuerda.
Entonces, con una mezcla de incredulidad y de coraje, el alpinista le dijo: ¿Estás loco? ¿Tú me estás pidiendo que corte la cuerda que es lo único que me mantiene con vida?.
Y, Dios le dijo, una vez más: ¡Mete la mano en tu bolsillo, saca tu navaja y corta la cuerda!.
Al día siguiente, unos escaladores encontraron al alpinista muerto, congelado, colgando de su cuerda, ¡a tan solo un metro de distancia del suelo!
Tarde o temprano a todos nos toca vivir esta situación. A todos nos llega un momento en nuestras vidas en el cual tenemos que cortar la cuerda que nos mantiene atados a una situación inconveniente y asirnos a nuestra fe. Cortemos las ataduras que evitan que toquemos fondo. Solamente tocando fondo podremos propulsarnos hacia la búsqueda de nuestro verdadero propósito existencial.
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