CONTRASENTIDOS Y DIVERSIDADES ANTE LA AMENAZA ISLAMISTA

26 de mayo de 2021

Contemplando la inabarcable masa de informaciones disponibles para el ser social moderno, pienso en un ente habitado casi siempre por la certeza de ser capaz de interpretar infaliblemente la realidad, sorprende como la atención colectiva esta polarizada por banalidades del tipo el embarazo de la consorte de Tal, el divorcio de Más Cual o el próximo contrato que va a suscribir un hábil saltimbanqui presto a alimentar la pasión que genera en los parte del pueblo una hazaña física y el chovinismo que la acompaña.

Da la impresión de que según va pasando el tiempo en este postmodernismo plagado de comunicadores e influenciadores, heraldos de la barbarie del tiempo presente, damos la espalda a una cierta condición humanista yendo a menos responsabilidad cara a cuestiones que como la lucha contra el racismo cotidiano, el avance del islamismo y la degradación del planeta aparecen al entendimiento como de urgencia absoluta por la amenaza que encierran. En ese contexto resulta alarmante constatar como informaciones referentes a acontecimientos de gran gravedad son diluídos en un marasmo generalizado. En la materia concurre un como paroxismo si se trata de pueblos lejanos o exteriores a nuestra rutina occidental.

Hace tres semanas, en pleno mes de ayuno musulmán, el ramadán,  50 personas fueron asesinadas y 60 heridas en un atentado talibán perpretado en el exterior de una escuela pública de Kabul  justo a la hora los muchachos salir de sus clases. Se trata, no hay dudas, de una respuesta de los extremistas religiosos al llamado que Estados Unidos ha hecho a las partes beligerantes para que se sienten a la mesa de negociaciones y poner punto final a la guerra civil que tiene lugar en Afganistán desde hace casi medio siglo cuando cayó el rey e invadieron los soviéticos. ¿Quién se acuerda de aquellos sangrientos sucesos?.  Significativamente golpes como ese se producen al mismo tiempo que, cumpliendo lo pactado en febrero de 2020 mediante un «acuerdo de paz», concluye  la retirada definitiva de las tropas americanas, una promesa de campaña de Joe Biden cuya fecha el presidente adelantó al próximo 4 de julio.

Por haber estado en contacto durante mucho tiempo con refugiados políticos afganos en Francia sigo como puedo lo poco que llega desde allá. Tratando de deshacer una maneja harto compleja. No es nuestra cultura.  Recordaré siempre el fervor con que fue recibido por sus paisanos en París el comandante Massoud.  Fue a principios de abril de 2001, cinco meses antes de que lo asesinaran a balazos el 9 de septiembre dos tunecinos que el pérfido Bin Laden infiltró en su cuartel general, al mismo tiempo que coordinaba los toques finales a los atentados del 9/11 en New York dos días más tarde.  Ambas acciones, obras maestras, eran parte de la misma operación desestabilizadora islamista que pasará a la posteridad como la más espectacular y la más mortífera en por lo menos un siglo.

Son gestos similares los que continúan prodigándose en el lejano Panchir, una región productora de amapolas para la producción de opio y heroína,  lucrativo comercio multimillonario que genera cantidades colosales de recursos financieros a la causa.  El dinero todo lo compra. Así lo demuestra este reciente atentado.

Los talibanes asesinos, que no quieren afrontar en el campo de batalla las fuerzas de seguridad afganas formadas pacientemente  por los occidentales, encuentran pocas dificultades para golpear la parte blanda del cuerpo social del país especialmente en la persona de lo que más detestan, sus mujeres,  en particular las que se preparan mediante el estudio a liberarse del yugo tribal y fanático de los islamistas. Significativamente las organizaciones de feministas tan vociferantes en asuntos domésticos en Estados Unidos y en Europa mantienen un ensordecedor silencio cuando se trata de crímenes islamistas contra las mujeres.

Hasta cuando van a proseguirse los desmanes talibanes es una pregunta que nadie puede responder. Los tentáculos de esas fuerzas del mal están presentes en todos los territorios del montañoso país. No por gusto, desde tiempo inmemorial, quienes han tratado de atacar e invadir se han roto las mandíbulas y han salido del frutrado empeño con el rabo entre las piernas.

Es por lo mismo que en estos momentos, y pese a la hostilidad del vecino Pakistán, las élites tratan de ganar la batalla de la educación, única solución posible a muy largo plazo frente a un talibanato que  paradójicamente es un movimiento compuesto en sus orígenes por cultivados estudiantes universitarios.

Lamentablemente los occidentales no acabamos de aprender las lecciones de la historia en materia de bregar con los musulmanes, víctimas principales de estos verdugos extremistas, hijos de Alá a su manera. Todos los eruditos islamistas y los más preclaros de los ulemas que los pastorean han tratado de hallar la cuadratura del círculo en la materia. Las Naciones Unidas tampoco han obtenido progresos significativos, es una asociación de países donde el Tercer Mundo mediatizado es mayoría mecánica inapelable. ¿Cómo sacar de la cabeza de los energúmenos que dirigen una parte de la machista sociedad afgana que las niñas no necesitan aprender a leer y escribir si finalmente están destinadas tan pronto rebasan la edad de la pubertad a matrimonios arreglados con hombre que triplican su edad, siendo el solo objeto de sus existencias procrear como objetos sexuales?. 

Contra atavismos así poco se ha avanzado hasta hoy. Hay margen para suponer que ese gran pueblo enriquecido por una historia milenaria no parece estar listo hoy en día en pleno Siglo XXI, a extirpar de si mismo la parte malsana que bloquea un acceso de las masas a la prosperidad sin pasar por la casilla producción de narcóticos.  Mientras tanto Occidente no encuentra nada más sensato a hacer que continuar mirándose el ombligo haciendo como que pueden ignorar a sus peores enemigos.

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