Cómo recibió la prensa a la República de Cuba

Written by Libre Online

14 de mayo de 2024

Rafael Soto Paz (1952)

La República (La Discusión, 21 de mayo de 1902)

Sobre el castillo del Morro ondea desde ayer la bandera de la República. Los barcos de guerra extranjeros, surtos en el puerto de La Habana, la saludaron con la voz de sus cañones. La bandera de los Estados Unidos ha sido arriada entre aplausos, flores, aclamaciones y la bendición de la nueva República.

 El vapor “Morro Castle”, en el que embarcaron tropas americanas, y el crucero “Brooklyn”, que llevaba a bordo al General Wood, desde que levantaron anclas hasta más allá de la entrada del puerto, fueron constantemente saludados por el pueblo que se había aglomerado, en el litoral de la bahía, formando, entre sí, como un marco de corazones de patriótica alegría y de noble gratitud, que rodeaba el cuadro, en el que en primer término, parecieron surcando el mar, majestuosos, los dos grandes barcos en que se retiraba de Cuba la nación hermana, y en segundo término destacándose confundida con el azul del cielo y entre el humo de pólvora, la bandera de la República.

De cómo amamos la patria que nace, son pruebas concluyentes el aspecto de la isla desde Maisí hasta Santo Antonio en el día de la proclamación de nuestra nacionalidad y el orden admirable conque sabemos armonizar las alegrías con la cultura y la sensatez más exquisitas. No hay entre tantas notas de regocijo popular que desentona y destaca la brillantez de estas fiestas. Los habitantes todos de la isla se han esforzado en demostrarse identificados con el sentimiento de nuestra nacionalidad y nada nos parece más oportuno que respetar, a una, cuando ya no ondee sobre los muros de la fortaleza la bandera de la nación interventora, que así sin enemigos, sin resentimientos, abriendo un abismo infranqueable al pasado, es como debemos marchar rectamente, llevados del brazo y unos y otros, hacia la felicidad de la naciente república, por el camino de la paz, del orden y del afecto, que es el camino de la gloria.

La bandera de Cuba estará más alta, cuanto más sean los brazos que se unan para sostenerla y elevarla.

Nota del redactor de la Sección “La Discusión” del 19, dedicó un corto editorial a la memoria de Martí.

El día 20 no salió el periódico.

Del 21 es el breve editorial aquí reproducido.

El 22, corto editorial sobre los secretarios de Estrada Palma.

¿Qué le pasaría al “diario cubano para el pueblo cubano” que no tuvo el vibrante y patriótico editorial conmemorativo del advenimiento de la República que era de 

esperarse?

El Mundo

La Habana, 

20 de mayo de 1902.

El 20 de mayo

Hoy, por primera vez, afirma Cuba su personalidad, ojalá que no necesite nunca reafirmarla, como tuvo que hacer la tierra de Hidalgo y Benito Juárez.

Ondeó en nuestro suelo por cuatro siglos la bandera de España, y por cuatro años la de los Estados Unidos. La de Cuba, la que hoy empieza a tremolar a la faz de las naciones, también se desplegó en lo agrio de la sierra, en lo enmarañado del bosque y en lo abierto de la llanura, durante dos mortales períodos de sangre y fuego del 68 al 78 y del 95 al 98. El orgulloso estandarte castellano del descubrimiento, y la conquista, que solo varió sus colores sin sufrir aquí mudanza jurídica, representó y amparó la política de la cruz y la espada.

La bandera de Washington ha significado, dentro de la orientación audaz y extraordinaria de la libertad, la fuerza y la expansión del ideal angloamericano, el derecho moderno con todas sus afirmaciones, inconsecuencias, grandezas y peligros. La bandera cubana 

representó en las dos guerras asombrosas, el dolor, la fe, la esperanza de este pueblo y representa ahora la satisfacción, de un bien ganado descanso y el problema de una faz nueva en el concepto de la nacionalidad.

Desde Arango y Parreño, aquel colono patricio que fue según la opinión de Humboldt, “uno de los hombres de estado más ilustrados y más profundamente instruidos de la posición de su patria”, hasta Martí promotor de la última revolución cubana, el divorcio a veces manifiesto latente a veces en la metrópoli y la colonia, no dejó de existir ni un solo día; porque ni España advirtió nunca los escollos por entre los cuales navegaba su imperio y que provisoriamente habíanle señalado el Cónsul de Aranda, el Marqués de Sonora y, como pocos, el insigne hispano-inglés Blanco White, tan admirado de Gladstone; ni Cuba, aún en los tiempos de su bajo mercantilismo, cuando el tráfico negrero pudrió los corazones de los criollos blancos liberales, que tan inmortal desprecio inspiraron a la conciencia sin mancha y a la mente llena de luz de Varela, se conformó con la realidad menguada de su suerte.

El “Siempre fiel Isla de Cuba”, título fue, más convencional que verdadero, aun cuando apareciera su declaratoria con todas las trazas de sincerísima creencia. En las mismas fugaces épocas de los buenos gobernadores de nuestra isla durante las cuales andaban juntas por la vía de las mejoras materiales del país las iniciativas de los próceres habaneros en el Consulado, la Junta de Fomento y la Sociedad Patriótica y las “aquiescencias” o bondades circunstanciales y personalísimas de las primeras autoridades, no hubo, no, compenetración verdadera y recíproca entre la colonia y la metrópoli.

Las “representaciones” de los “Amigos del País” al señorío excelentísimo de los capitanes generales y a la majestad del rey en demanda de simples obras de pública utilidad, si rezaban protestas formularias de adhesión y de lealtad a la madre patria, sólo tenían la sinceridad del instante 

literario de su escritura, como lo probaba el hecho no revocable a duda, de que las tales “representaciones” eran móvil y fin, el amor a la tierra nativa y a su adelantamiento y provecho, siendo cosa secundaria, aunque sonadísima y puesta en término primero, el voto de fidelidad a la nación y al monarca. Y no era, a fe, que por los días a que nos referimos, se hubiese apoderado ya del espíritu de nuestro pueblo el ansía atormentadora de la independencia; si bien discurriendo el tiempo, la emancipación de los virreinatos del Continente empezó a mover algunos corazones para futuros empeños de convertir a Cuba en nación libre y soberana.

Lo que por entonces acontecía era que, despertando nuestro país la vida de comunicación con pueblos extranjeros por el establecimiento de lo que en aquel período se llamaba comercio libre, brotaron lógicamente, incontrastablemente, deseos de franquicias mercantiles y económicas que por tan inseparable modo se hallan siempre en todas partes confundidos con los anhelos de franquicias políticas. Este afán naturalísimo de reformas o mejoras en el orden comercial y jurídico venía a chocar de una manera áspera con las resistencias metropolitanas, encendidas en el pacto colonial, más años mitigado, en la dictadura militar y en la centralización administrativa.

El tremendo proceso de las relaciones entre Zapata y Cuba es harto conocido para que en estos renglones quepan ahora una exposición y crítica. Bástanos sólo repetir, sin comentarios, los datos históricos de la revolución de 1868, que terminó en un convenio, si favorable a España porque le conservó su soberanía, pregonero, en cambio, de la ineficacia de sus armas para sojuzgar los revolucionarios; y la guerra de 1895, que terminó en la pérdida de Cuba para su metrópoli.

El resultado de la lucha tenaz era pacífica, ora sangrienta entre España y nuestra patria, no podía ser otro sino la constitución de la República Cubana.

Día de gloriosa afirmación la de hoy, por ser el del nacimiento de un pueblo republicano, no hay ni puede haber cansancio en los corazones sino para el amor y la paz, aunque la realidad y el sentido del acto solemnísimo que hoy se cumple despierten en la memoria recuerdos inolvidables en los cuales las grandezas y los horrores del alma humana, en sucesiones luminosas y trágicas, alzase imponentes con las dimensiones y la inflexibilidad de la historia. No deben brotar hoy acentos de maldición ni de odio, que vendrían siniestramente a romper la armonía universal de los vítores en que las almas y los labios prorrumpen. La República de Cuba, cordial y para todos como la soñó y propagó Martí, por la que pelearon nuestros soldados, que ha menester el concurso de todos los hombres bien intencionados que en nuestro suelo viven, según ha repetido perspicazmente el primer magistrado de nuestro primer gobierno, quiere aparecer ante el mundo señora de sí misma, limpia de venganzas y ofreciendo a los hombres de buena voluntad la paz bendita, que es el poder más fuerte de la libertad y el derecho, y el único ambiente del progreso.

La magnitud del suceso que en el día de hoy se realiza, excede a la de cuantos otros forman la breve y angustiada historia de nuestra patria; pues para hallar en la vida cuatro veces secular de la sociedad cubana acontecimientos capitales que con el de hoy en trascendencia se comparen y se equilibren, menester sería remontar el curso de nuestra existencia hasta subir a sus orígenes, que solo el hallazgo de Cuba seguido de su horrenda conquista y de su torpe colonización, puede encerrar interés histórico tan alto como el que tendrá su constitución en pueblo nacional; bien así como el aspecto jurídico cede lo primero a lo segundo en importancia y nobleza, haciendo en este concepto entre lo uno y lo otro la diferencia que separa la captación de un país por ley de conquista y fuerza de armas y el nacimiento del mismo país, por reivindicación heroica y justa, a la vida internacional de los estados libres y autónomos.

La gravedad y el sentido íntimo y real que entraña la erección de nuestra patria en República pide que se solemnice, no con las expansiones de la ira y las vengadoras alegrías del triunfo, sino con los puros regocijos, con la hidalguía característica de nuestro pueblo, demasiado guerrero y en este día contento y feliz para desalojar de su corazón sentimientos y dejos amargos.

No fueron, no, distintos de los que se acaban de exponer, los propósitos esenciales de nuestros patricios más prudentes y de nuestros más esforzados capitanes. La contienda armada, apasionadísima y brava, no fue el ideal, sino el procedimiento porque en nuestros campos ni se combatieron dos bandos, ni se ligaba, como en las sangrientas criminales reyertas entre reyezuelos o entre dictadores por predominio de facciones. La lucha terrible y asoladora alcanzó el tamaño y tuvo la significación del pavoroso conflicto que todavía se desarrolla en el seno de las civilizaciones fuertes, el conflicto entre la resistencia histórica y la reivindicación jurídica, la pugna desesperada de lo pasado que no quiere morir y que morirá, no obstante por ley y justicia de la evolución; con lo presente, que pide y toma plaza en la realidad inevitable y necesaria del tiempo y de la lógica, por el derecho que proclama y sustenta anunciando el porvenir.

Los héroes que cayeron en los campos, los mártires que sucumbieron en el suplicio, cuya es la obra que con emoción intensa y grave consagra hoy el pueblo cubano, asisten en espíritu al despliegue libre y jubiloso de la bandera que amaron y reverenciaron hasta el holocausto propio, como símbolo de libertad, como enseña de la patria, como emblema de la República, que generosamente legan a sus hermanos, a las generaciones venideras y a sus mismos antiguos enemigos, cual cumple a guerreros que fueron sumos patricios creadores de la nacionalidad cubana.

Alfredo Martín Morales.

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