CIEN MIL PERSONAS EN LA TARDE DE CARRERAS. VÉRTIGO, EMOCIÓN Y HUMO

Written by Libre Online

16 de marzo de 2022

La Habana se volcó sobre el Malecón para ver a un puñado de hombres intrépidos desafiar la muerte en una jornada inolvidable que tuvo dos héroes: Juan Manuel Fangio y el Marqués de Portago.

Por Carlos M. Castañeda, López LLobet y Rogelio Caparros (1957)

VERTIGO, emoción y humo… Ese fue el balance de la inolvidable jornada.

El Malecón habanero tembló en pleno. Motores, gargantas y corazones vibraban juntos con la misma emoción: la emoción de la velocidad.

La Habana se volcó sobre el Malecón para ver a los hombres desafiar la muerte. Y no tuvo a menos arriesgar la vida misma en el filo de las aceras o en lo alto de las cúpulas.

¡Hasta en la cúspide que remata el López Serrano había cuatro curiosos!

—Me impresionó ver tanta gente, —confesaba con manifiesto asombro Juan Manuel Fangio, a veces tan poco expresivo.

Horas y horas, la multitud rabió jubilosa con el rugido ensordecedor de los motores; Fangio. Portago, Moss, Collins, Shelby, Castelloti, en duelo a muerte sobre el cálido asfalto habanero. Sin una fatiga ni un desmayo. El circo romano en la urbe moderna, sin bestias hambrientas pero con monstruos de civilización.

¿Cincuenta, cien mil, doscientas mil personas?… No sé. Sólo que nunca antes vi muchedumbre semejante. Murallas y colmenas humanas entre exhalaciones mecánicas.

Nunca el espectáculo caIlejero fue más vigoroso: hombres y mujeres que resistían la inclemencia del sol sobre sus asientos, para ver mejor… Todo un inmenso mar de cabezas tapizando las rocas agrestes del Hotel Nacional y los silenciosos cañones de la antigua Batería de la Reina. Sobre el suelo, botellas, panes, cajas, vasos de cartón, desperdicios de una jornada que para muchos comenzó al amanecer.

La multitud apasionada tuvo temprano un ídolo intrépido: el Marqués de Portago. Gritó, pateó, rabió, con las diabluras del hidalgo audaz con mucho de Quijote y de Sancho. Pero vio a la adversidad batir a su favorito y cruzar la meta victorioso, al imperturbable Fangio, más flema de nórtico que nervio de latino.

El Marqués de Portago se llevó los aplausos; Fangio se llevó el dinero.

—Yo sabía que Portago no podía ganar… Forzó sus motores más de la cuenta, —comentaba su conquistador ante una tasa ambarina de té hirviendo, concluída la faena de la tarde.

Al Marqués de Portago le interesaba enardecer a la multitud con su Ferrari; a Fangio ganar la carrera … Cada cual utilizó su estilo propio: el corazón y el cerebro.

Portago se conformó con las palmas entusiastas y los alientos de un compatriota que por la calle Calzada enarbolaba la bandera y con fervor nacionalista vociferaba a su paso:

— ¡Viva España! ¡Viva España!

Apasionado por la rivalidad Fangio-Portago, el público olvidó por singular paradoja al único cubano de la competencia: Alfonso Gómez Mena. La garganta ronca del narrador Sojit tuvo que advertir la omisión colectiva:

—Ahí viene el coche de Gómez Mena en la vuelta setenta… Un aplauso para Alfonsito…

Entonces el Malecón entero premió el esfuerzo con palmas.

La multitud se marchó satisfecha, sin una queja ni una protesta. Ganó el mejor: Fangio. Su triunfo rotundo, fue un triunfo sobrio sin la brillantez y la espectacularidad esperada. Frío, matemático, calculador, trazó un plan genial de la carrera y tomó la pista. Batalló sin tregua tras el español Portago y cuando parecía que tendría que ensayar el esfuerzo último, la adversidad se interpuso en el puntero y Fangio se ahorró el exceso dramático.

—Quizás se llegó a pensar que no podría alcanzarle. Su ventaja estuvo siempre en mis cálculos y marchaba confiado,—explicaba displicente el sereno volante argentino—. El plan de carrera trazado me permitía mantenerme a menos de un minuto del primer puesto. Temía forzar mi carrito desde el principio y prefería dejar reservas para el final. Después de la vuelta setenta y cuatro presumía que debería obtener el rendimiento máximo.

Portago talló sin aparente estrategia. Pisó el acelerador hasta la tabla y comenzó a devorarse el asfalto. Salió en punta y nadie pudo alcanzarle durante dos horas pletóricas en que la multitud vibró histérica: Portago era el galán de las pepillas y el favorito de todos por afinidades temperamentales.

Fangio, sosegado e inmutable, no se inquietó por el arranque demorado de su Maserati que estuvo momentáneamente a la zaga. Pero no tardó. A la vuelta trece, ya estaba en segundo lugar. Poco después sólo tenía un rival: Portago. Atrás quedaban Eugenio Costelloti, Collins, Shelby y Gómez Mena iban distante. Rugían los motores y rugía la muchedumbre emocionada. Falló la audacia española y triunfó el planeamiento argentino: entonces la muchedumbre enmudeció desconsolada.

–Fangio lo alcanza al final, –recuerdo pronosticaban en la calle. Y se cumplió el augurio: lo alcanzó.

Portago atracó a los garajes con su motor ruidoso en la vuelta 57. Transcurrían los minutos con agonía: apenas cuatro parecían una tarde entera. Nunca la reparación de una bomba de agua tardó tanto. Cruzaban Fangio, Shelby, Collins, Castelloti, Gendebien, Gómez Mena y Portago permanecía retenido. Por fin logró volver a salir al ruedo y de nuevo una esperanza volvió a animar a la mutitud por unos instantes. Era una esperanza tardía, un esfuerzo gallardo pero estéril: Fangio ya tenía ganada la carrera.

Portago no se daba por vencido y volaba por el asfalto. La jornada concluía con las últimas luces del día y la muchedumbre aspiraba al final dramático que no pudo ver.

–Eso tenía que pasarle, –refiere Fangio que sólo se detuvo unos segundos en la vuelta 64– pues estaba poniendo a trabajar su carro desde temprano a mucha intensidad.

Inquieto quizás por la temeridad del Marqués y la ciencia de Fangio en su lucha episódica, el público no recordó a Gómez Mena hasta el final. Entonces le aclamó a su paso por la meta.

Pronto se agitaron las banderas a cuadro del final cuando se aproximaba Fangio. Motores y aplausos  estallaban en una ensordecedora conclusión de fiesta.

La actuación de Fangio fue bien encaminada. Actuó con cerebro y equilibrio que lo distinguen en todas las competencias, y dejó sentado que su táctica es sabia y la dirige siempre a “ganar a la menor velocidad posible”. Según el mismo ha declarado, la actuación de Portago fue más arriesgada y en todo momento dio muestras de coraje, valor, como lo demuestra la vuelta 31, en la que Portago rompió la propia marca de Fangio, al correr a un promedio de 166.500 kilómetros por hora, que representó un tiempo de 2.04 para la vuelta en las eliminaciones.

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