CÉSPEDES AYER Y HOY

Written by Rev. Martin Añorga

12 de octubre de 2022

La Biblia tiene razón: “hay tiempos de guerra y tiempos de paz”. A Cuba, lamentablemente, le ha tocado experimentar muchos tiempos de guerra. Precisamente el pasado lunes hemos celebrado el 154 aniversario de la costosa guerra de los Diez Años, que cobró  miles de vidas y terminó con un conflictivo pacto, que no hizo otra cosa que inflamar el espíritu patriótico de los cubanos para reiniciar la lucha final contra el férreo dominio que sobre la fecunda Isla ejercía el imperialismo español.

El ilustre bayamés Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868 declaró el inicio de la guerra con el llamado “Grito de Yara”. En su alocución pública expuso claramente las razones que lo impulsaban a promover la guerra contra el anacrónico colonialismo español que no cedía ante la presión política para conceder a Cuba su libertad.

En la época en que le correspondió vivir a Céspedes, en el 1837  se abolió la esclavitud en la España metropolitana; en 1863 Abraham Lincoln decretó la libertad de los esclavos en Estados Unidos, y al ilustre cubano le tocó el honor, en 1868, de asociar la guerra independentista con la liberación de sus esclavos, a quienes en La Demajagua les ofreció la oportunidad de que se unieran a las fuerzas insurgentes que él comandaba.

Es interesante que haya en la historia situaciones que en el transcurso de los siglos se repiten casi textualmente. Las ideas y fines del movimiento revolucionario que buscaba la independencia de Cuba, y que fueron la base de la Declaración de Guerra del justamente llamado “padre de la patria”, si sencillamente le cambiáramos de fecha, nos serviría hoy como manifestación de nuestra rebeldía ante el despótico régimen que por más de medio siglo ha hundido sus garras perversas en el abatido corazón cubano.

Comentemos los puntos de la Declaración de principios para la guerra que en 1868  promulgó la mente brillantísima y el patriotismo encumbrado de Carlos Manuel de Céspedes, y comparémoslos con el trágico escenario de nuestra Cuba de hoy.

“España gobierna la Isla de Cuba con un ensangrentado brazo de hierro”. Con estas palabras inició Céspedes su declaración de guerra. Probablemente nosotros no podríamos hallar hoy más apropiada descripción para referirnos al atropello criminal del comunismo implantado en Cuba a fuerza de engaños, crímenes y monstruosidades.

Continuó Céspedes acusando a España de sus abusos en la imposición de tributos y contribuciones, sin tener en cuenta la ilegalidad de sus acciones y la escasa alforja del cubano. Hizo, además, referencia a las deportaciones impuestas a las personas que arbitrariamente eran castigadas con el destierro. Ha pasado siglo y medio y hoy Cuba tiene su población esparcida por los más remotos sitios del mundo, víctima de la ponzoña castrista.

Otra alusión de Céspedes fue sobre el intenso interés que cobijaba España en mantener en la ignorancia a los cubanos por medio de la falta de información. No quería permitir la metrópoli que sus siervos conocieran la verdad sobre sus derechos, previniendo que el pueblo se atreviera a reclamarlos. En Cuba, actualmente, reclamar justicia en las leyes, derechos en el ejercicio de la libertad y demandar el mismo tratamiento de que disfrutan otras naciones del mundo, son actitudes que se humillan con numerosos años de vil encarcelamiento y con los permitidos abusos físicos de las fuerzas represoras del sistema.

“Los cubanos no pueden hablar, no pueden escribir, no pueden siquiera pensar”, condenó con su encendido verbo el héroe nunca olvidado de La Demajagua. Recordemos que esta crítica contundente fue hace siglo y medio, y que la historia y el mundo desde entonces han cambiado dramáticamente; pero en la adolorida Cuba de hoy se mantiene la esclavitud, se inyecta a la fuerza la más claudicante censura y se cohíbe el derecho humano de pensar con libertad y decoro. Oponerse a la dictadura es correr el riesgo de una golpiza, la posibilidad de un burdo castigo y hasta la pérdida del derecho a disfrutar de una respetable identidad social.

Me impactan con una inquieta sensación de rebeldía las severas expresiones de Céspedes sobre los derechos humanos cuya violación sin atenuantes, se produce diariamente en la infame situación que sufre el pueblo de Cuba. Las naciones libres del mundo se han desatendido del hecho de que Cuba firmó en el año 1948 la Carta de los Derechos Humanos adoptada por las Naciones Unidas para todos sus miembros, documento que ha sido ignorado y objeto de la burla que los mismos miserables y la pandilla de facinerosos que les sirven. Céspedes se adelanta en el tiempo y pronuncia las siguientes palabras: “cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprocharnos que echemos mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobios”. ¿No se duele usted de la pena que sufre Cuba cuando lee estas palabras?. La guerra es la solución, según Céspedes. Con regímenes como el que mancilla nuestra “perla de las Antillas” no se negocia, ni se conversa, ni se firman tratados, ni se engalanan turistas para visitarla, ni gastan su dinero los que han sido y son víctimas de la más horrible represión.

Finalmente, la alocución libertaria de Céspedes expone el mismo horizonte que es meta de los que amamos tanto a nuestros semejantes como a nuestras libertades. Dice el “padre de la patria”: “Apelamos al Dios de nuestra conciencia, con la mano puesta sobre el corazón. No nos extravían rencores, no nos halagan ambiciones; sólo queremos ser libres e iguales, como ha hecho Dios a todos los seres humanos”.

La guerra para liberar a Cuba no es para matar hermanos, ni para convertir en polvo monumentos o catedrales. No es para deshojar flores, ni cometer injusticias. Es para hacer que renazca la libertad. Desde el exilio nos duele el alma tan solo de pensar que quizás no veamos nuestro cielo regado de estrellas proclamando la hora feliz del regreso a la paz. “Si muriera sin verte” es un poema de nuestro amigo Cástulo Gregorich que, por razones de mi edad y mi distancia personal de Cuba, se me ha clavado en el alma. Probablemente haya muchos compatriotas en el exilio que sientan igual que yo. Por eso termino este artículo con estos sensibles versos:

“Si muriera sin verte

cuán triste sería,

tras años de espera.

llenos de melancolía.

Si muriera sin verte

libre de la pesadilla,

en ese mundo sin luces,

descansar no podría.

Si muriera sin verte

Como me dolería,

desde mi oscuro hueco

nunca te olvidaría.

Si muriera sin verte,

el día de mi partida,

tu indeleble memoria

conmigo viajaría”.

“Debemos vivir en nuestros tiempos, batallar en ellos, decir lo cierto bravamente, desamar el bienestar impuro y vivir virilmente, para gozar con fruición y  reposo el beneficio de la muerte”.  José Martí.  

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