Carlos Manuel de Céspedes: De Yara a San Lorenzo

Written by Enrique Ros*

1 de agosto de 2023

Valmaseda, Capitán general. Sobornos. Exterminio. (VIII de X)

La prensa inflamaba los bajos instintos de aquella plebe. Lanzaban una Proclama que leía:

«PROFANACIÓN. – Con una indignación sólo comparable a lo infame del atentado hemos sabido la sacrílega profanación que se ha efectuado en el antiguo cementerio. Unos miserables han roto los cristales que cubrían las lápidas de los nichos que guardan los restos mortales de Don Gonzalo Castañón, vilmente asesinados en Cayo Hueso por los que se llaman defensores de la independencia de Cuba».

«La justicia tiene el deber de castigar a los criminales y un Consejo de Guerra compuesto de doble número de capitanes, mitad perteneciente al ejército y mitad a los Cuerpos de Voluntarios, impondrá la pena que merecen a los perpetradores del delito; la moral los condena, la historia los llamará asquerosas hienas, los españoles sólo sabemos despreciarlos».

No podía el Conde de Valmaseda, Capitán General de la Isla, dejar de unir su voz a los denuestos lanzados contra aquellos inocentes estudiantes:

«Voluntarios: la mano del laborantismo nos ha lanzado una nueva provocación profanando la tumba de nuestro malogrado compañero Don Gonzalo Castañón. Mañana, a las seis de la tarde estaré entre vosotros para hacer que la justicia representada por un Tribunal nos muestre los culpables de semejante atentado. La pena a que los delincuentes se hayan hecho acreedores, la hará cumplir con toda brevedad vuestro Capitán General, Conde de Valmaseda. Tunas, noviembre 27, 1871».

Ni podían faltar las palabras del integrista peninsular Justo Zaragoza:

«Grandes fueron los clamores de la prensa norteamericana… cuyos periódicos, partiendo del concepto erróneo de que eran unos niños irresponsables, cuando el menor de los fusilados tenía más de 18 años, los consideraban víctimas inocentes de un castigo excesivamente severo».

El periódico La Quincena que se publicaba en La Habana los días de salida de correo para España escribía en el número de noviembre 30: «Sucesos Graves».

«El sábado 25 del actual circuló por La Habana la noticia de que en el cementerio habían sido profanada la tumba de Don Gonzalo Castañón, el mártir de la patria, el inolvidable director de La Quincena, tan villanamente asesinado en Cayo Hueso. Los autores de tan criminal atentado habían sido los estudiantes de primer año de Medicina de la Universidad Literaria…»

Fueron juzgados. El Consejo sólo los condenó a penas menores, pero las turbas exigían un mayor castigo. Para complacerlas se organizó otro tribunal que, sin aceptar ni siquiera testigos de la defensa ni pruebas que mostraran la inocencia de los acusados, condenó a muerte a cuatro que se habían montado, días atrás, en un carro en que se transportaban cadáveres: Anacleto Bermúdez, José de Marcos Medina, Ángel Laborde y Pascual Rodríguez. Incluyeron en la sentencia de muerte a Alonso Álvarez de la Campa, cuyo delito había sido el de haber recogido una flor en el cementerio. Eran cinco. Pero la «legión de hienas» como la había calificado Martí, había exigido no menos de ocho víctimas. Se hizo un sorteo y se añadieron los nombres de Carlos de la Torre, Eladio González y Carlos Verdugo.

Parte de la prensa española calificó de brutales y excesivos los criminales hechos cometidos en La Habana. Así, el periódico el Pensamiento Español de Madrid consideraba que el fusilamiento precipitado de los ocho jóvenes le había enajenado a la causa de España un gran número de simpatías y que aquel excesivo rigor había producido a la causa española en Cuba resultados enteramente opuestos a los que se habían propuesto los que se precipitaron en llevarlo a cabo. Igualmente, otro periódico, La Política de Madrid, admitía que la opinión pública del mundo encontraba dura, excesiva y cruel la pena de muerte aplicada y que ha sido el resultado de una presión tumultuaria, ejercida por los Voluntarios en armas, de una coacción por ellos impuesta al General Segundo Cabo y al Consejo de Guerra.

El 27 de noviembre fue ejecutada la sentencia.

Horas antes los jóvenes escriben a sus padres sus últimas palabras.

Ángel Laborde, hijo del coronel de Milicias Eduardo Laborde, escribió a su padre: «Muero inocente. Me he confesado». José de Marcos, hijo del peninsular José de Marcos Llera, escribió: «Hoy es el último día de mi vida, muriendo inocente. Adiós para siempre». Alonso Álvarez de la Campa le escribe a su madre y, también, a su padre y hermanas: «Os quiere entrañablemente y envía su último adiós tu hijo que te verá en la gloria. Me he confesado como cristiano».

Anacleto Bermúdez: «Mis queridos padres y hermanos: Hoy que es el último momento de mi vida me despido de ustedes». Pascual Rodríguez le escribe a su padre, de igual nombre que era, como el de Ángel Laborde, coronel de Milicias: «Querido Papá: Muero conforme y esperando que Dios recibirá mi alma en su Santa Gracia, pues soy inocente»

¿ALONSO ÁLVAREZ DE LA CAMPA O ALONSO

 ÁLVAREZ YGAMBA?

La obra de Fermín Valdés Domínguez se editó en distintas fechas. La primera, bajo el título de «Los Voluntarios de La Habana en el Aniversario de los Estudiantes de Medicina», fue publicada en Madrid en 1873; otra, inmediatamente después, en 1887, a la que siguió la edición de 1909 y otras posteriores. 

En la primera de estas obras, Valdés Domínguez se refería repetidamente al joven Alonso Álvarez de la Campa con ese apellido compuesto; sin embargo, hace mención expresa de la Partida de Bautismo en la que aparece el joven como «hijo de don Alonso Álvarez, natural de Castrillón, Provincia de Oviedo, y de Doña María Cecilia Gamba, natural de La Habana». 

Y así, como hijo de Alonso Álvarez y María Cecilia Gamba firmaba el joven Alonso su carta de despedida aquel 27 de noviembre. Carta en la que, si en el encabezamiento menciona también a su padre, es evidente que está dirigida a su madre pues una y otra vez se refiere a ella en términos como éstos: «Te dirijo ésta para decirte que me excuses de todo lo malo que he hecho… te envío con el Administrador del Correo el reloj… la sortija tuya quiero que vuelva a tu poder, como un último recuerdo. El portamonedas también te lo dejo» y termina el joven con esta tierna despedida:

«Os quiere entrañablemente y envía su último adiós, tu hijo que te verá en la Gloria» y firma: Alonso Álvarez y Gamba. Y escribe luego una postdata: «Tu hijo que te quiere mucho y el último adiós que te doy» y vuelve a firmar Alonso Álvarez y Gamba.

Queda para con otros investigadores conocer cuando se produjo la mutación del nombre del padre, de Alonso Álvarez (como aparecía en la Partida de Bautismo) a Alonso Álvarez de la Campa con la que firma la muy comprensible solicitud para que se llevara al Supremo Tribunal de Guerra y Marina, para su revisión, la causa formada contra los estudiantes de Medicina.

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