BRINDIS DE SALAS, “EL PAGANINI NEGRO”: CUBA NO ERA “ANITA LA HUERFANITA”

Written by Roberto Cazorla

23 de junio de 2021

Fue condecorado en Prusia con la Orden de la Cruz del Águila Negra y en Francia con la Legión de Honor, entre otros galardones. (¿Cuántos en el siglo XVIII, pudieron presumir de semejantes triunfos como el “Rey de las Octavas”?

Una de las mayores infamias ejercida por los forajidos que bajaron de La Sierra Maestra encabezados por el mayor criminal de la historia americana: ¡Fidel Castro Ruz!, era luchar hasta no cansarse jamás para demostrar que antes de su asalto a la democracia, nuestra isla era menos que la nada…, que era el fiel retrato de “Anita la Huerfanita”.

Claro que semejante aberración se la han colado a los pérfidos que piensan como ellos que, desdichadamente, al comienzo fue la mayoría de los cubanos cretinos e incultos.

Repito que Fidel no se robó Cuba, sino que la mayoría de los cubanos se la pusieron en bandeja para que la violara por todos partes.

Desde estas páginas de LIBRE reto a cualquier entendido, que me informe del número de artistas pertenecientes a todas las facetas del arte que triunfaron en el siglo XVIII, en las capitales más importantes y cultas del continente europeo.

Que yo sepa (me considero bastante leído), nunca he visto el nombre de un no cubano, que haya promovido los cimientos de capitales como París, Londres, Madrid, Roma, Moscú, etc., como artista genial.

Señores, ya entonces, Cuba, repito las palabras de Cristóbal Colón cuando la descubrió: “Es la tierra más hermosa que ojos humanos vieron”. Cuba fue uno de los tres países más adelantados en la década de los 50.

 Y era porque teníamos al imperio americano, la primera potencia del globo, al doblar de la esquina. Teníamos el privilegio de que, cuando en dicha nación se inventaba una olla de presión con todos los adelantos, al día siguiente, se exhibía en las vidrieras de La Habana. Cuba fue pionera en decenas de cosas, entre ellas la televisión.

“LA LEGIÓN DE HONOR”

Uno de los “monstruos sagrados”, que dejó bien claro que Cuba era un portento de creadores, de geniales artistas, se llamó Brindis de Salas.

Su nombre de pila era Claudio José-Domingo Brindes de Salas y Garrido. Había nacido en La Habana, el 4 de agosto de 1852. (¡Ahí “na ma”!). Nació y creció dentro de una familia de músicos, pues su padre Claudio Brindis de Salas, fue famoso violinista y contrabajista que formó parte de la orquesta “La Concha de Oro”.

Famoso en los salones de baile de la capital cubana. Su abuelo Luis Brindis, que era sargento primero del Real Cuerpo de Artillería, se interesó por obtener un mecenazgo para su nieto entre las familias ricas de la capital, llegando a apoyarlo y financiarle sus estudios.

Brindis de Salas estudió violín con su padre y a los 10 años ya ofrecía conciertos en el Liceo de La Habana. (¡Cuán racista era el pueblo cubano! ¿Verdad?). Fue en 1863 cuando actuó por primera vez en el citado Liceo, con José Vander Gutch acompañándolo en el piano.

En aquella función también actuó Ignacio Cervantes. En 1870, el casi adolescente violinista obtuvo una beca para estudiar en París donde ganó el primer premio en el conservatorio donde cursaba estudios.

Fue condecorado en Prusia con la orden de la Cruz del Águila Negra y en Francia con la Legión de Honor. (¿Cuántos en el Siglo XVIII, pudieron presumir de semejantes triunfos como el genial “negrito” cubano?

El káiser Guillermo II lo nombró Barón de Salas. En Alemania contrajo matrimonio y obtuvo la nacionalidad. Tras haber vivido tanto tiempo fuera de su patria, Cuba, sufrió depresión y la nostalgia le pudo, hasta el punto de dejarlo todo y volver a La Habana.

Ya había actuado en los escenarios más importantes de París, Berlín, Londres, Madrid, Milán, Barcelona, Florencia, San Petersburgo, Viena, Caracas, Buenos Aires, etc.

RITA MONTANER

Se le consideró el violinista cubano más famoso de todos los tiempos.  Para los europeos era el “Paganini cubano” o “El Rey de las Octavas”.

No fue una estrella, sino un lucero que fue profeta en su patria. Los contratos le llovían para los salones de baile más aristocráticos de La Habana, donde ejecutaba contradanzas, rigodones, minués y otros géneros de la época.

Fue el creador de varias danzas de una marcada esencia criolla, la mayoría dedicada a diferentes personalidades de la Cuba aristocrática.

Además, escribió la opereta “Congojas matrimoniales”, con la que recorrió medio planeta. Era un enamorado de la isla de Tenerife (Islas Canarias, España), a la que viajó en 1902 para ofrecer un concierto en el teatro “Santa Cruz”; ese mismo año regresó a Cuba, para dar un concierto en el teatro Principal de La Habana, posteriormente volvió a Santa Cruz de Tenerife, en 1903. Seguidamente actuó en Ronda, España, ofreciendo su último concierto en el teatro “Espinel”.  De España viajó a Argentina, donde concluyó su carrera.

En 1864 inició una gira con su padre y con su hermano José del Rosario, también violinista, por las ciudades de Matanzas, Cárdenas, Santa Clara, Cienfuegos, Güines, Santiago de Cuba, etc. Estaba en posesión de decenas de premios, entre ellos, Premio “Henri Wieniasky”, “José White”, “Pablo de Sarasate”, etc. Según “Wikipedia”, no hubo otro cubano en obtener tantos premios hasta la aparición de Niurka González Núñez que los ha obtenido en flauta, siendo el primero en 1996.

Cuando en la mayor parte de los países, algunos no sabían que la tierra era redonda, ya en los comienzos del siglo XIX, por el viejo continente triunfaban artistas cubanos como Rita Montaner, Moisés Simons, (“El manisero”), Ernesto Lecuona, etc.

A Cuba, aquella isla bendecida antes de ser violada por el régimen más sanguinario que Dios ha permitido, no le perdonan que haya sido la creadora de la alegría con maracas en la cintura.

Brindis de Salas falleció en Buenos Aires (Argentina), víctima de la tuberculosis, el 1º de junio de 1911. Tenía 58 años. Y, desde el cielo, sigue siendo uno de los gigantes del arte cubano.

Me gustaría saber si, por no haber tenido la maldición de nacer en una Cuba pos comunista, los verdugos lo conocen y si serían capaces de situarlo en el “altar” que sigue mereciendo.

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