Bosquejo biográfico matancero

Written by Libre Online

3 de noviembre de 2021

Reseña dedicada a su descendiente y colaborador de LIBRE Dr. Fernando J. Milanés

José Jacinto Milanés

Nació José Jacinto Milanés en la ciudad de Matanzas, el 16 de agosto de 1814. Hijo de padres humildes, su vida, se desarrolló casi en su totalidad en un ambiente de pobreza, al extremo de que su misma escasez de recursos le impidió completar los estudios a que se dedicara con todo amor. Su primera instrucción la recibió, desde el año 1821 al 1834, en la escuela que sostenía por aquella época el Ayuntamiento de dicha ciudad.

Habiendo iniciado sus estudios de Literatura durante los años comprendidos del 1830 al 1834, se dedicó a completar y aumentar estos conocimientos con la lectura de los clásicos, haciendo entonces sus primeros ensayos poéticos y publicando algunas de sus composiciones en el periódico «La Aurora», el mejor de Matanzas en aquel tiempo. También cultivó el teatro con acierto. Habiéndose establecido en Matanzas Domingo del Monte por el año 1834, Milanés pudo entablar amistad con él, relacionándose por su mediación con los mejores escritores de la Habana, al regreso de del Monte a dicha ciudad capitalina en el 1836, en que presentó en sus tertulias al inspirado bardo, que a partir de entonces hasta el año 1843 en que se perturbaron sus facultades mentales, realizó lo más brillante y fecundo de su labor poética, estimulado por sus amigos y alentado por el renombre que entonces adquirió como poeta eminente.

Desde el 1843 al 1846 permaneció recluido en su casa, atacado del mal que trastornó su razón. Habiéndose iniciado entonces una pequeña mejoría y pensando sus amigos que con un viaje al extranjero podría restablecerse, reunieron el dinero indispensable para ello, y en mayo de 1848 partió hacia los Estados Unidos en compañía de su hermano Federico, trasladándose después a Europa hasta noviembre de 1849 en que regresó nuevamente a Cuba bastante mejorado. Pero tres años después sufrió una nueva recaída, permaneciendo en ese doloroso estado hasta el 14 de noviembre de 1863 en que ocurrió su fallecimiento.

Fue José Jacinto Milanés uno de los mejores poetas de su tiempo, y fue también con Plácido y Teurbe Tolón uno de los poetas patrióticos de Cuba, por la serie importante de composiciones de este género que dejó escritas.

Eliseo Giberga

Crónica en honor del jurista matancero Dr. Mario U. Tápanes, Gran seguidor de la historia yumurina.

Este es uno de los cubanos de más amplia y brillante ejecutoria. Su biografía no podría hacerse en unos párrafos trazados festinadamente: razón por la cual ofrecemos en estas líneas un ligero bosquejo de la misma, para dar aunque sólo sea una débil impresión de la vida gloriosa de este cubano ilustre.

Nació Elíseo Atilano Giberga en Matanzas, el 5 de octubre de 1854. Perteneció a una larga y distinguida familia cuyas raíces genealógicas se pierden en España y Francia. A los pocos años de nacido partió con su padre hacia Barcelona, donde aquél se estableció con su familia. Allí aprendió las primeras letras, y a los nueve años se matriculaba en el Instituto de Segunda Enseñanza de dicha ciudad, en el que terminó el bachillerato en el año de 1868 al 1869, año en el cual ingresó en la Universidad de Barcelona para cursar los estudios de Jurisprudencia, que terminó en 1873 con excelentes notas. Inició sus prácticas profesionales en el bufete del Dr. D. Manuel Duran y Bás,  quien le tomó gran cariño, haciendo que se quedase a su lado al regreso de su familia a Cuba.

A fines del 1873 retornó a la Habana, trasladándose luego a Matanzas en la que permaneció hasta, el 1875, en cuya fecha volvió de nuevo a la Capital, inscribiéndose en el Colegio de Abogados. A partir de entonces realizó una apreciable labor profesional, significándose además en otra suerte de trabajos científicos y literarios, sobre los cuales publicó valiosos escritos. Su labor política comenzó a tomar verdadero relieve, haciéndose notar por su acendrado patriotismo, en esa época, todo lo cual contribuyó a elevar su nivel intelectual, que le permitió pertenecer a buen número de prestigiosas instituciones, a las cuales supo dar briillo y esplendor con su talento y saber.

Fue, también, un ferviente cultivador de la poesía, dejando numerosas composiciones de mérito que lo distinguieron como poeta de exquisito numen.

Transcurrieron en ese orden buen número de años de su vida, y en 1880 comenzó en la Universidad de la Habana los estudios de Filosofía y Letras, que terminó brillantemente en 1884.

 Al año siguiente ocupaba el cargo de Catedrático auxiliar interino de la sección de Filosofía y Letras del Instituto de Matanzas, y en marzo de 1886  pasó con idéntico cargo a la Universidad de La  Habana, en la que más tarde le fueron otorgadas otras Cátedras por su extraordinaria competencia.

Desarrolló por aquel entonces una apreciable labor dentro del Partido Liberal, tanto por la prensa como por la tribuna, dadas sus condiciones de gran orador. Fue Diputado, por dos veces, trabajando siempre con afán por el bienestar de Cuba. En el año de 1894 hizo un viaje por Estados Unidos y Canadá, pasando a España en noviembre del mismo año a ocupar el cargo de Diputado para el cual había sido electo.

Al estallar la revolución del 95, laboró intensamente, junto a otras célebres personalidades, por el ideal separatista, pasando luego a Francia en unión de su esposa e hijos, por circunstancias especiales; y aún desde allí continuó su campaña en favor de su patria lejana, como lo demuestran sus numerosos escritos de índole política y económica.

En 1898 regresó a la Habana y fue electo Representante por Santiago de Cuba, dentro del Partido Autonomista. Así prosiguió su actividad, desempeñando diversos cargos de importancia, hasta que, terminada la revolución y pasados los primeros acontecimientos con la intervención americana y la proclamación de la República, pudo prestar grandes servicios al gobierno cubano, en representación del cual visitó nuevamente a Estados Unidos y España.

En 1914 volvió a Europa con su familia para atender a su salud quebrantada, y hallándose en Alemania estalló la Gran Guerra, viéndose precisado a retornar a su patria. A pesar de la angina, de pecho de que venía padeciendo continuó su labor literaria y tribunicia, hasta que el 24 de febrero de 1916, después de haber pronunciado en el «Liceo»‘ de Matanzas uno de sus más famosos discursos, el mal que sufría se apoderó de él, arrebatándole la existencia al amanecer del día 20. Tenía entonces 61 años.

Dr. Emilio Blanchet Bitton

En verdad regocija saber que hay hombres nacidos para un apostolado y Don Emilio Blanchet Bitton, fue uno de ellos, por eso su recuerdo y enseñanzas perdurarán en el pueblo de Cuba.

Los alumnos del Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas colocaron en la calle Independencia No. 27, una lápida que dice: «El sabio cubano Emilio Blanchet Bitton nacido en este lugar el 7 de noviembre de 1829, Maestro sapientísimo y Prominente Escritor. Sus discípulos. 1914.»

En Matanzas hizo sus primeros estudios, siendo hijo de padres franceses que poseían escasos recursos, luchando desde su juventud y formando su carácter y cultura. Más tarde, vivió en Francia y España, donde supo distinguirse y honrar el nombre de Cuba, ganando premios en varios concursos. En esos viajes aumentó el caudal de conocimientos, especialmente históricos y dotado de una memoria prodigiosa, recordaba fechas y detalles de lo visto y estudiado.

El inolvidable matancero fue profesor de latín, francés, historia y literatura en el famoso colegio «La Empresa» de los hermanos Guiteras (1852 a 1808). Al siguiente año, por causas políticas tuvo que marchar a New York.

También fue uno de los fundadores del Liceo de Matanzas, siendo el primer Secretario de la prestigiosa sociedad, bajo la Presidencia del Lcdo. José Miguel Angulo. Su iniciativa fecunda siempre pudo desplegarse admirablemente en ese centro social.

Nunca negó su concurso valioso a la prensa y tanto en la local como en la extranjera, colaboró extensa y notablemente, hasta poco antes de morir, así en «El Estudiante» como en otras revistas pueden encontrarse trabajos de gran valor histórico.

El Ayuntamiento de Matanzas, reconociendo los altos merecimientos del ilustre maestro, le declaró en sesión plenaria: Hijo Eminente de Matanzas y dio su nombre a la calle Santa Teresa, celebrándose un hermoso acto en el Teatro Sauto, para entregarle un artístico diploma y en verdad, fue el sentir del pueblo de Matanzas que concurrió esa noche a tributarle el homenaje de afecto y consideración que merecía el mentor cubano. Una poesía exquisita de Bonifacio Byrne, era número interesante del programa.

El Dr. Blanchet era un ciudadano modesto que enriqueció la bibliografía cubana con obras valiosas, entre ellas: Compendio de la Historia de Cuba (1865);  El Anillo de María Tudor; Compendio de Historia Sagrada; Manual de Historia de España; Colección de epigramas; Manual de Historia Romana; Episodios; Vislumbres de Poesía; Historia y Fantasía, y el último folleto, impreso por la Asociación Cívica Cubana (de la que era Presidente de Honor) intitulado «La Revolución Francesa».

No es posible al hablar del inolvidable matancero, omitir a la que fue digna esposa, la señora Leonor Blanco, fallecida el 22 de mayo de 1926 —en Matanzas— y que fue Maestra de Instrucción Pública en la Escuela 17, siendo generalmente estimada por sus virtudes.

El Dr. Blanchet era catedrático de Historia del Instituto de 2a- Enseñanza de Matanzas y pronunció el discurso de apertura del curso 1915 a 1916, siendo la   última vez que habló en público,  y siempre recordamos que en aquella mañana hermosa, decía a los alumnos: «…quiero que ustedes tengan ideas propias y sean ciudadanos útiles a la patria».

Semanas después —el 22 de noviembre de 1915— falleció en la  casa solariega Maceo 4G, rodeado de su esposa, hermanas políticas, y de la distinguida familia Blanco Alcozer, que actualmente ocupa el inmueble.

Las Medallas de Oro ganadas por el sabio cubano en distintas justas fueron donadas por su esposa al Museo de Cárdenas y los 22 Diplomas al Liceo de Matanzas, en cuyo archivo pueden examinarse.

La iniciativa de su digno sucesor, el doctor Salvador Massip, de erigir un busto de bronce en la rotonda del Instituto de Segunda enseñanza, fue recibida con regocijo por la sociedad matancera y el doctor Domingo Russinyol Molins, —compañero del Dr. Blanchet— fue el Presidente del Comité nombrado, siendo secundado con entusiasmo por los señores Juan José Alcozer, Arturo Echemendía, Rogelio López Centellas, Juan J. Ollacarizqueta Bataller y otros. El busto fue encomendado al joven y notable escultor matancero Juan José Sicre, que lo envió de Italia, donde permaneció algún tiempo y al llegar a Matanzas, tuvo el placer de asistir al acto de la develación el día cuatro de mayo de 1929, concurriendo un numeroso y selecto público así como muchos admiradores del catedrático desaparecido. El Dr. Russinyol, en su carácter de Presidente del Comité hizo entrega del busto al Director del Instituto, pronunciando breve y sentido discurso en tarde tan memorable.

Recordar a los próceres que nos han servido a la patria es un acto de justicia, pero estamos necesitados de practicar las enseñanzas que nos legaron y pensar en tener una República mejor y más grande.

El nombre de Blanchet es motivo de cariñosa evocación, por los numerosos alumnos que tuvo en ese centro de enseñanza, al igual de los que fueron sus amigos, que al reconocer su obra intensa de forjación ciudadana, repitan las palabras de Martí: «Dan de sí las épocas nuevos nombres que las simbolizan».

Domingo Mujica y Carratalá

Los datos que hemos podido reunir acerca de la vida de Domingo Mujica y Carratalá, uno de los primeros cubanos de la Revolución del 95 que fueron fusilados en Matanzas, y cuyo estoicismo inspiró uno de sus mejores sonetos al Poeta Nacional D. Bonifacio Byrne, son en extremo reducidos. Pero cumplimos con nuestro deber al presentar al patriota mártir tal y como hasta ahora hemos podido conocerle.

Nació nuestro hombre en el pueblo de Jovellanos (antes Bemba) perteneciente a la Provincia de Matanzas, el 15 de septiembre del año 1865. Desde sus primeros años se distinguió por sus ideas liberales y sus avanzados pensamientos, los cuales se manifestaban siempre aun a pesar de su instrucción incompleta.

Fue en su juventud un hombre trabajador y cumplidor de sus deberes. A los 30 años, perfectamente convencido de que su patria necesitaba cuanto antes quebrantar, las cadenas que la oprimían, y entusiasmado por los planes acertados de la Junta Revolucionaria, —cuyas gestiones seguía con marcado interés y procuraba ayudar a la medida de sus fuerzas—, se sumó a la revolución con muchos cubanos más que iniciaron el formidable movimiento separatista el 24 de febrero de 1895, que inmortalizaron los «célebres gritos de Ibarra y de Baire”, y los patriotas que en ellos tomaron parte.

Pero la suerte de Mujica fue en extremo precaria. Cogido prisionero, fue conducido a los calabozos del castillo San Severino, donde permaneció hasta que en juicio sumarísimo fue condenado a morir fusilado, acto este que se llevó a cabo en la tercera glorieta del paseo de «Santa Cristina» (hoy «Paseo de Martí»), el 20 de agosto del 1895, siete meses, aproximadamente, después de iniciada la Revolución.

Lo que llamó extraordinariamente la atención de todos, fue el valor nada común que Mujica demostró en los momentos de morir; pues no sólo mantuvo una perfecta lucidez y serenidad mental que le permitió expresar pensamientos como el siguiente: «Si no estaba ya todo escrito, estaba siquiera en el tintero!», sino que demostró en todo un perfecto dominio de sí mismo; de tal modo que el Dr. Eduardo Meireles no pudo por menos que elogiar también su actitud, declarando, además, al referirse al patriota mártir: … su capacidad mental era grande, y profundas sus convicciones…»

Domingo Mujica y Carratalá, como Antonio López Coloma y muchos cubanos más, contribuyó a que el nombre de Matanzas figurase en primera línea en la portentosa hazaña revolucionaria que culminó con la definitiva liberación de la patria cubana.

Don Carlos de la Torre y Huerta

Los maestros públicos de Matanzas, en un acto celebrado en mayo del año 1913, honraron el nombre del insigne matancero Dr. Carlos de la Torre y Huerta, colocando una modesta lápida de mármol en la casa de Tello Lámar No. 37, que dice al caminante el lugar donde nació el día 15 de mayo de 1858 este ilustre naturalista de fama mundial, y gloria de Matanzas, que hizo sus primeros estudios en el famoso Colegio «La Empresa» de Antonio Guiteras.

En 1883 se recibió de Doctor en Ciencias, en la Universidad Central de Madrid, obteniendo ese mismo año —en Madrid— y por oposición la cátedra de Historia Natural y Fisiología del Instituto de Puerto Rico y al siguiente año, también por oposición, la cátedra de Anatomía Comparada en la Universidad de la Habana.

El joven entusiasta, emigró a los Estados Unidos en 1896 y regresó en 1898 que el gobierno interventor le repuso en su cátedra y en esa época desempeñó las de Geología Paleontología, Biología, Antropología, etc.

El sabio cubano ha representado a Cuba en varios Congresos científicos y distintas sociedades nacionales y extranjeras, le han conferido honores y distinciones, en virtud de sus altos merecimientos, entre ellas: la Sociedad Económica Amigos del País, Sociedad Antropológica de Cuba, Academia de Ciencias de la Habana, socio vitalicio de The American Museum of Natural History, The Hispanic Society of America, etc.

La Universidad de Havard le confirió en 1912 el título de Doctor en Ciencias (Honoris Causa) y en 1913, el Ayuntamiento de Matanzas supo honrarse declarándole Hijo Predilecto y dando su nombre a la calle de Daoiz.

La bibliografía del notable matancero es extensa y sus obras comprenden trabajos importantes sobre investigaciones y descubrimientos antropológicos y paleontológicos en Cuba, que fueron confirmados en el Congreso Geológico Internacional celebrado en Stockolm, Suecia, en 1911.

Fue discípulo predilecto de Don Felipe Poey y en la obra monumental del Sr. Carlos M. Trelles se encuentra una relación de sus libros.

Como hombre público, fue Concejal del Ayuntamiento de la Habana de 1900 a 1902 y después Alcalde; Representante a la Cámara hasta 1906 y también Presidente de ese Cuerpo, retirándose de la vida pública al morir el Generalísimo Máximo Gómez, para dedicarse a sus estudios favoritos.

El ilustre matancero radicó en Miami, Florida, posteriormente.

Plácido (Gabriel de la Concepción Valdés)

Pocos bardos nacionales, a excepción del gran Heredia, han, gozado de tan dilatada y merecida fama como el infortunado poeta matancero que bajo el humilde pseudónimo de Plácido dejó escuchar las armonías de su lira hasta el infausto amanecer del 29 de junio de 1844, en que cayó abatido por el plomo español frente al Hospital de Santa Isabel en el mismo lugar donde fue colocada hace años una placa conmemorativa, destrozada por manos irreverentes después y abandonada por el mundo oficial que no se preocupa de restaurar lápidas y monumentos, verdaderos episodios de la historia patria, escritos en mármol y en bronce.

Dilatada fama hemos dicho, porque a través de 88 años de haber sido escritos en la capilla, aún se recita con intensa emoción el soneto «La Despedida», aún se declaman los enfáticos endecasílabos de la «Plegaria a Dios», que se afirma iba leyendo en voz alta el autor mientras se le conducía al sitio del fusilamiento. Merecida fama, porque le sobraban inspiración y sentido artístico y no le faltaban recursos técnicos a quien legó a la posteridad romance de tan subidos quilates como «Jicotencal».

Gabriel de la Concepción Valdés recorrió un ciclo de amarguras muy hondas en la vida. Tuvo un oscuro origen, marcado con el marchamo de ilegítimos amores; pertenecía a una raza que por entonces sufría el desprecio y las afrentas mayores; sentía bullir en lo íntimo de su ser, pugnando por echárseles fuera, irrefrenables sentimientos de libertad, sin que le fuera dable exteriorizarlos más que en inflamados versos, sorprendentes a veces por el valor con que desafiaba las iras del déspota, las probables consecuencias que al fin lo llevaron al sepulcro de manera trágica; y en la plenitud de su existencia, envuelto entre las mallas de un proceso por conspiración, se le condenó a muerte, sin que sus positivos méritos de artista ni las relaciones valiosas que se había creado en la Isla y en España pudiesen impedir que se ciñese a sus sienes la corona del martirio.

Aquel, orgulloso mulato alentaba una rebeldía incontenible, no tan sólo contra el régimen político de Cuba y contra las onerosas condiciones en que se hallaba su raza, sino también contra su personal destino, ya que no se resignaba al ambiente pobre y de inferioridad social en que lo habían colocado los misterios designios de lo Arcano. Era un inconforme irredimible que llevaba su amor propio, su dignidad, la estimación de sí mismo a las regiones de la altanería. Por eso pudo escribir dos días antes de ocurrir su muerte: «No dejo memorias para ningún amigo porque sé que no los hay. Tan sólo dejo memorias a D. Francisco Martínez de la Posa, a D. Juan Nicasio Gallego y a D. José Zorrilla». A hombres de ilustre prosapia, como los antedichos era a quienes quería tratar, en un vano empeño por rebasar el nivel donde se encontraba, y con algunos hizo amistad más o menos amplia.

Sus más entusiastas odas las cantó a Dña. María Cristina de Borbón y a Dña. Isabel II, figurándose acaso, un tanto megalómano, que podía ser uno de aquellos portaliras, favoritos ue reyes y emperadores, cuyos nombres han pasado a la posteridad íntimamente ligados a los de sus soberanos.

Como poeta, Plácido tenía positivos méritos. Digamos antes de hacer otros comentarios en esta sucinta nota biográfica, que parece haberse exagerado mucho en cuanto a la pobrísima ilustración que se le atribuye. Sin que su obra permita creer que poseía una superior cultura, hay en ella características que impiden un juicio harto severo: léxico sufíciente, elegancias del lenguaje, figuras del pensamiento, citas históricas, dominio de la métrica.  Los defectos que en la versificación se le descubren, alguna que otra chabacanería que empaña el brillo de una bella estrofa, la impropiedad, o inoportunidad de ciertos giros literarios, débense más bien a la prodigalidad, a la producción constante, muchas veces a su afán de improvisar, no importa cual fuese el motivo.

Había en él poco rigor autocrítico. Fue un excesivo, y; como tal, un descuidado. De haber sometido sus composiciones a meticulosa revisión, indispensable en quien aspira a la celebridad, hubiera ganado más altas cimas en el panorama intelectual de nuestro siglo XIX.

Era sobre todo un notable sonetista, como lo justifican «La Muerte de Gesler», «En la Muerte de Jesucristo», «Fatalidad» y otras producciones, que tienen rasgos de excepcional talento. Los dos primeros, por el uso de los detalles pictóricos y la sobriedad son de una fuerza descriptiva que difícilmente sobrepujan altísimos poetas del parnaso hispano-americano. El vigor de la expresión responde cabalmente a los conceptos que el asunto suscitó en el bardo, en cada caso.

Los tercetos finales de «El Juramento», por ejemplo, son de una intensidad emotiva indiscutible y de una sonoridad rotunda, pese a que carece de gran belleza literaria.

Relampagueante como era su estro, versos suyos han quedado como imborrables destellos en la literatura nacional, y sobre todo en la memoria del pueblo. A esa categoría pertenecen estos:

«Alguno habrá que con dorada lira,

más digna de tu oído soberano,

cuando sus cuerdas diamantinas vibre

cante más grato, pero no más libre. «

Dentro de la música del verso enmarcaba sus anhelos patrióticos, sus ansias de libertad.

La tendencia independentista se observa en gran parte de su obra; y a eso debióse que, atribuyéndosele labor de conspirador, sin que se haya aclarado definitivamente hacia qué punto orientaba sus esfuerzos, se le inculpara y juzgase con extrema dureza, con verdadera saña.

Plácido protestó de su inocencia en términos altisonantes. Las últimas vibraciones de su lira fueron pulsadas con ese propósito; y de ahí que su nombre quedase en la memoria de los cubanos, no aureolado con los fulgores del héroe que arrastra un castigo, firme en sus ideas, sino adornado con las palmas del martirio.

La producción del vate matancero no ha tenido todavía la publicidad que merece, hecha con sentido antológico y crítico, ni su vida ha sido estudiada de manera que dejase un juicio cabal a qué atenerse los que siguen con interés el movimiento de la Literatura Cubana. Autores de menor valía han merecido más ensayos, conferencias, estudios biográficos. Quizá le falte al inolvidable rapsoda de «Jicoltencal» la sanción plena de los que se dedican a separar la escoria del oro, a señalar bondades y defectos, en la cátedra, en la academia, en el liceo; mas pocos bardos han impresionado tan hondamente como él al espíritu público y fijado tan perdurablemente en el alma popular su recuerdo. Le faltará la consagración de la crítica; pero cuenta con el respeto y la admiración de las generaciones que le sucedieron, las cuales han dado a su nombre la gloria a que él aspiraba.

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