BIDEN VA DE CRISIS EN CRISIS, Y SU APROBACIÓN SE DESLIZA

Written by Demetiro J Perez

13 de octubre de 2021

La expectativa normal, en el mundo político, es que el presidente de esta nación grabe una impresión de su presidencia en los primeros seis meses en oficio. Joe Biden se acerca a los nueve, y su presidencia, lejos de exhibir estabilidad y dinamismo, permanece hueca, estática, desorientada, y, lo que es peor, saltando de crisis en crisis, algunas de ellas de su propia creación.

Entre los problemas que confronta Biden en este temprano inicio de su administración, se encuentra la profunda división de su propio partido, al que no puede controlar, donde los izquierdistas radicales buscan el absoluto control, y la imposición de su agenda, contra la debilitada fila moderada.  El presidente, en este conflicto, ha tomado el camino más fácil. En vez de fijar su posición como jefe del partido y del gobierno, ha cedido esa autoridad a las huestes de Sanders, como si éste hubiera sido el ganador en las elecciones del 2020. Es notable, y esto indica la falta de liderazgo del presidente, que, habiéndolos derrotado en las primarias de la pasada contienda, ahora les otorgue el privilegio de determinar su agenda.

En el presente ínterin sobre la aprobación del plan de infraestructura, cuando Biden necesita, desesperadamente, una victoria, cualquier cosa que parezca una victoria, Bernie Sanders, al frente de la cuadrilla progresista, torpedeó la discusión sobre el primer paso, sobre educación y otros conceptos, por un trillón de dólares, y está urgiendo a sus seguidores en la Cámara Baja a derrotar el proyecto, hasta que el Senado acuerde pasarlo en su totalidad de 3.5 trillones, como él prefiere. Es decir, Sanders, boicotea, veta, la posición de Biden, forzando el pase de su propia agenda. Y, Biden, sintiéndose impotente, debilitado, agobiado por el monto de las crisis que le rodean, está optando por plegarse a los dictados de la izquierda radical, uniéndosele en la locura de sus planes.

Pero eso es harina de otro costal que iremos tratando en el curso de los meses siguientes. Por ahora concentrémonos en los problemas de Biden en el contexto general de su gestión en los cortos meses de su oficio.

La diosa fortuna, que lo acompañó hasta enero 20, lo ha abandonado. A pesar de sus ruegos e imploraciones a los republicanos, para que le tiren un salvavidas que le permita el aumento del límite de la deuda, o sus constantes súplicas a sus colegas demócratas, los senadores Joe Manchin y Kristen Sinema, para que voten por el estrafalario plan de infraestructura de 3.5 trillones, todos han ignorado sus peticiones por considerarlas de apetito maximalista, más que exageradas in términos económicos, bajo el enorme peso de la deuda que ya tenemos. Joe Biden, al parecer, va perdiendo el sentido de la sensatez y la prudencia. Su entrega creciente a la facción radical le ha desdibujado el sentido de la realidad. Está flotando en los complicados vaivenes del limbo.

En los últimos tres meses, en particular, las cosas no le han ido bien. El espectro de Afganistán sigue ahí. Ha tomado presencia permanente en su historia política. Su gestión, en respuesta a la pandemia, ha sido inconsistente y errática. La inflación avanza cada mes más. En junio, andaba por 3.4%; en septiembre, saltó al 4.2%, y continúa escalando hacia el 5%. Y, como si esto no fuera suficiente, queda el asunto de inmigración, que ya no es un problema, sino una crisis enorme.

Es obvio que la administración no ha sido capaz de elaborar un plan coherente con la gran complejidad de la crisis, después que el propio presidente plantó, en la mente de millones de personas, de otros países, la percepción de que podían arribar a nuestras fronteras como si no existieran.

La nación permanece dividida en su mero centro. El margen de gobernabilidad de Joe Biden, es escaso, precario, podríamos decir. Sin embargo, él actúa, en la grandiosidad de sus proyectos, como si la nación americana le hubiera otorgado un mandato el pasado noviembre. Hay algo curioso en la conducta del presidente. El corrió como centrista, derrotó a los progresistas, y a la facción del Partido Demócrata inclinada a la izquierda; y, ya en la presidencia, les entrega el partido y les permite abiertamente impulsar su agenda en vez de la suya.  ¿O, es que ambas, acaso, eran la misma?

Joe Biden, empoderado de una exuberante ilusión, se ha entregado a un imparable derroche monetario sin precedentes. ¡Hay que gastar! Las uniones sindicales, siempre sus favoritas, todos sus miembros, y la fuerza laboral, la que todavía trabaja, en gran proporción, ya convencidos, creen, que, a la nación se le debe permitir gastar tanto, porque es muy rica; y que, hemos llegado al punto de la riqueza total, en el que ya no es necesario trabajar como lo hacíamos antes. Y que tampoco es imprescindible pagar el alquiler a tiempo, como era costumbre antes de la pandemia. ¡Todo es diferente! Ha llegado al gobierno, la nueva ola del progresismo, y, con él, la bonanza infinita del todo por nada. ¡Soñar… soñar!

Pero resulta que los sueños, sueños son, y la realidad, por ser realidad, siempre se impone. De acuerdo a reportes de varias encuestadoras nacionales, entre las que figuran Gallup Poll and ABC News/Ipsos, las cosas no van bien para Joe Biden. De junio, hasta el final de septiembre, en los ocho meses de su presidencia, su aprobación ha caído 13 puntos, nos dice Gallup Poll. FiveThirtyEight.com, otra encuestadora confiable, informa que la aprobación del presidente bajó al 45% mientras que su desaprobación subió hasta el 49%. Estos números no son precisamente agradables para Biden en estos momentos; pero son, sin embargo, más preocupantes aún para su partido en los meses que se avecinan, con miras a las elecciones de término medio en el 2022.

Joe Biden, que corrió  en su campaña como hombre del centro, ha entrado en una tardía conversión hacia el progresismo socialista para satisfacer viejos anhelos de una conciencia inquieta.

BALCÓN AL MUNDO

En el momento en que se escribe esta nota, el líder de la minoría republicana en el Senado, senador Mitch McConnell, propone a los demócratas un aumento, a corto plazo, del límite de la deuda, con el fin de evitar un “cierre” del gobierno, y su consecuente default. Se habla de un trillón. Tal vez algo más. Todo está en tono gris en este momento.

Los demócratas no tienen muchas opciones. Están contra la soga, porque no quieren que Joe Biden pase a ser el presidente del default; pero esta oferta les abre la puerta para negociones, que, como siempre, traerán un compromiso para detener la crisis.

  Siempre igual. Cada año. Al final la vida sigue su agitado curso. Nuestro sistema es, a veces, ineficiente, pero no estúpido. Sabe cómo trabaja la democracia.

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  El 15 de noviembre Cuba abre el portón para admitir turistas. No les importa que pudieran venir contagiados e infectar a los cubanos, o que sean contagiados por la epidemia que anda suelta en la Isla. El gobierno comunista está desesperado, y necesita, imperiosamente la entrada de dólares, sea vía turística, contrabando, drogas, cualquier cosa que pueda convertir en dólares.

 Sin embargo, se asoma una pregunta curiosa: ¿qué puede ofrecerle al turista un gobierno en ruina, asqueroso, cayéndose a pedazos, que ni siquiera es capaz de brindarle medicinas y alimentos básicos a su pueblo?

Algunos turistas irán, por supuesto, pero la cantidad será siempre inferior a los que quieren irse.

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  En febrero, Jerome Powell, Chairman del Banco Central, debe ser confirmado, o reemplazado, para el próximo término de cuatro años. En general ha hecho un buen trabajo, sobre todo en medio de la pandemia, y el presidente está inclinado, en estos momentos, a extender su función por otro término. Pero existen dudas.

La pandilla radical demócrata, liderada por Sanders y Elizabeth Warren, se opone a su reconfirmación. Y, estando Biden, como está, arrinconado y apocado, por la presión de este grupo extremista, es muy probable que Mr. Powell haya sido Chairman por sólo cuatro años.

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Los que pensaban que el problema de Afganistán cesaría con la retirada, se van a llevar la gran sorpresa.

La economía de ese país, ha colapsado. No existe. No tiene reservas para adquirir lo indispensable para su gente. El poco poder pensante, inteligente, se ha ido a Pakistán y los que quedan, hacen gestiones para marcharse a cualquier lugar.

Por otro lado, las fricciones se calientan entre el Talibán, Isis, Isis K y al Qaeda. La guerra entre esos cuatro se intensificará en los próximos meses donde la paz es una palabra inaceptable.

Si los chinos quieren lanzarse en una aventura suicida, ahí tienen la gran oportunidad, pero el costo será astronómico para su economía. Los rusos ya tuvieron su lección, 25 años atrás.

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