BIDEN GOBIERNA AL INAGOTABLE RITMO DE LA PANDEMIA

Written by Adalberto Sardiñas

9 de junio de 2021

No hay duda que el coronavirus ha sido catastróficamente dañino para América y para el mundo. Sin embargo, paradójicamente, ha sido, políticamente, muy generoso con Biden. Una crisis de esta magnitud, con toda su malignidad, tiene también, aunque no solicitados, inesperados beneficios. De no haber sido por la pandemia, probablemente Joe Biden, no hubiera llegado a la presidencia. Era, antes del surgimiento de esa plaga mortal, un político acabado, sin la menor posibilidad de triunfo.  Pero el destino es a veces terco y caprichoso. Solamente este fortuito infortunio, y la amenaza de Sanders, motivaron al Partido Demócrata a sacar a Biden de su mausoleo político, como último recurso del establishment, para detener al viejo comunista de Vermont. Y Biden, como postrer gesto de reconocimiento y agradecimiento, ha tomado al Covid como su compañero de viaje para el resto de la travesía.

Cuando Joe Biden asume la presidencia en enero 20, la vacuna se estaba aplicando y estaban en marcha prácticas concretas para combatir el virus, con la perspectiva real, visible, de una recuperación al doblar de la esquina. La participación de Biden no estuvo presente, obviamente.  La abrumadora prioridad de la administración Biden, ya en oficio, fue pasar un plan de rescate doméstico, además de los previamente aprobados por la administración anterior con el objetivo de reclamar crédito en la conquista de la pandemia. Aparte de eso, ¿qué más?

Al presente, el Covid-19 está en plena en retirada; pero ha surgido una metamorfosis curiosa: ha pasado del nivel humano, al nivel político. El ritmo de la propaganda oficial, ayudada por la prensa simpatizante, ha sido mantener el fantasma del coronavirus como una excitación temerosa, para sostener a la población en la punta de los pies. A pesar de la masiva vacunación, y el hecho de haberse alcanzado la inmunización de rebaño, se insiste en el uso de la mascarilla, del distanciamiento social, y de otras medidas que, si, en efecto, fueron prudentes ayer, en estos momentos no son justificables. La pandemia ha quedado atrás. La normalidad se impone. La gente necesita el retorno a su vida habitual anterior, pre pandemia, sin la sombra tenebrosa del miedo perenne. Es natural que los políticos actúen políticamente. Y la administración Biden representa la regla y no la excepción.

Ausente una agenda definida para los asuntos domésticos, y otra, más confusa aún, para la política exterior, la administración se aferra, como tabla de salvación, al tema de la pandemia, a la que pretende extender hasta el infinito para extraerle todo el jugo políticamente posible. ¿Hasta diciembre? ¿Por qué no? O mejor hasta la próxima primavera, que toca a las puertas de las elecciones parciales de medio término. Todo circula en torno a la perspectiva política. El factor humano, elemento esencial en su principio, se ha esfumado. Los intereses partidistas entran en juego, y aunque el punto fundamental sigue siendo la pandemia, ya desfallecida, un nuevo coeficiente altera el orden de las cosas, creando una pieza en el engranaje propagandístico, con el propósito de elevar créditos y méritos de un gobierno que quiere ser más grande y más controlador con el paso de los días.

Pero esta estrategia de mantener en efervescencia la atención pública mediante recursos de aprensión, tiene sus riesgos, que no son pequeños, y entre los que se encuentran el aburrimiento y la fatiga. La población se cansa. Se aburre del barraje que le interrumpe su tranquilidad con las imparables advertencias de que algo malo, como el retorno de la pandemia, es no sólo posible, sino tal vez probable, que acontezca.

 Cuando la gente común, que es la mayoría en todos los pueblos, entienda que, en realidad, el cielo no se derrumba, la apatía se envuelve en indiferencia, y los gobernantes entran en estado de semi irrelevancia, al hacerse patente sus motivaciones políticas. El crédito absurdo que la administración Biden persiste en reclamar, referente a la eliminación de la pandemia, se va destiñendo rápidamente, porque ya la nación percibe que hay un trabajo real por hacer y la retórica auto congratulatoria no llena el propósito.

Estamos ante una administración huérfana de agenda. Funciona con una dictada por la extrema izquierda, con Sanders y Alexandria Ocasio como promotores. El proyecto de la infraestructura viene de la administración pasada, y la ha tomado como suya, con un incremento monetario irresponsablemente exagerado, que el presidente, y su gabinete, saben que no será aprobado en el Senado.

Uno de los problemas de Joe Biden, es que parte de sus acólitos, le han hecho creer que él tiene un mandato para emprender sus soñolientas aventuras, con la cooperación del Congreso. Y no es así. La mayoría demócrata en la Cámara es de sólo 8 votos, y en el Senado, con un virtual empate de 50-50, solamente lograrían pasar algunos proyectos con el voto de la vice presidenta Kamala Harris si la votación se empareja.

A Biden le espera, en sus segundos “cien días”, en la Oficina Oval, un encuentro con la realidad. La quimera, y su compañera, la pandemia, han corrido su curso. 

El tema que le llevó a la presidencia se va desdibujando, y pronto será parte de un pasado triste. Machacar sobre el mismo resultará tediosamente aburrido, y no le servirá de mucho.

La tarea siguiente es gobernar. A ver cómo nos va, porque todos estamos a bordo en el mismo barco.

BALCÓN AL MUNDO

Cuba, es decir, los cubanos, viven en una horrenda miseria económica. Los salarios, exiguos, paupérrimos, ante una inflación desproporcionada, no son, ni remotamente suficientes, para la más básica existencia. Sin embargo, el gobierno comunista, está construyendo hoteles lujosos para el turismo. Esto no se entiende. Si el gobierno está, definitivamente, en bancarrota, ¿de dónde sale ese dinero para la construcción de hoteles?

La sospecha generalizada es que cientos de millones del narco tráfico se están lavando en Cuba por la cúpula militar. En una nación que se derrumba, no hay dinero para vacunas, medicinas y alimentos, pero sobra, por la corrupción oficialista, en complot con los carteles del narco tráfico, para emplearlos en algo que no beneficia en lo absoluto a la hambrienta población.

Así funcionan las cosas en el paraíso comunista.

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El secretario de Estado, Antony Blinkin, se fue a Costa Rica a discutir los problemas del área centroamericana con su presidente.  ¿Por qué a Costa Rica? Los problemas de la región pertenecen al llamado Triángulo Norte: Honduras, El Salvador, y Guatemala. Nicaragua, también es un problema, pero está bajo la égida comunista y USA lo considera, erróneamente, fuera de su patio, aunque en ocasiones lo menciona de boca para afuera.

El problema de Costa Rica es que no tiene problema. Es el más democrático y estable no sólo del área, sino, probablemente, de América Latina.

El motivo de la visita debió haber sido no para indagar problemas ajenos, sino para felicitar a ese pequeño país, un modelo de civilidad y buena conducta política y social. Y para acudir a reuniones de alto nivel diplomático que, por lo general, son buenas para la publicidad, y pare de contar.

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La nueva extorsión al capitalismo occidental, especialmente al de USA, viene de Rusia, a través de los llamados “ransomware” que dislocan hasta la paralización, el sistema operacional de grandes empresas a cambio de un pago multimillonario. Es, en lenguaje claro, un chantaje que, inexplicablemente, ni la tecnología occidental, ni el gobierno americano, han podido poner fuera de acción. El gobierno ruso, y la mafia de Vladimir Putin, conocen de su origen. Ellos saben, o deberían saber, dónde se esconden. Por lo tanto, para nivelar el score, la administración Biden debería, como mínimo, aplicar sanciones que duelan, al régimen despótico ruso. Las palabrerías condenatorias no bastan.

Hay que ir al origen del problema sin paños tibios. Nuestros intereses están siendo dañados seriamente. Y todos, al final, pagaremos por estas actividades mafiosas criminales.

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