Washington, (EFE).- El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, está dispuesto a desmantelar el sistema de asilo y romper sus promesas de campaña a cambio de que los republicanos le apoyen un gasto extraordinario de más de 60.000 millones de dólares para seguir financiando la guerra de Ucrania.
En negociaciones con senadores del partido opositor, legisladores demócratas y funcionarios del Gobierno han propuesto reanudar las expulsiones en caliente en la frontera y expandir la capacidad del Gobierno para deportar a migrantes, entre otras medidas restrictivas.
La Casa Blanca no ha confirmado estas filtraciones, pero sí ha señalado que Biden está “abierto a compromisos” si los negociadores logran reunir los apoyos suficientes.
Un plan arriesgado
Al agotarse el dinero que el Congreso previamente había aprobado para Kiev y para convencer al escéptico bloque conservador de apoyar un nuevo desembolso en gasto militar, la Casa Blanca decidió incluir también más financiación para “seguridad fronteriza”.
La idea les rebotó: los republicanos agarraron las riendas de la negociación y aprovecharon para pedir mayores restricciones a la migración y al asilo a cambio de sus votos.
En vez de rechazar sus exigencias, la Casa Blanca redobló su influencia en las conversaciones, enviando a funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), entre ellos el secretario Alejandro Mayorkas, al Congreso.
Decenas de legisladores demócratas, incluyendo su número dos en el Senado, Dick Durbin, y los miembros del caucus hispano de la Cámara de Representantes, han rechazado firmemente el trueque que está considerando la Administración.
Desmantelar el asilo
Expertos en migración y organizaciones en defensa de los derechos humanos han señalado que las propuestas que se están barajando, en especial la de reanudar las deportaciones en caliente, desmantelarían el sistema de asilo en EE.UU., al que actualmente se están acogiendo la mayoría de personas que cruzan la frontera.
Bajo la ley actual, que se adoptó tras la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. se comprometió a dar protección a las personas que no pueden volver a sus países por miedo a persecución por motivos de “raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social u opinión política”.
Para obtener esta protección, es requisito también que la persona esté en suelo estadounidense. Deportación “en caliente” significa entonces que las autoridades pueden expulsar a alguien sin darle oportunidad a pedir asilo.
Hasta mayo de este año, la frontera sur de EE.UU. estuvo regida por el Título 42, una restricción similar a la que se está negociando y que impuso en su momento el Gobierno de Trump con el pretexto de la pandemia.
La Administración, a juicio del experto, está dividida entre los funcionarios que entienden la importancia del asilo en el sistema de derechos humanos y aquellos que temen que la llegada de miles de migrantes a la frontera cada día “pueda costarles votos en 2024”.
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