BASTIAN THIRY Y CUBELA, EL MAGNICIDIO COMO VÍA PURGATIVA

31 de agosto de 2022

El fallecimiento hace una semana en Miami del comandante Rolando Cubela Secades coincidió aquí con el 40° aniversario del atentado al general de Gaulle cerca del entronque de Petit Clamart, suburbio sureño de la capital francesa.

 Al médico cubano se le atribuye haber fraguado el plan de ajusticiar a Fidel Castro disparándole desde un edificio cercano a la Plaza de la Revolución. 

Aunque ambos intentos de magnicidio fallaron pretendo esbozar aquí un paralelo entre ellos. Fueron gestados con estrategias disímiles a cuatro años de intervalo en plena Guerra Fría, teniendo la descolonización y la emergencia del Tercer Mundo a la escena internacional como telón de fondo. 

Ante los respectivos tribunales de excepción que los juzgaron los encartados no corrieron idéntica suerte, cosa comprensible dada la disimilitud entre dos países con sistemas políticos y judiciales radicalmente diferentes.

Los obituarios y los artículos que fueron publicados hace pocos días acerca de la vida y la ejecutoria de Cubela -plagados de errores materiales que no abordaré hoy- enmarcaron con trazos imprecisos su intento de asesinar a Fidel Castro en 1966.

Señalo de paso que obrando con precipitación y con ligereza varios gacetilleros cayeron en una trampa al confiar en datos colgados en la red informática, contaminada en el caso con falsedades cuando no de mala fe. 

Desvirtuados así legos e ingenuos queda para la posteridad comoquiera la evidencia de que en aquel complot, liquidado en estado embrionario, en el que se involucró el ex-comandante del Directorio Revolucionario hubo mucho amateurismo y la presencia fatal de la mano peluda de lo peor de la administración Kennedy. 

Y como el interesado, una vez fuera de la isla en 1979, jamás testimonió para proporcionar a la posteridad una versión que hubiera sido tan inapelable como definitiva, nada podemos hacer hasta que llegue una hipotética apertura de los archivos cubanos, por ejemplo para el año 2099. ¡Y cuidado!   

EN 1966

De la mascarada que resultó ser el juicio celebrado en La Habana pocos días después de terminada la Conferencia Tricontinental de 1966 dan fe parcial los archivos de la prensa y de la televisión cubanas. Filtrados obviamente.  Fidel Castro designó presidente de tribunal a su incondicional Papito Serguera y obró a continuación para que las sentencias a pena capital resultantes fueran conmutadas. 

La Revolución no debía devorar a sus hijos como Saturno, alegó. Quedaron para consumo del populacho las humillantes declaraciones de los acusados, autoflagelándose al confesar faltas morales abyectas que hicieron pensar a quienes seguimos la pantomima por televisión en los procesos estalinistas durante los años 1930 en la URSS. 

Doce años después a Rolando le permitieron exiliarse en España, acompañado por su esposa Mirta Novoa y el hijo de ambos, prueba irrefutable de que era considerado como inofensivo por el binomio Fidel-Raúl. Los silencios que sobrevinieron a lo largo de más de cuatro décadas, dieron la razón a los hermanos Castro y a la Contrainteligencia del régimen. En boca cerrada no entran moscas.

Fue otra la suerte que de Gaulle reservó al lugarteniente coronel Jean Bastien Thiry. Ingeniero brillantísimo, ferviente católico, casado y padre de tres hijas pequeñas, nada presagiaba en un hombre así, continuador del linaje de tres generaciones de militares destacados, volcarse a una conspiración que tenía como objetivo descabezar a Francia e instaurar a continuación una junta militar al frente del país. 

El punto de partida esgrimido por Jean como justificación a su acto fue lo que consideró, y lo cito, «el drama humano y nacional consecutivo a los acontecimientos en Argelia, del que de Gaulle era responsable»: léase el visto bueno dado por el general-presidente francés en 1958 a la independencia argelina. Fracasada la intentona que el 22 de agosto de 1962 involucró a por lo menos una docena de tiradores juramentados para acribillar el automóvil presidencial, el principal acusado redactó una declaración que en tres cuartillas explicaba al pueblo la acción, asumiendo al mismo tiempo totalmente su paternidad para aliviar culpas en sus cómplices.

AL IGUAL QUE CASTRO

Al igual que Castro, de Gaulle designó a un hombre de confianza para dirigir un tribunal que quedaba posicionado por encima de la ley. 

Tanto así fue que ya en curso, la legalidad de un primer proceso fue desautorizada en octubre de 1962 por una decisión del Consejo de Estado. Ni corto ni perezoso el general, en un gesto ilegal que no necesitaba inventar un Fidel Castro en casos así, hizo adoptar por un parlamento políticamente sometido a él, una ley de validación retroactiva que osó prorrogar puntualmente procedimientos propios a jurisdicciones de excepción para tiempo de guerra. 

Un traje cortado a la medida de sus designios, lo nunca visto en la democracia francesa.  De Gaulle se apoyaba en una popularidad indiscutible y en el repudio de la ciudadanía al hecho mismo del atentado. Todo le funcionó de maravilla, de entonces hasta mayo de 1968 por supuesto.

EL JUICIO EN VINCENNES

El juicio, celebrado en el Castillo de Vincennes fue un gran acontecimiento. Como en la balacera no había habido muertos – «¡qué mala puntería tuvieron!», había comentado el general observando los orificios en su automóvil minutos después del ataque -los abogados de los encartados no esperaban en la petición fiscal reclamos de penas de muerte. 

Pero Bastien Thiry decidió a sus expensas convertir el juicio en tribuna política, reivindicó lo ocurrido y justificó el intento invocando teorías de tiranicidios pretéritos.  

Combativo y digno, hizo exactamente lo contrario que Rolando Cubela en 1966.  Además de leer desde el banquillo de los acusados un documento que había preparado en el aislamiento de su calabozo, y que sus abogados filtraron hábilmente a la prensa 48 horas antes, el militar francés utilizó la tribuna pública que le proporcionó el juicio para acusar a la presidencia de duplicidad, de traición a la patria y de haber violado la constitución negociando con los rebeldes argelinos del FLN contra la voluntad mayoritaria del pueblo. 

De cierta forma se erigió durante casi dos horas, de acusado en fiscal para con el jefe del estado. Un poco a la manera de Dantón en 1794.

Nada de eso concurrió en el juicio castrista a Cubela y a sus cómplices en 1966. En La Cabaña no hubo ni combatividad ni dignidad, pero también es cierto que nadie sabe qué trastienda precedió a la farsa judicial castrista. 

Sucedió lo propio en otros procesos que vinieron años después y pienso en las Causas N° 1 y N° 2 de 1989 cuando le tocó el turno a Ochoa, De la Guardia y Abrantes.  

En Vincennes fueron dictadas tres condenas a muerte de las cuales dos fueron transformadas por de Gaulle en reclusión a perpetuidad. El mayor rigor fue aplicado sin miramiento alguno a Bastien Thiry, fusilado el 11 de marzo de 1963. 

La gran mayoría de los editorialistas y de los intelectuales de aquella época desaprobaron, criticándola acerbamente, la intransigencia de De Gaulle, un debate que a estas alturas siguen poniendo sobre la mesa muchos historiadores franceses contemporáneos. Pero en las elecciones presidenciales que hubo poco tiempo después el general fue reelegido triunfalmente. 

Del otro lado del Atlántico, en Cuba, Fidel Castro no corría riesgos al juzgar, condenar y perdonar. Y no habría otros intentos de atentado como demostrarían los años venideros: su poder omnímodo fue confirmado en aquella primavera del año 1966 y con Rolando Cubela quedaron laminados para siempre los pocos rivales que todavía podían quedarle al Líder Máximo de cuando la lucha contra el ominoso batistato.

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