Barbarito Diez Una voz para los Danzones de Romeu

Written by Libre Online

14 de septiembre de 2022

Solamente dos veces en su vida, se sintió audaz Barbarito Diez. La primera, cuando quiso venir a conocer la capital de la República. La segunda, cuando decidió hacerse oír de Graciano Gómez, hace 25 años. A partir de este momento que fue admitido como cantante del sexteto, la vida de Barbarito Diez ha sido un ejemplo de laboriosidad y buena conducta como artista y como cabeza de una familia intachable… El autor nos llama la atención para que se fijen que también puede ser fácil, amablemente interesante, una interviú con un artista de vida austera, metódica y hogareña.

Por Don Galaor (1957)

(Fotos de Exclusivas de Charlie Seiglie)

Veinticinco años con el sexteto de Graciano Gómez y 20 con la orquesta de Antonio María Romeu, constituyen la historia de Barbarito Diez.

He aquí lo que a mí se me ocurre titular, una interviú difícil.

Barbarito Diez tiene un hijo estudiando bachillerato. Otro cursando la primaria.

Tiene una esposa tan austera  y formal como él. Y como él, cordial y comprensiva. 

¡Y ya!

Se acabó la historia de este popularísimo cantante.

Cuando vi en la relación de «entrevistables» el nombre de Barbarito, me alegré.

¡Ya era hora que yo hiciera una interviú al cantante de clara y  agradable voz que durante estos últimos años ha cantado los más grandes éxitos musicales en tiempo de danzón!

Y allá nos fuimos.

Modesto. De una modestia casi insultante. Barbarito sonrió sin cesar.

– Vamos a ver. Cuénteme ¿Donde nació usted?

—En Bolondrón. Pero muy pequeñito me llevaron a Oriente. Allá fui a la escuela. Crecí, y allá tuve mi primera y única ambición. 

_  Cuéntemela.

—Venir a La Habana.

_ ¿A cantar?

—¡No, que va!

– ¿A trabajar? 

–  Tampoco. Quería venir a conocerla. Usted no se puede imaginar las cosas que un muchacho oriental es capaz de pensar sobre La Habana.

– ¿Y cómo vino?

– En tren.

—¿Pero a dónde? ¿Quién lo esperaba en La Habana? ¿A quién conocía usted aquí?

Pensaba yo, al hacerle estas preguntas, en la aventura del muchacho de provincias, perdido en el tráfigo de la ciudad. Pensaba en la decisión bohemia de un Benny Moré, haciéndose oír por los cafés y restaurantes y pasando después el plato con la frase clave que no falla: 

—¿Una tierrita para ayudar a su artista cubano?

Pero no. El embullo del entrevistador dura poco porque ya está Barbarito Diez sonriendo más de lo que ha sonreído —riéndose casi— para desmentirme: —Vine a casa de unos amigos de mi familia.

—Bueno. Ya esto es algo ¿Esa familia le buscaría a usted trabajo?

—No ¿por qué? Yo sólo venía a ver La Habana. Cuando se me acabara el dinero que me dio mi padre, regresaría.

—¿Y regresó? 

—No. Me quedé.

_ ¿Cómo?

—Un día pregunté donde solían ensayar los sextetos y conjuntos musicales. Me dieron la dirección del Sexteto de Graciano Gómez y allá fui.

—¿Para qué?

—Para ver si servía como cantante.

—¿Le probaron a usted?

– Sí.

-¿Y qué le dijeron? 

—Que volviera al día siguiente para darme una respuesta.

—¿Y volvió usted, por supuesto? ¿qué  le dijeron?

—Que era mío el puesto de cantante del conjunto.

—¿Qué tiempo estuvo cantando para el Sexteto de Graciano Gómez?

—¡Todavía estoy cantando con Graciano Gómez! Hace 25 años que estoy con él.

—¿Y la orquesta de Romeu? 

—Llevaba cinco años con Graciano cuando me llamaron a cantar con esta orquesta. Y ahí estoy.

¿Lo están oyendo? Todo en Barbarito Diez es así. Fácil. Rutinario. Metódico.

Se casó con su primera y única novia. Tiene un hijo estudiando bachillerato y otro empezando la primaria. Esta casa donde vive es antigua. De techo de tejas, en el corazón de La Habana. Se me olvidó preguntárselo, pero estoy casi seguro que es la única que ha vivido desde que se casó.

Una mujer en su vida. Una casa. Un conjunto. Una orquesta.

He aquí un hombre sin complicaciones.

La esposa de Barbarito ha traído una botella de coñac y agua mineral.

En los vasos con hielo, nos ha servido a Seiglie, a Antonio María Romeu Jr.. al empresario Roberto Rodríguez. Hay dos vasos más. En uno ella se sirve también su jaibol.

Barbarito se ha servido en uno de estos vasos una Coca Cola.

—¿Usted no bebe? 

—No. Nunca he bebido. No me gusta.

Cuando hubimos de apurar medio jaibol, le ofrezco un tabaco. 

—No, gracias.

– ¿Prefiere un cigarrillo?

–  No. No fumo.

– ¡Tampoco fuma!. Cómo ha podido mantenerse tan íntegramente ajeno a vicios y aventuras un artista de tan enorme popularidad?

– Eso lo sé yo.

El tono orgulloso, de hombre de convicción, que ha empleado Barbarito Diez, me dice bien claramente que no le pesa haber vivido así, al margen del torbellino fiestero.

–  Las fiestas a donde vamos a tocar y a cantar es para los que nos pagan. No para nosotros.

–  Pero siempre, en un momento de la noche, o en el atardecer, el dueño de la casa, o un invitado entusiasmado, manda a servir a los músicos un trago.

– Yo pido un refresco.

–  Cuando se entra en un estudio de radio después que una orquesta ha rendido un programa de una hora, la densidad del humo de los cigarros y tabacos es irrespirable.

– A mí no me molesta. Aunque no he fumado nunca. No me gusta.

Bajó la voz y aprovechó que la esposa se ha ido al interior en busca de unos bocaditos y unas aceitunas para amenizar este trago, y le pregunto: – ¿Entonces ¿habrá vivido usted sus aventuras y, ¡vaya lo uno por lo otro!? 

Su orgullo. Su integridad, sin hipocresías ni debilidad, se rebela contra esta suspicacia mía.

– ¡Nada de eso! Mi vida toda es esta. Mi casa. Mis hijos. Mi canto en los dos grupos.

En realidad es lo único extraordinario en esta vida que se me ocurre llamar ejemplar. Y solamente es explicable por tratarse de Barbarito Diez.

¿Cómo ha podido mantenerse en dos conjuntos a la vez haciendo lo mismo? ¿Y cuándo han coincidido en distintos lugares, distantes, a cuál ha preferido?

– Indistintamente, a uno u otro. El suplente me sustituye en la orquesta de Romeu o en el sexteto de Graciano.

– ¿Y los dos están contentos?

– Ya lo ve.

El pequeño hijo de Barbarito, Jorge Pablo, ha venido a mostrarle los libros que llevará al colegio el lunes.

—¿Y tú, Jorge Pablo, ¿qué vas a ser cuando seas mayor?

—Pianista.

El padre sonríe orgulloso y aprueba. Le gusta que el pequeño piense en ser pianista. En cambio el mayor se lanzó a cantar siguiendo el ejemplo del padre. Lo hizo como aficionado, con otros amigos. Pero cuando Barbarito se dio cuenta que la cosa iba en serio, lo persuadió que cursara los estudios de bachillerato.

—¿Sin protestar?

—Bueno. Hizo su pequeña resistencia. Pero el Día de los Padres le prometió a la madre complacerme. Como entusiasmado con el canto había abandonado los estudios de ingreso en la Normal, le dijo: si me suspenden, ingresaré en el Instituto.

—¿Qué carrera le gusta?

—El magisterio.

El viejo Romeu quería mucho a Barbarito. Le gustaba su seriedad, su método, su austeridad.

Cuando se vio en dificultades para dirigir y administrar la orquesta, llamó a Barbarito.

Después el hijo demostró también gran dedicación por la orquesta. Y aquí están los dos. Antonio María Romeu Jr., dirigiéndola, Barbarito administrándola.

—¿Ha compuesto usted algo? — Le pregunto, seguro de que me va a contestar con varios títulos populares.

—No. No he compuesto nada en mi vida.

—¿Y tampoco le ha dado curiosidad por tocar un instrumento?

—Todo lo que he hecho durante toda mi vida es cantar. Es lo único que sé hacer.

—Habrá ganado usted mucho dinero, ¿cuántas casas tiene fabricadas?

La cara de Barbarito se enseria por primera vez para responderme. De verdad le da pesadumbre tener que contestarme que no. Que aún no tiene ni su casita propia.

—Tengo mi terreno, ¿sabe? Pero ¡que va! No veo la manera de fabricar la casa. La vida cuesta mucho dinero mantenerla con cierto decoro. Créame. Y no se gana tanto dinero.

Y el padre magnífico, el hombre de hogar que prima en él sobre el artista, pasea la mirada alrededor de esta casita maravillosamente limpia. Y se siente contento. No hace falta que él lo diga. ¿Para qué? Barbarito Diez está contento con esta vida suya. Muy modesta. Muy sencilla. Sin las alternativas de ostentación y escándalos que otras estrellas se creen obligadas a exhibir.

Así es Barbarito Diez una de las voces más buscadas y querida por el público. ¿Se lo habían imaginado ustedes así?

No. No se lo habían imaginado así. Como no lo había imaginado yo. Por eso empecé diciendo que estábamos ante una interviú difícil.

Y ya ven que también puede ser fácil, amablemente interesante, una, interviú con un artista de vida austera, metódica y hogareña.

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