AVENTURAS y DESVENTURAS de los GRANDES NAVEGANTES

Written by Libre Online

2 de mayo de 2023

Las dos proezas de los cinco siglos. — El huevo de Colón. — Colón y Lindbergh. — Empresas paralelas. — La conquista del Atlántico. —Glorias y desventuras.

Por ALBERTO BAEZA FLORES (1956)

Las dos proezas de los cinco siglos

Si se nos pidiera indicar las dos proezas, en la conquista de las rutas, de que han sido testigos los últimos cinco siglos no vacilaríamos en señalar dos, que por su ubicación histórica están como abriendo y cerrando nuestra era: el cruce del Atlántico —desde el Oeste-de las tres carabelas comandadas por Cristóbal Colón y, a casi cuatro y medio siglos de distancia, la ruta, de Este a Oeste iniciada por el aire por un muchacho que padeció parecidas vicisitudes que el navegante genovés y que sufrió semejante odisea y al que conocemos como Charles Lindbergh.

Sin duda hubo otras empresas más largas y dramáticas, que el viaje de Colón y la ruta de Lindbergh. La vuelta al mundo de la expedición de Magallanes fue una proeza más larga, más trágica, y más completa que el viaje de Colón. Fue más trágica, porque Magallanes, el inspirador, dio su vida en la empresa, y fue más larga y completa porque la ruta probó la posibilidad de dar la vuelta a la tierra, aunque al final de la hazaña sólo unos cuantos navegantes podían contar la historia, pero casi nadie recuerda ni siquiera el nombre del que relató el viaje singular —el cronista y navegante Pfigafeta— ni que la empresa fue emprendida casi treinta años después del viaje de Colón.

Igual sucedió con la vuelta al mundo iniciada por una escuadrilla de aviadores, que completaban un sueño de Julio Verne. Antes que ellos había un nombre: Charles Lindberg; como antes de la expedición de Magallanes hubo otro: Cristóbal Colón.

Adelantarse tiene un valor emotivo determinante: en la navegación, en la política, en las letras, y en las batallas, La gloria suele ser siempre del que se adelanta. Colón y Lindbergh tuvieron esta ventaja: se anticiparon, y por eso, aunque la ruta de Colón no fue la más larga, ni el vuelo de Lindbergh el más adecuado, los dos ganaron la fama que otros no pudieron lograr, después, con más esfuerzos, aunque con menos oportunidad.

De la proeza de Colón se cita hasta la anécdota del huevo, que se ha hecho lugar común, aunque se ha olvidado, enteramente, el escenario y el motivo.

La anécdota da pie y enseñanza sobre el valor que tiene ser el primero. Es todo un símbolo de lo que, históricamente, significa adelantarse a los demás, y sirve no solamente a Colón sino también a Lindbergh.

Vamos a recordarla, puesto que las dos empresas parecen unidas, a través de los siglos, por un parecido destino heroico y por una semejante moraleja. 

El huevo de Colón

Don Pedro González de Mendoza era un hombre rico e influyente. Quiso homenajear al hombre del día, a la figura cimera de aquel año y de aquel siglo, y ofreció un banquete magnífico a Cristóbal Colón en Barcelona.

El navegante genovés acababa de regresar victorioso de la empresa que muchos habían mirado como quimera. La realidad había superado todo sueño. Estaba allí, de regreso, el Gran Almirante, el vencedor del océano inmenso, el triunfador de lo desconocido, el hombre que había arribado a los países ricos y legendarios: Cristóbal Colón.

Las campanas del puerto de Palos, que una madrugada lo viera partir dudando de que estuviera en sus cabales, habían sido lanzadas a vuelo. Barcelona lo había recibido como a un triunfador; los reyes católicos, Don Fernando de Aragón y Doña Isabel de Castilla le habían rendido honores singulares. Habían escuchado de sus labios la descripción de aquellos países productores de las especias más codiciadas que el oro. 

Estaban seguros de que las Indias Occidentales habían sido conquistadas a través de una ruta directa, que probaba la redondez de la tierra. Cuatro y medio siglos más tarde la desintegración del átomo iba a abrir una nueva era a la concepción terrestre, pero no adelantemos. Veamos a Cristóbal Colón triunfante, sentado en el sitio de honor designado por Don Pedro González de Mendoza en el banquete que le ofrecía en Barcelona. Estamos en los finales del siglo XV.

Colón lucía sus ropas más elegantes. Los invitados habían vestido también como si fueran a una recepción real. Pero los envidiosos siempre sobran y los cortesanos no ocultaban su despecho, porque cualquiera de ellos hubiera dado los dos brazos con tal de haber obtenido los honores otorgados a Colón.

En medio del banquete no pudo uno de ellos resistir el empuje de la envidia. Altanero, midiendo las palabras, poniendo veneno en cada sílaba, en un alarde de colocar al valeroso marino en situación difícil ante todos, dijo: —¿Cree usted, señor Almirante, que de no haber descubierto las Indias las hubiera podido descubrir otro cualquiera?

La pregunta era una flecha envenenada y estaba destinada a rebajar la hazaña de Colón. El gran navegante no dejó de advertir la maligna intención, pero resolvió dar una lección terminante al osado y a los demás cortesanos envidiosos. Ninguno de ellos hubiera sido capaz de arriesgar una uña en la empresa gigante, y, sin embargo, una vez realizada, intentaban disminuirla.

Colón se puso de pie. Solicitó un huevo. Todos los rostros se volvieron hacia el navegante. Pero no se trataba de una prueba de magia que iba a iniciar. Sencillamente pidió a los comensales:

—Procuren mantenerlo derecho sobre uno de sus extremos.

Algunos lo intentaron. Nadie pudo logrado. Se dieron por vencidos. Le dijeron al Almirante que era imposible. Fue entones que Colón tomó el huevo. Le dio un ligero golpe, aplastando la cáscara para crear una base para que se sostuviera derecho, y lo colocó inmóvil delante de todos.

Nadie había advertido, antes de esta solución, el medio de mantener el huevo derecho, pero después del gesto de Colón a los cortesanos les pareció fácil. La moraleja es sencilla: después que se ha indicado el camino, que se ha enseñado como hacerlo, no es fácil continuar y llegar, pero lo realmente difícil es el comienzo, el estreno y la conquista frente a los sin fe.

La lección de Colón sirve también a Lindbergh. Después de su ruta, la rutina ha hecho del vuelo heroico de 1927 una faena diaria.

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