AVELINO ROSAS CÓRDOVA (1856-1901)

Written by Libre Online

16 de abril de 2024

Por Jorge Quintana (1956)

Los cubanos que le conocieron le admiraron su valor, su disciplina, su alto espíritu de lucha, su elevado sentido de la justicia, su nítido concepto de la libertad. Por eso mismo vino a pelear a Cuba, no fue un aventurero que se enamoró de la causa cubana. Era un combatiente de la libertad que había acreditado sus excepcionales condiciones de gran rebelde en su patria, Colombia, en Ecuador, Perú y Venezuela. No vino a Cuba solo con su propio impulso, sino que el mayor general Antonio Maceo, que le conocía, le escribió invitándolo a colaborar en la ardua lucha de libertar a un pueblo. 

Y él, que jamás se mostró remiso a tales empeños, corrió presuroso a los Estados Unidos para presentarse ante el Delegado Estrada Palma demandándole una oportunidad de llegar junto a su amigo. Su compatriota, el historiador Gabriel Giraldo Jaramillo, nos ha dejado de él esta maravillosa silueta: “Personaje 

novelesco, representante auténtico de su tiempo y de su raza, consagró su vida a la lucha por la libertad en varias naciones de América, en donde actuó como guerrillero,

conspirador, jefe de alzados y caudillo revolucionario. 

Tal fue Avelino Rosas y Córdoba, aquel generoso colombiano a quienes los cubanos hemos sepultado en el olvido, de quien jamás en Cuba se ha escrito ni siquiera una buena nota biográfica, y a quien, para que se cumpliera fielmente el pensamiento de José Martí, los cubanos de su época no le pagaron con otra cosa que ingratitud, intriga, calumnias, etc.

El 15 de abril de 1856 nació en Dolores, Popayán, República de Colombia, Avelino Rosas, Córdoba. Por parte de su madre era primo de los generales conservadores Joaquín María y Jacinto Córdoba. Sus primeras letras las aprendió en Popayán, asegurando algunos de sus biógrafos que fue alumno del Seminario. Se sabe que fue alumno de don Carlos Albán en un colegio privado y que llegó a poseer excelentes conocimientos de química. 

Muy joven aún, se le despierta el entusiasmo por las luchas liberales. Apenas ha cumplido los 18 años, cuando se traslada a Perú para tomar parte en un movimiento armado contra el Gobierno del presidente Balta. De allí pasa a Ecuador tomando parte en una conspiración para 

derrocar la dictadura de aquel fanático, instrumento del clero reaccionario que se llamó García Moreno. Casi por milagro logró escapar de las 

garras de aquel auténtico antecesor de los bárbaros dictadores latinoamericanos. Regresa a su patria incorporándose al movimiento 

liberal. En Cauca opera como ayudante del General Trujillo, tomando parte a sus órdenes en el combate de Los Chancos y en el ataque a Manizales. Concluyó aquella campaña mandando el Cuerpo de Tiradores.

Un breve período de paz y contrae matrimonio con la señorita Teresa Patiño. En 1878 se recrudece la lucha entre liberales y conservadores. Rosas se lanza de nuevo a la lucha, tomando parte en el combate de El Pindo, siendo derrotado, teniendo que retirarse a Cali donde logra refugiarse por otro breve tiempo en la paz de su hogar.

En 1885 lo encontramos de nuevo con sus armas de revolucionario, tomando parte en la campaña. Combate en Papán, Ulloa, Dagua, Papagaleros, Sanjonusco y Pavas, resultando en todos ellos vencedor. Por esta época se hizo amigo del General Rafael Reyes, que admiró en él su entereza de carácter y su valentía.

La campaña de Los Mil Días toca a su fin, Rosas abandona su patria dirigiéndose a San Cristóbal del Táchira en Venezuela, donde se instala por poco tiempo unido al general Crespo que combatía a Andueza Palacio, se distingue en la campaña de Puerto Cabello. El General Crespo pagó tanta generosidad y tan desinteresado apoyo recluyéndolo en La Rotunda y expulsándolo después del país. Va a Curazao. De allí a los Estados Unidos. 

Finalmente retorna a Curazao, donde residía cuando el general Maceo se aprestaba a emprender su último viaje a Cuba. Amigo del colombiano Gustavo Ortega, que actúa como secretario del General Maceo en Costa Rica, el general Avelino Rosas conoce al gran guerrero cubano. Por conducto de Ortega le ofrece su apoyo. Maceo contaba con él cuando se alistaba para partir, pues en una carta fechada en marzo de 1895 en San José de Costa Rica, escribe: “El general Rosas y Peñita irán conmigo a Cuba a representar en la brega por la libertad, la patria de Santander”. 

Ignoramos por qué razones aquel anuncio del General Maceo no hubo de cumplirse. En octubre, 15 de aquel mismo año de 1895 cuando el general Maceo organizaba sus legiones orientales preparándose para iniciar la marcha de la invasión, escribe desde La Canasta al general Rosas que aún continuaba viviendo en Curazao, pidiéndole que se trasladara y se presentara al Delegado Estrada Palma para que le enviase a Cuba al frente de una expedición, “la cual, dirigida personalmente por usted, tendrá por objeto aparente la invasión de Colombia pudiendo así hacerse a la mar y desembarcar en este país”. Al final de esa misma carta, el General Maceo decía: “Doy a usted las gracias por la buena voluntad con que ofrece sus servicios a mi patria, le deseo salud y éxito en aquella empresa, y tengo el gusto de ofrecerme aquí como su amigo verdadero y servidor afectísimo”.

El 10 de diciembre escribe al 

general Maceo anunciándole que sale para Nueva York a ponerse a las órdenes del Delegado Estrada Palma. Ese mismo día, desde Curazao le escribe a Estrada Palma informándole de la Carta del General Maceo y su propósito de hallarse muy pronto en Nueva York. A.J Lemus Guzmán en una biografía del general Rosas publicada en El Tiempo de Bogotá, asegura que el 4 de enero de 1896 el general Maceo volvió a escribirle una carta en la que le decía: “Sus servicios serán de grande importancia en estos solemnes momentos. Y no dudo que me acompañará”. Y que Rosas les reiteró su decisión contestándole: “Voy a acompañarlo hasta vencer o morir”.

El 25 de enero de 1896 ya estaba en Nueva York. En esta fecha le encontramos embarcándose en el “Hawkins” con el General Calixto García y un grupo de expedicionarios cubanos. Veinticuatro horas más tarde cuando el barco navegaba a sesenta millas de la costa, se descubre que tenía una vía de agua. Todos los esfuerzos realizados por salvarle fueron inútiles. El “Hawkins” se hundió irremisiblemente y la mayoría de los expedicionarios, entre ellos el general Rosas, lograron salvar la vida en una goleta que se les acercó ante las llamadas de auxilio. 

De regreso a Nueva York, escribió un trabajo narrando la odisea del hundimiento del “Hawkins” 

publicándolo en un folleto. Después trató de embarcarse con el General García en el “Bermuda” pero fue arrestado por las autoridades norteamericanas y sometido a proceso. El 28 de febrero de aquel mismo año escribe al delegado Estrada Palma, informándole haber sido notificado por el General García de su renuncia a la jefatura de la expedición del “Bermuda” y aconsejándole viera al delegado para que dispusiera lo que debería de hacer. Las dificultades fueron superadas y en el propio “Bermuda” pudieron abandonar las costas de los Estados Unidos los mismos expedicionarios del general García, con este a su frente. 

El general Rosas viene con él. El 24 de marzo desembarcan en la Ensenada de Maraví, en la jurisdicción de Baracoa. Al día 

siguiente emprenden la marcha hacia el interior, logrando unirse a las fuerzas del coronel Ruenes que operaba en aquella zona. Con esa misma fecha, causa alta en el Ejército Libertador, reconociéndosele el grado de general de brigada. Unido al general García se interna en la isla. Va hacia el Consejo de Gobierno primero y después al campamento del mayor general Máximo Gómez. El 17 de junio, en La Crimea, el General Gómez presenta al general Rosas ante la tropa formada, anunciando pocos días después, –el 28 de junio– su nombramiento como jefe de la infantería, que debería operar en el territorio de Camagüey a las órdenes de los generales López Recio y Javier de la Vega.

Su Estado Mayor no puede ser más criollo. Como ayudantes tiene a los tenientes Plácido Hernández, a los hermanos Franklin y Roberto Argilagos y al chileno Arturo Lara. Como jefes subalternos a los comandantes Luis Suárez y Palacios. En la Sanidad, al comandante Horacio Ferrer, a su hermano el capitán Virgilio Ferrer, al capitán Arturo Sonville y al teniente Aquiles Betancourt. Entre los soldados figura un niño que adquiría después en la República gran nombradía: Aurelio Álvarez.

El 9 de julio de 1896 le encontramos amenazando al pueblo de Minas, que estuvo hostilizado hasta la madrugada en que se retiró a El Retiro. Su espíritu disciplinado le llevaba a combatir hasta la intransigencia, la indisciplina. Por ello, cuando el sargento de sus fuerzas Jesús Estrada deserta, el general Rosas le hace arrestar y ante la tropa formada le degrada y le condena a servir en las fuerzas libertadoras como acemilero.

El 14 de junio de 1896 se acerca al pueblo de Cascorro con intenciones de atacar. A las cinco de la tarde dio comienzo al movimiento de sus fuerzas hacia las inmediaciones del poblado. Esa misma noche logra penetrar en él, incendiando varias casas y la iglesia, retirándose después a Los Ripios. El 16 es inspeccionado por el general Serafín Sánchez en el camino de Palmarito. Ese día se entera de la muerte del general José Maceo. Al día siguiente se une con el general López Recio saliendo juntos en dirección a Santa Rita. El 24 se embosca con sus fuerzas en Martínez, mientras las fuerzas de caballería mambisa rodeaban la torre heliográfica de la Caridad de Arteaga. 

El enemigo abandonó la posición, retirándose precipitadamente a la ciudad de Camagüey, por otros caminos que no eran aquellos por donde él se hallaba. El primero de agosto sale de su campamento emboscándose en el potrero de La Marina. A las seis de la mañana avanzaron los españoles rompiéndose el fuego. El enemigo hizo uso de su artillería tratando de proteger su retirada. Durante tres horas, el general Rosas les libra combate, teniendo que retirarse por falta de parque, con cuatro muertos y 11 heridos. Entre los muertos españoles 

figuraba el capitán que iba a Cascorro a reemplazar al jefe de aquella guarnición y entre los heridos, un capitán ayudante del General Godoy. A las cuatro de la tarde, después de dejar a sus heridos en lugar seguro y repararse, regresó el general Rosas para provocar a los españoles un nuevo combate, pero ya estos habían abandonado el campo, teniendo entonces que retirarse a Palmarito, donde acampó.

Dos días más tarde se embosca en La Ceiba por La Deseada en el camino de Guáimaro a San Miguel, pero los españoles apercibidos de su presencia en aquel lugar se desvían y contramarchan para Cascorro. El 4 avanza entonces buscando posiciones para atrincherarse en San Agustín en el paso del río La Lisa, pero otra vez los españoles se escapan de la celada. Entonces se dirige a Lugones. El 6 se mueve a La Varía, el 7 acampa en La Yaya. El 8 en La Antorcha. El 9 se mueve otra vez a Lugones. 

El 11 se traslada a Los Ripios. El 12 acampa en Arenillas. El 13 acampa en Santa Rosa. De allí sale para atacar a Bagá. En esta acción, bastante comprometida, fue herido de un balazo en la cara cuando se batía heroicamente con el enemigo, el comandante Horacio Ferrer. A pesar de que el general Rosas tenía en su poder, prisionero, al jefe de la guarnición atacada, no le fue posible tomarla y tuvo que retirarse con sus muertos y heridos. El comandante Ferrer fue trasladado a una Prefectura y pocas semanas más tarde salía de Cuba autorizado por el Gobierno para operarse en los Estados Unidos, retornando al campo insurrecto donde concluyó gloriosamente la campaña.

El general Gómez le traslada entonces a la Jefatura de la división de Matanzas. El general Rosas entregó el mando de sus fuerzas de infantería camagüeyana al coronel Braulio Peña y se dispuso a pasar la trocha de Júcaro a Morón el camino de su nuevo mando. El 24 de diciembre de 1896 trató de cruzar la trocha, pero sorprendido por los españoles tuvo que desistir para intentarlo nuevamente con éxito pocos días después. El 31 de diciembre de 1896, el Consejo de Gobierno, a propuesta del Secretario de la Guerra, acuerda ascender al grado de general de división al 

general de Brigada Avelino Rosas. 

Desde los campos de Cuba, escribía a su familia: “La guerra aquí es completa destrucción. Solo estando uno en ella la puede apreciar, y tan impetuosa es que los cincuenta mil voluntarios a que apenas asciende nuestro ejército, tenemos derrotado al ejército español, compuesto de más de cien mil veteranos. Yo suponía que solo los colombianos éramos soldados épicos, este es un error. Aquí hay un Antonio Maceo tan grande como Páez, y a su sombra, infinidad de héroes que parecen de leyenda; he tenido ocasión de verlos en la lucha. Por el momento, los españoles están reducidos a sus fuertes y yo disciplino nuestras tropas para dar una batalla campal. 

A su paso por Las Villas, camino de Matanzas, el general Rosas destruyó una zona de cultivo que protegían los españoles y macheteó una guerrilla. El 12 de enero de 1897 se hace cargo del mando de la división de Mata. Inmediatamente se dirigió a las fuerzas libertadoras que operaban en esa provincia mediante una proclama. El 17 de febrero le escribe el delegado Estrada Palma, indicándole los lugares de la Ciénaga de Zapata donde puede desembarcarse una expedición. Lugares en los que le anunciaba que ya él tenía apostada fuerzas para esperarla y protegerla. En esa misma carta le solicita material bélico, que es lo que más necesita.

Pronto surgieron sus conflictos. Jefes que secundaban al general Lacret y no querían ser mandados ahora por el general Rosas, a quien criticaban porque decían que no conocía bien la región donde tenía que operar. La lucha contra la indisciplina y la mano dura empleada muchas veces le hicieron ganar fama de cruel. Las intrigas llegaron al cuartel general del mayor general José Rodríguez, el 20 de marzo de 1897 el general Rosas le escribía al general Rodrigo: “Aquí mi situación es difícil. Las condiciones en que me encuentro, pues estoy sin caballería y sin tener absolutamente parque conque batir duramente al enemigo.

Yo me aventuro a creer que si a mi llegada a esta provincia hubiera demorado algún tiempo la encontraríamos evacuada completamente. Por nuestra parte hoy mismo es difícil levantarla”. Sin embargo, a pesar de la resistencia de los propios cubanos a operar bajo su mando y a pesar de las intrigas que se movilizan para hacerle salir, el general Rosas combate. Desde marzo hasta el 14 de abril en Jicarita causándole treinta y cuatro bajas al enemigo. En mayo lucha en El Cairo el combate en La Guinda, donde un teniente coronel de voluntarios cae. 

El 21 de mayo, se bate en Colorado, causándole cien bajas al enemigo. El 23 de mayo el general Emilio Núñez le envía una carta anunciándole su próximo desembarco de una expedición, en la cual deberán enviarle buena cantidad de la misma. La mitad, exactamente, le dice el general Núñez se quedará en La Habana y la otra mitad le será remitida oportunamente. El General Alejandro Rodríguez, que operaba en la provincia de La Habana, al distribuir, redujo mucho la cuantía de la que debería enviarse a Matanzas.

El 22 de junio de 1897 libra la invasión de El Grillo donde le causa numerosas bajas al enemigo, entre éstas la del jefe de la columna de San Nicolás. Pero a la par de esa actividad el general Rodríguez le destituye trasladándolo a su cuartel general. En su lugar es designado el General Pedro Betancourt. Al principio, el general Rodríguez no se le mostró amistoso, por el contrario, había oído de las acusaciones que habían hecho de reprender con crueldad a jefes y oficiales del Ejército Libertador. 

Después le ganó su confianza designándolo a la jefatura de su Estado Mayor al abandonar ese cargo, el coronel Enrique Loynaz del Castillo. El general Rosas, concluida como estaba la campaña, lo que tendría era que abandonar el suelo cubano. El 21 de agosto se dirige al General Rodríguez 

solicitándole su baja definitiva del Ejército Libertador. Al día 

siguiente le solicita que mientras se tramita su retiro le permita vivir en la casa de algún amigo, en la Prefectura o en el lugar que se le designe, pero lejos del bullicio del campamento, pues su salud así lo requiere. El doctor Manuel Alfonso expide un certificado declarando que padecía de Pielitis.

El 5 de diciembre de 1898, la Comisión Ejecutiva acuerda “conceder al general de división Avelino Rosas la licencia que solicita cumpliendo con los acuerdos de la Asamblea sobre licenciamientos y extenderle el pasaporte que pide para trasladarse a la República de Colombia”. Todo el año de 1899 y 1900 los habrá de pasar en Cuba, reponiéndose. Al general Gómez lo visita en La Habana. El viejo guerrero le escribe: “A los republicanos de toda América: El general, Avelino Rosas merece el apoyo de todo patriota”.

El 18 de marzo de 1901 se embarca en La Habana para los Estados Unidos. Desde allí se dirige a Colombia. Quiere llevar a su familia a la Argentina, pero los planes revolucionarios se precipitan y una vez más, será la última, se lanza a la lucha. Abandona Colombia dirigiéndose a Venezuela. Se detiene en Ciudad Bolívar. Avanza por los Llanos, se desvía a Tolima, donde combate en Matamundo y resulta gravemente herido en la cabeza. 

Pasa al Valle de Cauca, donde cae prisionero. Encerrado en la cárcel de Buga logra escaparse espectacularmente para sostener la guerra de guerrillas contra los conservadores en aquella manigua caucana. Se dirige a Chocó buscando salir al Ecuador, donde proyecta entrevistarse con el General Eloy Alfaro. 

En Quito, el general, Alfaro le obsequia con su espada. Allí organizan nuevas fuerzas e invade a Colombia por el sur. 

En julio de 1901 penetra por Obando, uniéndose a los guerrilleros de la región. Derrota a los conservadores en Ipiales, Puerres, Potosí y Moras. Los conservadores se ven forzados a traer refuerzos de Popayán. Tratan de contenerle frente a Puerres. El 20 de septiembre ataca al enemigo conservador en la línea de fuego. Después de batirse, heroicamente fue herido en una pierna. Al retirarse, sus propias fuerzas le abandonaban, cayendo entonces prisionero de una guerrilla que pertenecía a las tropas del general Florencio Zarama. Rosas se entregó confiado en la hidalguía de Zarama, pero desgraciadamente, se había equivocado. Hallándose en su presencia, un soldado le golpeó con el rifle en la nariz. Rosas respondió que la nariz no era arma de combate y que lo que aquel soldado acababa de hacer era una cobardía. Zarama encolerizado dio órdenes de que lo fusilaran. 

El 21 de septiembre fue atado por los pies y el cuello como si se tratara de una alimaña. Llevaron su cadáver colgado de un palo a Ipiales, donde por orden de Gustavo Herrera. Se le exhibió desnudo. Un clérigo de apellido Ordóñez le escupió la cara haciendo alarde de su infamia. 

Al fin, algunos amigos liberales obtuvieron permiso para enterrarlo conduciendo su cadáver a la iglesia para las honras fúnebres. Hallábanse celebrando éstas cuando varios oficiales conservadores entraron en la iglesia insultando los despojos mortales del general Avelino Rosas. Entre otras felonías realizadas estuvo la de romper las coronas que le habían enviado sus amigos.

Después de verificar el entierro, aquella soldadesca conservadora se apostó en el camino para agredir a los que habían ido a acompañarle siendo necesario que estos se desviaran por otros caminos, evitándose con ello una nueva masacre.

Allí, en el cementerio de Ipiales permanecieron sus restos hasta el año de 1908, en que el General Rafael Reyes, recordando aquella amistad que lo había unido años antes con el general, autorizó a la familia del desventurado caudillo liberal para trasladar los restos al cementerio de Bogotá, siendo sepultado en la bóveda 13 del mismo. 

Cuando a Colombia los gobernaban los liberales, se acordó levantarle un monumento en Popayán, su tierra. Ignoramos si tal acuerdo llegó a realizarse o si la dictadura conservadora que en estos últimos años ha destrozado las libertades y el suelo libre de Colombia ya la ha destruido con la misma saña con que ha cerrado los periódicos 

liberales o como la “hazaña” de masacrar impunemente al pueblo colombiano en la Plaza de Toros por el único delito de haber siseado a la hija y al yerno del dictador Rojas Pinilla, uno de estos “grandes” de nuestra América que más se ha ensañado con las libertades públicas y, de modo muy especial, con la libertad de prensa.

 Tal fue la vida del general Avelino Rosas, un colombiano que se vinculó al pueblo cubano, un colombiano de los que unió destinos en el continente americano.

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