Asesinato en la quinta Avenida. Misteriosa e intrigante, como su vida, fue la muerte del aventurero millonario Serge Rubinstein

Written by Libre Online

23 de febrero de 2022

Tenía genio para adquirir una fortuna, pero nunca aprendió que el dinero es tan buen siervo como terrible amo. Quiso amigos y nunca los tuvo porque nunca comprendió que para tener amigos hay que serlo. Quiso amor, pero nunca supo que el amor hay que ganarlo, no comprarlo».

Por Vicente Cubillas Jr. (1955)

Una de las personas, ajena a la familia, que más ha lamentado la muerte de Serge Rubinstein, el maduro multimillonario (cuarenta y seis años) de descendencia rusa asesinado recientemente en Nueva York, debe haber sido su cerrajero particular. Al morir misteriosamente el opulento galán de Wall Street, que contaba por docenas las bellas mujeres que habían compartido su intimidad, el modesto manipulador de llaves y cerraduras que atendía sus encargos, ha perdido su mejor cliente.

Serge Rublnsteln cambiaba de «muchacha» con la misma frecuencia con que cambiaba de camisa. Y cada vez que una «favorita» ingresaba en su lujoso harén del número 814 de la Quinta Avenida, entre las calles 62 y 63, exclusivo sector residencial neoyorquino, las cerraduras de la reja exterior y de la entrada inmediata al portal de la mansión eran renovadas. Serge ordenaba distintas copias de las llaves que operaban dichas cerraduras  para distribuirlas entre los inquilinos permanentes de su casa —su madre y su tía—-, algunos miembros del personal doméstico… y la sirena de turno.

Con una de esas llaves -la Investigación policíaca ha llegado a esa conclusión— el asesino o asesinos del excéntrico bolsista y tenorio ruso lograron acceso a la regia casa de la Quinta Avenida, que fuera otrora residencia del amillonado Jules S. Bache, y aposento de la colección de joyas artística del mismo, valuadas en doce millones y medio de dólares, donadas a su muerte al Museo Metropolitano de Arte.

Hallazgo del cadáver

A las ocho de la mañana del jueves, 27 de enero. William Morter mayordomo de Rubinstein por espacio de varios años, penetró en la alcoba de su amo, para despertarlo, como acostumbraba hacerlo cada mañana, salvo cuando Serge dejaba recado en sentido contrario.

Ante el estirado William, esta vez  sobrecogido de espanto, se ofreció  un espectáculo de cruda violencia. Su señor yacía sobre la verde alfombra de la alcoba, al pie de las dos camas, descansando sobre la , espalda, con los inexpresivos  ojos clavados en el techo y la palidez característica de la muerte esparcida sobre su semblante. Ambas manos estaban atadas con delgados cordones al frente por las muñecas y el mismo tratamiento habían recibido sus muslos. Rubinstein estaba vestido con pijama de color azul oscuro. El cubrecamas de de satín verde, junto con las sábanas y la almohada, estaban esparcidos por el suelo, en completo desorden. La cama-gemela estaba intocada, lo que aseveraba que se había ido a la cama solo… hasta que la Muerte vino a hacerle compañía.

Tratando de dominar su nerviosismo, Morter se acercó al cuerpo de su amo, con el propósito de auxiliarlo pensando que podía haber vida aún en él. Al observarlo más detenidamente, advirtió  que anchas bandas de esparadrapo cubrían la boca y barbilla del millonario. En torno a su cuello, amoratado, un blanco y delgado cordón de los que se utilizan para manipular las cortinas venecianas, parecía ser el instrumento mortal empleado para ultimar al “muchacho bien”.

Impulsivamente, Morter arrancó el esparadrapo de la boca de Serge, que continuó inmóvil. Adivinando la terrible realidad, el mayordomo se asomó a la baranda del pasillo que da acceso a la alcoba y estudiio de la víctima, en el tercer piso de la mansión, y llamó a gritos a otro criado, James Morse:

– ¡Eh, Jim, sube acá!

Tampoco  Jim pudo auxilia a su amo. Los labios azules, los ojos extraviados y aquella inmovilidad definitiva, señalaban que el joven lobo de Wall Street había pasado a peor vida. Centenares de amigos y conocidos, socios financieros, artistas, mariposas nocturnas y un reducido número de familiares, casi todos  ellos anotados en seis libretas de direcciones del muerto, se enterarían poco más tarde, a través de la radio  los periódicos de la misteriosa muerte de Serge Rubinstein.

¿Quién era Serge Rubinstein?

Moviéndose de continuo y por espacio de varias décadas entre las mallas de la intriga internacional: amasando fortunas a costa de la credulidad de inversionistas a los que timó en fantásticas operaciones de bolsa; sembrando por doquier fanegas de enemigos irreconciliables, el hijo de Dimitri Rubins-tein, banquero ruso y consejero de Finanzas del malévolo y loco Rasputín, halló la muerte que correspondía a su historial de aventurero trotamundos, muy lejos de la fría San Pctersburgo, su ciudad natal, en la alfombrada alcoba de lujosa mansión del East Side neoyorquino. Apenas contaba Serge diez años cuando su familia tuvo que emigrar de Rusia, al tomar el poder bolcheviques. Su padre logró trasladarse a Austria primero y a Austria más tarde, salvando parte de fortuna familiar, depositada en instituciones bancarias de Suiza. Poco tiempo permanecieron los Rubinsteins en Escandinavia, después su escapada de Rusia. Establecidos en Inglaterra, el joven Serge currsó estudios de Economía en la Universidad de Cambridge.

Su primera operación

financiera: una astucia

Demostrando que «de casta le viene al galgo», Serge se estrenó en las actividades financieras con una operación estelar: Se ganó una comisión de 18,000 dólares ayudando a once herederos de un magnate ruso liquidado en una purga de la «Checa», a recuperar la fortuna depositada en un banco suizo. Previamente, el astuto Rubinstein había chequeado la cuenta barcaria, haciéndose pasar por agente de seguros.

La segunda operación por él realizada, de la que se tiene conocimiento, no resultó menos estelar: a principios de los años 30, instalado en París, hizo una fortuna de 210.000 dólares dedicándose a la venta ilegal de francos y provocando una baja de la moneda que le ganó el odio de los franceses… y la deportación.

Llega a Wall Street con $1,700,000

De retorno a Inglaterra, apareció al frente de la «Chosen Corporation Limited», con oficinas en Londres, que era una firma que manejaba intereses nipones en minas de oro de Corea. En 1937, Serge vendió todas las propiedades asiáticas de la corporación a un amigo polaco, por la jugosa suma de $1,700,000.

Casi dos años más tarde, emergió la figura de Serge Rubinstein en el tráfago del Wall Street neoyorquino. Comenzaron a pasar cosas raras —hasta muertes— en las compañías del «B. M. T.» (operadora de una línea del tren subterráneo), Warren Bross y la «Panhandle Producing and Refining Company», con intereses petroleros. Y como resultado de todo esto, en una operación relámpago, el joven ruso adquirió el control de la «Panhandle» por la suma irrisoria de $187,000. Inmediata y sospechosamente las acciones elevaron su valor desde 1 a 14 dólares.

Un silencio que costó mucho

Por esta época los accionistas de la «Chosen Corporation» comenzaron a hacer preguntas y los trapos sucios dejados por Rubinstein en dicha empresa estuvieron a punto de ser sacados al sol. Para calmar las cosas, el ya opulento financiero tuvo que distribuir $2,250,000. “Me están persiguiendo” – fue entonces su único comentario.

Su amistad con Franklin D. Roosevelt

Pero así como sus cuentas bancarias crecían, aumentaban sus relaciones importantes. Colaboradores y amigos del presidente Roosevelt se sentían complacidos de contar entre sus huéspedes al sonriente y bien amanerado Rubinstein. Y la víspera de su matrimonio con Laurette Kilbourne, en marzo de 1941, Serge fue invitado a una cena en la Casa Blanca.

Poco tiempo después de sus boda tuvo el primer tropiezo con el Tío Samuel. Un chequeo d las autoridades inmigratorias sacó a relucir que el pasaporte Portugués de Rubinstein había sido obtenido fraudulentamente, al declarar éste que era el hijo ilegítimo de su madre y un amante de ésta de la nobleza de Portugal. Y fue tal su osadía, que repitió, esta declaración ante un tribunal. Pero la asistencial legal de  dos prominentes abogados, Brien McMahon, ex senador, y Samuel Kaufman, que presidió varios años después  el juicio contra el espía alter Hiss, salvo la situación de Serge, que logró que fueran momentáneamente retirados los cargos formulados conra él.

Su gran pifia:

la evasión del

Servicio Militar

Envalentonado con esta victoria judicial, Rubinstein cometió quizás la única gran pifia de su accidentada carrera: trató de evadir el Servicio Militar. Valiéndose de sus relaciones – inclusive de su influencia con el presidente Roosevelt, como en algún momento llegó a declarar el deslenguado ruso – Serge logró que en quince ocasiones le aplazaran la presentación para ser remitido al campo de entrenamiento. Y se atrevió a más: mintió ante la Junta de Reclutamiento, afirmando que si  él era enviado a la guerra, pasarían hambre su madre, su esposa y sus dos hijas. Agentes del FBI, colocados sobre la pista del financiero, revisaron sus ingresos e informaron que aunque Rubinstein fuera a mil guerras, sus familiares podían vivir lujosamente el resto de sus vidas. Además en un registro efectuado en su casa, ocuparon $300,000 en efectivo en una caja de seguridad.

Condenado a dos años

de prisión

El precio de esta mentira fueron ventitrés meses de cárcel, desde el 5 de mayo de 1947 hasta el 25 de abril de 1949. Para entonces ya había muerto el presidente Roosevelt y otros amigos influyentes no se arevieron a meter la mano en la candela por el desafiante millonario. Durante el juicio de Rubinstein, que ocupó por algún tiempo las primeras planas de los  diarios, el pueblo norteamericano siguió los eventos con marcada impaciencia. Y al darse a conocer su condena, un estremecimiento de deleite recorrió la espina dorsal de los ciudadanos del gran país norteño. Estos podían perdonarle al aventurero cualquier trastada financiera, pero nunca el intento de evadir el sagrado servicio a la patria.

A los enemigos hechos en sus traicioneros juegos de bolsa, tuvo que añadir Rubinstein los ganados gratuitamente con su infeliz evasión del ervicio militar. Narra la periodista Florabel muir, corresponsal del “Daily News”, en Hollywood, que Serge, tan aficionado a frecuentar los más exclusivos cabarets neoyorquinos, evitaba visitar el “store Club” o el “Club 21”, poque en ambos había tendio serios incidentes motivados por la falta de celo por é demostrada a favor de su patria adoptiva.

Golpea a la esposa

y esta se divorcia

Durante los últimos tres años de su vida. Serge había estado luchando para contener la acción de un nuevo expediente de deportación elaborado por el Departamento de Inmigración y la Corte de Justicia en la cual se ventilaba el mismo estaba ya a punto de fallar en este caso.

Al salir de la prisión, su esposa Laurette le planteó la demanda de divorcio, alegando que Rubinstein había descargado contra ella todas las iras acumuladas en el encierro, propinándole una seria tunda. Obtenido el divorcio, Laurette se casó poco después con John Lochhead, manager del hotel “Rancho Las Vegas”, en Las Vegas, Nevada, reteniendo a las dos hijas del matrimonio, Diana de ocho años actualmente y Alejandra, de siete.

Inicio de las

investigaciones

Hemos dejado el cadáver de Rubinstein, vestido con su pijama de seda azul, al pie de la cama de la que fue violentamente desalojado –probablemente durante profundo sueño-, atado amordazado y con evidentes huellas de estrangulamiento, más tardes confirmadas por el médico forense quele examinó, que certificó, además, la fractura de un hueso en el cuello y varios rasguños en la cara. La muerte había ocurrido a las cinco de la mañana. Terminado este recorrido retrospectivo sobre los hechos de su vida antes del fatal desenlace, continuemos el curso de las investigaciones practicadas a raíz del suceso y que hasta el presente no han aportado la solución del mismo.

Sobre los burós de los detectives de la Estación de Policía del Este de la calle 67, se arremolinaron los informes relaivos a las más recientes actividades de Rubinstein. Estrechando los canales informativos, se pudo establecer lo que había hecho Serge hasta las dos de la madrugada del jueves 27 de enero, probablemente una hora antes de ser estrangulado. A esa hora, había telefoneado a Pat Wray, secretaria en  una de las firmas que regenteaba Rubinstein  y una de sus “muchachas”  preferidas. Serge le pidió a Pat que fuera a verlo a su casa, pero Pat colgó el receptor,  molesta por la intempestiva llamada.

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