del camino de la acción al camino del entendimiento
Enrique Ros pone al descubierto la zigzagueante política del presidente Kennedy hacia Cuba que fluctuó de “una solución no-comunista en Cuba, por todos los medios necesarios” hasta “el desarrollo gradual de un acomodo con Castro”.
Ros hace una verdadera contribución a la verdad histórica al destacar -precisando hechos y nombres- los incontables esfuerzos realizados por los cubanos anticastristas, dentro y fuera de Cuba, para derrocar al tirano.
Este libro debe ser lectura imprescindible no solo para los cubanos, víctimas directas de la bárbara tiranía de Castro, sino para todos aquéllos que en este planeta se preocupan por la libertad y la dignidad del ser humano.
El camino de la acción (I)
Mientras tanto, el peso de la lucha la llevaban otras organizaciones.
En enero de 1963, el gobierno de Cuba se ve obligado a informar que ha “desbaratado organizaciones norteamericanas de espías cuyo propósito era atentar contra la vida del Ministro de las Fuerzas Armadas Raúl Castro y provocar revueltas en la isla”. La noticia la difunden, desde La Habana, las distintas agencias cablegráficas. El gobierno ubica en la provincia de Oriente la actuación de “estas bandas que pretendían provocar revueltas en la isla como medio para preparar el terreno para futuros desembarcos en masa de contrarrevolucionarios”. Así comienza 1963 para el régimen de Castro.
Aparecen acusados el “supuesto jefe de la banda” Pedro Camerón Pérez, a quien le presentan, entre otros cargos, haber entrado y salido clandestinamente de la provincia de Oriente en dos ocasiones para introducir “armas en gran cantidad”. Aparecen otros nombres: Carlos Serrat Almenares, Hortensia Vaquero; Roberto Gómez Crea; Francisco Iribar Martínez; los hermanos Antonio y Arturo Casto, Manuel Horacio Corrales y Carlos Pascual.
El 17 de febrero de 1963 ocho cubanos que navegan por el Banco de las Bahamas a bordo del vivero Blanca Estrella, fueron interceptados alrededor de las seis de la tarde por tres torpederas cubanas que repentinamente abrieron fuego sobre la embarcación lo que forzó a los ocho tripulantes a lanzarse al agua y refugiarse, a nado, en la ribera sur de Elbow Key, territorio de Gran Bretaña.
Miembros de las torpederas cubanas desembarcaron y capturaron a cuatro de los expedicionarios, Juan Reyes, Armando Morales, Agustín Vizcaíno y Juan Morales. Tres días después desembarcaban en el pequeño cayo varios soldados que venían a bordo de la fragata Antonio Maceo, de la Marina de Guerra de Castro; tras una intensa búsqueda localizaron y detuvieron a los cuatro restantes: Eumelio Viera, Domingo Martínez, Rafael Santana y Eleno Oviedo Álvarez, los que fueron conducidos hasta la Bahía de Cárdenas.
La prensa oficial, como siempre, tuerce los hechos. Habla de la captura de “ocho piratas” y muestra, en la edición de Revolución de enero 23, la foto y los nombres de los 8 detenidos. Luego, nada más habrá de publicarse sobre estos cubanos.
Durante más de siete años permanecieron en prisión sin ser sometidos a un proceso legal. Finalmente, el 26 de septiembre de 1970 comparecieron ante un tribunal militar en la prisión de la Cabaña y sometidos a un juicio “que duró escasamente unos veinte minutos”. Todos fueron condenados. A Eleno Oviedo Álvarez le impusieron una sanción de 30 años de privación de libertad porque “aunque abandonó legalmente el país en junio de 1959… se le considera afín a los grupos terroristas del exilio”.
La rebeldía se mostraba también en las montañas cubanas: continuaban alzados, combatiendo con las pocas armas que obtenían, grupos de ya avezados combatientes. En Las Villas, en un punto entre Trinidad y Sancti Spiritus, el primero de marzo, muere combatiendo Tomás San Gil, que había mantenido en jaque a batallones de milicianos cuyas “hazañas” son recogidas y alabadas por periodistas al servicio del régimen.
ATAQUES AL LGOV Y AL BAKU
El 18 de marzo en Isabela de Sagua comandos anticastristas en una lancha rápida disparan varias ráfagas de ametralladora calibre 30 sobre el barco soviético Lgov. La prensa castrista se ve obligada a dar la información. Atacan también un campamento militar ruso en la cercanía del puerto. El ataque lo realiza Alpha 66, que se ha nutrido de las filas del Segundo Frente Nacional del Escambray. Pasan unos días y se produce el segundo ataque.
Esta vez el objetivo es el barco de carga ruso “Bakú” que se encuentra en el puerto de Caibarién, a sólo unas pocas millas de Sagua la Grande. El ataque se produce en la madrugada del miércoles 27 de marzo. Lo efectúa “Comandos L”, que capitaneará el bravo combatiente Tony Cuesta. Desde la entrada del puerto habían preparado una lancha cargada de explosivos que fue dirigida, por control remoto, hacia el buque soviético.
Es el propio Castro quien da a conocer, esta vez, “el nuevo y pirático ataque, de una lancha artillada por el gobierno yanqui contra un buque mercante soviético”.
Era la una y treinta de la madrugada del miércoles 27 de marzo. Así describe la prensa castrista la acción de los combatientes cubanos:
“De pronto, viniendo del mar, una lluvia multicolor de luces de bengala descendió sobre el mercante, iluminándolo como si fuera de día. Enseguida, por encima del ladrido de las “treinta” se escucharon las secas detonaciones de los cañones de veinte mm. Estaban ametrallando al Bakú”.
Tan demoledora para el régimen fue esta acción que la revista “Verde Olivo”, órgano oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, le dedica un extenso, gráfico y detallado artículo en su edición del mes de abril. Admite algo que había silenciado la prensa oficial: “Fondeada, cerca de allí,… se encontraba una fragata de la Marina de Guerra Revolucionaria”. Reconoce algo más: “el ataque pirata dura aproximadamente diez minutos”. La realidad es una: la fragata “puesta de inmediato en zafarrancho de combate” nada hace.
Ya era mucho para el comandante cubano quien emite un comunicado oficial amenazando adquirir “aviones de bombardeo de gran radio de acción y buques de escolta, de la Unión Soviética, para proteger las rutas de abastecimiento y repeler a los agresores”. De paso, culpa “a los agentes yanquis de haber saboteado, también, el avión boliviano que se estrelló recientemente en el Perú”. Se refería Castro al desastre del avión boliviano que el 15 de marzo se había accidentado en Perú pereciendo 41 personas.
Nada menos que Pablo Neruda, el bien cotizado poeta marxista, culpa a “agentes de Washington de colocar una bomba de tiempo en el avión de Lloyd Boliviano”. Va más lejos el chileno. Afirma que “ahora no sólo han colocado la bomba en el avión civil boliviano sino que, con cinismo, esperan sus aviones en Panamá la noticia de la catástrofe para volar como buitres a saquear los cadáveres, a robar los muertos”. No fue, éste, uno de los mejores momentos de Neftalí Reyes.
El 30 de abril, sin la alharaca publicitaria que habían desplegado desde la caída del avión del Lloyd Aéreo Boliviano, Ramón Aja, encargado de negocios cubano, recogía en la Cancillería de la Paz los documentos y efectos personales de los dos correos diplomáticos cubanos que habían perecido en el accidente del pasado mes. Entre los inofensivos objetos personales de los “diplomáticos” se encontraban dos ametralladoras. La prensa de La Habana no se hizo eco de la entrega de estos enseres diplomáticos.
Ramón Aja Castro había sido el jefe del “Departamento de Asuntos Latinoamericanos” (DAL). De hecho, era el “Departamento de Exportación de la Revolución”. Resultaba frecuente el peregrinaje de Ramón Aja a La Paz. Ya antes, había visitado la capital boliviana en 1959 con el recién designado embajador cubano José Tavares del Real quien, de inmediato, se dio a la tarea de promover un movimiento revolucionario contra el Presidente Hernán Siles Suazo, por cuya actividad Tavares del Real fue expulsado en diciembre 8 de 1960.
Volvió Ramón Aja a La Paz en junio de 1961 para tratar de evitar, infructuosamente, que también expulsasen del país, por las mismas actividades subversivas, al recién designado Encargado de Negocios, Mauro García Triana. En 1963 poco después de haber recogido en La Paz los “enseres diplomáticos”, Ramón Aja es sustituido de la Dirección del Departamento de Asuntos Latinoamericanos. Será, nada menos que el Comandante Piñeiro Losada, Barba Roja, quien tendrá a su cargo esa función tan estrechamente ligada a la Dirección General de Inteligencia (DIG).
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