Año del Centenario del Natalicio del Apóstol José Martí

Written by Libre Online

26 de enero de 2022

Publicado en 1953

Centenario

28 de enero de 1853.

Gobernaba entonces «la siempre fiel Isla de Cuba» – como la llamaban posesivamente los españoles— uno de los más inocuos capitanes generales de su historia colonial: el general Valentín Cañedo. A decir verdad, el mote impuesto a la isla por sus amos no era enteramente merecido. Cansados de sufrir la dura mano de sus gobernadores peninsulares, los inquietos y sensibles criollos habían protagonizado ya, en el siglo de Bolívar, repetidas intentonas libertadoras.

La más reciente había sido la que culminó en el forzoso destierro de célebres patricios isleños— el conde de Pozos Dulces. Porfirio Valiente y Juan Bellido de Luna— y la muerte en garrote vil del valeroso tipógrafo reglano Eduardo Facciolo. Pocos meses hacía, a mediados del año de 1852, que había salido a luz en La Habana un periódico de nombre significativo, «La Voz del Pueblo Cubano», Organo de la Independencia, cuyas sucesivas ediciones clandestinas fueron la desesperación de las autoridades.

Ser a la vez cubano e hijo de español constituía en aquella época un conflicto inevitable, sobre todo si se nacía en el hogar de una autoridad colonial. Y esto último sucedía en aquella noche del 28 de enero de 1853, en una casa de dos plantas de la callejuela de intramuros de Paula: la marcada con el número 43. La esposa del sargento Mariano Martí, del Real Cuerpo de Artillería, estaba de parto.

Era entonces el ámbito físico de la ciudad no menos sombrío que el político. Menguados faroles de aceite alumbraban apenas la densa oscuridad en una esquina que otra. Eran llamas mortecinas, envueltas en la menuda niebla del amanecer invernal, las que ofrecían una apariencia de vida en las estrechas y empedradas calles de aquel lugar: Paula, la natal del futuro Apóstol; la de los Oficios, con la silueta empinada de la iglesia y hospital de San Francisco dominando centenares de casas achatadas, con azotea de tejas y sencillas ventanas de madera, entre las cuales se alzaba una mansión de amplio aspecto, sólida como una fortaleza, residencia de ricos en país de pobres. Cerca de allí el puerto —vía propicia de entrada de las inquietudes modernas en la vetusta y tradicionalista colonia— hacía chocar olas frías contra la alameda que lo bordeaba.

El prodigio natural de la maternidad se consumaba ese día en el hogar modesto, pero pulcro de los Martí, mientras don Mariano distraía la nerviosidad de la espera conversando con su amigo José María Vázquez sobre las epidemias— a la sazón frecuente— del cólera asiático y la fiebre amarilla. Hablaban en el piso bajo, mientras arriba se lidiaba por traer a la vida una esperanza más, que sería más adelante la de un pueblo.

Hacia el turbio amanecer sin sol, el llanto primero del recién nacido predestinado a dolores indecibles y a entusiasmos épicos— anunció el alumbramiento. Y cuando don Mariano, después de la inolvidable confrontación con el vástago y la madre, suma para él de toda su vida sentimental, descendió a los brazos del amigo, éste secundó las felicitaciones con cariñosas ironías:

—Vaya, un hijo gritó le ha nacido al valenciano Mariano Martí y a la «isleña» doña Leonor Pérez! ¿Qué saldrá de ahí?

—¡Un cubano! repuso el padre, inconscientemente profético, entre bromas y veras. Y examinó el santoral. Era el 28 de enero, día de San Julián.

—Se llamará como tú, José, que serás su padrino como hemos convenido, y le añadiremos el nombre que ha sacado. Se llamará José Julián…

Nadie lo esperaba a excepción de sus progenitores. Nadie sabía de su llegada, de su destino, de la misión que iría creciendo con él. Era sólo un cubano más. Ser cubano era entonces apenas muy poco, una concesión de los que usufructuaban la personería de la isla; significaba vivir dependiente y recortado en el suelo nativo, sufrir miseria social y cívica en medio de un paisaje que Colón denominó «el más hermoso del mundo» y del que el poeta Heredia añoraba ia belleza en climas extraños.

En aquel momento estelar, mientras la vida de Martí alboreaba con el nuevo día, se encorvaba en las plantaciones el negro esclavo, se agitaba en la sombra o ascendía al patíbulo el patriota conspirador y abandonaba con pesar la tierra natal el hombre libre, desesperado por verse impedido de redimirla. Y quizá en su exilio floridano de San Agustín, el presbítero Félix Varela, ya en su lecho de agonía, tenía el presentimiento luminoso de futuras libertades. Dos generaciones sucesivas de cubanos se pasaban la antorcha. Una estrella se alzaba para todos en aquél enero de 1853.

YUGO Y ESTRELLA

Muchos años después, aquel niño, ya hombre, iba a plasmar en el verso, como lo había hecho en su vida, el sentido de su predestinación, en la lírica parábola donde parecía aludir a la neblinosa mañana de su nacimiento:

—Cuando nací, sin sol, mi madre dijo: —»Flor de mi seno, lo magno generoso,— Mira estas dos, que con dolor te brindo, —insignias de la vida: ve y escoge.— Este es un yugo: quien lo acepta, goza.— Hace de manso buey, y como presta —servicio a los señores, duerme en paja caliente, y tiene rica y ancha avena,— Esta, oh misterio que de mí naciste—… Esta que alumbra y mata, es una estrella— El que la estrella sin temor se ciñe,— Como que crea, crece!»

Y al final, su determinación:

–Dame el yugo, oh mi madre, de manera —Que puesto en él de pie, luzca en mi frente— Mejor la estrella que ilumina y mata.

Empero, no aludía él a su natalicio físico, sino al despertar de su conciencia, cuando nació, también sin sol, en la noche de la opresión colonial. Hasta entonces, era un niño como todos los demás, como tantos surgidos de padres españoles en suelo antillano y al que no faltara el viaje a la península, cuando la familia, enriquecida con tres hembras, visitara el hogar del valenciano durante dos años, que abarcaron del cuarto al sexto aniversario del pequeño «Pepe».

A aquel muchacho paliducho y contemplativo se le empezó a revelar la injusticia vigente en su tierra: una injusticia monstruosa — amparada por la autoridad que su propio padre representaba en proporción ínfima, pero cierta—, que ie caminaba por la entraña con pasos ardientes y que le marcaron con huellas quemadoras para siempre: fué el día de esa revelación cuando se abrazó con vehemencia a la grandiosa luz «que mata y que ilumina»: el día m que le nació a la patria su libertador.

Era en 1862. Un niño de nueve años, en un pueblecito matancero, vivía a plenitud el gozo de la naturaleza que desconocía su triste infancia urbana. Su padre, don Mariano Martí, era capitán juez Pedáneo de Hanábana, en la zona azucarera de Jagüey Grande. Había renunciado hacía un lustro a su cargo de celador de policía. «Pepe», con la vida por delante, tenía en qué entretenerse, según contaba a su madre, en La Habana, en la que vino a ser la primera pieza de su epistolario.

-Todo mi cuidado se pone en cuidar mucho mi caballo.- Todas las tardes lo monto y paseo en él… Todavía tengo otra cosa en qué entretenerme… Un gallo fino que me ha regalado don Lucas Sotolongo…

Más no todo era arcádico en aquel pedazo de la tierra cubana que ya él descubría con mirada profunda; allí, la realidad del trabajo esclavo mostraba su profundo horror, y el castigo y la explotación a los negros traídos a la fuerza de su distante continente era una visión trágica de tal fuerza,, que le hizo sentir, por vez primera y para toda la vida, la indignación al régimen colonial, puchos años después, en sus «versos sencillos» describiría con su más sombría paleta la escena de su revelación histórica, en que un sol de púrpura alumbró a un esclavo muerto, «colgado a un ceibo del monte»: —Un niño lo vio; tembló— de pasión por los que gimen— y, al pie del muerto, juró —lavar con su sangre el crimen!

Y luego, el magisterio decisivo de Rafael María de Mendive encontró un terreno abonado para el ejercicio del decoro cívico y ia dignidad humana. Mendive, presente, y el ausente José María de Hercdia, que, como dijera al recordarlo alguna vez, fué «el que acaso despertó en mi alma, como en la de los cubanos todos, la pasión inextinguible por la libertad», con sus hirvien tes estrofas. No era extraño, pues, que al romper el Grito de Yara, e! adolescente «Pepe» Martí se sintiera protagonista de la gran tragedia cubana, simbolizada en la Nubia de su drama en verso Abel ala, que publicara en su periódico «La Patria Libre», en 1869:

-..Pues amenazan— a Nubia libre, y un tirano quiere – rendí»» le a su dominio vil esclava,— corramos a la lucha, y nuestra sangre —pruebe al conquistador que la derrama— pechos que son altares de la Nubia,—brazos que son sus fuertes y murallas.—.. El amor, madre, a la patria— no es el amor ridiculo a la tierra,— ni a la yerba que pisan nuestras plantas:— es el odie invencible a quien la oprime.— es el rencor eterno a quien la ataca…

No eran meras versificaciones. E! joven de 16 años que forjaba esas estrofas era el promotor de «El Diablo Cojudo» y de «Patria Libre», pionero en Cuba del estudiantado patriota y revolucionario. Con pluma novicia y ardorosa desafiarla el presidio, la tortura, el destierro, pruebas todas que no harían sino fortalecer su espíritu, templar su carácter y afirmar sus convicciones. Entre el padre hispano, in-comprensívo de rebeldías criollas y afanes poéticos, y el maestro Mendive, pródigo en ambas inquietudes, se desenvolvía ‘Tepe». Ya se había alzado Céspedes con su puñado de héroes en ia madrugada del 10 de octubre, y en el colegio San Pablo se seguía sobre el mapa, muy discretamente, en horas fuera de clase, la marcha de la esperanza sobre los campos de Cuba. Con ansia y legítima envidia oía el adolescente los comentarios de sus maestros, prendidos en espíritu de la gesta insurrecta.

Fueron dos días inolvidables para «Pepe» los que registraron el atropello del teatro Villanueva, el asalto al café El Louvre y a la mansión de Aldama. En la función ofrecida en beneficio secreto de los mambises, las Hermosas criollas fueron al teatro vestidas de azul y blanco y adornadas con estrellas, símbolos palmarios del sentir que ya empezaba a ser nacional. Los voluntarios – -dos años después protagonistas del más vil episodio colonial: el martirio de los estudiantes no podían consentirlo. Dispararon a mansalva contra la concurrencia inerme, hombres, mujeres, niños, ocasionando muertos y heridos. De aquél día al siguiente las horas fueron de terror para los nativos de la Isla, y aún para no pocos españoles pacíficos, cuyos hijos criollos estaban en peligro de muerte. En versos imborrables dijo luego Marti cómo fué a buscarlo su madre por las calles balaceadas.

En la vanguardia de una generación predestinada a ser libertarla o a perecer en la demanda- improvisada y hermosa gesta de juventudes entre versos románticos y viriles denuncias— cayó preso José Julián Martí con su fraterno Fermín Valdés Domínguez. Y apareció la celda, el grillete, en la carne casi niña, la cantera trituradora de hombres, el azote y el vejamen, el padre que llora sobre la llaga del hijo. la deportación a los 17 años. La estrella lo abrasaba, pero no la soltaba en su camino de martirio hacia la meta, alzada sobre el yugo que simbolizaba la opresión de su pueblo. Su destino era ya inseparable del de Cuba.

El Camino Americano

De los cinco años españoles, trajo sus títulos de licenciado, dos folletos admonitorios (El Presidio Político en Cuba y la República Española Ante la Revolución Cubana), una cultura hecha no sólo en la frecuencia con el libro sino también con la vida popular de la península y una experiencia política nada común. Sin embargo, el punto te su regreso a América no fué la Isla de la que un lustro atrás lo habían arrebatado después de magullarle carne y espíritu, sino México, a donde se había trasladado don Mariano con su familia, en demanda de mejores horizontes.

Fue a principios de 1875, y el gobierno liberal de Lerdo de Tejada no le hacía sentirse un desterrado. El México de la Reforma, con su renacimiento político y cultural, era el mejor crisol para el joven intelectual de 22 años: la patria de Juárez le revelaba la personalidad hispanoamericana en toda su Intensidad, sus peculiaridades índí genas. sus problemas, y allí cuajó el periodista y el político, el orador y el poeta, y allí el patriota comenzó ya a entender la dimensión americana de su misión libertadora, en la que no cejaba un instante su labor de propaganda.

Pero ese mal endémico del caudillismo militarista oue ha padecido y aún padece América iba a dar al traste con las instituciones democráticas mexicanas y a obligar al Apóstol en ciernes a abandonar la generosa tierra en que encontró calor fraterno. No era la dictadura clima propicio para su amor a la libertad. Sus palabras de entonces aún vibran de actualidad:

—Estas luchas nos cansan: ese militarismo nos irrita: esa falta de respeto a la patria exalta nuestra indignación. Tenemos leyes hechas, caminos precisos, vías directas para venir al gobierno de la patria. Una revolución es necesaria todavía: la que no haga presidente a su ‘ caudillo, la revolución contra todas las revoluciones: el levantamiento de todos los hombres pacíficos.

El general Porfirio Díaz se había apoderado violentamente del poder c instaurado su negra tiranía de treinta años y aquella situación onerosa le arrancó párrafos ardientes:

—…Cuando yo veo a esta grande corriente de hombres libres, como azotados y abatidos por las calles, con su personalidad mustia y enferma, y con su pensamiento flagelado y ve ado, con su voluntad omnipotente y augusta trocada en sierva inerme, en empujada masa, en arena y en pasto de corcel; cuando las voluntades son burladas, olvidada la conciencia, irrespetado el propio fuero, las leyes suspendidas, las hipocresías mismas de las leyes autocráticamente desdeñadas;— la conciencia, voz alta, me sacude; la indignación, eran fuerte, me arrebata; sonrojo violentísimo me enciende, y sube a mis mejillas ardorosas la vergüenza de todos los demás… Por eso me sentí como herido en el pecho, la tarde en que a la luz opaca del crepúsculo, porque el sol mismo le negaba sus luces, leí aquel documento inolvidable en que un hombre se declaró, por su exclusiva voluntad, señor de hombres…

A fines de 1876, después de casi dos años en el país azteca, partió rumbo a La Habana, en donde permaneció varios días, con pasaporte mexicano a nombre de Julián Pérez, trasladándose en seguida a Guatemala. Aquí le hace profesor de la Escuela Normal su compatriota José María Izaguirre, que la dirigía; transcurrió el romance doloroso de «la niña de Guatemala» y los días de su luna de miel con Carmen Zayas Bazán y también el choque con la dictadura de José Rufino Barrios, quien por instigación del clero no toleraba la educación liberal de Izaguirre. Martí renunció por solidaridad con su amigo, despojado de la rectoría del plantel guatemalteco.

1878-1881: es un trienio de una intensidad pasmosa, el primer año en Cuba, de donde fué desterrado nuevamente por su irreductibilidad, y tras dos fugaces meses en Espapa, entró al empezar 1880 en Nueva York, desde donde empujó !a heroica «Guerra Chiquita», en un esfuerzo desesperado —y frustrado— por la independencia, para encontrarse en marzo de 1881 en Caracas. Su biografía sentimental también tuvo en esa era sus lagos y sus tempestades; le nació el hijo, se produjo el rompimiento con su esposa y encontró el amor hondo y noble de otra mujer, que no podía proclamar públicamente.

Venezuela completó la sensibilidad americana de José Martí: cabe el recuerdo glorioso de Bolívar, se sintió como un hijo ante su padre y sintió más viva y precisa la misión de escribir la última estrofa del poema de la independencia del hemisferio. Pero también Venezuela sufría una dictadura, la del autócrata Antonio Guzmán Blanco, y la atmósfera no era, precisamente, diáfana: él trató de hacerla con sus conferencias, con sus artículos, con sus charlas con hombres como Cecilio Acosta y con Revista Venezolana, en la que hacía el elogio encendido del prócer enemigo del tirano. Percatado del talento y el impulso liberal de Martí, Guzmán Blanco intentó ganárselo, según la técnica de los dictadores, con la amenaza y el halago discretamente administrados. La respuesta de Martí fue vertical e inmediata: se marchó del país. No era de aquellos a quienes puso en la picota de su critica al escribir sobre realidades hispanoamericanas:

—Se habla y escribe para el gobierno que paga, o para las revoluciones que prometen: se postran a los pies de los amos, que odian a los talentos viriles, y sienten placer en destruir caracteres, vencer la virtud, embridar la inteligencia.

Y a Nueva York regresó el proscripto, donde iba a radicar desde agosto de 1881 hasta principios de 1895: la gran ciudad —»fría y egoísta»— sería refugio ingrato, pero necesario, en la preparación de la libertad.

«No se Manda un País como un Campamento»

En medio de una crítica situación sentimental y sin esperanza de un inmediato movimiento independen-tista, Martí se consagró al periodismo de largo alcance: correspondencia para periódicos de la América hispana que ayudaron a vivir y que difundieron _su pensamiento y su personalidad, dándole dimensión continental; traducciones de libros para casas editoriales norteamericanas y ediciones de revistas y la publicación de su libro de versos «Ismaelillo», «juguete para su hijo».

También, desde luego, la lucha jamás abandonada: en 1882 invitó a Gómez y Maceo a una nueva tentativa liberadora en que ya estaban empeñados Flor Crombet y Eusebio Hernández. Cuando el movimiento se hallaba en vías de organización, y los dos grandes capitanes del 68, los jefes indiscutidos y acatados, vinieron a Nueva York desde su retiro centroamericano, surgió una imprevista discrepancia entre el celo civilista del Apóstol y la exclusiva orientación militar que querían comunicarle Gómez y Maceo a la nueva gesta redentora. De ahí provino su carta de ruptura a Máximo Gómez, en 1884, que más bien obedecía a una transitoria divergencia de criterio, pero que tiene acentos que resuenan hoy con elocuencia:

—… Es mi determinación no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra un régimen de despotismo personal, que seria más vergonzoso y funesto que el despotismo político… Un pueblo no se funda, general, como se manda un campamento… ¿Qué somos, general, los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en al tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?

Y mientras aguardaba por una oportunidad más propicia, sin olvidar sus discursos conmemorativos en cada 10 de octubre ni su prédica constante de la independencia, volcaba en las páginas de «La Nación», de Buenos Aires, sus luminosas correspondencias sobre la nacionalidad   norteamericana, exprimiendo de ella lo esencial de la sociedad y la política en la Unión. Pero su visión más honda estaba con lo que él llamaba Nuestra América, y como cónsul de la Argentina, Uruguay y Paraguay, vislumbraba los peligros de la expansión norteamericana en sus dos vertientes, económica y política. Cada día se alzaba más su espíritu para contemplar el problema de su Isla como problema de América. Así asistió como espectador angustiado a la Primera Conferencia Panamericana en 1889 y a la Conferencia Monetaria posteriormente celebrada, a la que concurrió como delegado del Uruguay y en la cual fue autor de una ponencia esclarecedora.

Al pensamiento sucedió la acción. En 1887, coordinaba esfuerzos dispersos y volvía a lograr el apoyo de Gómez y Maceo para el movimiento que forjaba y que estaría  normado por su civilismo irreductible y su respeto a la voluntad de las mayorías. Estableció contactos, estimuló clubes y sociedades de emigrados, animaba y movía corazones y esperanzas, como quien cultiva una huerta o un jardín, seguro del fruto y de la flor.

A fines de 1891, la siembra comenzó a dar sus primeras cosechas: había entusiasmo e impaciencia por desatar pronto la guerra, y todos los ojos, ansiosos, coincidían en aquel hombre que no dejaba descansar la pluma ni el habla para convencer primero y vencer ,después. Visitaba Tampa y Cayo Hueso, vinculaba y deslumbraba, arrastraba y conmovía. Y a principios de 1892 quedaban establecidas las bases del Partido Revolucionario Cubano, proclamado simultáneamente por todos los grupos revolucionarios de la emigración el 10 de abril, aniversario de la Constitución de Guáimaro. Martí fue designado Delegado, palabra fría que traducía mal su condición de guía supremo de la lucha.

«Montado en un relámpago», cruzaron esos tres años que lo separaban del impulso final: fundó y dirigió «Patria», se multiplicaba en sus recorridos misioneros por doquiera estaban los veteranos y los «pinos nuevos», los conductores egregios y los clubes y organismos patrióticos. No daba tregua a su actividad creadora, a pesar de la salud mezquina y de la acechanza de la traición y la cobardía, de la calumnia y la insidia. Más que nunca veía cercano el minuto de alzarse sobre el yugo abyecto con el astro deslumbrante sobre la frente.

No importó el duro fracaso de la Fernandina, cuando las autoridades norteamericanas capturaron en dicho puerto floridano los tres buques con alijos y armamentos que se disponían a invadir la Isla con expediciones perfectamente organizadas. Del grave percance extrajo el Apóstol valores y motivos para perseverar y transformar la derrota en victoria. Sólo así fué posible que el 24 de febrero de 1895 la revolución creciera indomable bajo el cielo de Cuba. El Delegado sabía que ya había llegado el momento decisivo, que la historia de su patria entraba para siempre dentro de su órbita propia, aunque otras fuerzas pretendieran desorbitarla.

El 11 de abril, exactamente un trienio después del nacimiento oficial del Partido Revolucionario Cubano, bajo una madrugada fría y húmeda, en frágil bote llegaron seis hombres a Playitas. en Oriente: eran Marti y Gómez, con otros cuatro valientes, que venían a ponerse al frente de la gesta, ¡unto con los Maceo, ya en suelo cubano.

En Montecristi, punto de partida, había suscrito el histórico Manifiesto, declaración del nacimiento de una nueva nación en el mundo americano, y Martí había dejado en manos de don Federico Henríquez y Carvajal su testamento político, listado de cálida humanidad y premonición heroica:

—Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo seria pegarme allí, al último tronco, al ultimo peleador: morir callado. Para mí ya es hora…

Y el 18 de mayo, en la víspera de la gran ofrenda, escribía lúcidamente al «hermano» de México, Manuel Mercado, estas palabras indelebles:

—Sé desaparecer, pero no desaparecerá mi pensamiento ní me agriaría mi oscuridad.

SEMILLA DE LA REPÚBLICA

El día 19, el destino señero del Apóstol convirtió en ara de sacrificio patrio una escaramuza intrascendente de la guerra. En la campiña de Dos Ríos, quedó Martí como semilla de la República. Evocación de Martí.

Quedaba cumplido su afán de pegarse allí, al último tronco, al último peleador, de morir callado. Aquella noche se hizo más profundo el silencio en el campamento y fué más severa y hosca la expresión del viejo Gómez. Y con el siguiente amanecer, la guerra continuó su marcha y la historia se consteló de nuevos nombres de héroes y batallas. Los acontecimientos pasaron sobre el recuerdo de José Martí y su vida y su obra parecieron desdibujarse en el pasado. Acaso le evocaron alguna vez los bravos guerreros de Félix Ruines, que le recibieron en Playitas y le acompañaron hasta Dos Ríos, o los jinetes de Maceo, que le vieron arribar, preocupado y pensativo, a la memorable entrevista de La Mejorana, o. tal vez los hombres de Masó, que le escucharon el postrer discurso, a unos minutos de ia muerte.

Después, al advenir la República, comenzó a surgir el conocimiento de Martí y el cubano a asomarse, encendido de admiración y orgullo, a la dimensión del compatriota insigne. Se multiplicaron los martiólatras, investigadores afanosos de perfiles nuevos, de facetas originales, de aspectos inéditos. Muy pronto Martí, por derecho propio, desbordaba los límites de su isla natal para devenir en un grande de América y formar en el patrimonio común a todos los pueblos del continente, entre sus libertadores y apóstoles.

Los ensayos biográficos abandonaron el modo ingenuo de los primeros tiempos y prescindieron de la exposición cronológica de los hechos, para ir a la revelación del hombre. De Martí han hablado los pensadores y los poetas, los tribunos y los filósofos, los economistas y los estadistas, y cada quien ha encontrado en aquel campo pródigo ocasión de estudio. Ahora, con motivo del Centenario, han cobrado vigencia plena juicios de cubanos y extranjeros, qqe a lo largo de más de medio siglo, en distintas épocas y circunstancias, con diferente estilo, pero igual sentimiento de devoción profunda, evocaron a José Martí.

De Martí, ala y raíz, ha hablado Jorge Mañach, situándolo en la arista misma donde se quiebra el siglo XIX, en la doble vertiente del romanticismo y del positivismo.

—Generado en la fuga ideal del romanticismo, su pensamiento se repliega sobre lo concreto y cotidiano; su absolutismo se ensancha para acoger lo relativo, acomódase en él lo espiritual a lo sensible, y el optimismo ensoñador se modera de cautelas realistas. Por esa integración se comprende que la más poética entre las almas cimeras de América, fuese también uno de sus más tenaces y prudentes agonistas; que aquel aristócrata del decir y del sentir llevara en sí tan honda raíz de pueblo; que el idealista ávido de toda pureza fuese, a ia vez, tan humilde para atacar las resistencias de lo demasiado humano, y tan paciente y poderoso para vencerlas. El romanticismo puro, que había,sido en gran medida un heroísmo retórico y como al revés, hízose en el apóstol cubano heroísmo práctico, histórico, tarea de vida y no de literatura, afirmación gozosa y dolorosa del amor y del deber.

FERNANDO ORTIZ

Y el sabio Fernando Ortiz, en su trabajo «Martí y las Razas de Librería», después de apuntar cómo para el Apóstol el llamado «problema negro» era un capítulo de la genérica cuestión social:

—¡Con cuánta emoción fraternal evoca Martí las figuras culminantes entre la gente cubana de color! Léanse sus páginas dedicadas a Juan Gualberto Gómez, a Rafael Serra y tantos otros, y mejor que todas, las consagradas a Mariana Grajales, la madre de los Maceo. ¡La madre! Así, madre, nada más que madre, fue el epitafio que Marti envió para su tumba, alzando con ello un simbólico monumento cubano de admiración y de amor a la «madre negra», a esa gran madre que aman todas las América.

En su ensayo de la españolidad literaria de José Martí, un poeta expresó:

—Está en el verso y en la prosa de Martí, muy visible, muy viviente y muy sostenida, la marca de España. La llevaba en la sangre canaria y valenciana, la heredaba sin hurtarla. Su posesión pasmosa de lenguas y culturas, la genuina universalidad de su visión, no podían apartarlo del dominio enérgico, carnal, pleno, de la lengua de sus padres. Martí sabía que la lengua exige, para dar el fruto más válido, un amor difícil y sabio, de superficie y de entraña, de esperas y solicitudes. Martí amó con afán penetrador cuanto le era cercano. El idioma, que le venia en las venas, había de ser para él, amor sin tibiezas ni traiciones. Ningún escritor americano posee su raigal españolismo idiomático.

Y junto al estudio acucioso de las características literarias de su prosa o del sentido político de su obra, también anécdotas, relatos de testigos, estampas de la vida cotidiana con las que se eslabona la historia de un grande. Félix Lizaso ha narrado un episodio que retrata la fogosidad juvenil y la imaginación apasionada del Apóstol en sus días de estudiante:

LA REPÚBLICA ESPAÑOLA

—Es el día en que se inaugura la primera República Española. El pueblo de Madrid se ha desbordado, después de oír las palabras con que Estanislao Figueras, asomado a una de las ventanas del Congreso, ha dado al pueblo la noticia de la abdicación del Monarca y del advenimiento de la República. La capital de España se engalana rápidamente y comienzan a lucir los pabellones republicanos. Hay banderas de todos los países libres de América. Pero falta la bandera de Cuba, la isla que en esos momentos está luchando por la libertad. Y surge de pronto una bandera nueva para todos, en el balcón de una modesta casa de hospedaje. Algunas transeúntes se han detenido a contemplarla: es bella esa bandera, pero no sabe nadie a que país corresponde. Se hacen conjeturas hasta que alguien explica: es la bandera de Cuba Libre, la bandera de una colonia que lucha en estos instantes por su independencia. Y todos saben después que es un joven cubano, José Marti, un estudiante, deportado de su isla por causas políticas, el que ha puesto a la contemplación de todos el pabellón de la estrella solitaria.

ROBERTO AGRAMONTE

Roberto Agramonte ha estudiado el pensamiento sociológico de Martí, su concepto del valor ético social de la justicia, destacando su posición contraria a todo acomodamiento o posibilismo. Explicaba:

—Por tacto ha de entender Martí sentido práctico en la armonía de intereses políticos para la consecución de un interés general más alto. La manida frase de «gobernar es transigir» tiene en Marti sólo un sentido relativo, o, más bien, sujeto a la ley de la medida, de que hablamos anteriormente. La pregunta debe hacerse en esta forma: ¿en qué se puede transigir en política y en qué no se puede transigir? La experiencia de la revolución redentora, en su aspecto civil, le hizo tener el sentido de contribuir a mermar todo elemento que fuera destructivo para la gran obra, y afinar el sentido de allegamiento de los factores en apariencia hostiles. Pero su sentido del allegamiento estaba limitado por la dignidad y esencia misma del ser humano en su constitución propia; y si cabe transigir —dice— en meras suspicacias, orgullos e intereses, no hay transacción fecunda ni sancionada por la historia en lo que acorta y tortura la esencia del ser humano… Y por eso, como idealista extremado, no quiere llevar como el político cicloide, su carro al establo, sino a las estrellas. ¡No ve victoria hecha a base de cesiones, como un Mirabeau!

Mucho antes, en 1896, cuando todavía no se habían apagado en la tribuna de los emigrados revolucionarios cubanos los acentos de la palabra de Martí, ya Enrique José Varona, en la Sociedad Hispano Americana, de Nueva York, fijó su grandeza.

—…Peregrinó por el mundo —firmaba— con una lira, una pluma y una espada. Cantó, habló, escribió, combatió; dejó por todas partes chispas de su numen, rasgos de su fantasía, pedazos de su corazón; pero en cualquier ruta, por todos los senderos, su vista estaba siempre fija en la solitaria estrella, que simbolizaba su honda y perpetua aspiración de hogar y patria. Aquí está la nota profunda de su alma y esto constituye la unidad perfecta de su vida.

 GONZALO DE QUESADA

Un fervoroso martiano, Gonzalo de Quesada y Miranda, hijo del discípulo predilecto del maestro, ha enfocado otro ángulo singular de su personalidad: la del periodista. Apuntaba al respecto:

—Escribe Martí el artículo de fondo o editorial, de ideas hondas o fibra patriótica, de justa apreciación del momento político cubano en el instante en que lo produce. Le siguen, siempre de su pluma incansable, algún bello trabajo sobre algún procer cubano, o un episodio trascendental de nuestra historia, y, luego, lo que revela la aguda intuición de Martí oomo periodista nato y polifacético, de hombre generoso y de avezado psicólogo: sus pequeñas notas, agrupadas bajo el familiar título «En Casa». Hay en esas breves noticias, en cada mención, dedicada a ricos o pobres, a algún triste o feliz compatriota, el alma de Martí, su deseo, nacido de su honda comprensión humana, de estrechar, por medio de lazos de afecto y de democrático trato social, a ios elementos dispersos en la Emigración, para que todos se sintieran «En Casa», como una gran familia, con un solo anhelo, el de conquistar la independencia de Cuba y cimentarla luego sobre bases de mutuo afecto y respeto.

Pero no es solamente Cuba, y de inmediato América, las que han de entregarse a la admiración de José Martí. Su gloría, tan límpida, su figura, tan fascinante, su oora múltiple de escritor, poeta y tribuno, aún su propio ideario político, tocaron a la sensibilidad de España para provocar la atención respetuosa de sus hombres egregios. Primero, Don Miguel de Una-muno:

ombre singular. Me interesa mucho Martí, y pienso dedicarle, como escritor y sentidor —senador tanto o más que pensador— algunos comentarios que daré a luz, en La Nación argentina. Y al llamarle poeta, quiero decir que era un hombre de acción, no un puro escritor, un «hombre de verdad y sencillez y no un llena páginas ambicioso y sin acción», para emplear sus palabras.

FERNANDO DE LOS RÍOS

Y con mayor vigor, identificándose plenamente con la obra revolucionaria de José Martí, uno de los más altos representativos de la España liberal, noble y generosa que tanto amara el Apóstol, Fernando de los Ríos, analizó el concepto de la libertad, como la interpretó y sintió Martí. Escribió así:

—Si hubiese de interpretar de un modo amplio el modo como Martí concibió la libertad, yo me atrevería a expresarlo acercándolo a mi propio ser; concibiendo la libertad como el hogar metafisico de la historia de donde parten loe cauces por donde fluyen los grandes anhelos. ¡Libertad! dicen pueblos e individuos cuando se sienten aherrojados o perseguidos; cuando en vez de justicia les dan el pan amargo del vilipendio o la irresponsabilidad. En el hogar de la libertad así concebida se incineró José Martí.

Más adelante:

—¡Martí! Jerarca eterno del alma cubana, luz en la noche, recibe la ofrenda conmovida y filial, no de la España oficial que te hiciera sufrir, sino de la España que tu amaste, de la que como tú. Maestro, vivió y vive acongojada por hambre y sed eterna de justicia!

Y la voz, toda poesía,  de Juan Ramón Jiménez:

—Este José Martí, este «Capitán Araña», que tendió su hilo de amor y odio nobles entre rosas, palabras y besos blancos, para esperar al destino, cayó en su paisaje, que ya he visto, por la pasión, la envidia, la indiferencia quizás, la fatalidad sin duda, como un caballero andante enamorado, de todos los tiempos y países, pasados, presentes y futuros. Quijote cubano, compendia lo espiritual eterno, y lo ideal español. Hay que escribir cubanos, el «Cantar» o el «Romancero de José Martí», héroe más que ninguno de la vida y la muerte, ya que defendía «exquisitamente» con su vida superior de que se inmolaba.

LUIS ALBERTO SÁNCHEZ

Pero, fuera de la Isla, ha de ser en América donde el nombre de Martí hallaría su más profunda resonancia. Al cabo, Martí es de México, o de Venezuela, o de Argentina o Colombia, en la misma medida que pertenecen a los cubanos el cura Hidalgo, o el libertador Bolívar o el creador Sarmiento o el hombre de las leyes, Santander. Sobre todo, en los momentos de graves crisis políticas y eclipses transitorios de la libertad, en los círculos de los desterrados dispersos por todos los rincones del continente ha de hablarse, para ejemplo y estímulo, de José Martí. No ha mucho escribió un ilustre exilado peruano, Luis Alberto Sánchez:

—En época de Martí, hace más de medio siglo, y en su particular circunstancia, lo esencial consistía en deshacer los restos del absolutismo y del colonialismo político. ¿Subsisten aún? En cierto modo sí. Pero, en otro, lo curioso es que el absolutismo se disfraza ahora de corriente libertadora, callando su método dictatorial tras la pantalla de fines liberales. O sea que conviene con urgencia desentrañar y mostrar como a la sombra de un juego democrático en que no creen y que jamás respetaron ni respetan bandos de acción retardataria, «callan su método» drástico bajo el antifaz de procedimientos legales y tolerantes, hasta tanto que no tengan el poder… Bueno será, pues, volver a Martí para tener buena compañía en la campaña inaplazable, para tener su secreto, el de Martí, para cooperar en la batalla que empezada ya, no sabemos qué dolorosos rumbos nos depara. Rubén Darío, esencialmente artista, roza apenas el apostolado revolucionario de Martí para rendir tributo al orador y al lírico. La página, muy conocida, pertenece a Los Raros y es de una belleza conmovedora.

EL CORTEJO DE WAGNER

—El fúnebre cortejo de Wagner —comenzaba Rubén— exigiría los truenos solemnes del Tannhauser; para acompañar a su sepulcro a un dulce poeta bucólico, irían como en los bajos relieves, flautistas que hiciesen lamentarse a sus melodiosas dobles flautas; para los instantes en que se quemase el cuerpo de Melesigenes, vibrantes coros de liras; para acompañar —¡oh! permitid que diga su nombre delante de la gran Sombra épica; de todos modos, malignas sonrisas que podáis aparecer, ya está muerto!…— para acompañar, americanos todos que habláis idioma español, el entierro de José Martí, necesitaríase su propia lengua, su órgano prodigioso lleno de innumerables registros, sus potentes coros verbales, sus trompas de oro, sus cuerdas quejosas, sus oboes sollozantes, sus flautas, sus tímpanos, sus liras, sus sistros. Sí, americanos: hay que decir quién fue aquel grande que ha caído… Nunca la lengua nuestra tuvo mejores tintas, caprichos y bizarrías…

Superponiendo  el hombre causa:

—¡Oh,   Cuba, eres   muy bella, ciertamente y nace gloriosa obra los hijos   que luchan porque te quedes libre; y bien hace el español de no dar paz a la mano por temor de perderte, Cuba admirable y rica cien veces bendecida por mi lengua; más la sangre de Martí no te pertenecía: pertenecía a toda una raza, a todo un continente; pertenecía a una bríosa juventud que pierde en él quizá al primero de sus maestros; pertenecía al porvenir! Y en reproche:

—Y ahora, maestro y autor y amigo; perdona que te guardemos rencor los que te amábamos y admirábamos, por haber ido a exponer y a perder el tesoro de tu talento. Ya sabrá el mundo lo que tú eras, pues la justicia de Dios es infinita y señala a cada cual su legitima gloria. Cuba quizá tarde en cumplir contigo como debe. La juventud americana te saluda y te llora, pero ¡oh, Maestro, qué has hecho!

Concluía comprendiendo el verdadero y superior sentido de la vida de Martí:

—Y paréceme que con aquella voz suya, amable y bondadosa, me reprende, adorador como fué hasta la muerte del ídolo luminoso y terrible de la Patria; y que habla del sueño en que viera a los héroes; las manos de piedra, los ojos de piedra, los labios de piedra, las barbas de piedra, la espada de piedra. ..

Baldomero Sanin

Un colombiano venerable, Baldo-mero Sanin Cano, se preocupaba por señalar la posición excepcional de Martí entre los próceres de América:

—No se haya término de referencia para compararlo con los demás creadores de la emancipación americana. Tocóle actuar y sacrificarse en un campo de acción sin analogías con el tablero militar y político en que figuraron otros libertadores. No solamente fué distinto el medio en que hubo de ejercitar sus talentos y desenvolver sus indomables energías. Los tiempos se habían modificado en el sentido de darle excesiva preponderancia a la fuerza material sobre los impulsos generosos del alma humana. Pero aún así el libertador de Cuba pudo hasta el día de su muerte poner muchas veces del lado de la idea la victoria incontrastable. Muriendo creó nuevas fuerzas espirituales para la lucha con el despotismo… Martí es el vocero anticipado de la civilización a la que ha de darle nombre, rumbo y significado el hombre americano.

GABRIELA MISTRAL

Gabriela Mistral también ha hablado de la lengua de Martí. Para la chilena, es de veras una voz autónoma, levantándose en un coro de voces cual más cual menos aprendidas. Según su decir, Martí ha sabido marcar la varonía en cada paso de su vida de hombre y esta calidad de reciedumbre se hace extensiva a su lenguaje. De Martí orador escribió:

Mientras el orador corriente simula la fogosidad y gesticula con llamitas pintadas, él está ardiendo de veras; mientras el arengador de todas partes sube la cuesta del período largo por una especie de hazaña de gimnasta, al final la pica de una buena conclusión, él trepa el período temblando; a cada proposición sube en temblor de pulsos y al terminar echa la exhalación genuina del que remató un repecho; mientras el orador embusterillo junta en frío las metáforas para echar, las después en chorros y encanalar el millón de ojos que le mira, a él le sale el borbotón de metáforas en canto el asunto lo caliente y lo funde, y así viene a ser el volcán que vomita brasas de veras y lava de cocer.

Tras analizar la lengua origen y novedosa del Apóstol:

—En estas asomadas dolorosa al hecho americano cuando advierto torpezas para las realizaciones, cojeadura de la capacidad, yo me traigo de lejos a nuestro Bolívar, para que me apuntale la confianza en nuestra inteligencia, y de menor distancia en el tiempo, yo me traigo a nuestro José Martí para que me lave con su lejía blanca, de leche fuerte, las borroneaduras de nuestra gente, su impureza larga, persistente…

ANDRÉS DUARTE

Un mexicano de gran sensibilidad, Andrés Duarte, devoto de Martí, ha escrito páginas admirables sobre el fundador de la República De él es el siguiente párrafo en el que señala la preocupación de aquél por los Estados Unidos, país que ejerció «capital importancia en su obra. y en su vida»:

—Su permanencia, en los Estados Unidos su admiración por sus virtudes no impusieron silencio a su corazón de hispanoamericano y de cubano. Por eso vio a la vez desde dentro y desde fuera. «Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David». Hizo campaña de elogio a los Estados Unidos populares y vitales, pero siempre al lado de ella, otra mayor de denuncia de los Estados Unidos expansionistas «y conquistadores. Su indignación ante el atropello militar de ayer y ante ei financiero de su época, y el espanto ante una Hispanoamérica y una Cuba mañana encadenadas, lo llevaron al dicterio enconado. …La gama de ternuras, de caricias y latigazos, de admiración y resentimiento que pueblan sus crónicas, y el profundo acento de honradez de todas sus palabras, hacen do ellas un documento literario y humano de valor único.

Federico Henríquez C.

Pero de cuantos, en tierras de América, han hablado de José Martí, ninguno con mayor autoridad que el dominicano Federico Henríquez Carvajal. Para otros quedaría el esfuerzo de interpretarlo y conocerlo a través de su obra. FHC tuvo el privilegio de su fraternal cariño y el honor de recoger su testamento político. Un 19 de mayo, de 1917, ante la tumba de Martí en Santiago de Cuba, hablaba Henríquez Carvajal, de Rodó, que acababa de morir en Italia, y de Martí que había caído 23 años -atrás en la encrucijada de Dos Ríos. Y porque el insigne dominicano tenía bien ganados derechos a reclamar de los cubanos el cabal cumplimiento de los ideales de su hermano y amigo, Henríquez y Carvajal emitió paja Eras de reproche y apelación, válidas para aquellos días así como para éstos del Centenario.

—…Pero decidme vosotros los que recibisteis con amor el legado cívico del amado Maestro, decidme —pues yo soy de la familia cubana y hago mías vuestras horas de dolor y angustias, porque «esto es aquéllo y va con aquéllo»— decidme cuál ha sido, en cárdenos días de pasión y de tragedia— que ojalá se fueran a no volver—la suerte del ideal de los épicos prodigios, el de la Ley por norma y el Derecho por númen, el de la libertad por atmósfera y la justicia por sol, sin ocaso, el que hizo de la patria un solo hogar de amor, de paz y armonía, y es fórmula definitiva y programa de la vida nacional para Cuba.

Cerraba su oración:

—Yo no os acuso. Yo a nadie culpo ni denuncio a la justa cólera de los dioses inmortales. Ni tampoco pondré mano torpe, o indiscreta en las heridas por las cuales se escapa la sangre y se agota la vida de este pueblo robusto y sano, lo mismo que ha sucedido a aquel otro, sano y robusto —¡el miserando!— que es sangre de mi sangre y es alma de mi alma. Limitóme a exhortaros en esta hora de examen de conciencia y de atrición patriótica, a la saludable reacción en pro de un más amplio y efectivo espíritu de transigencia, de tolerancia, de paz, de concordia, de cordialidad, tal como palpita en la fórmula consagrada por el héroe-mártir, al caer sin aliento, pero no vencido, de cara al sol de la independencia.

El Homenaje del Mundo

En muchos países de América y del mundo era una legítima fiesta del espíritu la conmemoración del 28 de enero este año.

Guatemala, la de la estancia inolvidable, declaraba festividad nacional esa fecha. El Congreso dedicaba el mes a Martí: estampillas de correos llevarían su efigie, una medalla al mérito honraría su memoria y serían impresos 3 mil ejemplares de su obra Guatemala. A lo largo de la república se multiplicaban los comités martianos, integrados por maestros y alumnos de educación primaria. Numerosos concursos literarios, actos, conferencias y conciertos eran dedicados al Apóstol y el primer edificio de la ciudad infantil llevaría su nombre.

México, donde Martí tuvo tan hondas amistades y se compenetró tanto con su cultura indígena y su historia redentora, no quería ser menos. El Comité Nacional pro Centenario de Martí cubría un extenso programa artístico, pedagógico y de conferencias divulgando la vida y la obra del Apóstol. Eminentes martíanos que componían la flor de la intelectualidad mexicana ofrecían su aporte a esa recordación colectiva.

En Costa Rica una calle de la capital llevará el nombre del Apóstol y los 12 números anuales del Repertorio Americano serán dedicados a él.

Los principales periódicos de Colombia publicaban ensayos y artículos de eminentes cultores de la obra martiana, como Eduardo Zaraalea, Próspero Morales Padilla y Gregorio Hernández de Alba. El Estado disponía que se izara la bandera nacional el día 28 «como homenaje de solidaridad del pueblo colombiano con el cubano».

Paraguay también declaraba fiesta nacional el 28 de enero, dedicando la semana martiana a divulgar la doctrina de-José Martí. Iguales honores le concedían las repúblicas de Haití y El Salvador.

Por su parte, el pueblo de Cuba —su pueblo— rendía tributo fervoroso y entrañable al más esclarecido de sus hijos: «el único cubano de proyección universal».

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