Por ELADIO SECADES (1956)
Con frecuencia encontramos al amigo que establece la diferencia entre el amor de antes y el amor de ahora. Yo no creo que existan amor antiguo y amor moderno. Es bastante aceptar que exista el amor. Lo que pasa es que hay gente que se dice modernizada y hace felices experimentos para reducir la longevidad del llamado amor antiguo. Y sustenta que la persona amada es dulce primero y amarga después. Como el chicle purgante.
Para curar el amor, para evitar que llegue a ser un mal crónico, la medicina creada por estos tiempos precoces es el divorcio. Y el pretexto la incompatibilidad de caracteres. En algunos matrimonios de ahora la incompatibilidad de caracteres empieza donde termina la luna de miel. Los norteamericanos al hastío suelen llamarle tortura mental. El divorcio es goma de borrar pesadumbres. El matrimonio antes era un lazo recio, apretado, a perpetuidad, indisoluble.
Para casarse el novio tenía que pensarlo mucho. Y a veces pensándolo se pasaba veinte años. Las manos agarradas, los ojos en blanco y frente el espectáculo de la pobre vieja es quien, sin ella saberlo, se iba desarrollando el alma enérgica del referee de boxeo. Que no permite que los clichés se prolonguen demasiado.
La moral de aquellas novias estaba casi siempre en relación directa con la capacidad de la madre para vencer el sueño, dando cabezazos heroicos. En una mecedora de mimbre, naturalmente. Cuando al agua con panales. Los padrinos que tiraban centavos en los bautizos. Las canciones con argumento. Las relaciones largas y el amor eterno.
Hoy los lazos indisolubles del matrimonio se disuelven fácilmente. Es una fórmula de modernismo con injertos de poca vergüenza…
Se han quedado atrás aquellas épocas honorables en que el caballero se pasaba toda la vida con el mismo smoking y con la misma mujer. Cada año al smoking estaba más estrecho y la señora más gorda.
En los días que transcurrimos nos hacen creer que el bígamo, más que despreciable delincuente, es un héroe que tiene que mantener a dos esposas. La vida nos está enseñando que un harén no es tan inmoral como tan costoso. Lo malo de cultivar la duplicidad en el amor, no es lo que piensen los demás, que siempre pensaran mal, aunque hagan lo mismo, sino disponer de recursos económicos para hacerle frente a la hoja de gastos.
Citaré la historia llena de perversa filosofía de un amigo que ha tenido la suerte lamentable de encontrar en el amor los dos polos de la felicidad que él llama monorrítmica y monótona. “Casé —dice en todas partes– y lo malo es que la mujer me ha salido buena.” Si llega a salirle mala, hubiera sido una desgracia y un escándalo social, pero hubiera sido también una solución. “Después —prosigue contando— protegí a una amante y se prolongó el infortunio, porque no resultó agradable y fiel como el perro que cuando nos ve llegar nos huele los zapatos mientras mueve la cola”.
La querida fiel, abnegada y conforme llega a conquistar categoría de segunda señora. Mi amigo no hace más que quejarse del amor. Por la paradoja de que no puede quejarse del amor en que ha sido absolutamente bien correspondido. Por la esposa. Y por la vice.
En todos los hogares viejos —la imagen de la Caridad, un caracol sujetando la puerta y el escaparate viejo que se conseja como recuerdo de la abuela muerta– había el personaje que llegaba a la vejez y aprovechaba los días de fiesta para reunir a los parientes y a los amigos invitados para decirles: “Cuarenta años al lado de Merceditas y nos queremos como el primer día”.
Sospechoso que es eso lo que se llama amor antiguo nació la costumbre de celebrar la despedida de soltero. La gran fiesta que el hombre celebra para despedir la vida de soltero, en el fondo no es otra cosa que una sesión de entrenamiento para la noche de bodas. Con lo que tenemos que la mujer que utiliza el novio para entonar el alegre adiós al celibato asume funciones de sparring-partner. Hacer training es la paradoja de fatigarse para evitar la fatiga.
La idea más egoísta del amor es la del solterón. Solterón es el que no quiso casarse al principio y no pudo casarse después. Los hombres que piensan en lo deliciosa que es la vida del soltero joven. Jamás presumieron lo atroz que es la vida del soltero viejo. El solterón angustiado y ya inútil de quien se ríen las muchachas. El que tuvo muchos amores sin tener ninguno. Cuando se ve las arrugas en la cara, la flaccidez de las carnes y los pelos en las orejas entonces quiere precipitar la función del matrimonio y se encuentra con que al solterón únicamente lo toma en serio una solterona.
La solterona no tiene más consuelo que el de recordar y proclamar ante sus amigas las oportunidades de matrimonio que rechazó. Así experimenta el placer inocente de ser la única culpable de su soltería. El solterón que logre casarse con una mujer joven, engañará a todo el mundo, menos a la propia mujer. Que comprenderá enseguida que el galán tardío es como el jugador de póker que ha estado blasfemando con un par inservible.
Ella le pagará y le mandará el resto y cuando lo vea bajar la cabeza y decir con infinita tristeza “paso”, se abrirán ante sus ojos ansiosos dos caminos: el de la resignación, que siempre tendrá un límite, o el del desquite.Que puede producirse cualquier noche de luna llena. La luna llena es el pretexto que ha encontrado la mujer para dejarse seducir. Cuando se ha perdido un poco el pudor basta un cuarto menguante.
Antes se le daba mayor solemnidad a la costumbre de pedir la mano. Para llenar esa formalidad el novio solía apelar a lo que la sociedad conoce por hombre serio. El hombre serio es el que hace todas las cosas indecorosas que suelen hacer los demás. Pero sin reírse.
El padre de ella, afectadísimo, simulaba y preguntaba siempre lo mismo:
–No tengo inconveniente, pero quisiera saber con qué cuenta…
Era regla general que después del fracaso en la petición de mano viniesen las relaciones ocultas. Otra fase del amor a la antigua. La señorita, después de llorarle mucho a la tía que quisiera oírle las penas, un día se revestía de valor y decía que estaba dispuesta a cualquier cosa. Entonces intervenía dramática la madre para pronunciar la frase que han pronunciado todas las mujeres, en todos los países y en todas las generaciones:
–Antes quisiera verla muerta.
Y el padre llamaba al novio y le daba la entrada. Dar la entrada era facilitar el amor por dosis: lunes, miércoles y viernes. Igual que los especialistas en vías urinarias. Y empezaba la sinfonía de los besos sin ruido y el destornillamiento de los sillones. En las veladas presididas por el honor de la suegra en estado de futura.
Eso es lo que la gente nueva llama amor viejo. Pero la finalidad del amor siempre ha sido la misma. En un instante hay que hacer un vuelo de siglos y volver a la escena del paraíso. Cuando la manzana. El histórico pecado que tiene la culpa de que haya en el mundo tantas casas de apartamentos. Y la hoja de parra. Que ya era un presentimiento de la trusa bikini.
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