La Oficina del Censo nos lo acaba de confirmar: el envejecimiento poblacional de Estados Unidos creció más el pasado año 2021, que en el anterior. No son buenas noticias para la salud económica de la nación, con implicaciones desfavorables, a mediano, y largo plazo, en los capítulos sociales y laborales, con especial énfasis en el sostenimiento de los sistemas de pensión y de salud.
Con el envejecimiento poblacional en Europa Occidental, Japón, China y otros 17 países alrededor del mundo, creciendo más rápidamente que nunca antes, los gobiernos de esos países, incluyendo el nuestro, serán confrontados con decisiones de no menor cuantía, como son el declive de fuerza laboral joven para sostener los sistemas de jubilación, el aumento en el costo de los servicios de salud, todo esto con un potencial impacto negativo en el alto nivel de vida acostumbrado en los países de economía avanzada.
Pero dejando a un lado, por ahora, las posibles futuras dificultades ajenas, veamos el cuadro presente de nuestra situación demográfica.
El envejecimiento del país tuvo el mayor ascenso en un año, llegando al 38.8 en el 2021, con la característica que este desbalance demográfico es cada vez más diverso. Los últimos datos estadísticos muestran que mientras que la población hispana sigue creciendo, la blanca, no hispana, disminuye.
La población hispana aumentó en 767,907 en 2021, el 1.2% más que el año anterior, mientras los blancos no hispanos no sólo no aumentaron, sino que fueron 79,836 personas menos que en 2020, una disminución equivalente al 0.03%.
La población blanca en Estados Unidos alcanzó el total de 260.183,037 en el pasado año 2021.
El crecimiento de la población hispana, con un crecimiento general, se concentra especialmente en tres estados: California con 15.754,605; Texas, con 11.857,401 y Florida con 5.830,908.
Se hace preciso destacar que las únicas regiones que sufrieron una disminución en su población hispana fueron el estado de New York (-1.1%) y el Distrito de Columbia (-2.5%)
Este cambio poblacional que se viene produciendo por varias décadas, ha cobrado una intensidad preocupante para las sociedades más afectadas, que son aquellas de más alta productividad y estándar de vida, forzadas, eventualmente, a cambios substanciales para enfrentar los retos que los cambios demográficos les imponen.
Resulta, de modo innegable, que la longevidad que disfruta hoy la mayor parte de la Humanidad, que, por otra parte, ha sido muy positiva, y productiva, traerá consigo un efecto directo sobre el crecimiento económico, sobre los patrones de trabajo y retiro, del modo en que las familias funcionan, la habilidad de gobiernos y comunidades para proveer recursos adecuados para la creciente ancianidad y combatir la prevalencia de enfermedades crónicas.
Nuestra nación, siendo líder natural entre las naciones desarrolladas, sin embargo, a juzgar por las condiciones presentes, no luce preparada para los desafíos que inevitablemente llegarán con el paso del tiempo.
Estados Unidos, inexplicablemente, a pesar de sus enormes recursos, está en la retaguardia comparado con otras naciones desarrolladas, en cuanto a salud, longevidad y otros indicadores claves.
Por ejemplo, la ganancia en la expectativa de vida no ha ido a la par con otras naciones desarrolladas en los pasados 30 años. Desde 1980 el americano ha ganado cinco años en su expectativa de vida, comparado con individuos viviendo en países igualmente desarrollados que han ganado ocho. El americano, como los demás, ha envejecido, aunque a paso más acelerado, y el crecimiento de la ancianidad, en general, sigue creciendo a paso firme y estable. Y ése, es el reto que confronta la sociedad mundial, de la cual nosotros somos parte importante.
Dentro de este contexto, habrá países más afectados por sus circunstancias particulares. Las tres más grandes economías: Estados Unidos, China y Japón, respectivamente, en ese orden, tendrán problemas del mismo carácter, pero que reclaman soluciones diferentes. El problema laboral, que implica productividad, impactará a cada uno de forma diversa, que cada cual tendrá que resolver de acuerdo a sus capacidades.
En China, cuyo envejecimiento y disminución poblacional viene siendo un tema de estudio por varios años, se resume, en términos concretos, en menos consumo doméstico y un descenso acelerado del crecimiento económico con gran impacto en el estándar de vida del chino moderno, acostumbrado a comodidades que sus antepasados no pudieron disfrutar.
Japón, que sufre también los efectos de una ancianidad creciente, experimenta, a la vez, una contracción en su fuerza laboral que traerá, como consecuencia lógica, un debilitamiento en su capacidad productiva que eventualmente impactará a toda la sociedad.
El Fondo Monetario Internacional ha calculado que el envejecimiento de la población japonesa, reduciría el promedio anual de su GDP en 1% por las próximas tres décadas.
Estos factores demográficos tienen consecuencias mucho más allá de lo poblacional, numéricamente hablando. Se reflejará, a su debido tiempo, en el balance geopolítico de Asia y otros continentes, como el europeo y el nuestro.
En cuanto al encogimiento de la fuerza laboral debido al desbalance o desproporción entre jóvenes y viejos, tanto China como Japón están en clara desventaja con Estados Unidos, puesto que esta nación cuenta con una abundante inmigración lista, y ansiosa, de venir al país a engrosar las filas de producción. Ni China, ni Japón, por razones políticas y culturales, favorecen ese camino.
Las generaciones futuras tienen un gran trabajo por hacer para resolver el desequilibrio que les traen los factores demográficos.
BALCÓN AL MUNDO
Aumenta el número de congresistas y líderes demócratas opuestos a la idea de Joe Biden como candidato a la reelección. En primer lugar, citan, sus depresivos números en las encuestas, el descalabro en la economía, con una inflación superando el 9%, y su edad, que ya es notoria en sus continuos tropezones en sus conferencias de prensa.
Hay que recordar que Biden fue revivido para cubrir un role momentáneo: frenar a Bernie Sanders que apuntaba a ganar la nominación como candidato presidencial del partido, y como, tal vez, el único que, bajo la bandera de “moderado”, podría derrotar a Donald Trump como finalmente ocurrió.
Eso era todo lo que el Partido Demócrata demandaba de Biden. No lo tuvo nunca en sus planes para un largo viaje.
Su voyage termina en enero del 2024. El ticket era sólo de ida.
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A pesar de las quejas de las filas trompistas, y del indiscutible tono político del Comité que investiga los fatales acontecimientos del 1/6/21, esa investigación es absolutamente necesaria para saber quién o quiénes fueron los responsables de ese atentado contra el corazón de nuestra democracia. Es posible que no se encuentren evidencias claramente acusatorias contra el ex presidente Trump que ameriten un encausamiento criminal; pero, en la percepción de la mayoría del pueblo americano, él comparte la responsabilidad de lo sucedido con la crápula que invadió el Capitolio. Donald Trump hizo una buena labor como presidente. Sin embargo, arruinó su legado con su conducta deplorable después de las elecciones que perdió contra Biden. En realidad, las perdió. No se la robaron como todavía insiste.
El Partido Republicano, por su propio bien, debería ampliar la distancia con el ex presidente, que, hoy por hoy, es una figura tóxica, aunque todavía muy influyente en el partido, que puede hacer más daño que beneficio en los próximos comicios.
La idea de “trompismo sin Trump” luce cada día más atractiva.
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La inflación sigue su agitado curso ascendente. La semana pasada, alcanzó el 9.1%, el nivel más alto desde 1981. Esa fue la herencia que le dejó Jimmy Carter a Ronald Reagan.
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Estados Unidos y la OTAN han decidido apoyar a Ucrania en una guerra de desgaste contra la barbarie invasora rusa, con el propósito de dejar a Rusia seriamente debilitada e incapaz de recuperarse económicamente por varios años.
Mientras tanto, Ucrania sigue siendo destrozada, y los ucranianos muriendo, por una causa que también incluye a toda Europa.
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