ÁLVARO REYNOSO VALDÉS entre los forjadores de nuestra nacionalidad

Written by Libre Online

5 de noviembre de 2024

Por JORGE QUINTANA (1954)

Bien que se merece Álvaro Reynoso y Valdés que lo incluyamos entre los forjadores de nuestra nacionalidad. Sería un error imperdonable suponer que sólo los políticos, los 

militares, los patriotas o los héroes sirven a su nación en esa hora crucial de su forja.

Por el contrario, contribuyen tanto o más, los hombres de ciencia que no sólo ayudaron a prestigiar la tierra en que habían nacido, sino que como Álvaro Reynoso, fue útil en muchos aspectos al desarrollo de su patria. Porque ese es el caso singular de este notable hombre de ciencias. 

Como Pasteur, Álvaro Reynoso logró no sólo un nombre ilustre, sino también el ser útil de un modo práctico e inmediato. Pasteur, con sus descubrimientos sensacionales, logró ser útil no sólo a los enfermos, sino también a los industriales de la cerveza, cuando estudia los problemas de la fermentación y a los sericultores cuando estudia las dificultades con que tropezaba la cría del gusano de seda.

Álvaro Reynoso investigó en el campo de la agricultura y en el de la química, fundamentalmente. Pero ambos lograron, insistimos, el ser útiles, que es un modo de lograr ser apreciados, al menos por las generaciones venideras.

El 4 de noviembre de 1829 nació Álvaro Reynoso y Valdés en un cafetal, cerca de Guanímar, en el término municipal de Alquízar. Francisco Calcagno dice, erróneamente, que nació en Durán. 

Nosotros podemos 

corregir al ilustre autor del “Diccionario Biográfico Cubano”, por cuanto la misma la hacemos con su partida bautismal a la vista.

Su padre se llamaba D. Antonio Reynoso y era natural de Tarifa en la provincia de Cádiz. Había contraído matrimonio con doña María de Jesús Valdés, a la que había sacado de la Real Casa Cuna de La Habana.

El 12 de enero de 1830 le bautizaron en la iglesia parroquial de Alquízar, poniéndole por nombre Álvaro Francisco Carlos.

Sus primeros años los pasará Álvaro Reynoso y Valdés en el mismo cafetal donde ha nacido. Allí comenzó a interesarse por la agricultura, observando atentamente, criticando, experimentando con prácticas en el mismo terreno. 

Después pasó al colegio “San Cristóbal” donde recibió lecciones, entre otros, del sabio químico español José Luis Casaseca, de quien seguro obtuvo las orientaciones para sus trabajos futuros sobre la caña de azúcar, etc. El 14 de julio de 1846 se gradúa de Bachiller en Ciencias. Al año siguiente se traslada a Francia, instalándose en París. Inmediatamente ingresa en el Instituto de Investigaciones Químicas que dirige Teófilo Pelouze, a quien se debe el descubrimiento del cianuro de hierro y las investigaciones definitivas sobre azúcar de remolacha.

En 1853 publica Reynoso, en París, su “Memoire sur le presence du sucre dans les urines et sur le liaison de ce phénómene avec la respiration”, trabajo original y de interés en el campo de la fisiología experimental. El 23 de abril de 1854 la Academia de Ciencias de París le premia sus investigaciones sobre el cloroformo. 

En 1856 obtiene el título de Doctor en Ciencias Químicas en la Universidad de París. Ha trabajado intensamente en investigaciones sobre los efectos del yodo en las mordeduras de serpientes venenosas. Por esos trabajos el Instituto Imperial de Francia acuerda laurearlo.

 En 1857 ingresa como Académico Correspondiente de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid y en la Real Academia de la Historia. La Universidad Central de Madrid le hace el honor de nombrarlo catedrático de Química, eximiéndolo del requisito de la oposición. El 7 de mayo de ese mismo año de 1857, ante su deseo de venir a Cuba, la reina Isabel II le nombra catedrático de Química en la Escuela General Preparatoria de La Habana, donde en octubre comienza a dar clases. La Sociedad Económica de La Habana que le había designado Socio de Mérito, le nombra ahora redactor de sus “Memorias”.

Pero Reynoso ha de tropezar siempre con dificultades. Cuando solicita del gobierno español que deje entrar libre de impuestos los instrumentos para la clase de Química aplicada a la agricultura una Real Orden de 6 de enero de 1859 le deniega la solicitud. Sin embargo, a ese contratiempo corresponde otro honor. 

Al fundarse la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, el doctor Álvaro Reynoso y Valdés es seleccionado como Académico Fundador. Ese mismo año de 1861 publica sus “Estudios Progresivos sobre varias materias científicas, agrícolas e industriales, en las que se manifiesta preocupado por el cultivo del café, el tabaco, el maíz, el arroz y otros productos agrícolas.

1862 marca una fecha en la historia de su vida.  En este año publica la primera edición de su “Ensayo sobre el cultivo de la caña de azúcar”.  El prólogo se lo ha escrito el Conde de Pozos Dulces.  En ella expone toda una técnica para la siembra, de esta dulce gramínea. 

Aboga por métodos científicos modernos con los que está seguro de que se puede obtener mejor calidad y mayor rendimiento. Su tesis era profundamente revolucionaria, pues mientras los colonos y hacendados buscaban el rendimiento sobre la base de ampliar las áreas de cultivo, Reynoso sostiene en su obra que el cultivo intenso era más beneficioso. 

La importancia de este libro merece que Ramón Zambrana le llame “el libro de oro de los hacendados”. El gobierno español le imprime una segunda edición. En tres años la obra se traduce al francés, al portugués y al holandés. Los hacendados de Jalapa y Veracruz se reúnen y acuerdan imprimir otra edición por cuenta de ellos. Sin embargo, en Cuba, su patria, esos trabajos pasaban inadvertidos. Los consejos de Reynoso eran desoídos, desatendidos. 

En Java se aplican sus métodos y se obtienen los resultados, llegando a lograrse la variedad POJ que es inmune al mosaico, plaga que afecta a la caña de azúcar, al mismo tiempo que de mayor rendimiento.

Colabora en el “Diario de la Marina”. Sigue su batalla exponiendo sus ideas. En 1864 un grupo de hacendados cubanos, entre los cuales se encuentra Miguel de Aldama, José Silverio Jorrin, Juan Poey, Esteban de Santa Cruz de Oviedo y otros, costean su viaje a Francia, con objeto de que estudie y perfeccione su invento sobre nuevo procedimiento para elaborar azúcar mediante una máquina que debe extraer un 80% más de jugo. 

Se instala en París y continúa sus trabajos de investigación, realiza estudios para la defecación del azúcar, recomendando que en vez de óxido de caldo que se venía usando, se emplee fosfato de albúmina. Se preocupa por un procedimiento para lograr la conservación de las carnes, utilizando gases comprimidos. En junio de 1865 la Academia de Ciencias de Múnich le designa Académico Correspondiente. 

En diciembre de ese mismo año la Academia de Ciencias de Gotinga le dispensa el mismo honor. En 1867 publica en La Habana sus “Apuntes acerca de varios cultivos cubanos”. Al año siguiente concurre, como delegado, al Congreso celebrado en Braunschweig, Alemania. Poco tiempo antes el gobierno español disolvía, por decreto, el Instituto de Investigaciones Químicas de La Habana y dejaba cesante al insigne sabio cubano.

En 1877, con sólo cuatro mil pesos de costo, hizo un ensayo sobre la máquina que debería aumentar el rendimiento en la producción azucarera. No obtuvo el 80% que, optimista había anunciado, pero sí un 14 % más de lo que obtenían los hacendados cubanos, lo que ya era un triunfo. En 1878 edita en París la tercera edición del “Ensayo sobre la caña de azúcar”. 

La más reciente acababa de hacerla la familia Tarafa. La vida es dura y activa. No tiene familia, no tiene dinero, pero continúa en la misma actitud, siempre laborando, investigando, indagando. En 1881 publica en París su obra “Agricultura de los indígenas en Haití y Cuba”. 

Fue él quien demostró que los indios cubanos no fumaban el tabaco por la nariz, como había afirmado Oviedo, sino que lo aspiraban por la boca, al igual que hacemos hoy en día. Ese mismo año de 1881 publica también en París, sus “Notas acerca del cultivo de camellones”.

Después de residir diecinueve años en Europa la idea de retornar a su patria comienza a obsesionarle. En Madrid le designan Comisario General de Agricultura de la Isla de Cuba. Con ese pomposo título llega a La Habana en 1883. Y decimos pomposo, porque el cargo era prácticamente honorífico, al no figurar en los Presupuestos de la Isla la asignación necesaria para pagarlo.

Son los últimos años. Está viejo. La tuberculosis va minándole la poca salud que le queda. Además, pasa grandes necesidades para poder vivir, él que había enriquecido a muchos de los grandes ricachones de aquella hora. 

En su diario se leen cosas como esta: “Viernes, 14 de agosto de 1885. Plena campaña tabacalera. Pedí $50.00 billetes. Me los negaron, acompañando la negativa con todo género de gestos, reticencias, gritos, etc. El sábado no pude pagar la comida. Me ofrecieron $20.00 que naturalmente no tomé”. ¡Todavía le sobra dignidad para saberse morir de hambre!

Vive en la Calzada de Buenos Aires número 11. De vez en cuando baja hasta una botica que hay en la esquina de Tejas, donde conversa largamente. Trabaja todavía en la traducción de la obra de Schisesing titulada “Investigaciones acerca del tabaco”.

 En el prólogo de la misma declara su intención de realizar, en el campo tabacalero, un trabajo similar al que ha realizado en la caña. Fue su último empeño. No pudo realizarlo porque a la caída de la tarde del 13 de agosto de 1888 fallecía este ilustre cubano que tan profunda huella dejaría en el campo de la ciencia, de la agricultura y de la química de su patria. Lo enterraron en el Cementerio de Colón.

 A la Sociedad Económica de Amigos del País le entregaron todos sus papeles, su correspondencia, sus trabajos. Además de lo ya mencionado, publicó otros trabajos que la brevedad nos fuerza a omitir.

Entre los méritos que habrán de acreditársele siempre a la obra de Reynoso, figura el de haber resuelto uno de los problemas que mantenían la institución esclavista en nuestra patria. 

Se decía por los esclavistas que el trabajo esclavo había que mantenerlo, porque era el más económico. Reynoso probó que se podían hacer más grandes economías aun, si se aplican al campo de la agricultura métodos, técnicas, procedimientos más acordes con la ciencia. 

No fue un político militante, pero evidenció siempre ser un republicano de convicciones. Tal fue la vida de este gran hombre a quien sus compatriotas jamás le han hecho la justicia debida.

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