Por Purificación León.
Una arritmia es una alteración del ritmo cardiaco. “Los latidos del corazón
ocurren como consecuencia de unos impulsos eléctricos que hacen que las aurículas y los ventrículos se contraigan de forma adecuada, sincrónica y rítmica. La frecuencia cardiaca normalmente oscila entre 60 y 100 latidos por minuto”, indican los especialistas de la Fundación Española del Corazón.
“Un latido cardiaco es una acción de bombeo en dos fases”, detalla el Instituto del Corazón de Texas. Esta entidad explica que, a medida que se va acumulando sangre en las cavidades superiores (aurículas), el marcapasos natural del corazón, llamado nodo sinusal, envía una señal eléctrica que estimula la contracción de las aurículas. Esta contracción impulsa la sangre a través de las válvulas tricúspide y mitral hacia las cavidades inferiores (ventrículos) que se encuentran en reposo. Esta fase se denomina diástole.
La segunda fase de la acción de bombeo comienza cuando los ventrículos están llenos de sangre. Las señales eléctricas generadas por el nodo sinusal se propagan por una vía de conducción eléctrica a los ventrículos estimulando su contracción. Esta fase se denomina sístole. Durante la sístole, las válvulas tricúspide y mitral se cierran para impedir que la sangre regrese a las aurículas. Dicho cierre origina el primer sonido del latido cardiaco. Al
cerrarse la tricúspide y la mitral, se abren las válvulas aórtica y pulmonar para que la sangre pueda entrar en las arterias aorta y pulmonar. Una vez que la sangre ha entrado en estas arterias, se cierran las válvulas aórtica y pulmonar para impedir que retroceda hacia los ventrículos. Este cierre genera el segundo sonido del latido cardiaco.
Si todo este proceso no se produce al ritmo adecuado, decimos que hay una arritmia. Los expertos de la Fundación Española del Corazón afirman que las arritmias cardiacas se producen por tres motivos: porque el impulso eléctrico no se genera adecuadamente; porque se origina en un lugar erróneo o porque los caminos para la conducción eléctrica están alterados.
LOS TRATAMIENTOS
Dependiendo del tipo de arritmia y de su gravedad, los cardiólogos escogerán el tratamiento más adecuado entre los distintos disponibles. Entre ellos están los fármacos, el marcapasos, el desfibrilador implantable o la ablación con catéter. Este último consiste en introducir un tubo fino y flexible llamado catéter a través de una vena o una arteria hasta alcanzar las cavidades cardiacas. El procedimiento consiste en producir una lesión controlada en una parte del tejido del corazón para acabar con el foco de la arritmia y restablecer el latido cardiaco normal. Esto puede realizarse con catéter de radiofrecuencia, que aplica calor en los tejidos, o con catéter de frío.
Además, existe otra técnica denominada ablación por alcoholización. “La ablación mediante alcoholización se describió hace más de 40 años, pero fue sustituida por la ablación por radiofrecuencia, una técnica más precisa y localizada”, manifiesta Moisés Rodríguez Mañero, cardiólogo del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago (noroeste de España). Sin embargo, en los últimos años ha ganado aceptación entre la comunidad científica y “se ha propuesto su utilización para pacientes con arritmias auriculares o ventriculares no accesibles a la ablación con catéter”, apunta.
Por un lado, está indicada en aquellos pacientes con fibrilación auricular persistente, en los que la tasa de éxito mediante ablación con catéter es modesta. En concreto, “la ablación con alcohol de la vena de Marshall, comparada con la estrategia convencional, incrementa la tasa de éxito en un 11% en los pacientes con fibrilación auricular, según datos del estudio VENUS”, detalla el cardiólogo.
Por otro lado, la ablación con alcohol es una estrategia de rescate para pacientes con arritmias ventriculares que no responden adecuadamente a la ablación convencional con catéter. “Estamos hablando de pacientes que tienen el foco de su arritmia dentro del miocardio, territorio al que no se puede acceder desde el interior del corazón ni desde fuera del mismo. Aunque es una situación mucho menos frecuente y representa una minoría de los pacientes con arritmias ventriculares, la ablación venosa con alcohol ha logrado una tasa de éxito del 77%.
Asimismo, la ablación alcohólica entraña riesgos adicionales. Se trata de pequeñas roturas del vaso sanguíneo (menos importantes en el caso de venas, pero de mayor relevancia en el territorio arterial) y de inflamación del tejido (pericarditis), que requiere que un alto porcentaje de los pacientes tenga que seguir tratamiento antiinflamatorio después del procedimiento.
El doctor Rodríguez Mañero indica que el siguiente paso es perfeccionar la selección del paciente. “En el campo de la fibrilación auricular todavía tenemos que precisar qué pacientes se van a beneficiar de la ablación alcohólica. En segundo lugar, debemos trabajar en el desarrollo de nuevas estrategias y materiales que nos ayuden a simplificar el procedimiento, en el que seamos capaces de acotar y predecir de forma más precisa el efecto del alcohol”, subraya.
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