Para los futurólogos que abundan en el corral político, así será. Para ellos, está escrito en piedra. No hay otros candidatos probables en el futuro cercano. Pero yo, desde mi modesta perspectiva con vista a la siempre posible aparición de lo imponderable, no estoy tan convencido. Dentro de la convulsión política que estremece al país, donde nada es blanco y negro, y todo parece gris, ninguna proyección es categóricamente cierta, especialmente en lo referente a estas elecciones presidenciales que se avecinan en el 2024, ya de inicio tan acentuadamente viciadas.
Con dos candidatos impopulares como lo son Joe Biden y Donald Trump, el espacio para la duda es amplio. Ambos tienen enormes barreras que superar para convencer al electorado de que merecen la confianza de sus votos, y, por ende, su
elección.
El consenso de las encuestas realizadas hasta el presente nos confirma, hasta donde es posible creerlas, que casi el 60% del votante prefiere otros candidatos que no sean los antes mencionados. No los acepta confiadamente. Tiene dudas, preocupaciones legítimamente fundadas en ambas figuras por serias deficiencias, de carácter personal, en un caso, e incompetencia, mental o física, en el otro. Lo que nos lleva a concluir, en un análisis razonablemente lógico, que no es desacertado esperar un cambio forzado por imperativos de surgentes imponderables. Todo puede pasar, incluso, un cambio en el lineup de los presentes actores.
El presidente Biden está nadando en un oleaje tormentoso que mantiene su aprobación en menos del 40%. Ha provocado, con el desborde exagerado de dinero, después de la pandemia, una inflación no vista en más de 40 años, y su desenvolvimiento en la política exterior ha sido, en algunos casos errático, y en otros, como en el de Afganistán, y ahora con China, más que peligroso, desastroso. Joe Biden es percibido, por nuestros formidables adversarios, como un líder anciano, exhausto, indeciso y débil, lo cual ha dado lugar, después de la caótica retirada de Afganistán, a la invasión de Ucrania por Rusia, y una abierta y desafiante expansión militar china en nuestro traspatio con la ampliación de sus bases de espionaje en Cuba.
Con todo este bagaje, y mucho más que se le pudiera agregar, pero que ocuparía un espacio mayor del que disponemos, el presidente Biden persiste, tercamente, en una reelección que, de ser triunfante, probablemente no sería capaz de concluir, y la nación terminaría con su futuro en las manos de Kamala Harris, cuyas habilidades no ofrecen la confianza requerida para el mejor funcionamiento del país.
En los días presentes, a sus 80 años, Joe Biden está mostrando síntomas de una decadencia física y mental tan obvia, que únicamente aquellos cegados por sus propios intereses políticos, pretenden no ver.
Y no es justo, ni conveniente, para él, y la nación, estirar esta cadena de incesante ridiculez con lapsos mentales que envían negativos mensajes a amigos y enemigos por igual.
Basado en estas realidades, y ciertas gestiones que círculos políticos centristas demócratas realizan bajo estrictas condiciones de discreción, ¿sería posible descartar una retirada de Joe Biden de la contienda presidencial? Me inclino a pensar que no. Es más, creo que al final, Joe Biden, por la presión y los consejos bien intencionados de familiares y amigos, terminará por moverse a un lado y ceder la oportunidad a ciertos elementos jóvenes del partido.
De ser así, estaría respondiendo al sentir del electorado que, en su mayoría, no desea que acuda a la reelección.
En el otro lado de la cuestión, tenemos la aspiración del expresidente Donald Trump, al que, igualmente, el electorado, no desea ver como candidato. Ambos, él, y Biden, a la vista del votante americano, no son candidatos deseables.
Pero, teniendo en cuenta el carácter firme y tenaz del exmandatario. ¿se podría esperar el retiro voluntario de su candidatura? Es difícil, pero no del todo imposible.
En la opinión de Anthony Scaramucci, primer director de comunicaciones en la administración de Trump, estima que éste, presionado por tantos problemas legales de toda índole, terminará por echarse a un lado con cierta justificación creíble.
Creo que hay parte de credibilidad en las palabras de Scaramucci, quien, en su propio decir, le conoce bien.
Donald Trump, después de su mandato, que en mi opinión fue favorable para la nación, se ha auto infligido graves innecesarios daños con sus alegaciones de fraude electoral, el episodio del asalto al Capitolio, y, finalmente, la posesión impropia, en desafío de la ley, de documentos oficiales de alta seguridad nacional, que ha provocado, con su procesamiento de 37 cargos de felonía, una crisis sin precedentes en la historia de la nación.
¿Será el resultado de este juicio el evento que catalice la ausencia de Donald Trump como candidato presidencial?
Es arriesgada una opinión concluyente al respecto porque nadie sabe cómo terminará este proceso.
Lo que, si sabemos, es que a la nación le espera, por los próximos varios meses, un periodo de ira, división y recriminación, que quizás se aplaque con los comicios de noviembre, si la fortuna favorece el deseo popular de tener como candidatos a la presidencia, a dos figuras que NO sean las que hoy se disputan el honor.
BALCÓN AL MUNDO
El secretario de Estado, Antony Blinken, fue a Beijing, a, según dice la administración, a aliviar las tensiones. Es decir, a pasarle la mano a Xi Jinping y a su camarilla de déspotas del Partido Comunista. En otras palabras, a poner de manifiesto, una vez más, la política de apaciguamiento, que tan malos resultados nos trajo con Neville Chamberlain en los días previos a la Segunda Guerra Mundial.
Blinken logró muy poco, o nada. Tanto Xi como sus secretarios de Estado y Defensa, lo trataron con marcada frialdad y se negaron a la petición de Biden de restablecer vínculos militares, presumiblemente, un tópico principal en la visita.
En realidad, fue una humillación para la presente administración en su empeño de contemporizar con la tiranía comunista china.
¡Ah!, y en cuanto al calificativo de dictador que el presidente Biden le colocó a Xi, estuvo muy acertado: ¡lo es!
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El pasado martes, cientos de miles de colombianos desfilaron en varias ciudades de la nación, protestando contra las reformas que pretende implantar en el país el presidente Gustavo Petro. Dichas reformas tienen el tinte comunista que alienta Petro, con su innegable vieja simpatía por sus camaradas en armas de sus tiempos guerrilleros ligados con el narcotráfico.
Con esa agenda, le va a costar mucho trabajo gobernar a un pueblo de arraigada tradición democrática, como es Colombia, a cuya presidencia llegó con una fracción minúscula por encima del 50%.
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Lo de China en Cuba va más allá de las bases de espionaje. Ahora se sabe que planea introducir en la Isla tropas para entrenamiento y ejercicios conjuntos militares. Después, vendrán los cohetes o misiles de corto y mediano alcance, y seguirá avanzando si no se le pone un alto definitivo.
Si no logramos un cambio de gobierno en Washington, pronto tendremos a las tropas chinas incursionando en las costas de Florida.
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Los venezolanos se preparan para las elecciones presidenciales fijadas para el 2024, y la oposición pide a todos los ciudadanos fuera del país que se registren en sus respectivos consulados para votar en las primarias. Julio 7 es el último día para hacerlo.
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