Al filo de los difuntos… DON JUAN MALA PERSONA

Written by Libre Online

27 de octubre de 2021

Por Gerardo Alvarez Gallego

El muerto-vivo de todos los años.-Donjuanadas gritadas por radio.-Ha pasado la época en que se escenificó el Tenorio.-¡Qué diferencia entre “El burlador de Sevilla”, de Tirso de Molina, y el héroe rufianesco del dramón de Zorrilla!- Los descomunales ripios del “Don Juan Tenorio”.- Algunos “lapsus linguae” de los intérpretes.- Una morcilla saladísima de Pedro Segarra.-Confesión final, postromántica y lamentable.

Ya está aquí otra vez. Como todos los años. Aunque ahora reducido a las transmisiones radiales que gritan el drama de Zorrilla, cual gritan esos malditos el inevitable Don Juan aún acude a la cita de los Fieles Difuntos, siquiera lo haga de modo aéreo, e invisible, como lo fue para Doña Inés en el cuarto acto:

Sólo he de escuchar tu nombre, sólo tu sombra he de ver.

Antaño, aún subía por esta época a “los tablados de la antigua farsa”. Los elencos españoles, todavía insignes, que hacían por América periplos teatrales tan fecundos para su escarcela como afinadores del gusto público, desempolvaban por los primeros días de noviembre  las donjuanadas clásicas. Y mientras escandalizaban los nocturnos de los escenarios el ludir de los hierros de las tizonas, el pistoletazo vil que asesina al solemne Don Gonzálo de Ulloa y el tintineo de los vasos de la hostelería del Laurel o de las doblas en la estrecha calleja azulada de luna a la que se abre la reja de Doña Ana de Pantoja, las tiradas de rimas, tan sonoras como las caracolas marinas, quemaban los labios de los llamados actores del verso. Ya no. Ya no hay quien aguante, por bien que se escenifique, la fantasmagórica representación del fatuo Don Juan, anacrónico y ridículo. Por culpa del personaje central precisamente, resulta infumable el drama protagonizado por el héroe, libertino y místico al mismo tiempo que Don Juan Zorrilla, en un par de noches afiebradas, de estrofas  al por mayor, sacó de borrador. Un solemne embustero el tal Don Juan que ni siquiera sabe mentirse a si mismo. Burlador  burlado, al fin: reñidor profesional, vencido, no obstante, por un simple capitán de las tropas del Rey, degenera en un buscador sin fatiga del placer fatigante. Pero es constante en la inconstancia y tan desengañado dentro del perdurable engaño, que termina por enamorarse como un “pepillo” del primer año de Bachillerato de una novicia que dejó de saltar a la suiza para saltar al convento…

¡Bah! Un  temeroso de lo sobrenatural como el Tenorio, al cabo nos descrubre que ha vivido toda su perra vida en la más desaforada temeridad. El ente galicursi, rufianesco y jaque, que es el mal hijo del bueno de Don Diego Tenorio, anda, durante siete actos, ansioso de luz y perdido en las sombras.

A la luz de la biología, Don Juan Tenorio deviene en ejemplar endocrinólogo con patología de gallo de corral. A la de la ética, es un paradigma infrahumano. Y hasta para personaje de galería de los “guapos” toda su hombría consiste en una secreción interna de abundantes masculinidades animales. Ni siquiera en un tratado de esgrima podría figurar como maestro de armas, porque su destreza para cruzar los aceros sólo la ha probado con espadachines bisoños de la milicia de Flandes. Apenas la tizona donjuanesca se bate con la de un simple capitán, el brabucaire cae con un palmo de espada en el pecho.

Pero además el “Tenorio” de Zorrilla -¡que diferencia con los nobles versos de Tirso de Molina en “El Burlador de Sevilla” -sobre ser un canalla sin respeto a la ley, ni a la tradición, ni a las buenas costumbres, ni al sentido común, en la apotéosis del ripio, así como Don Juan Tenorio puede, en la famosa comedia el clérigo poeta del Siglo de Oro, recitar.

Yo soy noble caballero

cabeza de la familia

de los Tenorios, antiguos

ganadores de Sevilla.

El Don Juan Tenorio de Zorrilla confiesa:

Yo a los palacios subí,

yo a las cabañas bajé,

y en todas partes dejé

memoria amargada de mí.

Ni reconoce sagrado, ni hubo razón ni lugar por su audacia respetado.

El Don Juan Tenorio de Zorrilla superabunda en tal cantidad de despropósitos, que dificilmente supere otra obra.

Insultándose mutuamente con esto de apoderarse “hidalgos” dos sujetos presidiables,se dan cuenta que están haciendo el tonto en verso. Entonces, Don Juan corta:

El tiempo no malgastemos -dice, -mientras Don Luis aconseja al coro de aspirantes a testigos del final de la apuesta:

Sillas arrimad.

Pero Zorrilla se había olvidado-claro, trabajó poéticamente tan a destajo la obra que antes le había hecho decir al hostelero, dirigiéndose a Centellas y a Avellaneda:

…les puse en el mismo sitio

donde apostaron, la mesa.

Y vedla aquí con dos sillas,

dos copas y dos botellas.

Por si acaso el melodrama zorrillesco no desbarrase bastante por cuenta propia, los cómicos que han  sabido representarlo, tanto los andariegos de la legua como los de alto copete de los grandes proscenios, se encargaron de añadir más solfas todavía de las que contiene originalmente la obra. Cierta vez, verbigracia, uno que desempeñaba el modestisímo rol de alguacil, le espetó a Don Luis Mejía, en la ocasión de venir a prenderlo:

-¡Téngase allá!

¿Don Luis “García”?

A una doña Ana de Pantoja -la ramera, en olor de virginidad, del drama- le oí contarle a su dueña en la ventana en la que se rinde al primero que pasa, no obstante sus bodas próximas:

…ya ves: sólo dos horas nos faltan

para la boda, y me asaltan

vanos “humores”.

Y un Don Juan, “gallardo y calavera”, entrablaba con su espolique Ciutti, en plena vía pública de un nocturno sevillano adormecido y perfumado, la siguiente conversación:

Ciutti:

-¿Más si el truhaán se resiste?

Don Juan:

-Entonces tájale.

Sin acotar otros muchos “quid pro-quof” y “lapsus linguae”, que los intérpretes del “Tenorio” le han dado de propina al escenificarlo, recordemos los Don Juanes barrigrudos que se asoman por estos días de todos los años a las candilejas; las Doñas Inés más ancianas que la misma Brígida haciendo de novicias de diecisiete abriles; las estatuas orantes del Comendador,  Don Diego y Don Luis, con los cuales el tramoyista suele armarse el rollo vigueta -como dicen los académicos de la Plaza del Vapor- cada vez que se ven obligados, siguiendo los versos, a que “sus bustos oscilen” o “sus vagos contornos medren”.

Claro que las pifias de sus intérpretes suelen ser ya lo único gracioso de Tenorio. El actor Pedro Segarra -magnífico Comendador radiofónico introdujo cierta vez una morcilla saladísima por la Radio sustituyendo el miedo que le achacan las víctimas a Don Juan Tenorio, en el acto tercero, por un casticismo “canguelo”…

Y sin embargo de todo ello, de la riplosísima sonoridad de los versos, que caen en el público como la gota de agua de un grifo sin zapatilla en el baño seco durante la noche; y de las bellaquerías del pecador sin finura, que clama el furor uterino de Doña Ana, traiciona a Don Luis, mata a disgustos a su padre y convoca a su mesa copiando una secular leyenda española, a la estatua de Don Gonzalo de Ulloa; sin embargo de todo eso, ¡guardádme, amigos el secreto! Porque no sé si será aquella misma mezcolanza de misticismo y epicureismo (que después de todo fue la vía por donde se abrió la Edad Media al Renacimiento); sí será por los ramalazos de melancolía que me trae el “Tenorio” -el primer pitillo, el primer suspenso, la primera novia-, pero el caso es… (¡No se lo digáis a nadie por Dios…!)  Pero el caso es que los versos del “Tenorio”, a mí, que desde hace ya algún tiempo hasta me fatigan los buenos versos , estos malos, malísimos, de Don Juan y Don Luis y Don Gonzalo y demás dones me suenan aún tan deliciosamente…!

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