¡Al corral los Toros!

Written by Libre Online

12 de enero de 2022

Por José Luis Galbe (1952)

El espectáculo en la vida española. Sociología de la tauromaquia. La lidia, propiamente dicha. Paseillo. Puyas, naderillas y muerte. También a los toreros los matan. Corridas y mojigangas. Advertencia final.

Tal ves convenga que, puesto que se han dado en La Habana mojingas taurinas y se les piensa seguir introduciendo timidamente en las provincias de Cuba, alguien explique a la opinión lo que son realmente las corridas de toros y los efectos que producen, lo mismo que se nos explica los de la marihuana a quienes no la hemos fumado nunca, con objeto de que no la fumemos.

Nuestro competencia en el asunto (de esto si se puede presumir sin vanidad) se basa en el hecho de haber asistido durante cerca de 30 años a más de mil corridas y novilladas. Lo subrayamos porque es necesario. Porque aquí hay mucha gente que habla de toros como podría hablar del planeta Marte. Y ahí va; que hay muchas cosas que hay que explicar, aunque sea rápidamente.

El espectáculo en la vida

española

Los toros en España tienen trascendencia nacional. El fútbol inglés ha logrado colocarse, como espectáculo también nacional, a la misma altura de las corridas, pero no vencerlas ni hacerlas perder importancia. Se puede dar el caso de que un partido de campeonato deje medio vacía una plaza de toros o de que una buena corrida “perjudique” a un partido de fútbol, pero de ahí no pasa. Los dos grandes espectáculos conviven pacíficamente y toreros y futbolistas son excelentes amigos.

La primera necesidad informativa es un poco puntualizar la geografía taurina española. Y lo que diríamos el “curso” taurino. En España hay grandes plazas de toros en las grandes ciudades. (En Madrid y Barcelona hay varias). En las ciudades pequeñas hay plazas pequeñas. En los pueblos, plazas provisionales montadas cuando llega la ocasión. La plaza de toros podría figurar en los mapas de España lo mismo que se le señalan los arzobispos y las capitanías generales.

En esa tremenda red de circos sangrientos se ha educado durante siglos el español en el escapismo a los problemas reales de la vida normal y en la chulería como norma de conducta. Las “clases” son, por lo menos, semanales y a veces hay “cursillos especiales” (las ferias con cinco y seis corridas seguidas. En España desde la primavera hasta el otoño (fines de octubre en Zaragoza feria del Pilar) hay corridas todos los domingos en todas las plazas importantes. (La novilla, sociológicamente, es lo mismo que la corrida. Taurinamente a veces más emocionante y sangrienta porque los novilleros “se arriman más” y los novillos unas veces son muy pequeños pero otras veces son más grandes que los toros, ya que los ganaderos desaprensivos colocan como “novillos” a los toros más “marrajos” (peligroso y viejos) que no han sido aceptados por los grandes toreros. Es decir, que entre corridas y novilladas se darán en España unos cuantos centenares al año. Duran por témino medio unas dos horas y tienen una concurrencia, también media de 5 mil espectadores (entre los grandes llenos de las grandes plazas 25 mil y las entradas malas de las plazas pequeñas). Son diez millones de horas-hombre dedicadas al aprendizaje de la crueldad y de la muerte, la idolatría frenética y el insulto cobarde e impune.

Sociología barata

La ira del español, sus impulsos de rebeldía, se desahogan estérilmente insultando los domingos a los toreros. Para eso el español pobre empeña los colchones de la casa y vende a la mujer, si a mano viene, con o sin permiso de Calderón de la Barca. (Esto parece un lenguaje de Eugenio Noel. Pero es que Eugenio Noel tenía razón).

Los toros, además, fomentan y justifican el latifundio andaluz y castellano por una parte y el “señorito” falaugista por otra, y desvirtúan la lucha social con un falso “democratismo” de duquesas que se acuestan con los lidiadores. (Lo de Alba fue y es históricamente admirable porque eligió a Goya).

Hay todo un mundo de “lumpentoreria” que es una plaga social de parásitos, del monosabio al apoderado pasando por el revistero, toda es gente de peligrosidad Grado A.

El torero es lo menos malo. La escuela del riesgo dignifica al hombre; le da compañerismo, solidaridad humana, seriedad, sobriedad. Ha habido toreros que han sido formidables tipos humanos. Médicos que dejaron la carrera para ser toreros. Chicos de la Beneficencia -el tipo niño de Monjas- de admirable comportamiento. Y no es esto “pedir árnica” y prever un posible encuentro personal. El periodista no le tiene miedo al torero. Al revés: es el torero, que no le tiene miedo al toro ni a la muerte, el que teme al periodista, porque le puede publicar las fotos de las malas faenas. (Muchos revisteros se han hecho ricos “chantageándolos” así).

En resumen: aunque nosotros en las corridas siempre íbamos a favor del toro (porque es el toro el que tiene la razón) debemos reconocer que el torero no es un tipo despreciable. Pero la fauna que le rodea, si.

El espectáculo propiamente dicho

La corrida consiste en que una cuadrilla de una docena de hombres atormenta sucesivamente , hasta matarlos a media docena de toros, de poder y bravura variable, durante unos 20 minutos a cada uno, y es obligada a hacerlo por los alaridos bárbaros de unos miles de ciudadanos aparentemente normales que, sin embargo, van allí exclusivamente “a ver si cogen a alguien” y a desahogar con los insultos más feroces y a veces agresiones físicas y directas, todos sus malos instintos. Esto ocurre también en cierto modo en otros espectáculos. Pero en los toros se lleva a un extremo inconcebible. Y hay además muerte buscada a propósito.

La marcha hacia la plaza es un espectáculo notable de colorido. Hacen falta versos de Enrique Díez- Canedo.

Ya está la gente en la plaza y ya va a comenzar la corrida. En el palco presidencial hay una autoridad, generalmente un funcionario de Gobierno Presidencial. Junto a él un torero retirado. El presidente da la señal.

 La Lidia

Hecho “el paseillo”, la procesión solemne, de indumentaria y liturgia sagradas, “morituri te salutam”, los que van a morir hacen unas profundas reverencias. Casi nunca mueren, pero se espera que al menos puedan “coger” una cornada grave.

Y sale el primero. La lidia de los seis es conforme al mismo rito aunque con variantes tan infinitas como las de una partida de ajedrez. Será atormentado en tres tercios: “varas”, “banderillas” y “muerte”. Cada “round” debe durar unos cinco minutos, menos el último que puede llegar a diez.

Tres picadores con caballos escuálidos, procedentes de una larga labor en los campos o en los carretones de las ciudades y que tiene misión honrosa de morir gloriosamente con las tripas afuera por hombres que usan unas “garrochas”, con un pincho de acero de unos diez centímetros de largo por cinco de diámetro y se las clavan en el “morrillo” (la columna vertebral en la mitad superior) mientras el toro corre ciegamente el vientre de los caballos. (Últimamente se les ponen unos “petos” grotescos que sirven sólo para que las tripas no se vean tanto. Una especie de “quiero y no puedo” del humanitarismo taurino). Cada toro puede matar de uno a cinco caballos y debe recibir al menos tres “puyas”, es decir tres tentativas de quebrantamiento de las vértebras cervicales. Y se pasa a banderillas.

Banderillas

Los “garapullos” son pares de palos de unos ochenta centímetros de longitud, adornados con papelitos multicolores y provistos en la punta de un anzuelo para que queden enganchados cuando se clavan en la carne del toro. Se le deben poner también tres pares. Y hasta cuatro, cuando el público lo pide. Y si el toro “ha sido manso en el primer “tercio”, se le reanimará con banderillas de fuego”, es el reglamento textual. Esto consiste en que en la punta del palo además del gancho o anzuelo hay unos cohetes que estallan al clavarse el arpón, obligándole a dar terribles saltos de dolor, que son acogidos con ovaciones del “respetable”. No estoy “recargando” en la descripción. Estoy diciendo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

 La muerte

Vuelve a sonar el clarín. El “diestro” coge “muleta” y “estoque” con la mano izquierda y “brinda” el toro, primero, si es el primero, al Señor Presidente y, si le place, a algún espectador del que espere un buen regalo, o propaganda si es un revistero, o amor si es una damisela. El “brindis” sólo merecería no un reportaje sino un libro. Por ejemplo:

“Brindo por Usia

y por toda la compañía.

Y por Paquita Rosales

que es la sal de Andalucía”…

Brinda y los “peones” le colocan en posición a su víctima, cuando el torero tiene miedo esto se prolonga mucho: “Traemeló p´acá…Llevameló p´allá” y se nota que lo que quisiera es que lo quitasen de delante. Pero “no le vale”. Le empiezan a “mentar la madre” y se tiene que “arrimar”. Se arrima y hace “la faena”, de muleta, con gran variedad de pases “asturales”; “de pecho”; “derechazos”; “tirones” “molinetes”, “afarolados”; “manoletinas” “paronos”, etc., etc., (Otro día se lo explicaremos a ustedes. Cada torero grande deja algo en la “historia”.

Y, por fin “cuadra” (toro en las patas juntas) y se “tira” también con muy diversos estilos: desde el “volapié” al “bajonazo” y la “media lagartijera”. Esto es realmente peligroso y difícil. Hay que clavarle por entre las vértebras un sable de cerca de un metro, que corta como una navaja barbera de doble filo. Solo el tener el “estoque” en la mano es ya un peligro grave.

El ideal es que el torero esquive bien y se salga limpiamente “de la cuna” (los cuernos) por “los costillares” dejando allá en lo alto sólo visible el puño del enterrado estoque. Entonces el toro muere en cosa de medio minuto “sin vómito” y “como Dios manda”. Estalla la ovación. Salen los blancos pañuelos pidiendo la oreja, o las dos orejas, o las orejas y el rabo, o incluso una pata. El público actual parece que está algo histérico. El nombre da la vuelta al ruedo, recogiendo de la arena los objetos que le tiran; sobreros, tabacos, abanicos; hasta “corsés” de señora les tiraban. Salen las mulillas, engualdrapadas y rojigualdas, y arrastran el cadáver sangriento, que si ha sido bravo, recibe también una ovación a la que llamaría “póstuma” cualquiera de esos que no saben castellano.

Y otro toro…

Con las variantes que ya hemos insinuado.

Puede haber que “descabellar” (es decir cortarle al toro la médula de un solo golpe corto) o puede haber que darle siete “estocadas”, tres “medias estocadas”, catorce “pinchazos” y doce “descabellos”. Esto es el “toro mechado” de los revisteros. También puede saltar el estoque al “tendido” y ensartar a un plácido espectador.

Y hay otros alicientes marginales en “la fiesta”. Los “encierros” callejeros de Pamplona -por ejemplo donde la corrida es por las calles y los toreros son los vecinos de la ciudad, tres o cuatro de los cuales perecen todos los años con su heroísmo tradicional de “roquetés” (Brigada suicida de la guerra de España).

Los Matan de Vez en Cuando

De vez en cuando los toros matan a los toreros. Pero poco. Hay una cogida por cada 37 mil lances. Una cogida grave por cada 11 mil revolcones. Un muerto por cada 362 cogidas “graves”.

Pero a veces los cogen con una “cornada de caballo” y se acabó. (La muerte del torero la han visto ya ustedes en varias películas de modo que no vale la pena…)

Lo que si vale la pena aclarar es de que para que haya “corridas de toros” es indispensable la posibilidad, aún remota, de que maten al torero. Todo lo demás es “charlotada”, “becerrada” y mojiganga.

Estaría muy mal que en Cuba se instaure la innecesaria complicación de las corridas de toros. Señoras y señores: ustedes que no padecen ese vicio ¿por qué lo van a adquirir?

Pero las corridas de toros, después de todo, son admisibles a base de emoción. A base de los que matan de vez en cuando.

El insulto de la Mojiganga

Lo que es intolerable es tratar de hacer pasar

“charlotadas” por corridas. El toro tiene que tener cuatro o cinco años para ser toro, si no es un indecente becerro. Y los becerros los hemos toreado en todas las “tientas”, completamente gratis, todos los “aficionados” españoles. Y estamos dispuestos a volverlos a torear, viejos y todo, para demostrarle a ustedes que los quieren engañar.

La  “charlotada”, sea del género que sea, desde los “embolados” a las “señoritas toreras” no son “toros”. El toreo es una cosa bárbara pero respetable. Yo admito muchas cosas. Admito hasta que Franco se haga pasar por español. Pero que nos hagan pasar por “toros” a unas cabras, no.

Aunque ya les digo, lo mejor es que lo prohiban a rajatabla todo eso.

Me dirán que si tanto lo critico ¿por qué he estado yo yendo a los toros tanto tiempo? ¿por qué se yo tanto de toros?. Amigos, también uno tiene derecho a regenerarse, como diría Batista.

Advertencia importantísima

No busco polémica. Ni voy a admitir en este asunto. Al amparo del Artículo 33 de la Constitución de la República he informado lealmente a los que no sabían de lo que son las corridas de toros y las majigangas, y de la inconveniencia de que las  acepte un país que actualmente no las padece.

Cualquier observación, discusión, crítica o insulto que se me haga lo consideraré dirigida al difunto Eugenio Noel.

Porque de ninguna manera quiero yo polemizar, ni discutir, ni rozar siquiera con el pétalo de una rosa a mis queridos ex-compañeros “los aficionados”.

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