AGONÍA DEL TEATRO EN CUBA

Written by Libre Online

8 de diciembre de 2021

Por Jorge Mañach (1950) (†)

La pequeña prehistoria. Luces en “La Cueva”. Baralt y Rubia Barcia. La labor de ADAD. El teatro obrero de Paco Alfonso. Clásicos en la Plaza Cadenas. El Patronato del Teatro y sus ocho años heroicos. ”Prometeo” y “Máscaras”. Una “Yerma” admirable en los yesistas.  Lo que significa el teatro para el pueblo. Sugerencias al Gobierno.

El Patronato del Teatro cumplió en 1950 sus primeros ocho años de vida. ¿Será esta una buena ocasión para celebrar ese momento de nuestra cultura -dramático en otro sentido, además del artístico- que representa la lucha del teatro por nacer entre nosotros, por afirmarse con categoría artística y, al mismo tiempo, conquistar el gusto público?

UNA VIEJA LUCHA

Es ya una vieja lucha, que tiene su pequeña prehistoria. Algún día habrá de contarla alguien que le conozca todas sus raíces y peripecias. Se tendrá que remontar, tal vez, a los primeros esfuerzos de don Luis Baralt, el Mayor, aquel caballero de la barba y la lengua florida, que en los albores de la República -¿o fue un poco después?-ya hizo esfuerzos por redimirnos de la baratura escénica importada. Y al malogrado Salvador Salazar, el de su primera etapa de entusiasmo elocuente, que estrenaba allá por los años veinte un teatro universitario tocado de su misma elocuencia entusiasta, y asistido, si no recuerdo mal, por todas las musas de Gustavo Sánchez Galarraga.

Por ahí queda la prehistoria. Lo genuinamente histórico-el empeño ya de abrir cauce y dejar huella-comienza con la obra de Luis Baralt, el menor en “La Cueva”. Nombre casualmente simbólico, porque todo comienzo es cosa un poco subterránea y oscura y de la intimidad cavernaria, al cabo salió toda la elevación.

Era en 1935, al amparo de la gran agitación de ilusiones que había promovido el ideal revolucionario. Hoy día, las perversas desfiguraciones de aquel ideal han generalizado en exceso la especie de que la Revolución fue toda ella una vasta mentira. Con más tranquila y serena perspectiva, se verá algún día toda la fermentación noble de ideas que ella trajo también en su seno, y todo lo fecunda que ha sido en reorientación de nuestra cultura, que de aldeana pasó a ser consciente y ávida de los universal. Así en las representaciones de La Cueva sobre el tablado del Teatro de la Comedia y hasta en Camaguey y Matanzas, adonde pudo llevar sus esfuerzos, se dieron ya obras de Pirandello, de Lenomand, del centroamericano Girón Serma, tanto como “La adúltera” de Martí y “La luna en el pantano”, del propio Baralt. Nunca se le podrá agradecer bastante a este espíritu finísimo, hecho en las más diversas disciplinas, lingüista impecable, profesor severo de materias filosóficas en la Universidad, la generosa dedicación con que desde aquel momento ha venido impulsando el gusto del teatro en Cuba.

ESCUELA PARA ACTORES

Antes que el Teatro Universitario, con que Baralt había de reanudar ese empeño, interrumpido por los sobresaltos de la época, vino hacia 1940 la fructífera tarea del español José Rubia Barcia en la Academia de Artes Dramáticas. Por primera vez se creó en Cuba una escuela para preparar actores y técnicos del teatro. Aquello fue un semillero férvido de disciplinas, de entusiasmos y curiosidades. Cuando Rubia Barcia tuvo que alejarse de Cuba, los que por más de cuatro años habían sido sus discípulos constituyeron el Grupo ADAD otro gran jalón. De 1944 hasta los días que corren, hizo una labor adnegada y fina. Heroicamente, con escasísimos recursos presentó obras de la escena universal, que pusieron el gusto minoritario del teatro al día; crió actores y actrices de nueva escuela, sin las gesticulaciones y estruendas vocales de la tradición española, y directores de los que respondían ya también al concepto moderno de que una obra no ha de supeditarse a un grupo de cómicos con un divo a la cabeza, sino que el elenco, por el contrario, ha de subordinarse a la interpretación penetrante de la creación literaria.

TEATRO A MASAS OBRERAS

Mientras eso se hacía en una zona de relativa minoría, Paco Alfonso se esforzaba, con menos rigor artístico, pero con laudable generosidad y perseverancia, en llevar al teatro a las masas obreras. En 1941, Schajowicz lanzaba el Teatro Universitario, introduciendo el gusto de la escena noble en la estudiantina, que hasta entonces apenas había sabido más de bufos bataclanes. Baralt continúa esa tarea desde 1947.

En el admirable pórtico de la Escuela de Ciencias, las altas columnas proveen un fondo monumental para la representación de los grandes clásicos. Se ponen en escena con grandes esmeros de la entonación poética, de la dicción ritmica y sonora, de los movimientos de agonistas y masas corales. Refinase allí con un sentido plástico y musical a la vez de la escena. Los griegos gloriosos. Shakespeare, Goethe, Schiller, Musset, los clásicos españoles del Siglo de Oro, llenan de ilustres rumores el ámbito de la Plaza Cadenas, que las estrellas presiden. Se sienten allí los escalofríos del arte inmortal. La Universidad se ha unido briosamente a la gran colaboración por fomentar del teatro en Cuba. Ese empeño, que ya incluso se ha extendido en peregrinaciones a otras tierras, debió culminar cuanto antes en la edificación de un coliseo universitario propio -aunque siempre echaremos de menos las noches inefables de la Plaza Cadenas.

PATRONATO DEL TEATRO

En 1942 surge el Patronato del Teatro. Representa ya el intento de proyectar el gusto de la escena hacia un público “de sociedad”, no porque la nueva institución naciese con designios “aristocráticos”, sino porque tenía que apoyarse, de entrada al menos, en una clientela de recursos, cuya asiduidad le permitiese su otro empeño importante: presentar las obras con un máximo de fidelidad y decoro. El Patronato era pues una cosa distinta: no ya un grupo de teatristas, sino una sociedad de abonados. No un equipo que daba sólo lo suyo, sino fundamentalmente, una cooperativa de público que utiliza los servicios de los elementos técnicos ya existentes, así en directores como en actores. Tratábase, en suma, del primer esfuerzo por articular orgánicamente a los que hacen teatro con los que gustan de contemplarlo.

 “TEATRALIA”

Labor semejante emprendió algún tiempo después -muy superflúa y efímeramente, por cierto- la sociedad “Teatralia”. Pero es el Patronato el que pudo perseverar y durar. Su labor fue imponderable. Puso en escena un centenar de obras. Ha espigado en todos los territorios de la dramaturgía universal: ha dado a conocer en Cuba mucho teatro moderno al gran público, pero también no pocas obras que por su “originalidad”, es decir, por su desvió de los gustos rutinarios, difícilmente hubieran podido llegarnos por vía comercial. Alguna de estas obras se han puesto en el Patronato cuando todavía estaban frescos sus laureles de París o de Nueva York.

No han sido sólo piezas extranjeras las que ha acogido en su escena. Parte del generoso empeño de la institución es auspiciar el desarrollo del talento dramático en Cuba. En sus programas han figurado obras originales de Bager, Rafael Suárez, de Luis Amado Blanco, de Isabel Fernández y Cuqui Ponce de León, de Matilde Muñoz, de escritores jóvenes de muchas promesas como Luis Manuel Ruiz, René Buch, entre otros. Y en este capítulo de su labor se puede incluir también una hermosa presentación del “Hamlet”, en admirable versión española de Luis A. Baralt. Si algún día llega a tener Cuba producción dramática propia de cierta continuidad y volumen, en mucho se le deberá al impulso del Patronato del Teatro.

DECORADOS Y VESTUARIOS

Todas esas obras las ha montado en el tablado del Auditorium a todo lujo, con decorados y vestuarios que arrancaban una ovación desde que la cortina se corría. Muchos escenógrafos cubanos se han formado ya bajo los auspicios del Patronato como no hubieran podido hacerlo sin esa asistencia económica generosa. Todos los años, el Premio Talía que la institución ofrece, se otorga al escritor, al director, a los actores y al escenógrafo que más se han destacado en la temporada.

Esa ha venido siendo la agonía del teatro en Cuba. “Agonía” en los dos sentidos de la palabra; en el clásico, de agonista, que tanto gustaba a Martí y en el corriente, de cosa que se muere o que vive muriendo.

“AGONÍA”

Y ahora, es ineludible la pregunta: ¿hace el Gobierno lo suficiente para proteger y fomentar toda esa horoica labor?. El teatro, no es una mera amenidad, no es “un espectáculo como otro cualquiera”: es el vehículo más directo y más puro mediante el cual se comunica y difunde eso que llamamos el Espíritu, es decir, la claridad de la conciencia humana; proyectándose sobre el hombre mismo, tal como la vida, con sus zonas de alegría y de angustia, el hombre presenta en el teatro sus ilusiones de lo que debiera ser: sus ideas y sus sueños. El teatro hace un pueblo más sensible, más perspicaz, más rico en valores, en una palabra, más consciente. Hasta cuando ahoga sus angustias, como el moderno teatro existencialista, le da mayor peso espiritual para enfrentarse con el destino.

Auspiciar el teatro es, pues una responsabilidad superior de cultura que todo gobierno debe, en alguna medida, echarse encima. El actual Gobierno cubano no parece entenderlo así. No bastan los estímulos esporádicos y parsimoniosos, que no garantizan continuidad alguna en los esfuerzos. Hay que destinar al teatro cantidad generosa y permanente: todo en un capítulo presupuestal. Y esa inversión tendría que hacerse a mi juicio, eligiendo una de dos vías, o tal vez combinándolas.

UN BUEN TEATRO

La más ambiciosa sería que el Gobierno acabase de construir un buen teatro y se adscribiera a él una organización administrativa y docente fiscalizable, pero autónoma, ajena a toda burocracia política e integrada por un pesonal notoriamente interesado y experto en cuestiones de teatro. Una organización #técnica, no sólo para administrar el teatro y decidir qué clase de espectáculos se habrían de ofrecer en él, sino también para mantener una academia nacional adjunta de artes dramáticas. En fin, algo análogo a lo que hacen otros gobiernos, por ejemplo como el gobierno francés con la Comedie Francaise, que tanta gloria le ha dado a aquel país.

Lo ideal sería, creo yo, que el Estado abordase paralelamente las dos técnicas: la de creación y entretenimiento de un Teatro Oficial, y la de sostenimiento paralelo, como afluentes fecundos, de diversos empeños espontáneos cuya heroica dejo ponderada. El Patronato del Teatro, con todo su mérito y experiencia, muy bien pudiera ser utilizado como patronato de aquel organismo oficial. Mientras eso no se llegue, ayúdese generosamente en su noble agonía a los distintos esfuerzos. Saldrán ganando ya mucho con ello la cultura y la conciencia cubanas.

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