Por LUIS DE LA PAZ Especial para LIBRE
Los concursos literarios suelen ser muy atractivos para los escritores. Participar en ellos es someter una obra al escrutinio de un jurado que evaluará el manuscrito sometido. Ganar el premio, o alguna mención, representa un espaldarazo y proyección para ese autor.
Esa suerte la ha tenido la poeta cubana Grethel Delgado Álvarez, residente en Miami y periodista de Diario Las Américas. Su libro Melancolía South Beach se alzó con el II Premio de Poesía “Mehdi Hajji”, que organiza la Fundación Vipren y la Agrupación Poetas de Ahora, en Cadiz, España, con el apoyo del Ayuntamiento de Chiclana.
Se ha dado a conocer que el premio lleva el nombre de “Mehdi Hajji, quien durante los años que convivió entre nosotros [en Chiclana] manifestó repetidamente su amor por nuestra lengua y nuestra cultura”. El libro de poesía de Grethel Delgado fue seleccionado entre 93 concursantes procedentes de distintas partes del mundo.
La escritora es además de poeta y dramaturga, autora de la novela No me hablen de Cuba (Suburbano Ediciones, 2022), entre varios otros títulos. Tiene un Máster en Periodismo por la Florida International University; una licenciatura en Dramaturgia por el Instituto Superior de Arte de Cuba, y fue becaria de la Fundación Gala, en España, en un programa para jóvenes creadores. Con ella conversamos sobre su premio
Cuando se concursa por un premio literario siempre se aspira a ganar, aunque en la práctica se sabe que las posibilidades son remotas. ¿Cómo recibiste la noticia del galardón para tu poemario Melancolía South Beach?
—Enviar a concursos es una apuesta a ciegas, como sabemos. No lo esperaba, simplemente envié el libro a varios concursos y de alguna manera lo olvidé. Pero sí, uno aprende a aceptar el rechazo tantas veces que cuando llega una noticia de este tipo, cuando te llaman de Cádiz con ese acento andaluz y delicioso para decirte que eres tú, sí, tú misma, la que obtuvo el premio, una se pregunta si en realidad está sucediendo.
Recibí la noticia con alegría, una alegría sin estridencias, humilde, porque cuando escribo tiendo a ocultarme y me dan mucha vergüenza los halagos, la exposición. Enseguida pensé en el nacimiento del poemario, en un verano en el Betsy Hotel de South Beach, y en algunos de los motivos recurrentes del libro, como pedazos de recuerdos.
El premio no lo recibió un cubano de la Isla, sino alguien que vive en ese ambiente extraño y hasta triste que es el exilio. ¿Esa realidad te hace sentir más satisfecha?
—No siento satisfacción en ese sentido; el punto no es la geografía, tampoco es la persona, ni cómo piensa. Es siempre la poesía. Un escritor es eso más allá de su nacionalidad, porque para muchos las palabras son nuestro lugar de nacimiento. Luego están esas definiciones que nos tocan porque sí, cubana, exiliada, americana (como me han descrito en una de las noticias sobre este premio). Y todas son válidas, sirven para describir, rellenar casillas en los documentos, completar biografías, pero nunca me las he tomado en serio.
Háblanos de Melancolía South Beach.
—Es un libro que nació frente al mar y que aborda, en paralelo, dos realidades: una en los años 90 en Cuba y otra a partir de 2015 en Miami. Nótese que he dicho Miami y no Estados Unidos porque esta ciudad tiene rostro de país, como si fuera, al mismo tiempo, un producto muy estadounidense, un trozo de Caribe trasnochado y un turista que perdió su mapa y su dinero. En este libro de veintisiete poemas están las tardes en la playa Santa María, las fotos en blanco y negro tomadas con una Pentax preciosa, el arroz amarillo que se llenaba de arena y compartíamos entre risas, los primeros libros, el perro que no llegó vivo a esta orilla, las esquinas ajenas, todo lo puro que perdió su virginidad cuando cayó en el pantano. Al fondo están, también, los poemas de Hyam Plutzik, la textura de su escritorio, el techo de una habitación atemporal llena de libros mientras a unos pasos el jazz y el piano pintan la noche. Pero está, sobre todo, el mar, la terrible constancia de las olas, machacando lo cotidiano, dejando espuma y más espuma como los despojos de quien quiere escribir y no le sale más que eso, espuma.
¿Qué ha representado para ti vivir, crear literatura y hacer periodismo en Miami?
—Ha sido un desvestirse y un vestirse, un paso natural, un ajuste de vida (de cuentas). Siempre me acerco a las historias y dejo que ellas se me acerquen. Pero a la vez esto de escribir, o intentarlo la mayor parte del tiempo mientras me torturo diciendo que no puedo, que no sale, es raro; es raro escribir en un contexto en el que la velocidad prevalece. Se me hace muy difícil, al menos como antes. Hay como un trepidar que me dificulta llegar a un ritmo sosegado, crear un espacio de silencio para esos alientos tan largos como la narrativa. Desde que vine a Miami solo me salen fragmentos, como trozos dispersos que se van abrazando poco a poco, y solo son poemas.
Hacer periodismo, por otra parte, encontrarme con esta profesión, fue una manera de canalizar esa necesidad de contar, y ha sido un camino gratificante. Disfruto conocer las vidas de otras personas, qué sueñan, cómo llegaron a dónde están, cómo se equivocaron, qué aprendieron. Me fascina hacer entrevistas, y también las reseñas de libros.
Está por terminar el año, ¿cómo has visto la vida cultural en Miami a lo largo del 2024?
—La cultura vive en Miami como un acto de resistencia. Me da gusto encontrarme a amigos artistas haciendo teatro, exponiendo sus cuadros, haciendo conciertos, presentando libros, haciendo fotos, curando exposiciones. No salgo mucho porque tengo varios trabajos. Pero aquí hay una lista de pequeños tesoros de 2024: Este año he visto varias muestras de artes visuales, tanto de artistas extranjeros como locales. En abril perdí la voz cantando canciones de The Beatles con la Royal Symphony Orchestra en el James Knight Center. Hice un proyecto de realidad aumentada y poesía con Kevin B. Casas que se presentó en Performance in Flux, en la galería Colour Senses. En Books & Books vi llorar de emoción a Jenisbel Acevedo cuando presentaba su libro Un barco de sueños, sobre la experiencia de ser balsera. Me acompañó en las noches la lectura de tu libro, Luis, Bajo la memoria. Fui a abrazar a Juan Roca y ver Luz negra antes del cierre de su sala teatral y su nuevo camino, que estará lleno de muchos proyectos. He leído libros que se presentaron en la Feria del Libro de Miami, como El tren de los invisibles, de Gabriela Caballero, y Ama tu caos y el roce de vivir, de Albert Espinosa. Escuché temas de la musa Musiana, de la banda Tesis de Menta, y la mágica Gretell Barreiro. Del famoso pintor Ramón Unzueta pude oler, finalmente, una de sus obras, gracias a Enaida Unzueta y a la escritora Zoé Valdés, que me ha inspirado tanto. Y hace unos días me perdí entre paneles de Art Miami y Context Miami, donde la escultora Gloria Lorenzo me envolvió con esferas y geometrías y champagne, y Fredy Villamil me hizo mirar hacia arriba con enormes piezas llenas de rostros y voces. Hay muchísimo más, esta es mi versión de la vida cultural de Miami, lo que me ha tocado de cerca.
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