Por Pedro Eguiluz (1954)
“Abraham Lincoln nació el 12 de febrero de 1809, en lo que entonces era Hardin, ahora el más recientemente formado condado de La Rue, Kentucky. Su padre, Thomas, y abuelo, Abraham, nacieron en el condado de Rockingham, Virginia, adonde sus antepasados habían venido procedentes del condado de Berks, Pcnnsylvania. Su linaje no ha sido trazado más lejos de ahí.
La familia era originalmente quáquera, aunque en tiempos posteriores se apartó de los hábitos peculiares de esa gente. Con estas palabras inició Lincoln el sketch autobiográfico que preparó en 1860, ya proclamado candidato a la Presidencia de los Estados Unidos por el Partido Republicano, para ser utilizado en la propaganda de la campaña que se iniciaba. En el propio sketch autobiográfico dice de su madre, Nancy Hanks, que también “nació en Virginia”.
Vida Difícil
Pocas vidas más duras y plagadas de dificultades que la que se inició ese 12 de febrero de 1609 en una humilde cabaña de troncos. Pocos hombres han tenido que sufrir golpes y dificultades como los que Lincoln tuvo que enfrentar y superar.
Pobre nació y pobre se conservó casi los 56 años que vivió. Tenía ocho años cuando le fue puesta en las manos infantiles el hacha de leñador. “Abraham—recuerda en sus notas autobiográficas ya citadas— aunque muy joven, era muy desarrollado para su edad, y tuvo un hacha puesta en sus manos al momento; y desde entonces hasta los 23 años casi constantemente manejó ese tan útil instrumento—excepto, por supuesto, en las épocas de labranza y recolección de las cosechas”. Y no fue sólo el trabajo de leñador sino los de botero y constructor de desembarcadero, tendero, comerciante modesto—al quebrar con una deuda de 1,100 dólares—empleado de correos de New Salem, y agrimensor, trabajo éste que le permitió “procurar pan y mantener el alma junto al cuerpo”, según lo describiera gráficamente el propio Lincoln en sus notas biográficas, dando una idea de la pobreza en que se encontraba.
Consecuencia de la pobreza de su familia y de la casi ninguna instrucción de su padre- “nunca hizo más en la escritura que escribir chapuceramente su propio nombre”, recordaría de él Lincoln— “fue la no asistencia a la escuela salvo un período fugaz”. Abraham piensa ahora que toda su instrucción elemental no llegó a un año. Nunca estuvo en un colegio secundario o academia como estudiante, y nunca dentro del edificio de un colegio secundario o academia hasta que tuvo una licencia de abogado. Lo que él tiene en el aspecto de la educación, lo ha obtenido con trabajo.
Después que tuvo 23 años y se separó de su padre, estudió gramática inglesa -imperfectamente, por supuesto. “Él estudió y dominó los seis libros de Euclides después que fue miembro del Congreso”. Así nos relata en su sketch autobiográfico su autoeducación, laboriosa y tenaz. Más adelante contará como se hizo abogado tomando “prestados los libros de Stuart (Mayor John T. Stuart, abogado y compañero de Lincoln -en el Congreso Estatal de Illinois, que lo estimuló a hacerse abogado), llevándolos al hogar con él y estudiándolos fervorosamente. Estudió solo”. Así se hizo abogado en 1837. ¡Admirable esfuerzo personal y sorprendente inteligencia natural de quien no tuvo escuela, ni padre instruido, ¡ni vida fácil! Ya entonces había sido electo al Congreso Estatal en 1834 y 1836, como lo habría de ser en 1838 y 1840.
Un golpe tras otro
Pero su vida no fue dura solo por el trabajo constante, la pobreza y la falta de educación. Una tras otras sufrió pérdidas irreparables. A los nueve años quedó huérfano de madre; el 5 de octubre de 1818 Nancy Hanks Lincoln murió. Diez años más tarde habría de perder a su hermana, Sarah Lincoln Grigsby. Antes había perdido a su hermano menor. “El presente sujeto no tiene hermano ni hermana de sangre”. Diría más tarde al escribir su esbozo autobiográfico al ser proclamado candidato a la presidencia de Estados Unidos. Y como si todo ello fuera poco, en 1835, muere Ann Rutledge, con quien Lincoln estaba comprometido según algunos de sus biógrafos. Y ya casado y padre, tuvo que pasar por el dolor terrible de perder a dos de sus tres hijos: Edward, el segundo, en 1850, en Springfield, y William Wallace, el tercero, en 1862, en Washington, en los momentos difíciles de la guerra civil. Y unido a todo ello los disgustos frecuentes con su poco comprensiva esposa, Mary Todd, a quien algunos de sus biógrafos estimaron enferma. ¡Parece como si el dolor se ensañara en este hombre para probar su insuperable calidad humana! No es de extrañar su aspecto habitual triste, del que escapaba a veces con su humorismo a menudo genial, como cuando ridiculizó en un discurso ante la Cámara de Representantes las “habilidades” militares del general Lewis Cass, en ese entonces candidato presidencial del Partido Demócrata. Martí nos ha dejado un retrato admirable de Lincoln. cuando comentando sobre la lucha en torno a la esclavitud en Estados Unidos escribió:
“Entonces, al peligro, acudió lo más granado de la gente del Norte; y el mejor de todos fue aquel zanquilargo, bolsicorto y labirraso de mirada profunda y ojos tristes; aquel que no vino de negociantes, pastores, ni patricios, sino de la Naturaleza y la amargura; aquel de vestir burdo y alma airosa, el buen Abraham Lincoln”.
Honradez y Firmeza
de Carácter
La dureza de la vida, las adversidades constantes, no pudieron doblegar a Abraham Lincoln, sino que como el artesano hábil al metal dúctil, le forjaron el carácter admirable. Rasgo sobresaliente de Lincoln fue su honradez a toda prueba, manifestada en hechos de segunda importancia como la devolución de diez dólares a George P. Floyd por un pago que consideró excesivo por su trabajo como abogado; o en el consejo dado a todas los hombres de leyes de “ser honesto a toda costa, y si en su propio juicio no puede ser honesto un abogado, resolver ser honesto sin ser abogado”; o pronunciándose contra la guerra librada por Estados Unidos contra México, por estimarla injusta, no importándole sacrificar las posibilidades de ser reelecto a la Cámara de Representantes.
La firmeza fue otro rasgo destacado de su carácter. Antes de tomar una decisión pensaba mucho, estudiaba el asunto, vacilaba, pero una vez adoptada la mantenía firmemente, sin vaivenes, sin ceder a las presiones interesadas. Ejemplo de ello su oposición, antes de tomar posesión de la presidencia de Estados Unidos, pero ya electo, a todo compromiso con el Sur sobre la cuestión de la extensión de la esclavitud a nuevos territorios, problema que consideró siempre de principio. Y la firmeza, aunque llena de tacto, con que supo responder a la nota enviada por su Secretario de Estado. William H. Seward, a un mes de asumida la Presidencia, titulada: “Algunos pensamientos para la consideración del Presidente”, en la que Seward se proponía de ser necesario para asumir la responsabilidad por decisiones que sugería a lo que Lincoln respondió entre otras cosas: “Subrayo que si esto debe hacerse, yo debo hacerlo”, haciendo que Seward realizase quién era el Presidente, y ganado su respeto.
Muchos otros rasgos admirables tuvo Lincoln en su carácter: el valor, la gratitud, la sencillez, la ausencia de todo oropel vano… Por algo Martí, de sensibilidad tan exquisita, lo llamó “tipo conmovedor de humanidad”, “el guía bueno y triste”.
Emancipador de los Esclavos
La cuestión de la esclavitud fue preocupación central de Lincoln. Está presente en todos sus discursos importantes, en sus mensajes al Congreso cuando Presidente, en su intento cuando representante de introducir una ley aboliendo la esclavitud en el Distrito de Columbia con compensación para los dueños de esclavos, en la huella dejada a su paso por la Legislatura de Illinois. Y fue el tema central en su larga y famosa polémica con Stephen Douglas, el principal líder entonces del Partido Demócrata.
Lincoln siempre condenó la esclavitud en los más duros términos. Ya cuando representaba al condado de Sangamon en el Congreso de Illinois, hizo constar bajo firma su opinión de que “la institución de la esclavitud está basada en la injusticia y en una mala política”. Y en el discurso que pronunciara en Peoría en respuesta a Douglas, considerado como el primer gran discurso de su carrera, expuso en términos concluyentes su oposición a la esclavitud:
“La odio a causa de la monstruosa injusticia de la esclavitud en sí misma. La odio porque priva a nuestro ejemplo republicano de su justa influencia en el mundo, habilita a los enemigos de las instituciones libres con la plausibilidad de vilipendiarnos como hipócritas; hace a los amigos verdaderos de la libertad dudar de nuestra sinceridad, y especialmente porque fuerza a muchos hombres buenos de entre nosotros mismos a una guerra abierta con los muy fundamentales principios de libertad civil, criticando la Declaración de Independencia, e insistiendo que ella no es el principio correcto de acción sino el interés propio”.
La oposición a la esclavitud de Lincoln, sin embargo, no se manifestó desde un principio en la forma de lucha por la abolición de la misma sino en el combate decidido contra su extensión. No fue hasta bien adelantada la guerra civil que se pronunció a favor de la emancipación de los esclavos.
Y aun durante la guerra de Secesión, que trató de librar en casi toda su extensión bajo el signo de la lucha por la Unión y no contra la esclavitud, aunque admitiendo en más de una ocasión que ésta era “la raíz de la rebelión, o al menos su sine qua non”, desautorizó a dos de sus generales que habían decretado la emancipación de los esclavos en sus respectivas zonas militares. ¿No era ésta una contradicción flagrante con su siempre proclamada oposición a la esclavitud? Lincoln mismo se encargó de aclarar esta aparente contradicción en carta dirigida al coronel A. G. Hodges, de Kentucky, cuando éste protestó con otros kentuckianos de la decisión presidencial de enrolar en los ejércitos de la Unión a los hasta entonces esclavos:
“Yo soy naturalmente antiesclavista. Si la esclavitud no es mala nada es malo. Hasta dónde llega mi memoria siempre he pensado y sentido así y a pesar de ello nunca he entendido que la Presidencia me confiriera el derecho a actuar sin restricciones de acuerdo con mis juicios y sentimientos. El juramento que yo hice fue que preservaría, protegería y defendería la Constitución de los Estados Unidos. No podía tomar el cargo sin hacer el juramento. Ni pensé que pudiera hacer un juramento para tomar el poder, y romper el juramento usando ese poder.
Y afirmo que, hasta este día, no he hecho acto oficial alguno dejándome influenciar por mi juicio y sentimientos abstractos sobre la esclavitud. Entendí, sin embargo, que mi juramento de preservar la Constitución hasta el máximo de mi capacidad me imponía el deber de preservar, por todos los medios de gobierno -la nación, de la cual esa Constitución era la ley orgánica. Cuando, al comienzo de lo guerra, el general Fremont intentó la emancipación militar, la prohibí, porque no la consideraba entonces una necesidad indispensable.
Cuando, poco después, el general Cameron, entonces Secretario de la Guerra, sugirió el armamento de los negros, lo objeté porque todavía pensaba que no era una necesidad indispensable. Cuando, en marzo, en mayo y en julio de 1862, hice apelaciones serías y sucesivas a los estados fronterizos para que favorecieran la emancipación compensada creía que la indispensable necesidad de la emancipación militar y el armamento a los negros se produciría a menos que fuera evitada por esa medida. Ellos declinaron esa proposición, y yo me hallaba ante la alternativa de rendir a la Unión, y con ella la Constitución, o poner mano fuerte sobre el elemento de color. Escogí lo último… Más de un año de prueba muestra ahora que no ha habido pérdidas en nuestras relaciones exteriores, ni en el sentimiento popular de la nación, ni en nuestra fuerza militar blanca no hubo pérdidas por esa medida en ningún lugar. Por el contrario, muestra una ganancia de casi ciento treinta mil soldados, marinos y trabajadores. Esos son hechos palpables, acerca de los cuales, como hechos, no puede haber cavilación”.
Siguiendo esa política, teniendo en cuenta esas consideraciones tácticas y estratégicas, la Proclamación de la Emancipación no fue sometida al Gabinete hasta el 22 de julio de 1862 y hecha pública en septiembre 22, entrando en vigor el 1 de enero del siguiente año. Y no fue hasta enero 31 de 1865 que la Cámara de Representantes aprobó la Décimo Tercera Enmienda de la Constitución aboliendo la esclavitud en los Estados Unidos, tal como solicitara Lincoln.
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