A 167 AÑOS DEL NATALICIO. JUAN GUALBERTO GÓMEZ

Written by Libre Online

7 de julio de 2021

A los veinte años, hallándose en París, —no en ocio, sino en vida de trabajo, de estudio, de superación— Juan Gualberto Gómez escribe estas palabras: «El amor de la patria es más que una virtud, es un deber, es más dulce que un deber, es un gozo que el cielo nos ha prodigado a todos los seres de la creación.» Son palabras que marcan la gravedad de una juventud. Juan Gualberto Gómez, romero luminoso de ideal, se ponía en camino, diáfano y puro, por los senderos del patriotismo.

El patriotismo, en Juan Gualberto Gómez, tuvo un maestro inicial: Francisco Vicente Aguilera. El joven menudo, de piel oscura y hablar fácil y elegante, el alumno de la Escuela de Artes y Manufacturas de París, vio en el patriarca bayamés, en aquel hombre de rostro ascético, un maestro ejemplar.

La tesis de la independencia, la tesis separatista, queda depositada para siempre en el alma de Juan Gualberto Gómez por la siembra germinal de Aguilera, por todo lo que irradiaba de místico, de raigal, del espíritu franciscano de Aguilera. La ordenación patriótica de Juan Gualberto no podía ser mejor cuando años adelante, para la tarea del 95, la de la guerra justa, su espíritu hizo comunión plena con el de Martí. Por eso, en un aniversario más, Juan Gualberto Gómez, Cuba entera, con pleno estado de conciencia, sabe que la honra a este hombre excepcional es bien merecida, porque Juan Gualberto, en cada instante, en cada hora, hasta su muerte en la pobreza, en aquellos lúgubres días de marzo de 1933, fue un constante e irreprochable servidor de la patria.

Hombre de profunda cultura, asistido por una sensibilidad vibrante, su ideal de democracia y de libertad, es, claro está, un impulso de toda su alma. Pero junto a ese impulso, se encuentran siempre, en magnífica alianza, el fervor y el razonamiento. Es que Juan Gualberto pertenece al linaje de los grandes fundadores, a la estirpe de los forjadores de pueblos, a los que no limitan la tarea al presente, a lo cotidiano. El sabe que no basta tan sólo con crear la hueste mambisa, sino que, en el servicio de la patria, habrá que tenerse siempre muy en vigencia indeclinable la jerarquía de la República y la eminente dignidad del hombre.

Cuando la República llega, Juan Gualberto Gómez es un hombre de cuarenta y ocho años. Ha crecido en el destierro, en las prisiones, en el combate separatista, en la prédica, al través de la tribuna y del periodismo. Se encuentra, lleno de impaciencia y de fe, en la cita sagrada del 24 de febrero. Lo que define ese combate es su mirar preocupado hacia el futuro. Iba a ser, por lo tanto, el hombre sin descanso, el hombre que no debilitaría su brazo, su voz, su escritura, su acción de político, de legislador, de ciudadano, en la siembra próvida de luminosos y altos ideales. Para Juan Gualberto Gómez, servidor de la patria, únicamente la muerte, —la muerte en la dignidad y en la pobreza— le aportó el descanso.

 En su ideario de servidor de la patria hay un postulado esencial: Cuba no puede estar siempre, sin acabar nunca, aprendiendo a gobernarse. Era la protesta contra el beato conformismo corruptor, contra el absurdo cómodo y utilitario de los que trataban de justificar las aventuras culpables, —la liviandad administrativa, los eclipses de la libertad, las abyectas falsificaciones del sufragio, el despotismo gubernamental— con el pretexto de la República de reciente creación. Para Juan Gualberto, en su lucha republicana, había una necesidad vital: «Es necesario que la República se sienta sola para que sola haga su aprendizaje. Solo los pueblos que han podido andar solos son los que han podido afirmarse, mejorar y progresar.»

Bien entendido: esa soledad no era, por así decirlo, el deporte altanero del lobo solitario, ni un ejercicio del orgullo o del aislamiento. En lo humano, en lo profundamente humano de Juan Gualberto, esa República que se siente sola, quería decir por encima de todo, un aprendizaje cotidiano del dolor, de la reflexión, de la experiencia cumplida. En esa soledad la que predominaba sobre todo, era el amor de la patria, el respeto de la patria, una tarea de todos los días. Una tarea sin desistimiento, sin desviaciones, sin caducidad

Murió pobre, infinitamente pobre, el mulato insigne que hizo su aprendizaje de Cuba, su dolor de Cuba, su dignidad de Cuba, en la fuente purísima de Aguilera y de Marti.

En un gran debate senatorial, clamando contra el coro de los Tartufos que para amparar sus desmanes reclamaban la injerencia extraña, proclamó este credo: «Tengo más amor patrio que amor propio.»

Toda su vida, —alta, pura, fuerte, intransigente en el bien, conciliatoria para la unión digna, no para la falsa concordia que se funda en la legitimación de lo turbio, de lo mendaz, de lo violento— la ajustó a ese principio. Por eso, hoy  en este 167 aniversario de Juan Gualberto Gómez, rendimos homenaje a su memoria, porque cada cubano sabe que ese hombre de origen tan humilde hizo de su combate lo que él escuchara tantas veces de los labios incomparables de Martí: hay que saber clavarse en la cruz todos los días. Su vida es un ejemplo. Su obra está en pie. Y muchas de sus palabras, por su resonancia patriótica, por la potencia de su mensaje, tienen un acento de eternidad.

Al cumplirse el 167 aniversario del repúblico inmortal, LIBRE rinde homenaje devoto a Juan Gualberto Gómez, en el tributo al hombre que fue siempre, irreprochable y sin dimisión, un cruzado luminoso de la patria, de la democracia y de la libertad y dedicándole esta edición de julio 7 de 2021, en dos tomos que finalizaremos la emana entrante. ¡Honor al matancero ilustre!

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