35 años sin Reinaldo Arenas

Written by Luis De La Paz

25 de noviembre de 2025

Por Luis de la Paz  

Reinaldo Arenas se suicidó en Nueva York el 7 de diciembre de 1990, ciudad que amó y odió, tras librar una larga batalla contra el Sida, justo después de concluir apresuradamente sus dos proyectos finales, El color del verano (la cuarta parte de lo que él llamaba su pentagonía) y Antes que anochezca, la autobiografía que había comenzado a redactar, estando escondido de la policía política cubana, en las alcantarillas y árboles del Parque Lenin, justamente antes que anocheciera, pues no había luz eléctrica. 

Desde su muerte han transcurrido 35 años y su obra se sigue leyendo con la frescura del pasado y su nombre continúa siendo un referente obligado cuando se habla de la literatura cubana, en especial bajo el castrismo, que tanto lo persiguió, acosó encarceló e intentó acallarlo. 

Sin lugar a dudas, la muerte del escritor dejó un inmenso vacío en el panorama cultural cubano. Reinaldo Arenas ha sido, en opinión de muchos escritores, una de las voces más privilegiadas y únicas de las letras cubanas, por su estilo y grandeza en el lenguaje y desenfado expresivo.

La vida de Reinaldo Arenas fue siempre muy azarosa. Nació en el campo, en Aguas Claras, en las afueras de Holguín, en medio de una numerosa familia compuesta de once mujeres, todas, al decir de Reinaldo, abandonadas por sus maridos. Allí, en su Holguín natal, comenzó a escribir ante el asombro de su madre y tías que lo miraban como un ser endemoniado. Ya sea en el tronco de un árbol, en pequeños pedazos de papel, en los márgenes de revistas y periódicos que llegaban a aquel sitio rural. Escribía largas historias, que según confesara Reinaldo, eran remedos de las radionovelas que escuchaba.

Siendo un adolescente se lanzó a la Sierra para unirse a los alzados que encabezaba Fidel Castro. Como llegó sin un fusil, no lo admitieron y lo mandaron a matar a un soldado de Batista para quitarle el arma, cosa que naturalmente no hizo. Con el arribo al poder del gobierno de Castro, el escritor se traslada a La Habana para estudiar y trabajar en el Instituto de Reforma Agraria. Allí se entera de un concurso de cuentos que convocaba la Biblioteca Nacional, y se presenta, impactando al jurado. A través de esa narración entabló un vínculo directo con el mundo cultural. 

Comenzó a trabajar de bibliotecario y a escribir. Su primer libro, y el único que publicó en Cuba, Celestino antes del alba, fue la primera mención en el concurso de la Unión de Escritores en 1965. La obra se publica en 1967. En ese período de tiempo recibe también reconocimiento, y mención de un jurado,  por otra novela, El mundo alucinante. Esa segunda obra nunca se publicó en la isla, aunque la edición estaba casi lista (Reinaldo poseía la portada del libro). Probablemente paralizó su edición  el escándalo con el premio a Fuera del juego de Heberto Padilla, que ya había estallado, lo cual  a partir de ese momento recrudeció la censura, y sólo se publicaban aquellos textos que respondieran al compromiso político de sus autores. La primera edición en español de El mundo alucinante apareció en México, por Ediciones Diógenes. En Francia, tuvo un éxito total, lo que le valió el premio como la mejor novela extranjera. 

Desde la aparición de esos dos primeros libros, Reinaldo Arenas, rebelde e irreverente, anticastrista y homosexual militante, se convierte en Cuba en un símbolo para los escritores jóvenes, una curiosidad para los escasos periodistas extranjeros que llegaban a La Habana, y una pesadilla para los funcionarios de cultura, que llegaron incluso a negar la existencia en Cuba de un escritor que respondiera a ese nombre.   

A principio de los setenta, Reinaldo es sometido a juicio por un supuesto asunto de homosexualidad, pero la verdadera causa fue política e intelectual. Sin embargo, como su propio personaje de Fray Servando en El mundo alucinante, Arenas escapa aparatosamente de sus captores. Tras la huida busca llegar nadando a la base naval norteamericana de Guantánamo, pero fracasa en su intento. Luego regresa a La Habana y se refugia en el parque Lenin, donde era asistido por los hermanos Abreu, que le suministraban las cosas que necesitaba, a parte de lo elemental, libros, papel y pluma, para comenzar a escribir Antes que anochezca. 

Tras casi dos años de prisión Reinaldo continúa su vida de no persona en Cuba, donde no se le publica ni una línea, mientras en el extranjero alcanza reconocimiento. En 1980, sale de la isla durante el éxodo del Mariel, otra vez sorteando a los perseguidores, en ese caso falsificando su carnet de identidad. 

El exilio para Reinaldo, como para la mayoría, fue duro, pero a su vez siempre resultó una esperanza… esperanza de algo que nunca se sabe qué es, y que sólo el tiempo va definiendo, y que en el caso del escritor parece radicar en  la publicación de su obra, y el poder escribir sin el temor constante de que la policía hiciera un registro y le incautara sus manuscritos. 

Para el escritor su salida le abrió las puertas de importantes editoriales  donde  aparecen Otra vez el mar, Termina el desfile, La vieja Rosa y El central. Manteniendo firme su propia definición de “no detenerse”, Reinaldo crea junto a otros escritores llegados a Estados Unidos durante el éxodo, la Revista Mariel, que en opinión de José Abreu Felippe “fue la publicación que sirvió de puente para mostrar la existencia y la calidad de una serie de escritores que habían estado silenciados en Cuba, por la sola condición de no someterse a patrones oficiales”. 

Reinaldo Arenas se estableció en Nueva York tras una breve estancia en Miami, donde realizó una activa labor creativa, y política. Desde allí lanzó una contundente carta con la firma de importantes intelectuales, pidiéndole a Fidel Castro un plebiscito al estilo de Pinochet en Chile.   

La obra literaria de Arenas es vasta, La loma del ángel, Libertad de vivir manifestándose, Leprosorio, El portero, Viaje a La Habana, Necesidad de libertad, etc. Sin embargo es significativo que las poderosas casas editoriales que lo publicaron cuando salió al exilio, luego dejaron de hacerlo. Tras su muerte, vuelven a editarlo, y todo parece indicar que Cuba lo ha querido utilizar, como hizo, justamente tras su muerte con otros escritores como Lezama Lima y Virgilio Piñera. El escritor Carlos Victoria dijo en cierta ocasión al respecto: “Reinaldo ahora se ha puesto de moda en Cuba. Hay quienes repiten que sus problemas en la isla sólo fueron por su condición sexual. Decir eso es una infamia. Reinaldo odiaba toda forma de dictadura, de coerción, y de mordaza. Y por eso tuvo que pagar el precio de la cárcel y el exilio. Ahí están sus libros para confirmarlo”.

Reinaldo poseía un mundo muy personal, y un estilo narrativo, con un lenguaje, un ritmo interno y una manera de entrelazar los textos que lo definían, pero que también atraían seguidores, de ahí, en parte, su influencia sobre sus contemporáneos. Otro destacado escritor de la Generación del Mariel, Carlos Díaz Barrios, afirmó que: “Reinaldo Arenas era como esa fuerza que viene del fondo de las cosas y nos eleva por encima de nosotros mismos”. Esa influencia fue tal, que muchos escritores que han buscado un acercamiento con los de la isla, no se hubieran atrevido a hacerlo si Reinaldo viviera. El propio Carlos Días Barrios esclarece  esa idea cuando afirma: “Su muerte significó la pérdida de la lucidez y el decoro de muchos, que pronto comenzaron a hacer pactos y a visitar la isla. Cuando él vivía muchos se cuidaron de hacer eso, porque él era como una conciencia que a diario recordaba que éramos, de alguna manera, hijos de ese infierno”.

En el exilio Reinaldo Arenas tuvo también que pagar un precio por su homosexualidad, pues a pesar de su postura de confrontación y dignidad, había quienes recelaban de él por sus inclinaciones sexuales. Algunos homofóbicos no lo consideraban una imagen visible del exilio de Miami. 

La realidad es que el viernes 7 de diciembre de 1990, tal vez uno de esos días fríos y grises de Nueva York, Reinaldo Arenas, tras concluir su obra, entendió también que concluía su vida, y se suicidó. El día siguiente amaneció un Miami tibio y tranquilo. La noticia apareció en el periódico de la mañana sin muchos detalles, anunciando que Reinaldo había muerto. A las pocas horas los amigos se llamaban, buscaban detalles. Se abatía sobre la ciudad la pena y la desolación en que había quedado la literatura cubana. Para Reinaldo Arenas todo estaba claro. Él ya era libre.  

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