En la tormenta (Final)

Written by Libre Online

12 de noviembre de 2025

Por Jeanne Nabert (1940)

En efecto, la mañana siguiente, Teresa tuvo noticias de Bob. Pero se las suministraron en las oficinas militares. Antes de desdoblar el papel, Teresa sabía ya lo que podía contener:

“El avión del piloto Roberto Lesley, que partió en viaje de reconocimiento sobre las líneas enemigas, no ha regresado a su base”.

Teresa no lloró.  Un grito se estranguló en su garganta: “¡Bob!” No podía llorar. Miró a su alrededor como si Bob jugara todavía escondiéndose en todos los rincones de la casa. El pasado desfiló por la pantalla de su recuerdo. Teresa vio mentalmente a un muchachito de bucles rubios corriendo por toda la casa, tropezando con los muebles, rompiendo los periódicos para hacer aviones y lanzándolos por la ventana para que el viento los hiciera volar sobre los techos. Vio a un colegial de rodillas rojas, de dedos manchados de tinta, que dibujaba aeroplanos en todos los libros; un Bob que pasaba sus domingos alrededor del aeródromo, un Bob estudiante que la mortificaba con sus deseos de dejar los estudios de Derecho para ingresar en la escuela de aviación. Bob, por último, con un uniforme de aviador, con su cara de chiquillo y sus ojos azules y lúcidos como un cielo sin nubes.

Y vio a Bob volar en su avión, punto negro perdido en el espacio. 

– ¡No tan alto, Bob, por Dios! ¡Ven, muchacho!

***

Afuera proseguía la vida cotidiana.

Se oía el pregón de los vendedores ambulantes, el klaxon de los automóviles, la circulación de los autobuses. En el aparato de radio del piso de arriba, resonó una marcha militar.

Al mediodía, el timbre del teléfono estremeció la quietud del vestíbulo. Teresa se tapó los oídos para no oírlo. Debía ser su marido. ¡Para qué necesitaba ahora su llamada, si Bob debía estar muerto!

Teresa pensó que, si Bob moría, el padre tenía la culpa, pues de su padre había heredado su afición a la aventura y su delirio por la aviación. No se debía culpar a la guerra, sino a Lesley. Odiaba doblemente al padre de Bob.

Cuando la criada anunció la visita de Lesley, Teresa se levantó indignada, agresiva. ¡Lesley en su casa! ¡Qué atrevido, qué insolente! Ella no quería verlo. ¡Que se quedara con la otra!.

-Dígale que no puedo recibirlo . .. Dígale que he salido… Dígale…

No acabó la frase. En el umbral apareció un hombre que apenas se parecía a Lesley. ¿Sería Lesley aquel hombre?Ella lo había visto unos meses antes en la calle, y se había enfurecido al verlo tan bien conservado. Estaba ahora flaco, envejecido, tenía las sienes grises. ¿Era aquel hombre el hermoso Lesley por quien Teresa había sufrido tanto? ¡Que cambiado estaba! El tampoco debía ser feliz …

Él no le dio tiempo para pronunciar una palabra, pues gritó como un loco:

– ¡Una carta de Bob! ¡Nuestro hijo vive no está herido! Hubo un error. Vine porque no pude comunicarme por teléfono enseguida…

La alegría es a veces más agotadora que el dolor. Teresa se sintió desfallecer. Sus ojos se cerraron. No vio a Lesley inclinado sobre ella como antes. Murmuró en voz baja, casi imperceptible, como si temiera provocar la catástrofe, hacer caer a su chiquillo imprudente:

– ¡Bob! ¡Mi adorado Bob!…

A través de los sollozos, escuchó el relato de la inverosímil odisea:

-Un aterrizaje en el Sarre… La reparación del motor bajo la mirada complaciente de los campesinos… El vuelo emprendido nuevamente… Y Bob, perseguido por un grupo de aviones de cazas enemigos, pudo llegar a Bélgica…

Hecho prisionero, logró después evadirse y reunirse con su escuadrilla, furioso solamente por haber tenido que abandonar su aparato… Los jefes, admirados, le concedían quince días de licencia…

Los sollozos de Teresa se calmaron al fin. Le parecía ver ya entre sus brazos al hijo idolatrado. Pero no podría ya regañarlo, ni prohibirle que reanudara sus hazañas. Bob luchaba por su patria, era un héroe.

Queriendo inútilmente dar un tono de severidad a su voz, Teresa exclamó:

– ¡Qué ingrato! ¡Por qué no me escribiría mí! ¡Qué loco!

Lesley mostró la carta de Bob.

-Sí, sus éxitos lo vuelven loco… Mira lo que agrega: “Te ruego que le avises enseguida a mamá”. Como si fuera tan fácil…

Teresa no contestó. Adivinaba las intenciones de Bob. El muchacho había deseado siempre una reconciliación entre sus padres. Y aprovechaba la ocasión. Pero el sueño de Bob no podía realizarse. 

Teresa creyó que dejaría ir a Lesley sin darle la mano. Pero, antes de marcharse Lesley le dijo:

-Bob llegará pronto. Pero si no tienes noticias suyas antes de su llegada, puedes llamarme a cualquier hora. Mi secretario atiende el teléfono hasta las doce, y yo no salgo nunca por la tarde.

-Teresa no se indignó. Pero, sin mirarlo, preguntó:

– ¿Y la otra?

– ¿Qué otra? No, Teresa; cegada por el odio, tú no te has enterado de mi vida… Hace muchos años que aquella mujer y yo nos separamos. Vamos, no seas tan rencorosa… Llámame todos los días.

Tú sabes mi número de teléfono. Hablaremos de nuestro hijo…

Y Teresa, olvidando su viejo rencor, murmuró, transfigurada, desconocida:

-Sí, Elíseo 24-98… Te llamaré mañana, -te llamaré luego…

Temas similares…

En olor de lluvia

En olor de lluvia

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE —Palomino Palomo, ¡verdad qué el mundo es redondo...! -exclamó Candelario....

0 comentarios

Enviar un comentario