Paris Jackson aprendió pronto que su vida no sería como la de los demás. Creció bajo máscaras que ocultaban su rostro y en un universo rodeado de música, excentricidades y vigilancia mediática. Pero lejos de quedar atrapada en el mito, ha conseguido dibujar una identidad propia, donde la música y la moda se convierten en brújula.
Por María Muñoz Rivera
Hija de Michael Jackson, a sus 27 años se mueve entre sesiones de estudio, campañas internacionales y festivales alternativos. ¿Uno de sus momentos más virales? En el desfile de Desigual junto a la actriz Ester Expósito, acaparando cientos de focos, titulares y vídeos de TikTok.
Si hace un año este momento eclipsó todas las miradas, la firma barcelonesa volvía a recibir en primera línea de su primera colección de estudio a Jackson, que junto a Expósito y decenas de prescriptoras de moda se convertía de nuevo en uno de los rostros de la firma, con la que comparte una visión trasgresora y llena de personalidad.
Con una estética distintiva y encarnando campañas de algunas de las firmas de moda de más renombre a nivel mundial, Jackson ha conseguido labrarse un camino por sí misma mucho más allá de su sonado apellido.
Infancia entre máscaras y focos
Jackson nació en 1998 en Beverly Hills, en una infancia tan privilegiada como extraña. Su padre, obsesionado por proteger a sus hijos del escrutinio mediático, los cubría con velos y máscaras cuando salían a la calle. Aquella niñez osciló entre la burbuja de Neverland, con animales exóticos y parques privados, y la certeza de vivir bajo la lupa del mundo.
La muerte de su padre, en 2009, la enfrentó a la pérdida y a una exposición desmedida. Con apenas once años, Paris subió al escenario del funeral y, con lágrimas, dijo: “Papá ha sido el mejor padre que uno pueda imaginar»”Una frase que recorrió el planeta y marcó el inicio de su vida como figura pública.
La
adolescencia como campo de batalla
Los años siguientes no fueron sencillos. Entre internados terapéuticos y batallas con su salud mental, Paris se enfrentó a la adolescencia en un escaparate global. En medio de esa turbulencia encontró un refugio: la música. La guitarra y la escritura se convirtieron en herramientas para procesar la pérdida y para empezar a construir una voz propia.
Aquellos primeros acordes derivaron en ‘The Soundflowers’, un proyecto en pareja con el músico Gabriel Glenn, y más tarde en su carrera en solitario. Al mismo tiempo, comenzó a descubrir otra faceta inesperada: la moda, un espacio donde podía reinventarse sin renunciar a la autenticidad.
Moda como declaración de libertad
Su entrada en la moda no fue tímida. Paris debutó en campañas de Calvin Klein y Balmain, y pronto se convirtió en rostro habitual de revistas internacionales. La Gala del Met de 2017 la situó en el mapa global del estilo, aunque ella nunca se ha dejado encasillar.
Su estética, marcada por tatuajes, prendas bohemias, toques grunge y aires setenteros, se convirtió en su carta de presentación. Más que posar, transmite un relato personal: el de alguien que utiliza la ropa como escudo y altavoz.
Ha defendido con frecuencia la diversidad, la sostenibilidad y la aceptación de lo imperfecto. En un sector obsesionado por la homogeneidad, su diferencia se transformó en virtud. La moda, en su caso, no es disfraz, sino un terreno donde afirma quién es.
Música desde la herida
En 2020 llegó el paso decisivo: su primer disco en solitario, ‘Wilted’. Un álbum introspectivo, de folk alternativo y rock indie, que sorprendió por su vulnerabilidad y madurez. Las canciones, alejadas del pop que consagró a Michael Jackson, narraban el desamor y la soledad con una sensibilidad cercana a figuras como Phoebe Bridgers.
‘Wilted’ confirmó que Paris no buscaba repetir la historia familiar, sino escribir la suya. Sus conciertos en salas pequeñas, íntimos y sin artificios, consolidaron esa imagen de cantautora que privilegia la emoción sobre el espectáculo.
Desde entonces ha seguido publicando sencillos y colaboraciones, explorando un sonido en el que la fragilidad y la fuerza conviven. La música, para ella, es un espejo donde se mira sin miedo a la cicatriz.
Activismo y
espiritualidad en
primera persona
Paris ha hecho de su vida un testimonio de resiliencia. Habla abiertamente de salud mental, con la intención de romper tabúes y acompañar a quienes atraviesan experiencias similares. Defiende causas medioambientales y de protección animal, en una línea que conecta con la sensibilidad hacia la naturaleza que caracterizó a su padre.
La espiritualidad atraviesa su día a día: del budismo al chamanismo, ha explorado caminos diversos en busca de sentido. Sus tatuajes, más de cincuenta, cuentan historias personales y símbolos sagrados. Su cuerpo es un lienzo que narra viajes, pérdidas y aprendizajes.
En la actualidad, Paris Jackson se mueve con naturalidad entre dos universos que parecen complementarios. De un lado, la música: prepara nuevos trabajos, participa en festivales y colabora con músicos de la escena alternativa. De otro, la moda: desfiles, campañas y proyectos ligados a la sostenibilidad que la mantienen como referente.
Reinventarse sin
renunciar al legado
Paris Jackson ha logrado algo inusual: escapar del destino de tantos hijos de celebridades, atrapados entre el privilegio y el desarraigo. Su historia es la de una joven que carga con un nombre inmenso, pero que no teme mostrar sus fragilidades y su búsqueda.
De su padre heredó la sensibilidad artística; de su propia experiencia, la capacidad de reinventarse. En ella conviven la melancolía y la fuerza, la herencia y la ruptura. No pretende llenar estadios como Michael, sino pequeños espacios donde su voz resuene auténtica.
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