Una reconocida grafóloga forense explica como algunos rasgos especialmente positivos y significativos de la personalidad, como la creatividad, la empatía, la autoestima, la resiliencia o la sociabilidad, se reflejan en nuestra forma de escribir. Lo explica por medio de las sugerentes semblanzas de personajes conocidos que ha preparado a partir de muestras de sus escrituras reales.
Por Ricardo Segura
La forma en que ocupamos el papel; firmamos; trazamos óvalos, curvas y ángulos; dibujamos la parte superior e inferior de las letras; colocamos los puntos; espaciamos las palabras y efectuamos los trazos al escribir a mano, desvelan nuestra forma de ser, pensar y sentir, según explica Ana Ortiz de Obregón, una reconocida especialista en grafología y neurociencia.
Ana Ortiz de Obregón, es grafóloga forense, diplomada universitaria en grafología diagnóstica, terapéutica, patológica y judicial. En consulta, trabaja con neuroescritura, grafoterapia y técnicas proyectivas para tratar ansiedad, TDA, depresión, inseguridad o trastornos de la alimentación, y acompaña a personas en procesos familiares complejos o de mejora emocional.
“La letra de cada persona es única, no por casualidad, ni porque ‘le salga así’, sino porque es el reflejo de su cerebro, como si se mirara al espejo. En cada trazo de escritura hay una historia personal”, explica Ortiz de Obregón, autora del libro ‘El código de la escritura’.
“Cada cerebro es único e irrepetible, y es este órgano, y no la mano, quien escribe. Cada rasgo gráfico es fruto de una acción integrada de distintas estructuras cerebrales, y responde a la forma de pensar, estilo emocional y experiencias de la persona que lo traza”, según esta especialista.
Para esta grafóloga existe algo “aún más fascinante: nuestro cerebro puede cambiar con lo que pensamos, aprendemos o vivimos. Esa capacidad, llamada neuroplasticidad, es una de las claves que explican por qué nuestra escritura también cambia con nosotros”, puntualiza.
Explica que nuestro trazo al escribir es “una respuesta viva a nuestra evolución. Por eso nuestra letra rompe el patrón caligráfico de la infancia, y se va transformando, influida por nuestra genética y también por emociones, vivencias, pasiones”.
“Así, con los años, nuestra escritura se vuelve más auténtica, más nuestra. Una cadena de gestos espontáneos que reflejan nuestro ‘yo’ real. Sin filtros ni trampas. Es el reflejo de lo que nos humaniza: las relaciones con los demás”, destaca.
“Aquí entra en juego la grafología, una ciencia transdisciplinaria que interpreta lo que proyectamos al escribir; integra saberes de la medicina forense, la neurociencia, la psicología, las humanidades y las artes, y los aplica a través de un sistema estructurado de análisis”, apunta esta especialista.
Ortiz de Obregón ha preparado una selección de semblanzas a partir de escrituras reales de personajes conocidos, en cada una de las cuales se refleja un rasgo especialmente significativo de la personalidad de dicho personaje, como la creatividad, la empatía, la autoestima, la resiliencia o la sociabilidad, tal y como se manifiesta en su manera de escribir.
“Para que una lectura grafológica resulte coherente y verdaderamente significativa, es importante alejarse de la idea de que un solo gesto gráfico o un elemento aislado de la escritura de una persona pueda traducirse de forma directa en un rasgo de su personalidad”, aclara esta experta.
“En grafología científica, como ocurre en la música o en la gramática, lo esencial no está en cada ‘nota’ o ‘palabra’ individual, sino en cómo interactúan entre sí todos los elementos del escrito. Es esa combinación la que permite captar una actitud vital, un modo de ser, una energía dominante”, enfatiza.
“Lo esencial está en cómo se combinan los trazos. Solo desde esa armonía nace el retrato más genuino de la personalidad”, enfatiza.
“Estas semblanzas de personajes famosos— que se reproducen a continuación, acompañadas de imágenes de su forma de escribir que reflejan distintos rasgos de su personalidad, así como las fuentes de las muestras de su escritura — “buscan ofrecer un retrato claro, sugerente y accesible de lo que se revela cuando uno escribe sin pensar en cómo escribe”, señala esta grafóloga.
1.- Teresa de Calcuta: La letra de la generosidad espiritual.
El código de su escritura de esta religiosa refleja una letra ordenada y clara que avanza con naturalidad por el papel, ocupando el espacio vital sin esfuerzo. La separación dilatada entre letras permite que la escritura respire, que la otra persona tenga su lugar.
El tamaño de las letras, todas iguales, habla de una mirada que pone a todas las personas al mismo nivel. Las uniones, trazadas con la suavidad de la curva, enlazan una letra con otra como una mano tendida que va del yo al tú con amabilidad.
La inclinación hacia la derecha refuerza el deseo de comunicación y escucha, sin perder la firmeza del trazo ni la estabilidad del yo. Firma y texto son iguales: no hay rúbrica, no hay adorno, solo autenticidad sin pedestal.
2.- Ludwig Van Beethoven: la letra de la pasión creativa y desbordada.
En el código de escritura de este compositor, como en una partitura, cada trazo se comporta como una nota viva sobre el pentagrama, lo que revela una simbiosis clara entre su personalidad intensa y su mundo ideal y creativo.
Ocupa todo su espacio vital de manera pasional: la escritura avanza a brincos, las palabras parecen saltar sobre el papel. Las crestas de unas letras chocan con los pies de otras, como chocan las ideas con la materia hasta transformarse en un todo genial. A medida que el texto avanza, ese impulso se acentúa.
Las líneas ascienden desde la horizontal, y los enlaces rápidos por la parte superior revelan una manera de ser pasional, sensible, intensa, donde la inteligencia, la imaginación y la emoción se mezclan sin contención.
3.- Pelé. La letra de la voluntad carismática
En el código de escritura de este futbolista, la presión marcada y el ritmo constante muestran una personalidad decidida y directa. Las líneas se mantienen firmes sobre el papel, ancladas al presente.
Esta persona vive sin proyecciones ni desvíos. La tilde ascendente en la “t” destaca sobre el resto: ahí se concentra la fuerza que empuja, que compite, que no se rinde. En su firma, un bucle innecesario abre el trazo: sabe cuándo avanzar, pero también cuándo esperar. Utiliza la diplomacia.
La rúbrica lo rodea todo acabando en curva: necesidad de tener el conjunto bajo su dirección, aunque control y negociación conviven. El punto final, aislado, deja un mensaje claro: no bajar la guardia.
4.– Elizabeth Taylor: La letra de la sexualidad narcisista.
En el código de escritura de esta actriz, los bucles innecesarios en las letras mayúsculas marcan la entrada en escena: necesidad de acaparar toda la atención en todo momento y de ser admirada.
La escritura, precipitada, grande y a brincos, ocupa todo el espacio vital sin freno, con pasión, fuerza y exuberancia.
En la “t” aparece el golpe de látigo que proyecta su carácter combativo e impulsivo. La “g” —su punto “g”— concentra su yo, su deseo, su imaginación y su entrega al mismo tiempo: muestra una sexualidad vivida y física. La ‘gata sobre el tejado de zinc’, en estado puro.
5.- Bill Gates: La letra del emprendedor con propósito.
En el código de escritura de este empresario destaca una ocupación total del espacio, con letra grande y dilatada, pero de trazos simplificados: piensa en grande y va a lo esencial con inteligencia.
La letra agrupada, junto con la barra de la “t” rematada en gancho, revela una personalidad que combina cabeza y corazón según lo exige cada momento, y que no abandona sus propósitos con facilidad. La dirección ascendente y la firmeza del trazo muestran la determinación de quien sube una montaña sin detenerse: sabe a dónde va y cómo llegar.
Texto y firma son coherentes, sin artificios: autenticidad y confianza en su propio camino.
6.- Freddie Mercury. La letra de la fantasía obsesiva y mágica.
En el código de escritura de este músico, todo gira en torno a un detalle revelador: el punto de la “i”, redondo, casi perfecto, que en su nombre llega a adoptar forma de corazón. Ahí se condensa su mundo interior: fantasía obsesiva, deseo de liberarse de los conflictos, impulso por hacer de lo cotidiano algo extraordinario.
Su escritura es oscilante, de renglones muy cercanos entre sí, como si buscara cobijo, cercanía, refugio. Las letras, simplificadas pero vivas, revelan sensibilidad, inteligencia y necesidad de conexión.
Pero también aparece la fuerza combativa: la barra de la “t” es tensa, decidida, como un gesto de lucha constante. Una letra que combina vulnerabilidad, genialidad y rebeldía, como él.
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