Manuel Corona y Longina un bello aporte al cancionero romántico cubano

Written by Alvaro Alvarez

26 de agosto de 2025

Por: Álvaro J. Álvarez

Manuel Corona Raimundo nació en Caibarién, Las Villas el 17 de junio de 1880​. Fue un guitarrista y compositor considerado uno de los cuatro grandes de La Trova Cubana.

Al terminar la guerra de independencia de Cuba, se trasladó a La Habana donde comenzó a trabajar como tabaquero-supervisor de una fábrica de tabaco.

Su vocación por la música le sirvió de marco a su vida bohemia. Realizó actuaciones en la denominada zona roja de La Habana, frecuentada por prostitutas y otros personajes del bajo mundo habanero.

Gustaba de reunirse en tertulias y peñas familiares donde hacía gala de sus dotes como músico y compositor.

En 1906 dio a conocer el bolero Doble Inconciencia, grabado por Leo Marini y otros como Falsaria. 

En 1908 ganó un amplio reconocimiento con la criolla Mercedes. En 1910, dada la popularidad de esa criolla, Sindo Garay escribió la canción Merceditas lo que originó un enfrenamiento musical entre ambos, hecho que dividió durante un tiempo en dos bandos a los trovadores.

Corona, se convirtió en el compositor que más contestaciones musicales hizo en su época, pues no solo contestó a Sindo Garay de “La Bayamesa” escribiendo “La Habanera”, sino que a “Timidez” de Patricio Ballagas contestó con “Animada” por “Gela Hermosa” de Rosendo Ruiz escribió “Gema Amada” y por “Ella y Yo” de Oscar Hernández concibió “Tú y Yo”, entre muchas más. Como otros compositores musicalizó textos de escritores y dramaturgos, con Francisco Vélez compuso “Eclipse”, “Sueños dorados”, “Bellos ojos”, “Tu veras”, “A Isabel” y otras piezas recogidas en el libro Recopilación de Canciones y Boleros, de 1915. 

En 1917 con Manuel de la Presa compuso la música para la obra de Arquímedes Pous Acuarela Criolla, además en gira con esa compañía por todo el país cantó sus canciones.

Para ese entonces María Teresa Vera, su alumna predilecta, comenzó a grabar más de 60 de sus creaciones, en ocasiones contando con la guitarra suya. Este trovador de gran vuelo lírico aportó boleros y canciones de gran belleza, entre otros títulos memorables están “Una mirada”, “Adriana”, “La Alfonsa” y “Aurora”, no obstante, fue significativa su faceta de creador rítmico donde dejó decenas de sones, guarachas y rumbas, sin olvidar guarachas de corte patriótico y de denuncia como “El Servicio Obligatorio” y “Pobre Cuba”.

Corona fue guitarrista en agrupaciones como los sextetos Boloña y el Occidente en más de 100 grabaciones discográficas que realizó para distintas casas disqueras, pero se ganó la vida fundamentalmente como trovador bohemio en bares y clubes como el Jaruquito, en la Playa de Marianao.

Según cuentan los que lo conocieron, Corona solía relacionarse con otros compositores a veces mediante contestaciones, que no eran otra cosa que canciones a modo de respuesta de otras canciones.

Se calcula que el caibarienense dejó un extenso catálogo de alrededor de 80 canciones dedicadas a las mujeres, entre las que podemos citar: Santa Cecilia, Aurora, Alfonsa, Carmela, A Albertina, Lo que fue Josefina, Mi Virgen Venerada, Edelmira, Alejandra, A Pura, Yoya, Dulce Mía (dedicada a su gran amor Eulogia Real), Eva moderna, Josefa, Isabel, Goya, La Rosa Negra, Cachita, Las Dos Indianas, Mujer Divina, Dime Adiós Matancera, A Nena, La Niña, Angelina, Reina Mora, Migdalia, Dora, Santa María, A Flora, Estela, Carmita, Amelia, Graciela y por supuesto, Longina.

María Teresa Vera, quien se convertiría al paso de los años en la principal difusora de su obra, contó que una tarde de domingo en el solar habanero Las Maravillas, donde ella vivía rodeada de negros, blancos y mulatos pobres se detuvo un lujoso automóvil. La mujer que recogía la ropa de la tendedera demoró su tarea para observar mejor. De las puertas siempre abiertas de los otros cuartos de la cuartería varios ojos escudillaban.

Cuando se bajó el hombre del auto, alguien dijo ¡es el político! y calló cuando el aludido tendió su mano y del coche emergió un tributo de la naturaleza en forma de mujer. Fue en ese momento cuando la observadora cerró la puerta del cuarto.

El político y la joven atravesaron el área común del solar. Las palomas levantaron vuelo y las guitarras se inmovilizaron. Pero María Teresa y varios de sus amigos sí conocían quién era ese hombre, no así a la joven.

El elegante caballero era Armando André un político, escritor y excomandante del Ejército Libertador acompañado por Longina O’Farrill, una mujer vistosa, distinguida, deslumbrante por su personalidad y belleza, a la que era imposible dejar de mirar, siquiera de soslayo. 

Tanto André como su acompañante vestían con elegancia y hacían una bonita pareja.

André le pidió a Corona que le compusiera una canción a la hermosa mulata.

El trovador le preguntó su nombre y a la semana siguiente, cuando el 20 de octubre de 1918 se volvieron a encontrar en casa de María Teresa Vera, el compositor le regaló a Longina la canción que fue interpretada por la propia anfitriona.

Si Corona amó o no a Longina ha generado disímiles opiniones que nadie ha podido comprobar. 

Se han dicho muchas falsedades acerca de Longina y Santa Cecilia, incluso que Corona estuvo enamorado de Longina O’Farrill, que era, por cierto, una mujer extremadamente bella. La verdad es otra. Corona amó únicamente a Mercedes y a Yoya (Eulogia Real), otra hermosura criolla. Le dedicó su canción a Longina por simpatía o admiración, pero nada más.

Corona nunca en la vida enamoró a Longina, ni nunca estuvo enamorado de ella. Él le tenía una amistad profesional.

Longina O’Farrill nació el 15 de marzo de 1888 en Madruga y falleció en La Habana en 1975.

Se cuenta que, en los inicios del siglo XX, uno de los más importantes sastres de La Habana, Nicolas McPartland la contrató como nodriza de sus hijos Nicanor y Cecilio. La madre de los pequeños era irlandesa y hablaba a sus hijos en inglés. Fue con la niñera que sus dos hijos comenzaron a conocer el español. Cuando viajaron a EE.UU., también los acompañó Longina. 

Cómo el padre estaba casado, los pequeños fueron inscritos con los apellidos de la madre. El mayor, fue inscrito como Nicanor McPartland, pero la historia de Cuba lo conoce como Julio Antonio Mella (1903-1929).

Armando André Alvarado (1872-1925) se le atribuyó la construcción de un túnel para la colocación de una bomba contra el palacio del capitán general Valeriano Weyler, pero Weyler salió ileso. Dirigió el periódico El Día donde se buscó muchos problemas debido a sus escritos.

Tuvo que batirse a duelo por lo menos dos veces con Orestes Ferrara y se especula que por sus artículos hirientes contra el presidente Gerardo Machado, fue asesinado el 20 de agosto de 1925 en un atentado frente a su casa en la calle Concordia.

Manuel Corona, desafortunadamente el 9 de enero de 1950, víctima de la tuberculosis y el alcoholismo, murió solo en una oscura habitación del cabaré Jaruquito, en la mayor miseria y en total anonimato.

A su entierro acudió un reducido grupo de personas, entre ellas, Sindo Garay, Rosendo Ruiz, Tata Villegas, Pancho Majagua y Gonzalo Roig, el autor de Quiéreme Mucho, quien se encargó de hacer el duelo de despedida a esta figura imprescindible en la historia de la canción trovadoresca cubana.

Finalmente, los restos de Manuel Corona fueron trasladados al Cementerio de Caibarién. Longina O’Farrill falleció en el Hospital Calixto García en 1975 y el 24 de diciembre de 1988 sus restos fueron trasladados a Caibarién y al día siguiente sepultados en la misma tumba donde está Manuel Corona. Fue una de las más grandes manifestaciones de duelo que se recuerdan allí. 

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