Por Marcos Antonio Ramos
Hace unas semanas me convertí en octogenario. Ese no es el tema. Este cubano nacido en Colón, Matanzas en 1944, ha tenido el privilegio de conocer a infinidad de compatriotas de todas las regiones de su país. El número de profesores con los que he trabajado a través de casi medio siglo en la cátedra sólo sería superado por el de clérigos de infinidad de confesiones religiosas. Pero no voy a escribir acerca de tan estimados cubanos, muchos de ellos personas muchísimo más importantes que yo. Y el número de compatriotas buenos amigos, sencillos, trabajadores y patriotas, sería incalculable. Vivir en Cuba o en una comunidad cubana como la de este exilio es una experiencia educativa, sin disminuir el valor de excelentes seres humanos de otras nacionalidades u orígenes étnicos.
En esta oportunidad, abrumado por la muerte de uno de los mejores amigos que me han acompañado en el recorrido por esta vida, vienen a mi memoria experiencias de los primeros años del exilio histórico al cual pertenezco, inicios de la década de 1960. Uno de ellos mi casi coterráneo y distante pariente, pero cercano amigo, Rolando Espinosa. Siempre relacionado con Espinosa, un matancero inolvidable, Demetrio Pérez Jr. y permanentemente vinculado a nosotros tres, Martín Añorga.
Muy pronto, estrechamos relaciones y compartimos actividades. Lo digo así, porque me uní a ellos tres en infinidad de actividades. Entre otras, esa tradición cubana de reunirse regularmente para tomar café. Demetrico, como muchos le llamaban con cariño; Rolando, hijo predilecto de San José de los Ramos; Martín Añorga, nacido, así como Demetrio, en la Atenas de Cuba; y este cubano nacido en en el interior de la provincia matancera.
Quizás algún amable lector pensará que con estas líneas proclamo indirectamente algo parecido a la apreciada canción que contiene palabras que nos emocionan y hasta divierten: “Los cubanos y el resto de la humanidad”. Pasando al nivel de provincia, los cuatro amigos hubiéramos podido desde aquel entonces atrevernos a contar con tono jocoso, pero sincero y amistoso: “los matanceros y el resto de la humanidad”. Tantas vivencias y situaciones compartidas, tantos amigos y familiares, recuerdos imborrables de adolescencia, juventud y de lo que entonces era una dura y temprana madurez alcanzada en medio de aquel nefasto primero de enero de 1959 y el desastre al que condujo al país.
Si enumero las reuniones, actividades, proyectos y sueños compartidos por estos cuatro exiliados sería indispensable escribir una larga serie de trabajos. Pero este antiguo columnista o colaborador del Diario de las Américas, El Nuevo Herald y LIBRE, viejo articulista de la prensa dominicana, ya solo ocasionalmente ocupa un púlpito o una cátedra, dicta una conferencia o escribe un artículo, pero no puede olvidar de donde vino, y mucho menos dejar de honrar a quienes supieron darle la mano cuando más lo necesitaba, Los que conmigo supieron alegrarse o lamentar por los mismos motivos.
El más insignificante del grupo, este hijo de la llanura de Colón, orgulloso de haberse graduado de Bachiller en el benemérito Instituto de Matanzas, está más que obligado a evocar a uno de esos cuatro amigos que tomaban café en la zona de Beacom Boulevard o en la histórica Calle Ocho. Me refiero al compatriota que nos dejó físicamente hace unos días, pero que jamás se nos alejará espiritualmente, el Reverendo Martín N. Añorga.
Sería imposible escribir y dejar de mencionar al querido hijo de Demetrio, el talentoso Demetrio José, de quien pudiera decir que casi lo vi nacer. Escribir sobre Rolando Espinosa sería recordar, entre tantas cosas que nos unieron, el oficiar la ceremonia nupcial de Rolandito, amantísimo hijo de Rolando y Arminda. Pero la vida nos lleva de la alegría de una boda a la tristeza de un funeral. Fui encargado del Oficio Religioso al fallecer la primera esposa de Añorga, mi siempre recordada Nancy, en el templo de la Iglesia Presbiteriana Nueva Vida, hoy a cargo de la Reverenda Heidi Arencibia, apreciada matancera.
Referirme a Añorga sería también recordar que me pidió que acompañara, en condición de ministro religioso, a Monseñor Agustín Román, mi viejo amigo Aleido, en la ceremonia nupcial que este ofició para unirle en matrimonio con nuestra estimadísima Iraida. Mi amistad con Román databa del año 1953. El entonces seminarista “Aleido” enseñaba Religión en Quinto grado en el Colegio Varela. Yo fui su único alumno que asistía a un templo protestante. La clase de Quinto grado estaba a cargo del gran amigo de Aleido, mi maestro favorito en esa escuela, Ranulfo Borges, amigo inseparable de Román desde que eran casi niños.
Pero el tema de hoy es Martín N. Añorga, graduado en Sagrada Teología del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, vinculado al Seminario Presbiteriano de la Universidad de Princeton, donde Añorga recibiría, muchos años después, el título de Master en esa materia. Luego se le conferiría otro en la Universidad de Miami. Fue pastor por un cuarto de siglo de la Primera Iglesia Presbiteriana Hispana de Miami. Llegó a esta ciudad como exiliado en 1963. Su llegada ocurrió via México. Había sido pastor sobre todo en Placetas, ciudad que amó casi tanto como a su amada Matanzas. Fue por un período el Moderador de la Iglesia Presbiteriana cubana y colaborador del prestigioso Heraldo Cristiano, así como pastor en otras localidades y misionero en Santiago de Cuba.
Con el tiempo viajaría por buena parte del mundo, conocería Presidentes de EE.UU., y otros países, conversaría con el Papa Juan Pablo II en su visita a Miami. En 2008 Añorga y yo fuimos condecorados con una Orden Papal por S.S. Benedicto XVI. Únicos ministros protestantes hispanos en recibir en EE.UU., esa altísima distinción que nunca pretendimos merecer. Dos evangélicos amigos sinceros de los católicos, que tantas veces nos honraron sin importar diferencias teológicas.
Cuando Demetrio Pérez Jr., aspiró a un cargo público, Martín y yo casi que nos convertíamos en algo así como colaboradores de su campaña. Alguien quizás se atrevería exageradamente a llamarnos “sargentos políticos”. Al menos colaboramos hasta donde el haber entrado en Sagradas Órdenes como Presbíteros lo permitía. Creo que Rolando Espinosa y Añorga estuvieron, como Lázaro Asencio, mi ex maestro Gabriel Villar Roces y otros, entre sus mejores colaboradores. Y en casi absolutamente todo, Añorga estuvo con sus amigos, que eran muchos, pero conozco sobre todo lo que él hizo por Demetrio y Rolando. Y también por mí.
Es cierto que nunca dijimos que no a Añorga en sus proyectos, sino todo lo contrario, sus amigos entre los clérigos le apoyamos en los Guías Espirituales junto a Román, y aun mas lo hicimos en actividades propias de ministros evangélicos. Donde estaba Añorga estuvimos siempre Demetrio, Rolando y yo. Por supuesto, muchos otros pudieran ser mencionados. Añorga colaboró con cuanta causa patriótica o filantrópica solicitó su colaboración. Muchos de los lectores también estuvieron cerca de sus esfuerzos, pero no dispongo de espacio ni tampoco la memoria de que disfrutara cuando era más joven.
Este modesto trabajo necesariamente estará lleno de omisiones, lo acepto y suplico perdón, pero ha sido simplemente por no incluir a unos excluyendo a otros. Ha muerto mi amigo y hermano Martín Añorga. Alguien que formó parte importante de nuestra vida se ha marchado. Pero Añorga vivirá siempre en nuestras mentes y corazones hasta que se abran los cielos, el velo se descorra y veamos el rostro de quien murió en la cruz por nosotros, Jesucristo Nuestro Señor.
Hasta luego Martín Añorga.
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