DESCUBRAMOS QUIENES SOMOS

14 de enero de 2025

Yo nací en la ciudad de Matanzas. En Cuba era matancero. Cuando recorría uno que otro país, era cubano; pero cuando llegué a Estados Unidos, me confundí. Aquí lo mismo soy hispano que latino, y esa dualidad de veras que es para preocuparse.

¿Matancero, cubano, hispano o latino? Seguramente que a muchos de mis amigos lectores les pasa lo mismo. 

Primero, debemos destacar que “hispano” y “latino” no son vocablos sinónimos, aunque en muchos casos se usen indistintamente.

La palabra “latino” nos llega desde una antigua tribu de los remotos tiempos de Italia, asociada con el imperio romano. La historia alude al desarrollo del imperio romano como una de las grandes influencias culturales de una época precristiana. Una de las influencias que ha adquirido permanencia es la de las lenguas llamadas “romance”, que nada tienen que ver con la idea del romanticismo amoroso, sino que más bien se trata de un derivado del vocablo Roma. Estas lenguas son: español, italiano, portugués, francés y casi medio centenar de otras lenguas y dialectos.

El lenguaje “romance” es la continuación del llamado latín popular, hablado por los soldados, los refugiados, los comerciantes y el pueblo inculto en general. Se diferencia del latín clásico, propio de la élite cultural y de los escritores y poetas. Entre los años 350 y 150 Antes de Cristo, ambos usos del latín predominaron en Europa occidental. Durante la declinación del Imperio y después de su fragmentación, el latín se expandió por el mundo conocido.

Ahora bien, es apropiado anotar que cuando los romanos invadieron la península ibérica encontraron una ciudad llamada Hispalis, posteriormente Sevilla. El nombre “Hispalis” rememora a un personaje mitológico griego, compañero de Hércules y padre de Hispan. Se llama Híspalo al río Guadalquivir. Los romanos estuvieron siete siglos en Hispania, donde dejaron para siempre huellas culturales que son imborrables. 

Eventualmente el término Hispania se convirtió en España, y a lo largo de los siglos a los países hispanos que se desarrollaron después del descubrimiento, se les asignó indistintamente el apelativo de “latinoamericanos” o “hispanoamericanos”. La hispanidad no es una raza y América Latina es una porción geográfica. La población de América Latina en su totalidad no es hispana. En Brasil se habla portugués, lo que excluye al país de identidad hispana, incluidos otros pequeños países en los que se habla francés e inglés.

Muchos sociólogos aceptan el hecho de que en América del Sur “todos somos primos”. Unos se adhieren a la ascendencia genérica latina, que incluye a Canadá, y otros, los que descendemos directamente de España, enfatizamos las características de nuestra hispanidad. 

En el Censo se usa la palabra “hispano”, que no se refiere a raza alguna, para identificar a las personas que tienen ascendencia hispana y la reconocen. No obstante, en varias investigaciones de opinión pública, se ha descubierto que muchas personas que son hispanas prefieren ser identificadas por sus gentilicios. 

La firma encuestadora Pew encontró que solo el 24% de los hispanos se sienten cómodos con una ubicación única que no reconoce diferencias sustanciales. La mayoría de los encuestados, el 51% prefiere que se les identifique por el sitio de su nacimiento: argentino, colombiano, cubano, etc. Sin embargo, el gobierno de los Estados Unidos, ya por cinco décadas decidió usar el término hispanos que simplifica de una manera apropiada a todos los que hablan el idioma de Cervantes.

Generalmente no decimos, a menos que sea circunstancialmente necesario, “yo me siento orgulloso de ser hispano”. La preferencia es acudir al gentilicio: “Yo me siento orgulloso de ser cubano”, y añada a todas las naciones que forman el continente.

Hace años estuve en México alrededor del 18 de septiembre. Recuerdo que recorrimos varias ciudades como parte del trabajo pastoral que nos llevó al país azteca: Guanajuato, Oaxaca, Guadalajara y Mérida. Me maravilló que en cada una de estas ciudades hubo alegres espectáculos artísticamente típicos, con bailes y canciones de tono local. Se celebraba la independencia de México, pero cada una de las ciudades que visitamos tenía sus celebraciones locales, forjadas con tradiciones y estilos propios. 

Es que a veces nuestro orgullo, que no deja de ser nacional, se arraiga en la localidad de que procedemos. En Cuba había festividades propias de muchas ciudades, en las que se exaltaban los sentimientos patrios en medio de fiestas estrictamente locales.

Voy a terminar este trabajo con una anécdota personal. Hace años estábamos en la ciudad de El Paso instalados en un hotel en el que se acomodaba Anthony Quinn con su familia. No recuerdo exactamente cuántos muchachos le acompañaban en la mesa, pero parecía una convención. Me acerqué para saludarlo y le dije que había leído su autobiografía “My Original Sin”. Reconociéndome como cubano me dijo que yo era uno de los pocos que le había hablado de su libro. Se levantó de su silla con dos copas, invitándome a brindar. Él dijo “Viva México” y yo dije “Viva Cuba”. De pronto, no sé de dónde salió, una cubana se acercó para cantar con exquisita voz el Himno Nacional de nuestra patria, y acto seguido dos jóvenes, evidentemente mexicanos, se nos unieron.

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